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José María de Olalde de Satrústegui nació en Barcelona en 1870. Su padre era Eliseo de Olalde Rodríguez y su madre Bernarda Florentina de Satrústegui Bris. Un tío paterno -Joaquín Marcos de Satrústegui Briz -fue el primer barón de Satrústegui -. Otro tío materno, Patricio de Satrústegui Bris -II barón de Satrústegui desde 1885- cofundó con el marqués de Comillas -Antonio López y López- y Joaquín Eizaguirre Bailly la naviera A. López y Cía., año 1857, que luego pasó a llamarse Trasatlántica. Todo ellos se conocían de su estancia en Santiago de Cuba, donde se enriquecieron.

 

Al frente de esa compañía pudieron a Eliseo de Olalde Rodríguez, al estar casado con una hermana de los Satrústegui, Bernarda Florentina. Primero se hizo cargo de la empresa en Alicante y, a partir de 1868, en Barcelona. Aquí fue sustituido por Patricio Olalde Rodríguez, casado con Inés de Satrústegui Bris, pasando Eliseo a ser el secretario particular del primer marqués de Comillas.

 

Se crea una nueva compañía con el mismo nombre, pero con otra personalidad jurídica cuya gerencia ocupará José Andrés Fernández Gayón, cuñado de Patricio Satrústegui ya que estaba casado con Marta Barrie Labrós. En 1881 una hija del matrimonio Gayón-Barrie, Josefa, se casaría con Claudio López Bru, segundo marqués de Comillas. El círculo se cierra en 1892, cuando Antonio Satrústegui, hijo de Patricio, se casa con Isabel López Díaz de Quiroga, prima del segundo marqués de Comillas.

 

Por esta época, el marqués de Comillas y sus socios se hacen con el control de la Compañía General de Tabacos de Filipinas, cuyo primer gerente será Clemente Miralles de Imperial, casado con la viuda de José Gayón, Marta Barrie Labrós y, por tanto cuñado de Patricio Satrústegui; era pues, el padrastro de Josefa Gayón Barrie, que acabaría convirtiéndose en la segunda marquesa de Comillas.

 

Del matrimonio Olalde-Satrústegui nacieron: Federico, José María, Enrique, María y Fernando. Tanto Enrique como Fernando cursaron ingeniería industrial. José María estudió derecho. Ya como magistrado pasó una temporada en los juzgados de Barcelona y Granollers. En 1924 fue nombrado magistrado de la Audiencia de Pamplona. En 1931 es presidente de esa Audiencia y, el 14 de abril de 1931, fue nombrado gobernador civil interino de Navarra por el gobierno de Niceto Alcalá-Zamora. En 1935era presidente de la Sección Segunda de la Sala Segunda de la Audiencia de Barcelona.

 

Durante la guerra civil continuó en su cargo. Su última actuación como magistrado fue la instrucción por el suicidio de Constancio González López. Era profesor en el centro que los maristas tienen en Malgrat de Mar. Al estallar la guerra civil varios de ellos fueron asesinados por su condición de sacerdotes. Sobre el P. Constancio nada se sabía. Algunas fuentes apuntaban que había sido asesinado a principios de agosto de 1936 en Arenys de Mar. Otras fuentes vinculaban su muerte a la ciudad de Barcelona. Si era razonable la primera tesis, pues algunos maristas fueron asesinados en esta población, tampoco se podía descartar el nombre de Barcelona.

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Ahora se sabe que consiguió huir de Malgrat de Mar antes de que las patrullas fueran a buscarlo. Desconocemos cuál fue su periplo antes de llegar a Barcelona. Al llegar allí se instaló en la Pensión Cisneros, situada en la calle Aribau número 54. Había nacido en Burgos y tenía 38 años. Nada se sabe de él durante este periodo hasta llegar al 6 de octubre de 1936. Aquel día alguien denunció al juez su muerte como suicidio.

 

El proceso terminó el 4 de febrero de 1937 y finalizó porque el denunciante solicitó el sobreseimiento provisional del juicio. Esto no tendría la menor importancia si no fuera porque aún estaba vivo. Alguien quiso exculpar a los verdugos antes de cometer el crimen.

 

El Padre Constancio aún vivo fue llevado a urgencias del Clínico. En la ficha 166-B puede leerse: “Herida contusa en región occipital. Cavidad peritoneal con abundante hemorragia. Fractura de columna vertebral en su región dorsal; fractura de la pelvis a nivel del pubis; fractura del esternón a nivel del cuerpo del mismo. Diagnóstico: shock traumático. Causa: Precipitación”. No superó las heridas y murió en el Clínico el mismo 6 de octubre. El certificado de defunción, firmado por el juez Gassiot, autoriza que su cuerpo fuera enterrado en el cementerio de Montjuïch el 10 de octubre.

 

Alguien de la pensión debió delatarlo. Una patrulla de control fue a su habitación y lo precipitó al vacío. En otras palabras, lo suicidaron. Para limpiarse las manos de aquel asesinato alguien denunció, antes de que sucediera, que ese hombre se había suicidado. El caso quedaría sobreseído y nadie podría implicar a la represión esa muerte, pues voluntariamente se había sacado la vida.

 

Según consta en el sumario José María de Olalde se negó a cerrar la causa y pidió nuevas diligencias. Al parecer no se creía que el Padre Constancio se hubiera suicidado. Tal y como puede leerse: “se revoca el auto de terminación del sumario y devuélvase este al Juez instructor para que proceda a la práctica de las diligencias interesadas”. Esto sucedía el 17 de diciembre de 1936. Con fecha 24 de febrero de 1937 se concluyó el sumario aunque “sin que a pesar de las diligencias sumariales practicadas se haya justificado debidamente la perpetuación del delito que dio origen a la incoación del presente sumario”.

 

Aquella decisión no satisfizo a los anarquistas que por aquel entonces gobernaban la represión en Cataluña. Ellos querían que se cerrara el proceso afirmando que el Padre Constancio se había suicidado. Se quería proteger a los autores del asesinato. Olalde debió conocer este fin de los anarquistas y no quiso acceder a sus pretensiones. Por eso tomaron acciones contra él.

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El 18 de marzo de 1937 el periódico La Vanguardia, bajo el titular La desaparición de un magistrado, tres familiares suyos y una muchacha, publicaba la siguiente nota:

 

Por la Comisaria general de Orden público, ha sido enviado al Juzgado de guardia el atestado de la Policía, incoado con motivo de la desaparición de su domicilio el día cuatro del actual, a las ocho de la noche, del magistrado de esta Audiencia Territorial. José María Olalde de Satrústegui, sus hermanos Fernando y Enrique, su primo del que sólo se sabe se llama Francisco y una criada que prestaba sus servicios en el domicilio del primero, llamada Josefa Santamaría García.

 

Según parece, dichas personas fueron detenidas en el domicilio del magistrado mencionado por cinco individuos que iban en un coche que llevaba la bandera republicana y un cartel que decía Policía.

 

Dichos individuos enseñaron al practicar las detenciones unos carnets que llevaban un sello de la Generalidad de Cataluña y la inscripción Investigación, ignorándose hasta el momento el paradero de las personas secuestradas.

 

El Juzgado de guardia como primera providencia ha ordenado la busca y captura de los falsos policías que practicaron aquellas detenciones”.

 

Esta es la última reseña en la cual aparece el nombre de José María de Olalde y sus familiares. A los cinco individuos con toda probabilidad nunca se les buscó porque sabían quiénes eran. Pertenecían a la patrulla de control que tenía su sede instalada en la checa de San Elías, bajo las órdenes de Aurelio Fernández. Eran los dueños de la calle y nadie se atrevía a señalarlos o practicar detenciones. ¿Qué le ocurrió a José María de Olalde?

 

Aquel mismo día 4 de marzo de 1937, sin pasar por ningún centro de detención fue conducido al cementerio de Montcada i Reixach. En el coche lo acompañaban sus hermanos Federico, Enrique y Fernando. Enrique tenía 71 año, Federico 69 y José María 67, se desconoce la edad de Fernando y de Josefa Santamaría. No era un primo el que secuestraron sino un hermano. También iba allí Josefa Santamaría García. Todos ellos fueron asesinados aquel mismo día.

 

La culpa de José María Olalde era no haber accedido a las pretensiones de los anarquistas. La de sus hermanos pertenecer a la familia Olalde-Satrústegui. Y la de Josefa Santamaría ser la criada de esos señores. Este es uno de los muchos ejemplos de cómo actuaba la justicia anarquista en Cataluña.

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César Alcalá