10/05/2024 11:00

En medio de nuestras tertulias o en un diálogo privado entre dos; en ese misterio que fluye tras el hálito de las palabras evocando algún tema importante, de esos que animan la sobremesa familiar, la tertulia del café o el aula filosofía, por ejemplo: “doctrina política y sus consecuencias en la realidad”, surge siempre un interrogante: ¿Por qué el otro no entiende algo tan claro? Allí nos asalta entonces otra pregunta, derivada de la primera: ¿Es posible entonces dialogar cuando un tema separa aguas de un modo irreductible?

Dia-logos significa: “discurrir por el logos”; es decir, aceptar que existe un suppositum que está más allá de la esgrima de mi dialéctica. Perdido ese anhelo de verdad, el diálogo deviene pose, simulacro o exigencia hipócrita de la sociedad políticamente correcta. En este sentido, intuir el origen del nudo gordiano de esta problemática, redundará, aunque sin justificarlo, en comprender al otro, o al menos, ahorrarnos ese “jaque mate” a nuestra propia paz interior cuando de discutir se trata.

¿Por qué el otro no entiende algo tan claro? Y la pregunta pica y repica en nuestra conciencia. Pongamos algunos ejemplos para hacer asequible aquello que queremos mostrar:

¿Cómo es que el otro no comprende – siendo católico practicante, por ejemplo – que el liberalismo o el capitalismo se dan de bruces con la propia fe que él abraza? O bien, ¿Cómo es posible que no le haga ruido, que el marxismo que tanto erotiza sus ideas, no puede vivir en feliz connubio con esa fe que dice profesar? ¿Alcanza con mostrar racionalmente al otro, que el dios Mammón es despreciado por Jesucristo o que el hombre está llamado a la comunión de sus bienes y no a la competencia darwinista llamada “libre mercado”? O en su defecto: ¿Basta con que yo de razones a ese contertulio, que la dialéctica clasista no alcanza para resolver el profundo enigma humano? ¿Por qué razón no basta incluso que uno puntualice frente a ellos, que la misma Iglesia a la que dicen pertenecer, condena en varios documentos estas doctrinas políticas? Las respuestas serían fáciles si uno fuera irónico y no quisiera ir a lo hondo: el liberal capitalista no quiere entender, porque aspira a ser rico sin culpa y el marxista, por resentido.

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¿De qué naturaleza es la barrera que hace impermeable a las entendederas de un hombre de izquierdas, por ejemplo, progresista, y supuestamente anticapitalista, que el aborto que milita fue pensado y bancado económicamente por el núcleo internacional del dinero? ¿Alcanza con mostrarle los documentos firmados por la Trilateral Commission en los que se afirma tácitamente: “el aborto es un medio principal para nuestro orden mundial”? La respuesta fácil en este caso sería: porque a la Izquierda le basta saber de qué lado se pone la Iglesia para correr rápidamente a la vereda de enfrente. El tema es más profundo e intentaremos argumentarlo con el auxilio de un filósofo amigo, escudriñador y genial pneumatólogo.

En la Sección III de la Primera Parte de su obra “El formalismo en la ética y la ética material de los valores”, Max Scheler aborda el concepto de “disposición de ánimo” (Gesinnung). En ella, se da una auténtica “dirección de valor”. Aclaremos esto brevemente:

Para Scheler, la disposición de ánimo, portadora ya de un valor moral, se erige como factor determinante en el modo de formarse un acto de voluntad. En su fecunda polémica con Kant, el filósofo muniqués le reconoce al de Königsberg su acierto de ubicar a la disposición de ánimo en un grado de profundad mayor que el simple “propósito” o la mera “intención”. Ahora bien, ¿en qué consiste esa disposición de ánimo? Escribe Scheler:

(…) la disposición de ánimo es un hecho absolutamente experimentable, un hecho, además, que es más que un simple “modo” o “forma” de la tendencia, por cuanto ya es dada en él claramente una dirección en el sentido de determinados valores positivos o negativos, dentro de cuyos límites tan solo es posible que se forme después la intención”.1

Para Scheler, los valores nos son dados primeramente en el percibir sentimental. Esta enorme intuición indica que los valores no son dados exclusivamente a la racionalidad, sino, ante todo, ante aquello que Scheler llama “percepción afectiva” (fühlen). Este ámbito abierto por el filósofo alemán recupera aquella olvidada expresión pascaliana de la “lógica del corazón”. Este apriorismo emocional que Scheler intuye y trabaja, nos abre las puertas a una posible interpretación de los interrogantes que planteábamos en la primera parte de este artículo.

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Cada alma, se abre a una opción ética desde un fondo emocional, por eso, el elegir se rige por el preferir, y éste por la dirección del amor. Se puede intuir entonces que, desde una perspectiva psicológica, la disposición de ánimo no se deja educar mediante acciones, justamente porque es fuente de ellas. ¿Esa dirección de espíritu puede cambiar? Claro que sí, las conversiones morales son un ejemplo ello, pero no se produce a través de una mera modificación de intenciones. La exhortación educativa o el consejo pedagógico, caen fuera de esa disposición. Lo verdaderamente grave del asunto es que esta disposición de ánimo es una dirección a valores que define en nosotros un ethos determinado. Esta realidad, que corresponde al interior de la persona humana, puede extenderse a los pueblos, los cuales también fundan sus valores comunitarios en un ethos cultural. Ese ethos que de algún modo estructura un orden, es abordado en Scheler con un término agustiniano: el ordo amoris. Por ello, el filósofo alemán expresa: “quien posee el ordo amoris de un hombre, posee al hombre”. ¿Se ve claro no? El orden de sus amores, no el de sus razones.

El corazón del hombre es un enigma. Pedro realiza una impecable profesión de fe sobrenatural y luego niega al Señor tres veces. Pablo se queja amargamente porque el bien que quiere no lo hace y el mal que no quiere, lo hace. ¿Por qué el otro no entiende algo tan claro? –volvemos a preguntarnos – y respondemos: busquemos en la fuente de la que emana la dirección de su espíritu.

Diego Chiaramoni, enero 24 de 2024

1 Scheler, M: “El Formalismo en la Ética y la Ética material de los valores”. Ed. Revista de occidente, Bs. As, 1948: Pág. 161.

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Soledad R.

Sugerente, para abrir caminos. Gran pluma del columnista argentino.

Germán Losada

Se conoce a Scheler por el «El puesto del hombre en el cosmos». Hay otro Scheler por descubrir.

Felicitaciones por el artículo.

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