05/10/2024 12:34
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“El peligro para la Democracia no procede de un hipotético golpe, como se está pidiendo a voces… El peligro es el Gobierno que paraliza la Democracia” (Felipe González)

 

“Aquí están otra vez los viejos Partidos políticos: hablan como loros, avanzan como tortugas, saltan como patos, atacan como gallinas, se defienden como peces escurriendo el bulto y si se les deja acabarán con la vieja España” (Luis María Anson)

 

Y según Pilar Urbano: “TODOS ESTAMOS CONSPIRANDO”

Reproduzco parte del capítulo que introduje en mi libro “Las vísperas del 23-f” y que ya había publicado en “Heraldo Español” en 1983.

 

En la Historia de España hay lo que nosotros llamamos «años luz» y «años noche…». «Años luz» son aquellos que destacan y brillan con luz propia; por ejemplo, son «años luz» aquellos de 1868 (el de la «Gloriosa»), 1898 (el del «desastre»), 1909 (el de la «Semana trágica»), 1917 (el del «asalto marxista»), 1923 (el de Primo de Rivera), 1931 (el de la República), 1936 (el del «alzamiento»), 1975 (el de la muerte de Franco), 1981 (el del «23-F») y 1982 (el del «cambio al marxismo»)… «Años noche» son aquellos que apenas si han pasado a la gran Historia y que sólo suenan en los oídos de los expertos; por ejemplo, aquellos de 1874 (el llamado «año tonto» de Serrano), 1897 (el del asesinato de Cánovas), 1913 (el del aburrimiento), 1930 (el del «error Berenguer»), 1935 (el de los pasos perdidos), 1974 (el «año espera») y… 1980.

 

Porque ese año de 1980 fue, sin duda, el año de las vísperas. Uno de esos años que aparentemente no pasa nada y, sin embargo, está pasando todo.

 

«Víspera», según la Real Academia, es el día que antecede inmediatamente a otro determinado, especialmente si es fiesta. Pero, «víspera» es también «cualquier cosa que antecede a otra, y, en cierto modo la ocasiona»…, o la «inmediación a una cosa que ha de suceder».

 

Pues bien, en este doble sentido hemos querido nosotros utilizar la palabra «Víspera» de 1981, y, por tanto, que aquellas «cosas» y «acontecimientos» que vamos a señalar en este capítulo son las «Vísperas» del «23-F».

 

Dos cosas queremos dejar bien sentadas antes de seguir adelante: una, que a pesar de su brillantez, los «años luz» sólo son una consecuencia de los «años noche», ya que en éstos es cuando se «siembra» la luz de aquéllos… y dos, que los «sucesos» de aquel día 23 de febrero de 1981 se pudieron evitar perfectamente si durante todo el año 1980 el Poder (Rey, Gobierno, Oposición, Cortes, etc.) hubiese puesto remedio al caos o hubiese escuchado las voces de alerta que daban desde el propio don Juan de Borbón («Esto no puede ser… Esto no puede ser») hasta el viejo y honorable Tarradellas («Hay que dar un golpe de timón»).

 

Porque estaba claro: la Democracia había caído en un pozo y se hundía a manos llenas… en el desgobierno Suárez y en la insensatez de toda la clase política. Desgobierno, insensatez y aburrimiento general…

 

Así lo dijo el sibilino y astuto Fernández Ordóñez, en su libro La España necesaria:

 

«La democracia parece en España una fiesta triste. Como si fuera el decorado deslucido de un ceremonial distante, donde las palabras no estimulan ninguna acción ni ninguna utopía. Para algunos está vigente el verso de Bergamín: «Todo pasó, todo quedó lo mismo.» Para otros, los españoles están cansados de vivir tiempos históricos y quieren recuperar valores sencillos y cotidianos que parecen amenazados. Ha aparecido otra vez el pesimismo nacional. Ésta es la constante que nos acompaña desde el siglo XIX, como música de fondo de una larga decadencia. Antonio Cánovas recogió en una interrupción parlamentaria las primeras palabras de la Constitución de 1876, a poco más de cien años de la nuestra: «Son españoles… los que no pueden ser otra cosa.» Francisco Silvela dijo después que España se había quedado sin pulso.»

 

¿Y por qué está triste la Democracia?

 

¿Y por qué ha aparecido otra vez el pesimismo nacional…? Sencillamente, porque a esas alturas España está desencantada y desilusionada… porque el «paraíso democrático» se ha quedado en más terrorismo, más inseguridad ciudadana, más impuestos, más paro, menos dinero, e, incluso, menos libertad. Porque el espectáculo que dan los Partidos Políticos y, en general la «nueva clase» política no puede ser más deprimente y triste. Porque al pueblo español le llegan los rumores de que «estamos en un callejón sin salida» y porque todos, absolutamente todos, piensan ya que «así no se puede seguir»…

 

«¿Valía la pena la democracia?», se preguntaba en abril el periodista JUVENAL al escribir sobre el «Estatuto de Centros Escolares». Y decía: «De la Ley de Centros Escolares podemos sacar (y debemos hacerlo) algunas lecciones tristes. La primera de ellas es que la democracia será el imperio de las mayorías, pero no tiene nada que ver con el diálogo del hombre con el hombre. Las sesiones parlamentarias, pedantes unas veces, crispadas y mortificantes en ocasiones, extenuantes y aburridísimas casi siempre, han sido una de las materias más cínicas que hemos conocido del diálogo de sordos. Las mismas palabras, los mismos gestos, los mismos argumentos que se adujeron en el seno de la Ponencia, han vuelto a aducirse en el seno de la Comisión y se han reiterado hasta la saciedad en los Plenos… Si esperamos que esta Democracia nos va a traer la reconciliación por la vía del diálogo sincero en el contencioso ideológico que hace tiempo partió en dos a nuestra España tremendista y dogmática, estamos listos… Por eso, por eso… muchos españoles se preguntan ya si esta Democracia valía la pena.»

 

«Mi planteamiento puede parecer de emergencia -decía Pedro J. Ramírez, cuando todavía era columnista de ABC-, pero es que España vive en una situación de emergencia…»

 

Por su parte, Javier Solana (el señor ministro de Cultura cuando se escriben estas líneas) declaraba a Interviú: «Aquí el principal culpable es Suárez, que ya ha tocado el techo de sus capacidades, y lo que hay que hacer es echarle.»

 

En la misma revista (número del 20 al 26 de marzo) Manuel Martín Ferrand escribía: «Cuesta trabajo admitir el hecho de que un hombre, un equipo, que consiguió lo más difícil en este tiempo de transición, haya, de repente, perdido el hilo, el pulso y la sensibilidad. Estamos ante lo que un estratega definiría como deficiente explotación del éxito inicial.» «Todos tenemos la obligación de reconstruir un Estado -dice Fernández Ordóñez en ese mismo número de Interviú- que se nos está cayendo a pedazo…»

 

Pero el líder de la oposición, don Felipe González (cuando se escriben estas líneas Presidente del Gobierno) va más lejos y en la clausura del Congreso de la Unión General de Trabajadores, sin pelos en la lengua, dice, entre otras cosas, por supuesto:

 

«Con este Gobierno que ha traicionado los Pactos de la Moncloa y demuestra estar en contra de un Estado democrático y de las autonomías, no habrá ni consenso ni coalición… porque he llegado a una convicción profunda, analizando el comportamiento del equipo que nos gobierna: está arruinando el proyecto democrático…

 

»EL PELIGRO PARA LA DEMOCRACIA NO PROCEDE DE UN HIPOTÉTICO GOLPE», como se ha insinuado muchas veces. El peligro para el actual sistema político nos lo está proporcionando este mismo Gobierno. NO HACE FALTA QUE HAYA GOLPE, ni hay posibilidad ni intencionalidad de que haya un golpe. ES EL GOBIERNO EL QUE PARALIZA LA DEMOCRACIA… en definitiva: el que se está cargando la democracia.»

 

«Dicen que en las democracias -escribía Jaime Capmany el 17 de mayo en ABC- de verdad gobierna la mayoría. Aquí la mayoría gobierna poco. Lo que hace, mayormente, es pastelear. Y, además, después se tiran unos a otros el pastel a la cara, como en las películas del Gordo Y el Flaco.»

 

Y otros dos que no se muerden la lengua: Marcelino Camacho y Nicolás Redondo, los secretarios generales de Comisiones Obreras y UGT, respectivamente. Con motivo del 1 de mayo, el primero dice: «Tenemos que constatar que estamos en una situación de emergencia cuando las diversas crisis convergen con el desarrollo de la revolución científico-técnica, con la electrónica, que destruye más puestos de trabajo de los que se crea y cuando, además, se desintegra y divide el mercado de trabajo.» Y el segundo, esto: «Estamos llegando a una situación límite. No sólo a un deterioro social, sino también político, al cual el Gobierno no da respuesta. No se trata de personas, se trata de programas. La actual crisis es más una crisis de Estado, y los partidos y los movimientos sindicales tienen que dar alternativas para su solución…» (Al parecer, fue de estas palabras de Nicolás Redondo de donde sacó el título «Situación límite» el teniente .general De Santiago y Díaz de Mendívil para su posterior y famoso artículo.)

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HABLA LUIS MARÍA ANSON

 

El domingo 18 de mayo Luis María Ansón, a la sazón presidente de la «Agencia EFE» y presidente de la Asociación de la Prensa, publicaba en ABC un artículo definitivo sobre la «Situación» (límite o de emergencia), en el que entre otras cosas, dice:

 

«Ahí están otra vez los viejos partidos políticos, que no han olvidado nada, no han aprendido nada. Ahí están, preparados para la gran carnicería. Ahí están sus hombres y sus mujeres, impacientes por oficiar la ceremonia de la inestabilidad que quebrantó la vida española del primer tercio del siglo actual.

 

»Ahí están. Hablan como loros. Avanzan como tortugas. Saltan como patos. Atacan como gallinas. Se defienden como peces, escurriendo el bulto. Muestran con entusiasmo la popa, al gusto de sus depredadores. Balan, en fin, igual que tiernos corderos. Es gente temblorosa y lanar. Es nuestra clase política.

 

»El pueblo español sufre con paciencia sus flaquezas. Conoce su ineficacia. Soporta su palabrería. Desprecia su ambición. Ignora su vanidad. El pueblo español está atónito ante el debate parlamentario que los partidos le anuncian. Mientras los problemas asfixian al cuerpo social de nuestra patria, los grupos políticos parecen relamerse ante la idea de derribar lo que hay construido. Las ambiciones personales se han huracanado; Son pocos los que piensan en el interés nacional. Son muchos los que sólo se preocupan del beneficio de su partido. Los que quieren medrar a toda costa, los que aspiran a encaramarse en los cargos aun a riesgo de originar un cataclismo general. Alguien ha dicho que España es hoy el caballo de Troya, abierta la panza para que en ella se infiltren los agentes de la subversión. Es ésta una idea resplandeciente y falsa. España es el pesebre de Troya, al que acuden, nerviosos, los políticos para recibir su ración de pienso.

 

»Lo que necesitamos los españoles no es que se nos distraiga en la pequeña pantalla con las peleas de los partidos, sino que se libere al pueblo vasco de la dictadura del miedo. Que se erradique el terrorismo. Que se restaure la disciplina social. Que se embride a la Prensa amarilla y se promulgue una legislación defensora de la honorabilidad de los ciudadanos, inermes hoy ante cierta escoria de esta hermosa profesión, avergonzada de la inmundicia de algunas publicaciones.

 

»Lo que necesitamos los españoles es que se persiga la delincuencia; Que se desperece la Administración. Que se atienda al descontento de la clase media. Que se ayude a la juventud. Que se devuelva la confianza a los empresarios, creadores de riqueza. Que se estimule la inversión. Que se aliente al campo. Que se controle a los comerciantes de la droga y el sexo. Que se plantee con firmeza la política de autonomías y con valor la defensa de la unidad sagrada de España.»

 

Pero vayamos ya en directo a las «vísperas» del «23-F»…, aunque para no tener al lector en vilo hasta el final comencemos por reproducir un artículo de Pilar Urbano que define perfectamente lo que fueron aquellas «vísperas» del 23 de febrero de 1981.

 

TODOS ESTAMOS CONSPIRANDO

 

El día 3 de diciembre de 1980 la sagaz y astuta «indagadora» del «23-F» publicó en ABC de Madrid un «Hilo directo» (ésta es la cabecera de su sección diaria) con el título arriba indicado que no tenía desperdicio… y que, en verdad, sólo ese título reflejaba ya la realidad de lo que estaba pasando en España. Porque, la verdad es que a esas alturas del «año noche» de 1980 no había un español que se preciara que no estuviese «conspirando» (si «conspirar» es analizar la situación para ver cómo se puede salir de un desastre, «si es posible con la Constitución en la mano -como dijo don Alfonso XIII muchos años antes en su famoso discurso de Córdoba- y si no… frente a la Constitución, pues España vale más que todo. Lo primero, España»). «Conspiraba» la izquierda (a calzón quitado, como se demostrará), «conspiraba» la derecha, «conspiraban» los liberales y los demócratas de toda la vida, «conspiraban» los militares vestidos de paisano y los de no paisano… ¡Naturalmente, todos «desde la legalidad» y «desde la Constitución»… como Armada y Milans!

 

Pero, lean, lean a Pilar Urbano:

 

«»Para mí, escuchar todo esto ha sido, muy, muy muy interesante», me dijo el embajador inglés, Mr. Pearson, al final de la tertulia política en casa de Mona J. El tema no fue otro que ¿»cómo diablos salimos de este atolladero»? Sentados en corro, algunos empresarios, algunos periodistas y algunos políticos: los centristas Jiménez Blanco, Moya, García Margallo, Bravo Laguna, García Pita y el moderador Cecilio Valverde, Mohedano ex PCE, Antonio Garrigues Walker y Antonio García López (¿de qué tumba ha resucitado este muñidor de confusiones?), Alfonso Osorio, que sería «míster protagonista» por los rumores de estos días sobre su hipotético «gobierno de gestión». Y el socialista navarro Carlos Solchaga.

 

»Yo acababa de preguntarle a Osorio de dónde había surgido la especie «Osorio for president». «¿Del ala izquierda del PSOE, para evitar un Gobierno de coalición que les reduciría a la moderación?, ¿de la mismísima UCD, para tenernos distraídos unos días y de paso retirarte del mapa de los posibles, pinchando tu globo?, o… ¿del editor Lara, para vender mejor tu libro?» «Si hoy en Inglaterra se dijera que había que sustituir a Margarita Thatcher por Mr. Head, la noticia aparecería en un semanario del humor. Pero aquí hace ya tiempo que hablamos en reuniones, en cenáculos, en despachos, en pasillos del Parlamento y en los periódicos de un Gobierno de concentración, de un golpe a la turca, de un Gobierno de gestión… Este verano saltó el nombre de Areilza. Ahora el mío… La realidad es que las cosas no marchan bien. Estamos en un impasse; y lo que parece el juego de los esperpentos, en el fondo, es el juego de las desesperaciones. Pero yo puedo asegurar dos cosas: ni me he inventado la teoría del Gobierno de gestión, ni aceptaría entrar en ninguna operación fraguada fuera del Parlamento y forzando la Constitución.» Pero algo después, cuando Cecilio Valverde le volvió a dar la palabra, acarició con manos remilgonas la «teoría»: «Un gobierno de gestión puede ser auténticamente parlamentario y constitucional si se genera vía ‘moción de censura’, por ejemplo.Y aun después: «Este Gobierno no tiene la mayoría estable que precisa: se pasa el tiempo pactando por necesidad, ocasionalmente, con uno o con otros, y ése no es respaldo sólido que hace falta para resolver el paro, el terrorismo y la construcción del Estado autonómico. Sólo un entendimiento serio entre la izquierda y la derecha puede, en mi opinión, sacarnos de este atolladero.»

 

»A Antonio García López se le escapó que «este Gobierno de gestión con Osorio o con un militar a la cabeza, va a votarse en el Parlamento ¡con votos de todos los partidos! Al Partido Comunista también se le ha consultado». Y ahí saltamos todos. ¿Cómo? ¿Quiénes? ¿Cuándo? «Bueno…, hay conversaciones que vienen de atrás, de hace bastantes semanas.» Mohedano: «Yo sé que ha habido una comunicación con los comunistas…, sin compromiso.» Osorio llega a exaltarse en su habitual flema exquisita cuando declara: «Yo he hablado con diputados de UCD, del PSOE y del PCE. Sí… ¿Y por qué no? ¡Hay que salir ya de este callejón! ¡Y he hablado porque tengo derecho de hablar con quien me dé la gana!» Un contertulio anónimo me envía una notita: «Osorio ha hablado con Solana, con Múgica, con Pablo Castellanos, con Gómez Llorente… y con el comunista Jaime Ballesteros.» Bien…, ¡tiene derecho!

 

»Ha levantado la mano Antonio Garrigues Walker: «¿Por qué se habla tanto de una salida ‘sin’ el Gobierno de Suárez?»

 

»»Uno, porque los problemas que padecemos son auténticos. Dos, porque se palpa la sensación de que alguien o algunos, en el actual Gobierno, han llegado ya a su nivel de incompetencias. Y tres, porque el cuadro político español está forzado. Y, aunque UCD lo niegue, el ‘Gobierno de gestión’ saldría ¡o saldrá! con el apoyo de gente de UCD. Se ha acabado la cuerda de los ‘consensos apócrifos’. ¡Pero si en UCD misma los social-liberales y los democristianos ya han llegado a un punto, el divorcio, donde no hay diálogo posible…! Y seamos sinceros, al hablar de un acuerdo UCD-PSOE habrá que investigar antes cuánto socialismo marxista hay en el PSOE; porque el socialismo marxista ¿qué es sino comunismo? El PSOE o es social-demócrata o no hay acuerdo posible.»

 

»Solchaga, PSOE, se apunta a la salida por coalición PSOE-UCD: «En un decenio, aquí tenemos que convivir con los grandes problemas: crisis, terrorismo y autonomías en incógnita…, y la única vía es la política acolchada de una seria coalición. La izquierda necesita presentarse con la derecha. Y la derecha necesita a la izquierda para controlar la situación con energía, sin temor a ser tildados de represores y no democráticos.»

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»Jiménez Blanco se opone: «Así le dejaríamos al comunismo toda la plaza de la oposición…, ¡muy a la italiana!»

 

»Como alguien diga «no sé si os dais cuenta, pero estamos conspirando», Emilio Romero atruena: «El conspirador número uno es el Poder, que conspira sólo para mantenerse. Y ante su impotencia se va a crear una gran conspiración general para inventarnos ¡cómo diablos salimos de ésta!» – Pilar Urbano.»

 

HABLA EMILIO ROMERO

 

Releamos esas palabras finales de Emilio Romero: «Y ante su impotencia se va a crear una gran conspiración general para inventarnos ¡cómo diablos salimos de ésta!» Porque, justo cuando se celebra esa comida en casa de Mona Jiménez («Sólo hay lentejas, o las tomas o las dejas») y Antonio García López dice que ese «Gobierno de gestión», con Osorio o con un militar a la cabeza, será votado en el Parlamento por todos los Partidos, la «conspiración» ya está en marcha y se ha celebrado el primer «almuerzo» de Valencia entre Armada y Milans (como se verá en otro lugar de este libro). Es decir, que ese «secreto a voces» lo conoce todo el mundo y todo el mundo sabe que Armada será «el hombre».

 

Pero, ¿el hombre de quién…?

 

De momento, lo único que se sabe es que Alfonso Armada se lleva bien con todo el mundo: con la Zarzuela por sus largos servicios como preceptor del Príncipe primero y como secretario del Rey después; con Adolfo Suáréz (hasta que éste descubre que Armada puede ser su «sustituto», cosa que jamás perdona Suárez) y su Gobierno porque los miembros de UCD se desviven ante cualquiera que ronde la Zarzuela; con los «duros» del Ejército porque Armada fue de los de la «División Azul» y eso imprime (o imprimía) carácter; con la derecha porque le consideran el más tratable de los uniformes; con la izquierda porque han «olido» en él la posibilidad de frenar a Suárez… y con la Banca, y con la Iglesia (un hombre de comunión diaria y de profunda religiosidad) y con la Prensa… ¡sólo con Gutiérrez Mellado hay desde el primer momento como un rechazo mutuo!

 

Como también se habla de Sabino Fernández Campos, a quien en las tertulias políticas se le llamaba por esos meses de 1980 «el Berenguer de ahora». Como se habla de Vega y de González del Yerro y de otros que irán saliendo.

 

Y es que, ciertamente, el artículo de Pilar Urbano no podía ser más certero: 1980 es el año de las «conspiraciones» y de los golpes de salón. Había tertulias en las que incluso se repartían ya los cargos de la «nueva situación». Eso sí: todos querían que fuese una cosa «presentable» de cara al exterior; es decir, que los uniformes tenían que actuar el tiempo justo de dar el «cambiazo» (por supuesto constitucional; o sea de acuerdo con cualquier artículo de la Constitución que le diese respaldo legal) y luego retirarse a los cuarteles: a lo más «se les dejaba» la cosa militar para que se entretuviesen».

 

Y lo más gracioso es que Suárez se lo sabía de memoria, como fue público y notorio cuando estando en Lima en el mes de julio de ese año les dijo a los periodistas, con ese «cachondeíllo» propio de Suárez cuando está en el Poder (luego, por cierto, lo pierde): «Ellos se creen que porque yo esté encerrado en la Moncloa no me entero de nada… Pues que sepan que conozco la iniciativa del PSOE de querer colocar en la Presidencia del Gobierno a un militar tan bien como los que lo están gestando.»

 

Sí, «todos estamos conspirando» ese año de 1980.

 

DEL «GOBIERNO DE CONCENTRACIÓN» AL «GOBIERNO DE GESTIÓN»

 

En dos ocasiones de la «transición» se habló insistentemente de hacer un «Gobierno Nacional»: recién aprobada la Constitución y antes de las elecciones del 1 de marzo de 1979 y tras el «desastre moral» que fue la «moción de censura» contra Suárez en mayo de 1980. Al primero se le llamaba «Gobierno de concentración», al segundo «Gobierno de gestión».

 

El primero que habló de la necesidad de un «Gobierno de concentración» fue Santiago Carrillo… tal vez porque el viejo zorro de la política veía ahí su única posibilidad de tocar el poder con la mano, tal vez porque recordaba el buen resultado que dio a los comunistas en 1936 la presencia de Hernández y Uribe, miembros del PCE, en el Gobierno,

 

Luego, y por razones bien distintas, fue Fraga quien pidió por escrito («Servir a la Corona y servirse de la Corona») un «Gobierno de Notables»:

 

«En el próximo mes de noviembre, una vez entrada en vigor la nueva Constitución, el Rey habrá de tomar una decisión trascendental para la política española de los próximos meses y años, para la propia Corona como institución permanente, y, en definitiva, para España y para sus destinos.

 

»Esa decisión es la propuesta al Congreso de un Presidente del Gobierno, para encabezar el primer Gobierno constitucional, y preparar las elecciones subsiguientes. Parece evidente que éstas deben ser lo antes posible, y con el carácter de elecciones generales, es decir, municipales, provinciales y legislativas. Parece igualmente evidente que esas primeras elecciones constitucionales deben hacerse con todas las garantías, para que su resultado sea inatacable y respetado por todos.

 

»Para que la Corona aparezca desde el primer momento ejerciendo la función arbitral suprema que le corresponde, somos muchos los que creemos, y respetuosamente solicitamos, que el Gobierno que presida las elecciones no sea un Gobierno de partido, ni de una coalición de partidos, sino un Gobierno imparcial. Éste sólo puede hacerse presidido por una gran personalidad, no vinculada a los partidos existentes y que ocupe, o haya ocupado, cargos de gran trascendencia al servicio del Estado, como la Presidencia de las Cortes, del Tribunal Supremo o algo semejante. Lo formarían personalidades de relieve indiscutible en la vida política, administrativa, económica, cultural o profesional, igualmente sin vinculación a partidos.»

 

Pero ni Carrillo ni Fraga fueron escuchados, pues como es bien sabido, el señor Suárez los «madrugó», cerrando las Cortes y convocando a nuevas elecciones… ¡Elecciones que, naturalmente, dirigió un Gobierno presidido por el propio señor Suárez! Esto disgustó al Rey Juan Carlos -como se supo entonces- que, a partir de ese momento, comienza a «marcar distancias» con su otrora mimado Presidente Suárez. Pero, es que éste no se conformó con haber sido el «desmantelador» del Régimen de Franco (que era para lo que estaba preparado), sino que quiso ser el «arquitecto» de la nueva casa…, y ahí se equivocó, pues su preparación («insuficiente por unanimidad»…, según el Tribunal de las Oposiciones de Marina) no era la adecuada para crear nada nuevo. Ahí comenzó la «Cuenta atrás» de su etapa presidencial y el «bienio del disparate», puesto que no otra cosa se hizo en España desde el 1 de marzo de 1979… a pesar de haber ganado las elecciones.

 

Porque ahí se vio que sin estar respaldado o aconsejado, o teledirigido, Suárez no es hombre de Estado ni de Gobierno. Mientras tuvo el respaldo de la Corona, el consejo de Osorio y la partitura de Fernández Miranda fue alguien… «alguien» que llegó a creérselo de tal manera que un día se atrevió a prescindir de Osorio, otro día insensatamente rompió las amarras con Torcuato y otro día, incluso, «borboneó» al Rey. Pero tan grande se creyó que cuando quiso darse cuenta estaba solo… Y lo que es peor, rodeado de «acreedores engañados (sobre todo el Ejército, que no podía olvidar el «engaño» de la «Reforma Política» y el consiguiente cambio de legalidad). Por eso se encerró en la Moncloa y quiso resistir hasta el final de su mandato, por­ que estaba solo y a muy pocos podía mirar de frente… tal vez como Hitler en su búnker.

 

Autor

Julio Merino
Julio Merino
Periodista y Miembro de la REAL academia de Córdoba.

Nació en la localidad cordobesa de Nueva Carteya en 1940.

Fue redactor del diario Arriba, redactor-jefe del Diario SP, subdirector del diario Pueblo y director de la agencia de noticias Pyresa.

En 1978 adquirió una parte de las acciones del diario El Imparcial y pasó a ejercer como su director.

En julio de 1979 abandonó la redacción de El Imparcial junto a Fernando Latorre de Félez.

Unos meses después, en diciembre, fue nombrado director del Diario de Barcelona.

Fue fundador del semanario El Heraldo Español, cuyo primer número salió a la calle el 1 de abril de 1980 y del cual fue director.