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Desde que un día lejanísimo a un primate se le ocurrió bajar de su árbol allá en la garganta de Olduvai, el ser humano ha tenido una marcada proclividad a realizar movimientos de protesta contra el orden establecido, que han recibido diversos nombres según su naturaleza y sus características subversivas: revolución, asonada, rebelión, revuelta, pronunciamiento, golpe… y motín.

Los españoles, raza animosa y corajuda -por no decir ese adjetivo que todos ustedes tienen en mente- hemos protagonizado también nuestras subversiones, claro está, aunque no exhibamos una revolución como la francesa, por supuesto -nada envidiable, por otra parte, esa rebelión masónica-. Más bien, nuestra especialidad han sido otro tipo de movimientos de protesta, especialmente los pronunciamientos militares o asonadas, y los motines populares.

La esencia del motín es que consiste en una revuelta de las clases populares contra lo que se percibe como alguna forma de opresión e injusticia. Sin embargo, en ocasiones el motín va dirigido contra una potencia ocupante, una minoría étnica percibida como privilegiada, las élites oligárquicas, o una institución determinada causante de los agravios.

Aparte de nuestras «Semanas Trágicas» y de las típicas matanzas de curas y quema de iglesias y conventos —de las que hemos tenido con profusión a partir del liberalismo jacobino del XIX— destacan en nuestra historia algunos motines significativos, los cuales consiguieron siempre sus objetivos.

Por ejemplo, tenemos el llamado «Motín de los Gatos» -pues bajo ese nombre se conoce a los madrileños de pura cepa- disturbio que se produjo en Madrid el 28 abril de 1699 como protesta a la carestía de alimentos— circunstancia motinesca que está en el origen de la mayoría de los motines que en el mundo han sido, por cierto—.

Un motín más conocido es el famoso «Motín de Esquilache», que estalló entre el 23 y el 25 de marzo de 1766, en el cual se aunaron la protesta por la carestía de los productos básicos de primera necesidad, y la contestación a la política reformista de la primera etapa del reinado de Carlos III, encarnada por el ministro italiano Esquilache. Una de estas reformas consistía en eliminar de la vestimenta de los madrileños las largas capas y el sombrero de ala ancha, objetando que favorecían el bandidaje y el crimen. Los amotinados pidieron, además de la bajada del precio de los principales comestibles, la caída del italiano y que desaparecieran los extranjeros de la administración. Por supuesto, también exigía que se revocaran las ordenanzas en contra de la vestimenta tradicional de los madrileños.

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Las crónicas afirman que en el motín participaron unas 30.000 personas, una barbaridad, si se tiene en cuenta que en Madrid vivían solamente 150.000. La algarada fue un éxito completo, pues provocó el destierro de Esquilache, y que no faltara en pan entre los abastos.

El tercer ejemplo lo constituye el motín más importante: el de Aranjuez, que tuvo lugar entre los días 17 y 19 de marzo de 1808, de contenido más claramente político, pues perseguía la destitución del valido Manuel Godoy, y la abdicación de Carlos IV en su hijo Fernando.

Según el historiador británico E. P. Thompson, la verdadera causa de los motines hay que buscarlo en lo que él llama la «economía moral de la multitud», definida como la conciencia compartida por un pueblo de estar siendo víctima de una injusticia sangrante, lo cual le mueve a sublevarse para recuperar su dignidad.

En la actualidad, en vista de los furibundos ataques a la identidad y a la unidad de nuestra Patria, que está siendo objeto de un asalto despiadado por parte del NOM para destruirnos como nación, el pueblo español tiene tantos y tan variados motivos para amotinarse en contra de tantas opresiones e injusticias sangrantes, que me resulta realmente imposible entender por qué no se ha echado todavía a la calle en masa para mostrar su repulsa y su protesta por tanto dislate, tanta felonía, tanta corrupción, tanta mentira, tanta ineptitud, tanta tomadura de pelo, tanta cobardía y tanta complicidad con el NOM.

Tenemos tantas causas para una movilización popular que regenere y defienda a nuestra Patria amenazada, que dan ganas de preguntar: ¿A qué motín -o motines- se apunta usted? Las fundamentales son aquellas que se refieren al conjunto del Estado, pero también las hay más sectoriales y localizadas: el adoctrinamiento separatista e inmersión lingüística en algunas CC.AA, el adoctrinamiento de sus hijos en la perniciosa ideología de género, la alevosa ley de memoria “democrática”, las 60 subidas de impuestos perpetrada por el gobierno socialcomunista, los indultos a los chupópteros rojos, la amnistía a los orates barretinados, el ecoterrorismo, las mil y una corruptelas de los sociatas, y un larguísimo etcétera… A la vista del pavoroso panorama, del sobrecogedor horizonte que flameará España con las llamas del Averno, la dictadura orweliana de este gobierno bafomético da motivos para mucho más que un simple motín… para movimientos de protesta mucho más contundentes y generalizados.

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Pero ya no somos los mismos, y España ya no es España, país donde inmensos rebaños de pussycats ronronean su inconsciencia en terrazas y sofás, importándole una higa el continuo abuso de politicastros de hoz y mandil. Ni siquiera protestan contra el ataque aberrante que les privará de sus vehículos y les condenará a las galeras del “tren de San Fernando”, por aquello de la dantesca dictadura del ecoterrorismo plasmada en las malvadas ZBE.

Un millón y medio de madrileños van a tener que mandar sus coches al estercolero, convertidos en chatarra, a partir del 1 de enero de 2025. Ante tan colosal medida despótica, aquí no passsa nada, porque Carmeida y la Ayusita seguirán con sus medidas “gusten o no gusten”, en palabras de Isabelita. El Supremo seguramente rechace el recurso municipal de casación, pero al día siguiente sacarán otra ZBE, la misma de antes, pero con otros collares, y a los madrileños se les robarán los coches con impunidad y alevosía. Bondad graciosa, que los torturadores aleguen que sus monstruosas ZBE son esenciales para la salud, en una ciudad que tiene el récord mundial de longevidad de sus habitantes.

La pregunta final es inevitable, y tremenda: si a los madrileños que protagonizaron el Motín de los Gatos, el Motín de Esquilache, el Motín de Aranjuez, y el levantamiento del 2 de mayo… Si a esos madrileños, verdaderos seres humanos, verdaderos españoles, gallardos y valerosos ejemplares de nuestra raza, el alcalde de Madrid de aquellos tiempos les quisiera impedir que entraran en Madrid con sus coches de caballos, porque los animales cagan y mean en las calles y eso es una gravísima amenaza para la salud pública y el medio ambiente, ¿ qué harían? ¿Quemar sus coches en un vertedero y calentarse con sus llamas? ¿O justo eso que están ustedes pensando? Sic transit gloria mundi.

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Autor

Laureano Benitez Grande-Caballero
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