18/05/2024 08:55
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Lo peor no es la contradicción interna corporis que la expresión conlleva. Lo realmente preocupante es a lo que nos pretende abocar en el caso de España. Es preocupante porque cada vez es más claro el objetivo fundamental que se pretende conseguir, que no es nada nuevo ni normal. Para muestras, varios botones: aprobación de la renta mínima vital, derogación de la exigencia de algún tipo de mérito en forma de calificaciones académicas decentes para el acceso a las becas públicas de estudio, derogación de la reforma laboral, pactando para ello con los amigos de los asesinos etarras…. (no cabe en un artículo que pretende ser breve la enumeración exhaustiva de todas las tropelías gubernamentales que se han perpetrado en los últimos meses).Uno de los muchos mantras con los que nos obsequia el desGobierno de España en las últimas semanas es el de la vuelta a la nueva normalidad. La verdad es que es una estupidez más que suma y sigue y encierra una contradicción. Si tenemos que volver a algo que es nuevo no es una vuelta. Sólo se puede volver a lo antiguo. Y si es nuevo no puede ser una vuelta a algo. No se puede volver a algo que es nuevo. Cosas de la LOGSE. No muchos pudieron sobrevivir a ella.

No se pretende realmente ir hacía nada nuevo ni hacia nada normal. No puede ir hacia nada nuevo un desGobierno que no tiene talento ni creatividad en la mayoría de sus componentes, que, para más inri, son los que más peso político tienen dentro de él. Y no puede ir hacia nada normal quien no ha dado muestras de hacer nada normal desde que asumió el poder y lo ha ejercido haciendo de la mentira su modus vivendi en política.

Ninguna de las medidas o decisiones adoptadas por el Gobierno es nueva ni normal. Tienen un componente ideológico muy antiguo y están todas ellas inventadas, testadas y fracasadas.

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La apuesta por desincentivar el empleo con el caramelo de un exiguo subsidio público es más vieja que Matusalén y tiene por objeto, como lo ha tenido en todos los países de ideología comunista donde se ha implantado, mantener cautivo al ciudadano y cercenar su libertad y creatividad.

La decisión de no tener en cuenta los méritos académicos para el acceso a las becas públicas de estudio también es muy antigua (en España la conocemos bien porque ha sido un clásico cuando ha gobernado la izquierda) y tiene por objeto desterrar el mérito y la capacidad del ámbito educativo, fabricando ciudadanos serviles y acríticos.

El empeño por derogar la reforma laboral tampoco es nuevo, aunque más complejo de explicar en tan poco espacio. Tiene que ver con la obsesión de acabar con todo aquello que ha hecho el adversario político, aunque haya funcionado. La izquierda radical que ahora nos gobierna ha tenido siempre como objetivo, ahora y en los años treinta del siglo pasado con el Frente Popular, patrimonializar la democracia, excluyendo de ella todo aquello que no forme parte de su cóctel ideológico. A la izquierda radical, ahora y en los años treinta del siglo pasado, no le vale un sistema democrático en el que haya podido gobernar legítimamente alguien que no sea afín ideológicamente.

El pacto con los bilduetarras ahora, o con los separatistas catalanes de ERC en el acuerdo de investidura, es otro clásico de ayer y hoy. Nada nuevo bajo el sol. La unión de fuerzas entre la izquierda radical y la izquierda separatista catalana de ERC se llevó a cabo durante la Segunda República y se repite ahora en circunstancias similares y bajo gobiernos símiles.

Por tanto, nada es nuevo y nada es normal. La nueva normalidad a la que nos quieren llevar después de la pandemia la conocemos muy bien. Se llama 1936. Y todos sabemos cómo acabó. Acabó como acabará actualmente si seguimos en la deriva iniciada desde 2004 por la izquierda radical, empeñada en abdicar de un régimen político en el que pudo gobernar durante dos legislaturas, de 1996 a 2004, el centro derecha. Algo inadmisible para ellos.

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Estamos cerca de llegar a un punto de no retorno en la convivencia patria. La izquierda radical, empeñada durante más de quince años en ello, ya ha conseguido dividir a la Sociedad española en dos bandos mediante un lenguaje y una estrategia guerracivilista. Hasta ahora, la derecha social, como en los años treinta del siglo pasado, había aguantado pacientemente el envite, pero ha reaccionado porque ha visto claramente que este Gobierno radical se ha quitado la careta durante la vigencia de este abusivo e inconstitucional estado de alarma y ha acelerado en su proceso de destrucción del régimen democrático de 1978, porque ha comprendido que está en juego la supervivencia de la nación en general y su supervivencia social en particular y porque conoce los antecedentes históricos hacia los que caminamos bajo el eufemismo de nueva normalidad.

La situación es tan grave que si en los próximos meses no somos capaces de encontrar espacios comunes convivencia que incluyan la renuncia a posiciones radicales y maximalistas, esta nueva normalidad acabará como la vieja anormalidad a la que quiere imitar. El abismo está cerca y, aunque pensemos que contamos con herramientas suficientes para no caer en él, estamos a dos metros de hacerlo. En mayo de 1936 tampoco pensaron que caerían en el abismo. Y cayeron.