01/03/2025 04:58

En España, ahora, se hincan los clavos por la cabeza, no por la punta; y se topa uno con mucha gente de un solo ojo y ese en el estómago. Y muchas sabandijas hay que encuentran su ambiente en este Reino flébil que otrora fuera grande y respetado. Lo que debiera verse como algo lógico y natural, es tenido en estos tiempos como un prodigio más que plausible, algo ficticio e increíble. Por ejemplo: un hombre de bien, un político oyendo y aceptando verdades, un gobernante socialcomunista pobre, un sabio o un poeta verdadero ricos, un necio descontento, un separatista sin sangre ajena en la conciencia ni mentiras, unos ejércitos y unas policías sin bardajes, un Vaticano sin herejes…

El asunto, mis amables lectores, está muy crudo, sobre todo entendiendo que, para las obras grandes, como sería actualmente la obligada regeneración de las costumbres, son menester ingenios agigantados, hechuras hoy en desuso. Hoy los necios son los venturosos; sí, los ignorantes son los favorecidos y premiados. Eso y que ya hace muchos años -durante toda la Farsa del 78- que huyó del mundo la sabiduría y la honradez. Hoy no hay más saber ni más virtud que las que se hallan en los inmortales caracteres de los libros. En ellos se ha de buscar y aprender. Pero nadie los lee. Que eso es, precisamente, que se lean, lo que desean evitar los instalados. Estos buscan, por el contrario, la anorexia lectora, la inapetencia del pensamiento.

Los poderosos dan los cargos a los que menos los merecen; favorecen al ignorante, premian al adulador y ayudan al embustero; y de los más valiosos ni memoria. ¿Y qué decir del mismo pueblo, de los propios electores que se apasionan y eligen por gobernantes a los enemigos de su patrimonio y de su honra, de su vida y de su patria? ¿Hay mayor incoherencia que escoger al lobo para pastor, o confiar de administrador al que te roba la hacienda?

El caso, como digo, es que hoy no hay más saber que el abusar impunemente del despojado y el tener paraísos en la suiza o en la dominicana. Y el que tiene, será cuanto él quisiere. Y el caso es que sólo los bien instalados en la partidocracia tienen y pueden, y sus amos y compinches. A los restantes, a los deslucidos, nadie los quiere ver hoy. Y no meto aquí a los deslucidos sectarios que contribuyen al engorde de los oligarcas y se conforman con las migajas que éstos les arrojan, pues con su pan y desvergüenza se lo coman, sino a las gentes de bien, esos deslustrados que no saben buscar al dinero, porque ni roban, ni trampean, ni mienten, ni estafan, ni viven de embelecos, ni adulan, ni intrigan, ni engañan.

Los políticos, de la mano de la diosa Democracia, y los empresarios, de la mano del capital-socialcomunismo globalista, no dejan de incrementar sus beneficios, como ventajeros modélicos que son, rubricando su ejecutoria mediante usuras, fraudes y cohechos, además de con el sudor de los buenos trabajadores, que tienen que multiplicar su esfuerzo para compensar el absentismo sociolaboral de los vagos, insolidarios y liberados, contra los que no sólo no se aplica la admonición social y legal, sino que reciben la aceptación o el premio.

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España está secuestrada por una infausta cohorte de figuras diabólicas, siempre presentes en nuestra contingencia que, con la excusa de reorganizar el mundo de los hombres, no cejan en su función de degradarlo en provecho propio, obligando a los desasistidos e indefensos a rodar de una parte a otra, a subir, a caer e incluso a despeñarse. Hablamos de quienes, en su malévola arrogancia, se empeñan en usurpar los arbitrios del Destino, tratando de dirigirle, y que con su capricho no dejan de administrar a sus víctimas violentas coces, odiosas imposiciones o aviesas cuchilladas.

Aquí, hoy, no son sólo los jueces, que en su gran mayoría se han hecho parte con el que parte y reparte, los arbitrarios; no son sólo las elites políticas y financieras, que no pudiendo sufrir a la excelencia no han parado hasta expulsarla o liquidarla, los explotadores. Aquí todo el mundo, de cabo a cabo, desde la corona a la abarca o el chapín, está murmurando de su prójimo y de sus procederes, aprovechándose de lo ajeno de una u otra manera. Los asuntos importantes se olvidan o se ignoran, mientras que los desatinos, las frivolidades y los cotilleos o bulos se valoran y extienden. No se compran verdades; lo que se demanda y adquiere son disparates y embustes como si fueran evidencias, y ventajas como si fueran maná. De modo que ya no hay honra, probidad ni virtud, y que más cuenta hoy en España un adivino del clima o una furcia mediática que Séneca, o un mentiroso que un sabio.

¿Qué se podrá decir del príncipe que debiendo ser el espejo en que se refleje su reino es el escándalo que lo descompone? ¿Qué se dirá del aristócrata, del ciudadano egregio, del plutócrata que no cumple con sus obligaciones, siendo tantas, de ése que degenera tradiciones y antepasados, que abdica de héroes que lo dejaron tan empeñado en hazañas y altas responsabilidades, mientras que él se ocupa en prerrogativas y bajezas? ¿Qué se comentará de tantos y tantos que atropellan a la justicia, debiéndola amparar, de tantos que de legisladores, ejecutivos y jueces se han transformado en salteadores de caminos? ¿Qué se dirá de los intelectuales, de los educadores, de los guerreros y policías que entre impostados gallos gustan de ser ridículas gallinas?

¿Qué ha dicho, qué dice y qué dirá toda esta tropa de vividores que, de esta suerte, vive y bebe a costa del esfuerzo de los hombres y mujeres de bien, que de todos ellos engorda y que goza de crédito ilimitado concedido por la ajena necedad? ¿Qué dirán mis émulos, se pregunta el cuerdo? Lo cierto es que los más en el mundo son sombras y nacieron para ser sombras, no luces ni grandezas. El que nació para servir, el que se deja llevar, el que no tiene voto ni juicio propio, ¿qué son todos ellos sino sombras de otros? Créanme, mis amables lectores, que los más son sombras. Sombras activas unas, que las hacen, y sombras pasivas otras, que las siguen o aceptan. Sombras que dependen de algo y que esperan algo.

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Ahora, no pocas de esas sombras permanecen acodadas en sus ventanas esperando la llegada del caballero Trump y de su escudero Vance. Porque tal vez la ventura consiste en arrimarse a buen árbol, para no ser sombra de un alcornoque. Por eso conviene esperar la arribada de algún gran hombre, para ser sombra suya y mandar en el mundo. Pero, fijaros que ni siquiera se va en busca del personaje, sino que se aguarda su advenimiento sin salir de casa, sin aportar esfuerzo alguno. Hasta ahí la pereza; o la desconfianza en las propias fuerzas. Gran y eficaz secreto es el de quien unta las manos a otros para que no se le deslicen a él los pies.

La mirada, para que se dirija por fin a la luna, en vez de permanecer fija en el dedo que la señala, debe estar exenta de prejuicios y de nesciencia. La sociedad no puede seguir indiferente, ni tampoco esperando a alguien capaz de convertir a los funcionarios de partido en césares y a los políticos zafios en cortesanos honrados. Y lo más inimaginable de todo, a alguien que, de una bercera bestial, es decir, roja, haga una virgen vestal. ¿Se ha enterado ya la sociedad de que lo que han pretendido los nuevos demiurgos, los oligarcas financieros, favoreciendo a este psicópata doctor que nos depreda, y a sus semejantes, procurando con tanto empeño entronizarle y mantenerlo en el poder, es que una vez al mando, ellos le han de mandar a él? ¿Que con él y con esbirros semejantes confían tenerlo todo controlado?

Porque si la sociedad no ha asimilado tal acontecimiento, si aún no está dispuesta a participar activa y cívicamente en las tareas públicas para dar la vuelta al calcetín, serán insuficientes todos los míticos Trump y Vance que le quieran presentar. «Me duele veros tan engañados -podría decir el sabio desde su apartado rincón-, que, como comodones y despreocupados, queráis esperar tanto imposible junto. Un consejo os daría yo, y es que, en vez de echar por el atajo, y estar a verlas llegar, como venís haciendo durante tantos años, echéis por el camino abrupto y cuesta arriba de la cultura y del saber, por donde todos los ciudadanos prudentes, que son los ojos de la patria, han caminado siempre. Porque, decidme, ¿ qué pretendéis desconfiando de vosotros mismos y creyendo, por el contrario, en quienes os consideran hormigas y os humillan?».

Autor

Jesús Aguilar Marina
Jesús Aguilar Marina
Madrid (1945) Poeta, crítico, articulista y narrador, ha obtenido con sus libros numerosos premios de poesía de alcance internacional y ha sido incluido en varias antologías. Sus colaboraciones periodísticas, poéticas y críticas se han dispersado por diversas publicaciones de España y América.
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Alvar

Es pronto para volver a renacer, el pueblo español en general no tiene ni idea de lo que ha pasado, ni es consciente de su traición a sí mismos, a sus padres, a su patria y a sus hijos.
Tal vez cuando se gasten del todo las 30 monedas, o se esfume la herencia malgastada del padre, tal vez cuando toque comer las algarrobas de los cerdos, entonces el pueblo español se quite la venda de los ojos.

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