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La situación en el año 1936 era un desastre a todos los niveles. Como es sabido, la voladura de la Monarquía por los artífices de la República fue la simiente diabólica que propició lo que en ese año 36 aglutinó a todas las fuerzas de izquierda en el criminal Frente Popular que provocó el levantamiento del 18 de julio y la tan deseada guerra civil que esta gentuza marxista quería provocar y que consiguieron desencadenar con sus desmanes reiterados.
Hay que volver a recordar, lo tengo que repetir antes de llegar a donde quiero llegar, que en esta República desde el mismo pronunciamiento ya se empezó a ejecutar un plan siniestro para convertir España en un país satélite de Rusia y para conseguir tal fin no se cejó de realizar todo tipo de crímenes, robos y terror generalizado.
Toda esta conspiración tenía nombres y apellidos. Azaña, Largo Caballero, entre otros muchos, pero el más virulento criminal de esta pandilla de temibles desalmados era Indalecio Prieto. El plan llevado a cabo era servirse de la República, socavar sus cimientos y convertirla a base del crimen y el horror en un sistema de lucha del proletariado, implantando su tan deseado marxismo. Acabaron ya desde el bienio Azañista con todo lo que de orden intentó dirigir y sujetar el nefasto Alcalá Zamora. En la llegada al poder de los radicales y los cedistas, esta operación de acoso y derribo se incrementó de forma salvaje hasta que en las municipales del 16 de febrero del 36 y tras un pucherazo histórico, se llegó, con una derecha destrozada e inoperativa, a la concreción del terrible Frente Popular. Esta era la situación de España en julio de ese año. Este era el escenario del crimen, el desorden y la rapiña que campaba sin ningún freno en nuestro país hasta que una parte del ejército dijo basta.
En los primeros días de agosto del 36, José Antonio estaba ya encarcelado en Alicante y ya se había enterado de que aquella operación de necesaria «cirugía» que él también desde prisión había alentado, con toda la razón, se había convertido en una declarada guerra civil y quiso pararla y para ello elaboró un diseño de gobierno de concentración disparatado con el fin de terminar la contienda fratricida. Además, dentro de la valentía y arrojo del que hacía gala a menudo, se ofreció como intermediario para intentar acabar con esta situación. Propuso viajar a Burgos para mediar en el conflicto. No le hicieron ningún caso desde instancias del gobierno y eso que, en el enajenado listado, con algún que otro masón, que ofrecía, había individuos de la calaña de Prieto, Martínez Barrio y Portela. Yo me pregunto, teniendo en cuenta lo que llegó hacer Prieto y toda su camarilla durante su cobarde y criminal trayectoria, antes, con José Antonio de testigo en Las Cortes, y después, al salir corriendo de España con todo lo robado, instalándose con otros correligionarios en un exilio dorado en México, ¿en qué estado mental se encontraba José Antonio para poner en negro sobre blanco los nombres de semejante gentuza en un listado de un hipotético gobierno? ¿Era ingenuidad el hecho de incrementar ese gobierno con personajes tan nefastos y equivocados en sus loas a la república como Ortega y Marañón? ¿De verdad pensaba, un hombre tan sumamente preparado, intelectual y políticamente, que esos tipos del Frente Popular iban a parar lo que ellos mismos habían deseado con tanto ahínco? ¿Qué los militares sublevados iban a admitir semejante enjuague?
Llamó a los militares alzados «Un grupo de generales con buenas intenciones, pero de desoladora mediocridad política». Con esto, a mi parecer se demuestra que hasta los grandes hombres se equivocan. José Antonio en este caso se equivocó. Franco no.

Autor

Alejandro Descalzo
Alejandro Descalzo
Nace en Madrid en 1958. Estudia en Los Escolapios de San Antón. Falangista. Ha publicado 4 libros de relatos. Apasionado del cine y la lectura. Colaborar en este medio lo considera un honor.