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LA situación política continúa deteriorándose sin que existan soluciones que puedan detener esta vorágine que nos lleva al caos. Nadie puede ignorar el aumento creciente del paro, aproximándonos a los dos millones y medio de trabajadores que ven mermados considerablemente sus ingresos con un subsidio de desempleo que, en algunos casos, no permite cubrir las más precarias necesidades familiares y con centenares de miles de trabajadores que han perdido ya hasta ese mínimo beneficio por haber concluido el período máximo de la prestación. Nadie puede ignorar tampoco el ingente número de empresas que siguen el inexorable camino de la suspensión de pagos, la quiebra voluntaria y, en definitiva, el cierre.

 

En otro orden de la vida nacional es también difícil poder olvidar ese terrorismo que sigue cobrándose víctimas y produciendo daños incalculables.

 

Y en el ámbito de las relaciones económicas internacionales, el constante descenso de la peseta que ha rebasado ya el cambio de las 110 por dólar y que lleva aparejada la subida de la gasolina, sin que ahora pueda acudirse a la manida explicación de la subida internacional del petróleo. Sí, subida de la gasolina y, consecuentemente, el alza de precios en el transporte, los productos de consumo y los salarios en una bola sin fin. El monstruo de la inflación sigue aumentando mientras que el pueblo español pierde toda credibilidad en el sistema, en los partidos del consenso y en los hombres que durante seis largos años, desde el Gobierno o desde la oposición concertada, desde los grupos de presión -ya sean sindicales o empresariales­ han pactado y consensuado todo, incluso los valores patrios.

 

DIFÍCILMENTE puede detenerse hoy el loco carrusel de esas autonomías que se manifiestan ya en términos radicalmente independentistas, mientras que UCD sigue, desde el Gobierno, hablando un lenguaje exotérico para aplicar sus criterios rígidos no contra los independentistas, sino contra los inermes hombres del 23 de febrero gastando salvas en criticar una sentencia que considera «suave» olvidando cuales son, de verdad, los auténticos problemas de España.

 

Son numerosos los rumores políticos nacidos en cenáculos y trascendidos a la opinión pública que señalan la verdadera razón por la que no se han disuelto las Cortes y se han convocado con urgencia nuevas elecciones. Y no me refiero solamente a las implicaciones económicas que esa disolución podría tener para los parlamentarios. Son razones mucho más importantes las que existen en el trasfondo de ese mantenimiento a ultranza de un parlamento en el que no es ya posible acción alguna si no va precedida por el consenso y el pacto: la clase política sabe que este pueblo español, defraudado y engañado, ha optado hace tiempo por la abstención. ¿Para qué dar el voto a quienes después llevan a cabo el pacto ausentándose, si es preciso, hasta en un cincuenta por ciento, para que el resultado sea el deseado por los intereses del partido?, como ha sido recientemente el caso de la votación para Defensor del Pueblo, previamente negociado, pactado y consensuado.

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SI es responsable del caos el partido en el Gobierno, no lo es menos la oposición parlamentaria que con su silencio y su consenso, colabora a la estrepitosa catástrofe.

 

Y en medio de este panorama, España es hoy la nación que mayor número de ministros tiene (centrales y autonómicos) y también mayor número de parlamentarios (centrales y autonómicos) y mayor burocracia (central y autonómica) y también mayor miedo. Sí, porque el miedo que hoy existe se manifiesta claramente en el silencio que cierra la boca a muchos españoles a confesar que son católicos, a gritar Viva España; sí, miedo a decir públicamente que esto va mal, que cada vez va peor. Y es un miedo insuperable al insulto, a la calificación de «golpista», al calificativo de «facha» a aquel que se atreve a señalar públicamente al perjuro. No podemos cerrar los ojos a la evidencia de ese miedo que a tantos coarta de poder defender públicamente el honor de ilustres militares de nuestros Ejércitos, temiendo las represalias de que cualquier periódico paniaguado por el fondo de reptiles vierta la acusación y ponga a quien de tal modo obre como golpista.

 

Pero lo cierto es que la realidad de España está por encima del miedo y de la desinformación dictatorial que no admite más opiniones que sus dogmas de fe a los que intentan revestir con la inmunidad de la autocalificación «democrática», mancillando con ello el sagrado nombre de la democracia verdadera. La realidad de España está en esos millones de hogares de honrados trabajadores que se encuentran en el desamparo del paro obrero; la realidad de España está en la impotencia de esos millares de empresarios que intentan salvar la economía de las familias que de ellos dependen y también la economía nacional en la parte que de ellos puede depender; la realidad está en esos millones de jubilados con pensiones mensuales que no les llegan ni para malcomer, la realidad está también, en contrapartida en ese injustificado gasto público y en esos sueldos millonarios que ofenden la realidad de un campesinado en la miseria, una masa trabajadora en el desempleo y unos jubilados que sólo son un recuerdo en las campañas electorales cuando su voto se cotiza.

 

ESPAÑA necesita descanso y los españoles ilusión para construir el futuro. España necesita una democracia real y no falseada, una democracia que llevada a la práctica ha de producir logros beneficiosos para todos, desterrando las corruptelas, las prebendas, y la constante intromisión del Poder Ejecutivo en el Judicial, de lo que es un buen ejemplo la reciente manifestación del presidente Calvo Sotelo enjuiciando las sentencias del 23 de febrero.

 

Ya no son válidos los programas que fueron expuestos en las elecciones de 1977, ni los que se repitieron en los siguientes procesos electorales. Ni se han cumplido, ni se han detallado, pero por encima de todo, están absolutamente desfasados porque hoy en España existen problemas infinitamente más graves que los que esos programas pretendían resolver en el momento en que se inició la transición política.

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El programa de las próximas elecciones -previsiblemente para noviembre de 1982- deberá llevar autenticidad sin demagogias, explicación de la realidad de España sin trapicheos y sin paños calientes. España entera debe conocer lo que le ofrecen, lo que puede ser realizado y lo que no admite demoras. Grupos, partidos y colectividades no marxistas han de plantearse, desde ahora mismo, la necesidad de presentar un frente unido frente a las opciones caducas e inoperantes. Es necesario, más que nunca, la UNIDAD para ofrecer un programa coherente, realista, sin promesas huecas. UNIDAD para anteponer los intereses de España a los intereses particulares. UNIDAD de los millones de españoles no marxistas que han optado por la abstención porque nada de lo que se les ha ofrecido hasta ahora, les convoca a una tarea de ilusión, de esperanza y de futuro.

 

LOS españoles comenzamos a sentirnos fatigados de tantas promesas utópicas y esperamos la gran fuerza de la unidad que nos permita dejar en la urna una papeleta sin las dudas previas entre grupos entrañablemente unidos por la aspiración común de las masas y dolorosamente fraccionados en las papeletas electorales.

 

La situación de España no admite demoras, ni miedos, ni cobardías, ni cerrar los ojos a la realidad de que habrán de ser otros los que nos resuelvan los problemas. España es una tarea de cada uno de nosotros. De nuestro esfuerzo, de nuestra participación, de nuestro entusiasmo y de nuestra sinceridad en la UNIÓN dependerá el futuro.

 

 

Ángel LÓPEZ-MONTERO JUÁREZ

Abogado  Defensor del Teniente Coronel Tejero

en los Juicios de Campamento y el Supremo

 

(Heraldo Español Nº 101, 23 al 29 de junio de 1982)

 

Autor

Julio Merino
Julio Merino
Periodista y Miembro de la REAL academia de Córdoba.

Nació en la localidad cordobesa de Nueva Carteya en 1940.

Fue redactor del diario Arriba, redactor-jefe del Diario SP, subdirector del diario Pueblo y director de la agencia de noticias Pyresa.

En 1978 adquirió una parte de las acciones del diario El Imparcial y pasó a ejercer como su director.

En julio de 1979 abandonó la redacción de El Imparcial junto a Fernando Latorre de Félez.

Unos meses después, en diciembre, fue nombrado director del Diario de Barcelona.

Fue fundador del semanario El Heraldo Español, cuyo primer número salió a la calle el 1 de abril de 1980 y del cual fue director.