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Leyendo la «Defensa del Espíritu» de Maeztu, encuentro este texto muy apropiado para explicar por qué en España está mandando un inepto sin encontrar apenas resistencia. Lo trascribo y remito para hacer pensar a los españoles de bien:

La herejía española. Ramiro de Maeztu. Acción Española enero 1936. Tomo XVI nº 83

Nadie negará, a pesar de la reacción de los últimos años, que en España ha habido, por buena parte de su población, un abandono general de la vida y de las creencias religiosas. La palabra que describe el hecho es «abandono». No ha habido grandes herejías que trataran de sustituir la vida católica y sus creencias. Podrá decirse, y es verdad, que en las primeras décadas del siglo XVIII las clases gobernantes españolas trataron de enterarse de las ideas que prevalecían entre los pueblos de más pujanza, que eran entonces Francia e Inglaterra, que después entraron en España las ideas de la Enciclopedia y que luego han tratado de vulgarizarlas diversos escritores. Pero los esfuerzos por sustituir el catolicismo han sido ridículos, y casi se puede decir inexistentes. Eso ha sido lo grave. Se ha abandonado la religión y no se ha hecho nada por remplazarla. En lo único en que han estado conformes y puesto empeño nuestros herejes ha sido en repudiar la religión. Diríase que todo el resto: Krause, Spencer, Kant, Hegel, les tenía, en el fondo sin cuidado.

Y es que la herejía española no baja de arriba, sino que sube, no del pueblo, porque del pueblo no puede surgir nada, sino de lo que hay de popular en cada uno de nosotros. No es el pueblo como «no yo» al modo ruso, lo que en España ha influido, sino precisamente el pueblo como «yo», lo que hay de pueblo en nuestro pecho. Espanta pensar lo que constituye actualmente las creencias de las gentes que han perdido la fe. Ni una en cada mil ha hecho el menor esfuerzo por dar coherencia a sus ideas. Unos piensan que venimos de una nebulosa, como en una escuela laica de Irún se enseñaba, y otros que del mono. Hay quien dice que el pensamiento es una secreción del cerebro, y se queda tan fresco. Al minuto siguiente nos dirá que son las cosas las que nos envían pequeños simulacros, que constituyen nuestros pensamientos.

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¿Es que carecemos de talento religioso o filosófico? Nadie que nos conozca un poco podrá asegurarlo. Lo que ocurre es que no nos preguntamos por la vida del espíritu. No la negamos después de haberla examinado; pero no la examinamos. Si empezáramos a examinarla veríamos que nada nos interesa ni puede interesarnos tanto como el desarrollo del espíritu, y no hablo solamente desde un punto de vista trascendental y religioso.

Nuestra herejía es incuria y abandono. No está el mal en que no digamos que la Iglesia tiene doctores que sabrán respondernos, sino en que no les preguntemos nada. En el ambiente español esos doctores de la Iglesia casi debieran considerar como varones beneméritos a los herejes que han tratado de sistematizar con argumentos sus creencias. A los «heterodoxos» de Menéndez y Pelayo habría que colocarlos en efigie a las puertas de las iglesias, porque al menos intentaron pensar algo, aunque muy poco. Porque la verdadera herejía española es la de millones de seres humanos que han abandonado la fe y no han pensado nada que poner en lugar suyo. Es cierto que esta apostasía de las masas no es fenómeno puramente español. Se está produciendo en estas décadas en muchos otros países, pero lo que justifica la denominación de «herejía española» es el hecho de que aquí se ha producido casi espontáneamente.

Nuestra herejía se caracteriza por una reducción al mínimo de nuestra vida intelectual. Esas masas apóstatas no saben nada. Es posible que buena parte de ellas desearían saberlo todo si se les llevara en forma asimilable el pan del espíritu. Pero ésta es otra cuestión. Lo que no puede discutirse, porque es evidente, es que hemos caído en un agnosticismo improductivo. Muchas gentes inteligentes, capaces de trabajo creador, se reducen a seguir en su profesión el curso de los nuevos adelantos, sin intentar emularlos. Con esto y una ojeada a lo que se hace en el mundo nos damos por contentos. Sólo de tarde en tarde aparece un español que aporta a la filosofía un concepto valioso. Lo común es que los españoles cultos no tengan curiosidad por saber si las ideas son o no son verdaderas, sino que se limiten a preguntar si están de moda, ello si no dedican sus talentos a combatir la «ideocracia», y a decirnos que se debe mudar de ideas como de camisa, y que se ha de luchar a todo trance contra cualquier clase de tiranías «librescas». Nuestra herejía, en suma, es cazurrismo o palurdismo o mejor, pancismo, porque a esta palabra ha dado a Sancho Panza valor universal. Es una herejía esencialmente moral o amoral, por lo que se la llama también ateísmo práctico, y sus adeptos, muchos de los cuales se llaman católicos, se caracterizan porque no dan dos higas por ninguna idea, ni heterodoxa ni ortodoxa. No ha de negarse, sin embargo, que algunos se exaltan y convierten en enemigos jurados de Dios y de la Iglesia a causa de los Mandamientos que imponen a los hombres. Pero en el fondo del alma son siempre pancistas.

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Así se ha apagado la vida intelectual de un pueblo inteligente. Pero con ello no se ha amortiguado al mismo tiempo la vida afectiva. Lo que no mueven las ideas lo agitan las pasiones: la ambición y la envidia, la codicia y el resentimiento.

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Ramón

Gran artículo, por cuya publicación les felicito.
Gracias, muchas gracias.

Rafael F.

Reivindiquemos a Ramiro de Maeztu, su aportación al pensamiento neotradicionalista-revolucionario, sí, he dicho neotradicionalista-revolucionario, es fundamental. La mayoría de los expañoles sólo conocen a un instituto, una calle o plaza que se llama así… ¡¡Y no creo que tarden en quitarle el nombre!!

Aliena

Fabuloso. Nada se puede añadir excepto la profunda decepción que una siente al constatar la vigencia de una realidad con ochenta y ocho años a sus espaldas.

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