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No pude estar allí, las circunstancias me lo impidieron como a otros hermanos legionarios de la «Peni» que, sin duda, habrían disfrutado de los actos conmemorativos del CII Aniversario Fundacional de la Legión en la preciosa, acogedora y españolísima Ceuta.
Sin embargo, espiritualmente estuve, logré trasladarme a la ciudad autónoma ceutí, perla del Mediterráneo y cuna de la Legión, para compartir con compañeros de armas la culminación de un gran proyecto, unificador y continuador de lo que representa el compañerismo y la camaradería entre los veteranos del entorno legionario. Para ello, la estela e institucionalización de un Credo de hace más de un siglo, ese legado místico y luz de guía gestado por el entonces teniente coronel Millán-Astray para el camino militar o civil de todo aquel que se atrevió a dar un paso al frente, enfundarse el verde sarga y portar el chapiri del valor.
Y el dictado de todos y cada uno de esos doce espíritus legionarios se encarnó en la entrega de más de treinta banderines que, humildes, recogían pasado, dignidad, honor y el orgullo de los que, tras pocos o muchos años, retornaban a su «casa», a ese hogar que es cualquier Tercio en el que dejamos años de trabajo y esfuerzo para, concluido el período de instrucción, hacernos merecedores del chapiri. Hay que vivirlo, hay que sentirlo, hay que entenderlo, para darse cuenta de inenarrables intrahistorias y el «precio» a pagar por los gorrillos legionarios ganados a pulso con la sangre que impulsa nuestros acelerados corazones.
Insisto, no pude estar físicamente, pero cuando, en la distancia, sigues minuto a minuto lo allí acontecido u otros antiguos legionarios pasionalmente te trasladan lo que tienen ante sus ojos con fotos, audios o mensajes, es inevitable estar, vivir y sentir casi como ellos. El vello de tu piel es testigo de lo que sólo se puede experimentar entre los muros de cualquier Tercio. La inmediatez, la presteza o la rapidez –lo que ahora proporcionan las nuevas tecnologías– siempre han estado presentes en la resolución de las órdenes de cualquier mando en la Legión. A nadie, pues, le ha de sorprender que, de manera instantánea, mis hermanos se encargaran de virtualmente trasladar profundas dosis de sentimiento a través de la cámara, teclado o micrófono de sus móviles.
Y si, además, el corazón entra en juego; los sentimientos, numerosos e incontrolados, renacen al nivel de aquel día de nervios de hace veinte, treinta, cuarenta años, ¡qué más da!, cuando el azar te llevaba a firmar un compromiso con la Legión en sus Banderines de Enganche o, de manera voluntaria, al inicio del servicio militar obligatorio en las plazas españolas del Norte de África, que no eran moco de pavo, como diría aquel.
Para muchos de los protagonistas, aquella olvidada tensión resucitó hace escasos días con motivo de los fastos legionarios y el acto de la entrega a la Sala de España en el Museo de Ceuta de tres decenas de banderines representativos de hermandades y asociaciones de Plataforma Patriótica Millán-Astray. De manera inesperada, aquella etapa de inquietud e incertidumbre volvió a cada uno de los allí presentes. Era similar a la de antaño, al momento de, recién alcanzada la mayoría de edad, abandonar el hogar, tu familia, tu gente, el trabajo o los estudios para servir a España en la Legión. ¡Qué mejor destino! ¡Qué mejor aventura!
Y esos nervios pueden parecer extraños en tipos curtidos en el Tercio, bregados en la vida, zarandeados por el Destino o acostumbrados a diversas batallas como corresponde a cada una de nuestras luchas diarias. Suena raro, sí, cuando se ha asistido a multitud de actos y encuentros pretéritos en los que los sentimientos tambien renacieron. Es ahí y entonces cuando se alimentan los corazones y se acelera el pasado legionario, cuando no hay distancia ni entereza que valgan con tipos como Gabi, Emilio, Juanjo, David, Andrés, Carlos, Juanlo o Manuel que, de Legión, saben un rato. Y son sólo nombres aleatorios como lo son sus puntos de origen: Madrid, Paterna, Almería, Jaén, Talavera la Real o de la Reina que, geográficamente distantes, tienen como nexo el amor a España, su Legión y una travesía compartida en ferry desde Algeciras en la que, minuto a minuto, se vuelve a respirar mar, puerto, Ceuta, Tercio e Historia de la Legión según se arriba al anhelado destino.
Aunque la presión no era la de aquel primer trayecto en dirección a García Aldave, la de aquellas expectativas e ilusiones de juventud, el momento era excepcional, como lo fue el recibimiento de unos anfitriones entregados a ese contingente de antiguos legionarios cuyos ojos vidriosos no daban crédito a las continuas y exageradas muestras afectivas de unos y otros, desde el Excmo. Gral. D. Marcos Llago Navarro hasta el coronel jefe del II Tercio Duque de Alba D. Zacarías Hernández Calvo y los rutilantes «inquilinos» del museo, el suboficial mayor D. Fco. Javier Hidalgo y un revolucionado cabo D. Enrique Barranquero al que, en perfecta armonía y coordinación con la Asociación Nacional de Veteranos de la Banda de Guerra que preside D. David Sánchez Fierro, no le faltaba la energía necesaria para ejecutar la misión y, sobre todo, hacer cumplir sueños ajenos referidos al eterno deseo de volver a pisar una antigua compañía, el patio de armas, la cantina, el Tercio, en fin; esa Ceuta entregada y su magnífica gente que, entre sus murallas, ya había dado la bienvenida a los primeros legionarios hace 102 años con el Monte Hacho como testigo de resistencia y fortaleza.
Aquello fue el inicio, el punto de partida, que, de manera paralela, se ha trasladado a un presente a través del documental «La Legión, el origen», un proyecto de RTVCE presentado en el Auditorio del Revellín en el que se respira y transmite la pasión sarga de todos aquellos que han formado parte de las filas legionarias.
Y esa simbiosis de origen y presente es el deseo de los veteranos caballeros legionarios, el hecho de seguir formando Bandera, recordar sus historias, agruparse en el asociacionismo con el hermanamiento de todos los que sirvieron en la Legión antes de ganarse de pleno derecho el honorable título de caballero legionario en una vida actual que, por el retrovisor, rememora las fuertes emociones de aquel lejano pero cercano «hogar» capaz de forjar el carácter y otorgar la exclusiva impronta del que no vaciló a la hora de firmar el sempiterno compromiso legionario.
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