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El Asedio del Alcázar de Toledo fue una batalla altamente simbólica desarrollada en los comienzos de la Guerra Civil Española, comenzando el 21 de julio y terminando con la liberación de la fortaleza el 27 de septiembre de 1936, tras 69 días de implacable asedio. En ella se enfrentaron los milicianos asaltantes del Frente Popular y los militares y civiles toledanos, entre los que se encuadraba un grupo de falangistas, que secundaban el Alzamiento Nacional contra el gobierno frentepopulista de la II República.
Éstos últimos se refugiaron en el Alcázar de Toledo, que entonces bajo el mando del coronel José Moscardó Ituarte era Academia de Infantería, Caballería e Intendencia, acompañados de sus familias. Las fuerzas republicanas empezaron el asedio a la fortaleza el 21 de julio de 1936, con fuerzas y medios abrumadoramente superiores a la de los defensores, y no lo levantarían hasta el 27 de septiembre, con la llegada del Ejército de África al mando del general José Enrique Varela, haciendo el general Franco su entrada en la ciudad al día siguiente.
Las fuerzas republicanas asentadas en Toledo consistían aproximadamente en 8.000 milicianos de la CNT–FAI y la UGT, además de Guardias de Asalto. Tenían como apoyo piezas de artillería, vehículos blindados y 2 ó 3 tanquetas. A ellos se sumarían enseguida nuevos contingentes llegados de Madrid y las Fuerzas Aéreas de la República que realizaron tareas de reconocimiento y, con apoyo de la artillería, bombardearon el Alcázar en 35 ocasiones.
A su vez, Los defensores del Alcázar eran 800 hombres de la Guardia Civil,[ 8 cadetes de la Academia de Infantería, 1 de la de Artillería y 110 civiles. Las armas de las que disponían eran según el relato de Moscardó, el armamento de la Guardia Civil, Academia, Escuela de Gimnasia y Guardias de Asalto y Seguridad; 800.000 cartuchos de fusil y ametralladora1.200 fusiles Mauser y mosquetones; 50 granadas rompedoras de 7 cm; un mortero con 50 granadas; 13 ametralladoras y 13 fusiles ametralladores Hotckiss de 7 mm para uso de los alumnos en prácicas; 2 piezas de montaña de 7 cm; 1 explosivo eléctrico; y 1 caja de granadas de mano; más la munición ligera llevada por la Guardia Civil.
Además unos 670 civiles, entre ellos 500 mujeres y 50 niños[], vivieron en el Alcázar durante el asedio. Muchos de éstos eran familiares de los miembros de la Guardia Civil, mientras que otros se habían refugiado allí desde diversas partes de la ciudad para salvar sus vidas de los milicianos anarquistas y socialistas. Los civiles que se encontraban dentro del Alcázar estuvieron a salvo de los ataques de las tropas rojas, y las cinco muertes de civiles fueron por causas naturales. Igualmente hay que contar los dos nacimientos que tuvieron lugar durante el asedio. Todo esto sin hacer mención al alevoso asesinato de José Morcadó, hijo del coronel, que, con su determinación y sacrificio pasó a la ejemplar lista de héroes de España comparándose con Guzmán el Bueno.
Dentro de los 69 días de asedio, se puede considerar que el fallido asalto final fue iniciado en la mañana del 18 de septiembre, hace ahora 75 años, cuando las dos minas que los republicanos habían estado cavando desde el 16 de agosto para demoler la parte sudoeste del Alcázar fueron detonadas por orden de Francisco Largo Caballero. Después de la explosión, se sucederían toda una serie de ataques republicanos contra el Alcázar con la ayuda de carros blindados y tanques. El 22 de septiembre las tropas nacionales llegaban a 6 kilómetros al sur de Toledo, lo cual motivó que las milicias republicanas se esforzaran en tomar el Alcázar lo antes posible. El día 24 las tropas del general Varela estaban ya en los suburbios de Toledo y las milicias de la República debieron enfrentarse a la vez a estos refuerzos del bando nacional y a los rebeldes del Alcázar, lo cual hizo insostenible las posiciones republicanas y la mayoría de los milicianos prefirió retirarse hacia Aranjuez temiendo ser atrapados en un nuevo cerco, facilitando que las tropas de Varela dominaran por completo la ciudad de Toledo y enlazaran con los sitiados del Alcázar el 27 de setiembre, terminando así el asedio.
Sin embargo y sin restar ningún mérito a los “heroicos militares e intrépidos paisanos” que defendieron la fortaleza toledana, sería bueno comprender que hoy la entera nación española es un vasto Alcázar donde estamos sitiados por diversos enemigos, que nos atacan de forma más sibilina pero quizá más peligrosa (aunque a veces no faltan tampoco los tiros ni las bombas) con decretos, censura y leyes obscenas sobre la memoria a los españoles que aún creemos en la unidad y libertad de nuestra Patria y en los fundamentos católicos y la tradición que desde siempre han constituido su esencia y razón de ser.
Estos ataques los sufrimos del interior y del exterior, por causas políticas, económicas, sociológicas, culturales, religiosas… Del exterior sufrimos los ataques de la ONU o de aliados nuestros en la OTAN, que a pesar de todas las resoluciones al respecto, permiten que Gibraltar siga siendo una colonia inglesa; así como los ataques de países del Magreb o subsaharianos, sea contra nuestras ciudades de Ceuta y Melilla, nuestros bancos de pesca o la piratería que sufren nuestros pescadores en el Índico. Muchas veces de las logias masónicas del exterior provienen también las directrices que siguen los gobernantes en la etapa de desintegración y descristianización de España que sufrimos desde los años de 1970.
En el interior son también numerosos y fuertes los enemigos. Los nacionalismos periféricos que con sus políticas lingüísticas o sus reivindicaciones independentistas o económicas están resquebrajando la unidad política, cultural y social de España. Y lo están logrando por una injusta ley electoral que prima los votos de determinados partidos, de forma que obtienen una representación en las Cortes Generales muy superior a la que cuantitativamente les corresponde y obligan a los gobiernos nacionales de turno a arrodillarse y pactar con ellos, siempre en beneficio de las regiones que éstos representan y no en orden al bien común de la nación. Tampoco hay que olvidar las leyes nacionales que permiten el aborto, dan tratos de privilegio a los terroristas, violan los derechos de los padres a la educación de sus hijos, corrompen el concepto tradicional de familia, persiguen a los católicos ya sea cerrando sus templos, ya prohibiendo sus manifestaciones públicas de culto, ya sirviéndose de los medios de comunicación para la difusión sus propagandas o la propalación de contenidos e ideas perversos…
En 1905, Rubén Darío ya preguntaba en su Salutación del optimista “¿Quién será el pusilánime que al vigor español niegue músculos y que el alma española juzgase áptera y ciega y tullida?”. 85 años después de la gesta del Alcázar de Toledo, comandada por el luego laureado coronel Moscardó, es un buen momento para reflexionar sobre ello y, siguiendo el ejemplo y el espíritu con que nuestros mayores supieron alzarse para rescatar una España en proceso de desintegración como la actual, y más propiamente, por ser las bodas de diamante de tan brillante efemérides, en el ejemplo de los defensores del Alcázar, que supieron dar cumplida respuesta a la pregunta retórica del poeta y diplomático nicaragüense. Demos ahora nosotros también nuestra respuesta a nuestro actual asedio, desde la actitud que marca la letra del Himno al asedio del Alcázar de Toledo:
Cantemos del Alcázar las glorias de la raza.
Cantemos con orgullo sus rasgos de valor,
a fin de que resurja grandiosa nuestra España
con plétora de vida y esplendida de honor.
Luchemos con denuedo
y llenos de vigor,
rompamos el asedio
con ímpetu y ardor.
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