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El Rey, una vez más, ha vuelto a irse por las ramas. Y suerte tendrá si no se despeña desde ellas. No obstante, se acabe precipitando o no, el amor y el respeto y la comprensión de los españoles de verdad los tiene hace tiempo perdidos. Para éstos es tan sólo un menguado al servicio de los enemigos de España. Un indeseable. Pero esto es lo que hay, amables lectores. Y con estos bueyes hay que arar. Y, siendo conscientes de este presente sombrío, los españoles de bien han de prepararse con convicción y firmeza para un futuro incierto.
Nunca debiera haber dinero disponible, y menos dinero público, para pagar un capricho, una arbitrariedad, una injusticia, un caciqueo. Hoy, la España más deleznable, la integrada por maleantes, vagos, okupas, ventajeros, salteadores financieros, lobistas, clientes y demás sectarios y delincuentes, ha secuestrado las instituciones y está depredando a la España trabajadora, a la España del esfuerzo y de la razón. Y el Rey, con su ambigüedad culpable, justifica esa terrible actualidad.
Ladrones que roban y corruptores que pervierten a bola vista en esta república que, disfrazada de monarquía, es hoy España. Porque, la sabiduría del refrán – «allá van leyes donde quieren reyes»- ratifica que el supuesto rey se complace en firmar todas las abominaciones que le ponen en la mesa los más enconados enemigos de la nación, sean monárquicos o republicanos, de izquierdas o de derechas.
Y mientras España está saqueada por sus enemigos de fuera y de dentro, nuestro Rey demediado, con su sandia gravedad y su absoluta ausencia de autoridad, no deja de ir a la deriva, de Inopia a Babia, de meter la cabeza debajo del corsé cortesano a pasearse por las ramas de ese árbol que cercenan, cada vez con más ímpetu, las hachas que la tropa de cofrades plutócratas ha puesto en manos de su tropilla de sicarios antiespañoles.
Y todo ello perfumado, como no podía ser menos, por tantos propagandistas orgánicos -de izquierdas y derechas– que se deshacen en alabanzas ante la política oficial y la impostada circunspección real. Todo está bien: diálogo, democracia, cultura, vacunas, elegetebeis y bla, bla, bla… Eso es lo que España necesita. Nada de tocar a un Rey inane, ni a un PP cómplice, ni incluso a un socialismo constitucionalista, ni a unos podemonios populares.
Hay que seguir blanqueando sarcófagos, manipulando el lenguaje y embruteciendo a la muchedumbre. Porque para estos sabios, amiguetes, politicólogos, vividores de tertulias, partidos y contubernios, sorbonícolas y demás minadores de la prudencia y de la verdad, para estos nuevos enciclopedistas, como digo, los perniciosos son los que gritan la desnudez del rey, como símbolo de la desnudez de la clase dirigente, de sus secuaces y de sus incensarios.
De ahí que si estos periodistas o tertulianos venales, que anteponen la estabilidad del Sistema -de sus intereses particulares- a la grandeza, independencia y estabilidad de España se manifiestan, es sólo para profetizar grandes males, como pájaros de mal agüero, en el caso de que a la «caverna negacionista» le dé por atacar a dicho Sistema, pero sin analizar sus causas y sin reconocer que ha sido la puesta en práctica de las teorías que vienen defendiendo lo que está en la génesis del escándalo, del fracaso que envuelve a la patria.
Si el mundo en general es una comedia y una gran locura, qué no podremos decir del mundo de nuestra política, y de nuestra cultura, inmoladas ambas en nombre de la codicia de siempre y del globalismo deshumanizador de hogaño, una espesa ignominia donde uno no se cansa de luchar contra gentes que nunca son lo que parecen, sino patéticos simuladores entregados a la representación de su papel de bufos ambiciosos. Y en cuya mefítica atmósfera el desleal discurso navideño del Rey tiene su colofón y constituye el necesario refrendo para que nada cambie en beneficio de los instalados.
Hace décadas que a la escena de la política no sale nunca un caballero de verdad, pero si excepcionalmente eso ocurre, ya se encargarán los farsantes de echarle del tablado mediante todas las argucias y violencias de las que son capaces. El caso es que, parafraseando a Unamuno, estos son tiempos amargos que nos recuerdan que nunca los cetros y coronas de los reyes o de los gobernantes perjuros y mendaces fueron de oro puro, sino de oropel u hoja de lata.
La ciencia de los malhechores que en la comedia del mundo hacen el papel de dirigentes, cobrando por ello su salario, es ciencia de oropel u hoja de lata. Así, en la España de hoy, del Rey abajo.
Autor
- Madrid (1945) Poeta, crítico, articulista y narrador, ha obtenido con sus libros numerosos premios de poesía de alcance internacional y ha sido incluido en varias antologías. Sus colaboraciones periodísticas, poéticas y críticas se han dispersado por diversas publicaciones de España y América.
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