19/05/2024 00:20

Navidad

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Estos días estamos celebrando el  misterio del nacimiento de nuestro Salvador en Nazaret. Seamos creyentes o no, e independientemente de que España sea un Estado aconfesional, el catolicismo es parte esencial de nuestra cultura cristiana y grecolatina, y elemento antropológico fundante de nuestra idiosincrasia como nación histórica.

En los días inmediatamente anteriores al día de Navidad recorrió la zona del casco medieval de mi ciudad de Vitoria una comitiva formada por la representación del macho cabrío y un grupo de bufos con apariencia de ratones que se contorsionaban y giraban en torno a la representación satánica.

         Como todo el mundo conoce, determinadas sectas iluministas dan culto a la figura del diablo como contraposición a Dios abogando por prácticas esotéricas en una clara actitud de combatir la religión dominante y sojuzgarla. Como alegoría contrapuesta a la conmemoración religiosa del portal de Belén.

         La única manera de vivir en comunidad es respetar el sentimiento religioso subyacente a nuestras costumbres colectivas, sean del agrado o no de ciertas minorías que añoran las matanzas de clérigos producidas en la II República por una estúpida persecución a quienes simplemente practicaban con mayor o menor religiosidad una cosmovisión que predica el amor y el respeto al prójimo. Es como si surgiera siempre un espíritu que trata de traer al mundo de forma pertinaz e insistente la idea de que hay que vivir sin límites trastocando las reglas de vida civilizada que nos hemos dotado por la costumbre y la tradición, insisto, seamos creyentes o no.

         En mi ciudad de Vitoria, de la mano de los colectivos leninistas y maoístas, de clara significación contracultural y antirreligiosa, hubo un tiempo en el que la moda era apedrear la imagen de la patrona de Vitoria, la Virgen Blanca, hasta que  se tuvo que poner un cristal blindado para proteger la  preciosa imagen que preside la Iglesia de San Miguel.

         Simultáneamente se hacían procesiones laicas para competir con las que caracterizaban la Semana Santa, de tal manera que estas procesiones clásicas en España quedaron arrumbadas y desprestigiadas por esa lluvia fina que inunda las mentes de la gente adocenada por la propaganda sistémica y el adoctrinamiento imperante que moldea la mente de las masas convirtiéndolas en fábrica de clones sin personalidad intelectual y emocional propia.

         Ahora parece que ha llegado el turno a los aquelarres y “erre pui erre” pagano que en tiempos adolescentes viví en mi localidad natal como despedida del año ante el pórtico de la Iglesia girando en torno a una hoguera como gesto de quemar lo malo del año anterior y entrada en el nuevo.

         Si forma parte de las costumbres los festejos paganos no hacen mal a nadie. Lo malo es que se hagan como contraposición a las festividades arraigadas en nuestras costumbres que nos dan fuerza y argamasa para la unión familiar y comunitaria. Eso es una falta de sensibilidad hacia el respeto que merecemos los que nos consideramos cristianos.

         No es baladí que en ese mismo día se celebrara en Alemania una marcha con disfraces cabríos y cuernos de carneros claramente representativos a expresiones satánicas de culto al mal y a la transgresión de las normas de moralidad colectiva que nacen de las raíces judeo-cristianas. En Vitoria fue algo similar aunque de menor dimensión, pero igualmente irrespetuosa hacia nuestras costumbres y arraigo religioso.

         Este tipo de cosas no suponen mayor libertad. Es falso. La libertad llega hasta donde empieza la libertad de los demás, y se sustenta básicamente en el respeto, en la consideración a la dignidad ajena, y en la moralidad pública consolidada desde la tradición.

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