20/09/2024 05:07
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 El autor termina la serie, con el símbolo del hombre considerado más justo de la tierra: Sócrates -por un voto en contra condenado a morir-, para establecer, que con una sola persona dispuesta a querer ya ha merecido la pena vivir.

 

La amistad es una obra a medias, como todas las obras humanas, y depende de un solo voto a favor. De una sola persona que te quiera salvar, como le pudo ocurrir a Sócrates. La amistad, obra a medias decantada a tu favor, la define bien un personaje de don Camilo José Cela, al afirmar, que: al amigo no le pidas ni le debas nada, ni lo esperes todo de él, pero no dejes en la estacada. Es el empate hacia el lado que va a salvarte. «Ni quito ni pongo pero ayudo a mi señor». Ese que no te deja tirado, es el amigo. No el que te la juega llevándose la mejor parte. Nunca dos mitades son iguales, ni dos personas, ni una sola cosa es igual a otra, porque todavía la madre naturaleza no ha parido dos seres idénticos.

Y aquí encontramos la hipocresía y engaño de la utopía comunista. La igualdad no existe. Y si se impone como hace tan perverso sistema, es falsa como él mismo. Su utilidad es para eliminar el mundo. El partido de pensamiento único dirigido por una sola mente. El fin de la ilusión, la libertad y la vida. El dinamismo, la armonía y la concordia entre todos los seres humanos, que elimina el fantasma del comunismo en cuanto asoma. Y desgraciadamente está avanzando sobre la tierra. Se basa en la mentira, la violencia y la muerte, porque es un sistema invivible bajo el cual no se puede existir humanamente. Si no hay dos seres iguales, ¿Cómo se van a someter todos a la misma igualdad? Pues ya lo vemos, bajo la imposición de la mentira, la soledad y la aniquilación de la vida. Ahí no hay caridad, porque la caridad es la virtud teologal que consiste en amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a uno mismo. Y en el sistema marxista y sus derivados no se ama a nadie, sólo triunfa el odio, la división y la miseria material y espiritual.  Nunca el amor, la amistad, o la justicia.

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Por eso, y al repartir, al amigo siempre se le da la mitad mejor, que sería esa mitad más uno. Y al vivir, se va haciendo camino. Y los compañeros de viaje pueden sentir ese vértigo en la mirada retrospectiva desde la atalaya del tiempo. Esa impotencia que sólo puede tornarse en resignación. El saberse finito, tras el adiós permanente, concluido, ejecutado por la sentencia inapelable.

Renunciar al lamento cuando la inteligencia muestra lo evidente. Apreciar lo valioso perdido y encadenar en el alma un rosario de muertes sucesivas. Ver tus álbumes de fotos llenos de desaparecidos sobre la faz de la tierra. Ver lo que ya no existe. Y cómo la luz de tus ojos se va también apagando, lenta pero inexorablemente, como el marchar de las estrellas.

La nieve va cayendo y sepultando la naturaleza, los pájaros, las praderas, su color, aromas y sonidos, y el ritmo dinámico de la vida. Y aún sobre el hielo del amanecer parece levantarse la sinfonía simétrica de los vientos, ese sueño del cuento vivido, y la nada, que era un poco como broma pesada, algo que jugaba contigo, mientras apenas apreciabas el fin de la fábula, y te resistías a creerla.

Porque el tiempo de soñar se ha terminado con el sueño, y tras él sólo está la nada que diluye entre sus manos tu memoria. Y aún te resistes si te quedan fuerzas, te rebelas inútilmente, y crees inventar cualquiera de los millones de dioses y religiones ya inventados por los humanos a lo largo de la historia del mundo, porque sabes que ya nadie puede salvarte, y no has conseguido parar el tiempo ni el sentido del viento, de frente, para seguir luchando, que es lo único que has aprendido a hacer en toda tu existencia.

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Aun buscas un sentido donde ya nada lo tiene, y abandonas el sueño como lo has vivido, soñando cuanto deseaste y no tuviste, y la pasión absurda del vivir se extingue, y sólo te queda la última baza por jugar que ya no depende de ti, si no de que una sola persona te haya votado; que la votación se haya decantado a tu favor, que un solo ser humano no haya pasado tu obra por alto; que un solo lector haya comprendido una sola página de cuanto has escrito. Entonces tú has recibido la mejor mitad por la generosidad de tu amigo. Y ya no todo fue absurdo porque alguien ha sabido desenterrarte cuando te congelabas y extinguías bajo el duro hielo del valle, y ha merecido la pena; alguien ha reconocido tu buena voluntad y te ha salvado. Entonces el libro de tu vida sí ha merecido la pena.

 

-FIN-

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REDACCIÓN