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n marzo de 2020 surgió sin esperarlo, quiero decir, sin esperarlo, por la inmensa mayoría de la gente, un nuevo síndrome, una enfermedad singular que por la clínica y por los síntomas dejaba claro que no había sido antes vista.  Produjo una rápida mortandad y en poco tiempo, un pico de fallecimientos que alarmó a todos, máxime cuando los medios de comunicación  comenzaron en tromba a dedicar casi el cien por cien de su programación a hablar de ella. Se bautizó como Covid 19 y se atribuyó su causa a un virus antes desconocido que vino a llamarse Sars cov 2. Que según parece, se escapó de su jaulita por arte de biri-birloque. 

Hasta ahí todo el mundo está al día de estos acontecimientos, y el que no se haya enterado o es un indio de la amazonia profunda que no ve la tele o es un esquimal que además ha hecho promesa de ermitaño. 

Pero he aquí que a consecuencia de este advenimiento, ha surgido, especialmente en el mundo occidental una nueva “religión” y con ella un ejército innumerable de fervientes feligreses. Se trata de los covidianos.

El covidiano es verdaderamente un hombre de fe. Cree en un virus que no ha sido aislado ni purificado, y cree, por la fe. No llega a una conclusión, parte de una convicción. 

No cree, ni cabe pensarlo, que ese síndrome pueda ser causado por cualquier otra causa, o por la suma de varias, eso sería herejía.

Por supuesto prohibir las autopsias y la investigación es cosa loable, no vaya a ser que alguien ponga en peligro el dogma.

El covidiano, cree todo lo que le dicen sus líderes religiosos, aunque haya quedado demostrado que mienten, no por nada, sino, por las continuas contradicciones en las que incurren,  una cosa y la contraria varias veces en cortísimos espacios de tiempo, pero no importa, la fe es y debe ser ciega. 

El covidiano confía en la prueba PCR, aunque el prospecto diga que no es específica, que no sirve para diagnostico, aunque su inventor lo haya dicho y están sus declaraciones y aunque algunos tribunales de otros países asistidos de informes periciales serios lo hayan demostrado. No importa, el dogma no se discute, se cree y punto. Y la PCR que erre, es el argumento para paralizar un país y el hundimiento de la economía y la parálisis de la sanidad. 

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El covidiano es cívico, lleva mascarilla y se la pone a sus niños, incluso a los más chiquitines aun sabiendo que para ellos no es obligatoria y que les perjudica enormemente. No obstante, es estricto y es cumplidor. 

El covidiano, se convierte en el guarda de la prisión, y en el chivato del campo de concentración cuando llama al 112 para decir que ha visto un movimiento raro en casa de sus vecinos, que le ha parecido ver, que ha dejado entrar a una pareja de amigos que no son del edificio. 

El covidiano es obediente, conduce con mascarilla aunque vaya solo en el coche, y llama la atención en misa o en el super al prójimo, si se la baja por debajo de la nariz porque el prójimo, está agobiado y necesita respirar. 

El covidiano, no le dirige la palabra a los negacionistas, a sus familiares, a sus compañeros de trabajo, incluso de médico covidano a médico negacionista.  

El covidiano es creyente por encima de todo, cree y no hay más que hablar. Si el prospecto de la vacuna dice que es de prueba o experimental, no importa, el cree, si las empresas farmacéuticas no se responsabilizan de los efectos secundarios, ni el gobierno ni nadie, no importa, el tiene fe ciega en sus líderes religiosos.

Si le dicen que no protege de contagio, le da igual, si le dicen que no exime de contagiar después de suministrada, es igual, la espera, la desea, la anhela. Y por supuesto, obligatoria para todos. Lo importante es el “interés colectivo” la dignidad individual es algo secundario.

El covidiano cree que la gripe estacional después de más de mil años de existencia ha desaparecido totalmente, debido a las precauciones y a la responsabilidad de la gente en sus relaciones sociales. Y en cambio cree que los contagios por Covid 19 han aumentado por la causa contraria, es decir por la falta de responsabilidad de la gente y sus relaciones sociales. Jamás pensará en esta evidente contradicción, ni llegará a la conclusión de  que lo cierto es que se están recalificando las gripes hacia el Covid 19, para aumentar las cifras, pensar eso sería herejía.  

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Si las cifras anuales de fallecimientos por todas las causas son idénticas o similares a la media de todos los años anteriores, se queda perplejo, pero no lo quiere ver, ni quiere enterarse, se tapa los oídos, sería como traicionar su nueva fe. Lo niega, lo justifica, lo ignora, lo tergiversa, y repite una y otra vez la oración, el rezo diario que ha aprendido en la televisión, hay pandemia, hay pandemia, hay pandemia y no hay más que hablar, lo dice la televisión, las imágenes, los colapsos de los hospitales, no cabe dudar, ni pensar ni analizar. ¡Hay pandemia! 

Entre los covidianos hay gente de todas las clases sociales, pobres y ricos, jóvenes y ancianos, gente sin estudios y universitarios, de letras y de ciencias. 

El covidiano ha quedado noqueado, sometido por la muerte a la esclavitud, o mejor dicho y como diría San Pablo, por el miedo a la muerte, algo, que por otra parte, es consustancial con nuestra existencia. Pero ahora se ha bloqueado, su razón ha quedado colapsada. 

Los covidianos son creyentes impecables, hay muchos entre mis afectos, entre mis familiares y amigos, son gente seria y educada, y son inteligentes sin lugar a dudas, pero por caridad cristiana y por disculparlos, yo diría que son, inteligentes asintomáticos.

Autor

REDACCIÓN