Toda la tropa de cofrades que hozan por hermandades, logias y demás cárcavas, covachuelas o tugurios ritualistas parece que se han dedicado a endemoniar a España. España, parafraseando a Quevedo, podría decir: «Después de morir Franco, me dio su cariño la Constitución de la Transición Democrática, una mujer calva y enana, gorda y fea, melindrosa y sucia, hipócrita y turbia, y con decenas de faltas más. Si esto no significa que me ha atrapado el diablo, no sé qué es el diablo. Yo creo que me ha dado su afecto por poderes, y esta mujer en virtud de ellos me endiabló, y ahora ando como alma en pena por todos estos sótanos y sepulcros por los que me arrastran los congregantes sectarios y sus esbirros».
El caso es que los grandes señores del poder globalista, con la indispensable ayuda del Partido Frentepopulista 2030, integrado por los socialcomunistas y sus cómplices, incluido el PP, que viven del engaño y del delito, se han empeñado en acabar con nuestra patria. Y para ello es imprescindible, además de odiarla o despreciarla, renegar absolutamente de la virtud. Los años de virtudes, tanto para esta chusma como para el infierno, son épocas estériles.
Secuaces frentepopulistas sin vergüenza, lastre para la razón, la belleza y el progreso, carentes de credibilidad y de decoro. Pero que son elegidos y reelegidos por la hez humana que se camufla entre las multitudes, esos votantes y seguidores hechos a imagen de sus idolatrados candidatos; subsidiados y sectarios, vagos, codiciosos de oro, delincuentes y envidiosos del bien y de la excelencia, dispuestos a dejarse sacar un ojo si consideran que a la probidad, a la decencia y al esfuerzo cívico se les arrancará los dos.
Tiempos abyectos éstos en los que se ha perdido de vista lo que vale un ser humano, y lo que vale su libertad y su dignidad. Tiempos en que unos magos, instalados en la política y pertenecientes a su casta infame, hacen desaparecer nuestro dinero a la vista de todos, mientras nos imponen un esfuerzo tributario más para seguir fascinando a la turba y componiendo sortilegios delictivos. Así, en tanto que el español esforzado, el contribuyente cívico, se sigue apretando el cinturón, los de la rosa se van de rositas, los de la gaviota vuelan y los separatistas y terroristas hacen correr la sangre y la miseria escondidos en maleteros o parasitando y victimizándose con desvergüenza digna de soga.
Y con lo que se les cae de los bolsillos empesebran a la gentuza, montan chiringuitos que parasitan a la nación, educan en la mendicidad y en la vagancia a las multitudes, colocan cuñaos en la elefantiásica administración y endeudan al Estado, dejándole en manos del mejor postor, del enemigo más acérrimo. Difícil es convencer a la plebe de que mientras a ella le regulan la temperatura de sus calefacciones, le reducen las prestaciones sociales y le enmierdan los alimentos que consumen, sus tiranos se dan la gran juerga, se ponen hasta arriba de coca y de sexo en infectos sodomas y gomorras, viajan en Falcon hasta para trayectos que podrían hacerse en metro, y utilizan los impuestos con los que les explotan para proteger y confortar en hoteles de cinco estrellas a los asaltafronteras, como, por ejemplo, va a ocurrir de inmediato en Alcorcón, si la Providencia no lo remedia, abandonando otra población española más a la inseguridad generada por bandidos y violadores traídos de fuera. Difícil, como digo, es convencer a la gentualla de todo esto, pues los siguen eligiendo y reeligiendo.
Sólo determinando que estos electores tienen como germen de su naturaleza el mal, y como lema social «cuanto peor, mejor», puede resultar comprensible su voto. Sólo así se entiende que, a pesar de que cuando sus elegidos abren la boca lo mejor que se puede esperar de ellos es un bostezo; a pesar de no haber dicho verdad en toda su vida, y aborreciéndola; a pesar de todo esto, como digo, puedan decir de ellos que son gente sincera, válida y fiable. Y que el rumbo de España es firme y seguro con ellos al timón. La realidad, por amarga que ésta sea, es que detrás de esta tropa de mohatreros va gran chusma de viciosos, rufianes, maleantes, okupas, degenerados y vagos, toda una patulea de bellacos y renegados, de sandios y de hipócritas, gritando: «¡España va bien!».
No obstante, para la escasa gente normal que va quedando, para la minoría crítica, está claro que España se halla a punto de despeñarse hacia el abismo. Está claro que la partidocracia en general y cada partido de la casta en particular, todos ellos apiñados en el Partido Frentepopulista 2030, sustentador del Sistema, hace ya mucho tiempo que se entregaron de hoz y coz al delito y a la destrucción de la patria. Y que lo que mueve a Monipodio y a su gremio se reduce a sacar el mayor partido del partido, engordando la bolsa particular y destrozando al Estado; y, tras rapiñarlo, dejarlo a su suerte, a expensas de las apetencias y caprichos de sus enemigos y odiadores históricos.
La cuestión es que esta masa minoritaria crítica tiene que ponerse ya en camino para conformar el forzoso y urgente proyecto revolucionario, porque España no puede ser un bodegón de piojos, ni depender de estómagos aventureros, gaznates de rapiña, tarascas de lupanares y sarnas de parlamentos. Los españoles de bien han de lograr que estas moscas dejen de estar en sus platos; que llegue el día en que los sacabocados de la patria estén hartos de su propia muerte, políticamente hablando. El día en que, ya muertos y bien muertos, los españoles contemplen a los gusanos que quieran alimentarse con ellos de verdades cómo se mueren de hambre, y serán los muertos mentirosos los que se coman a los gusanos y les hurten hasta los huesos que no tienen. El día en que España vuelva a ser libre y a vivir en paz y progreso.
Autor
- Madrid (1945) Poeta, crítico, articulista y narrador, ha obtenido con sus libros numerosos premios de poesía de alcance internacional y ha sido incluido en varias antologías. Sus colaboraciones periodísticas, poéticas y críticas se han dispersado por diversas publicaciones de España y América.
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