19/05/2024 18:39
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Sócrates nos dio las claves para resistir a una democracia decadente: cumplir escrupulosamente las leyes de la ciudad.

Hay muchos que se disgustarán con esto, pues ¿por qué cumplir una ley que me parecen moralmente repulsiva? ¿Por qué tengo que obedecer a políticos que yo no he elegido o que me han mentido? Bien, la cosa es bien sencilla.

Los partidarios de la agenda 2030 no están escatimando en nuevas legislaciones; corpus legislativos que imponen una ideología clara y dan al derecho un fuerte contenido moral, en contra de la asepsia axiológica relativa que se debería intenta alcanzar en un estado de derecho, garantizando derechos fundamentales como: la libertad ideológica, de culto y expresión, y que ha sido la tendencia de las fenecidas democracias liberales.

Para dotar al ordenamiento de legitimidad moral son necesarias dos fases de desarrollo; en el primer periodo una ideología se impone culturalmente por la fuerza deslegitimadora de otra, pues todo ser –con Hegel– se define por su contrario. Podemos llamar a esta la fase de la definición, donde sucesivos movimientos cargan con fuerte violencia dialéctica hacia su contrario, contrario que además no es real pero es creado por necesidad de definición la nueva moralidad.

En nuestro caso la primera fase se ha desarrollado paulatinamente, partiendo de una hipe-caracterización negativa de todo lo cristiano –aprovechando elementos del ateísmo ilustrado–, en un proceso de identificación con elementos del fascismo concebido a su vez, no como lo que fue, si no como una representación conceptual de totalitarismo.

Las corrientes globalistas crearon un protofascismo cristiano, o dicho en otras palabras una imagen propagandística idealizada en negativo para definirse por su contrariedad, con una imagen, en contraposición a todo lo moral mezquino –que representa protofascismo cristiano–  de manera que hoy parece que las corrientes globalistas son defensoras de los postulados más elementales de la moral, y las patriotas buscan deteriorar tales morales, tienen una moral limitada o limitante.

La segunda fase es la de transmutación y es la que estamos viviendo: una vez que la primera fase ha conseguido definir de un modo más o menos claro la nueva moral, el legislados la plasma en el ordenamiento jurídico: leyes de género, aborto, memoria histórica etc. Y no lo hace de inmediato, si no también, en fases sucesivas, de modo de la sociedad se pueda acomodar poco a poco a ellas rebajando así al mínimo las posibilidades de subversión social, y la adhesión a la nueva moral de las gentes amorales –en algunos caos inmorales– que carecen de convicciones personales fuertes, hipótesis confirmada por la historia del Partido Popular.

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Dicho esto volvamos a nuestra pregunta fundamental ¿por qué cumplir unas leyes que me parecen moralmente repulsiva o que considero que me humillan?

En primer lugar, a falta de prueba, tenemos que aceptar con humildad, que el gobierno social-comunista ha sido elegido según las leyes, y que aprueba las leyes según los procedimientos constitucionales, y que estás reflejan una moral existente, corriente, y difundida; con independencia de lo que su contenido nos suponga; y que los disconformes no han sabido articular una oposición capaz de revertir el proceso.

Ahora bien, la legalidad, no implica ni legitimidad moral, ni buena voluntad, y esto ya pasa de la demostración a la dialéctica.

Bajo mi punto de vista uno de los objetivos formales que se pretende en que la disidencia caiga en la vieja trampa del tirano: imponer una ley brutal y humillante para que el opositor se vea tentado con fuerza a incumplirla; piénsese en la difícil que resultará cumplir la ley de memoria histórica si finalmente tipifica la apología al franquismo.

Si el opositor cayera en el incumplimiento de esta ley, caería en la emboscada, ya no solo estaría deslegitimado moralmente, sino que lo estaría legalmente y eso supondría su destrucción total, su desaparición y con ello toda posibilidad de reivindicación: clausura de medios de comunicación, multa o privación de libertad a los escritores, historiadores, editores etc. 

Por eso creo que la mejor manera de resistir,  no es lanzarse al martirio legal, si no encontrar los espacios legales propios donde uno pueda seguir expresando sus convicciones y oponiéndose a lo que le disgusta, y para eso, volvamos al título del dialogo platónico referente a Sócrates: Apología de Sócrates, palabra cuyo significado es hacer una defensa contra una acusación falsa, quizá porque en la esencia del totalitario está levantar falsas acusaciones, y a esto debemos dirigir nuestros esfuerzos: a la defensa de la verdad dentro de la legalidad a cualquier precio, pues creo, que los más rectos y justos han demostrado que ese es el modo de proceder: crucificados, condenados a muerte por tribunales populares, pasto de los leones, pero siempre en cumplimiento del deber, ellos jamás cayeron en la trampa de los tiranos, lejos de huir murieron sometiéndose a la legalidad de su tiempo.

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Si no se puede contradecir la historia oficial, hagamos historia dentro la oficialidad, y si hay que dejar de historiar el franquismo –que ya está de sobra historiado– habrá que historiar el frente popular, al que muy poco han dedicado sus detractores –con excepciones claras–. Su ley nos da  una oportunidad de oro para definir por su contrario, como han hecho los autores frente-populistas durante cuarenta años, y vaya si le ha funcionado. Nada de lamentos, ni de frivolidades, a cumplir la ley, a definir lo que fue y es la herencia republicana.

La respuesta debe ser la de una prudencia reflexiva y paciente, que nos permita subsistir y defender la resistencia, y no una irreflexiva, fugaz y estéril temeridad, que solo nos condenará a la desaparición total.

Sócrates ingirió la cicuta aceptando su condena, y para despedirse de la vida pronunció su última genialidad «Critón le debemos un gallo a Esculapio, no te olvides de pagar la deuda», y su legado fue tal, que si hablamos de los pensadores anteriores a él, la hacemos como los presocráticos. Su legado fue tan universal como el de sus universales, mientras que sus jueces fueron tan pasajeros como sus falsas acusaciones, y su mezquinas leyes.

El más íntimo anhelo de hombre de buena voluntad es la verdad, nada es capaz de vencer la fuerza de ese impulso.