21/11/2024 11:36
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Seguro que recuerdan cómo Europa entera, cómo Occidente entero, levantaron preces y rugieron cóleras por la muerte del norteamericano de raza negra George Floyd a manos de la policía de Minnesota.

El suceso ocurrió en el año 2020. Se trataba de la súbita muerte de un sujeto con severos antecedentes penales y cuyos informes toxicológicos de autopsia revelan que iba de droga hasta las trancas y que no murió como consecuencia de una acción policial de autodefensa.

No obstante el acontecimiento dio pie a un movimiento social y político que, de la mano de la organización racista anti blanca llamada “Black Lives Matter”, sirvió para agitar y enardecer a masas ingentes contra la población de raza blanca, contra la autoridad policial, contra Donald Trump y para llevar a la Casa Blanca al viejo Joe Biden, principal promotor e interesado en la implementación de la ideología “woke”.

La instrumentalización del caso Floyd y la sumisión de Europa “hincando rodilla” en todos los estadios de fútbol y actos institucionales empalagaron nuestros días.

Semejante locura colectiva contrasta con la callada generalizada y la silente pasividad ante el reciente asesinato macabro de la niña francesa Lola, de doce años de edad, perpetrado por una mujer argelina en situación irregular en suelo francés. Torturada, violada, sometida a un rito de sangre y destrozada, su cadáver infantil fue introducido en una maleta por la asesina y sus cómplices, también extra europeos.

El asesinato de la niña Lola ha abierto la brecha social francesa entre los indignados y los sumisos: entre los honrados currantes que capitanean familias y los elitistas progres. Estos últimos se negaron a poner a un Instituto el nombre de “Samuel Paty” al ser éste el profesor asesinado por musulmanes porque, al parecer, jamás debió irritar al islamismo terrorista por impartir una clase sobre libertad de expresión y la revista “Charlie Hebdo”… En esas dos mitades está partida Francia.

Pero Occidente, Europa, están callados. En sus plazas, en sus estadios, en sus púlpitos parlamentarios no hay cólera ni dolor; hay manos blancas, algún lloro impostado y una condena continuada e inexorable contra…el racismo y la “islamofobia”.

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El asqueroso buenismo del “ius soli” y la indolente pasividad de Estados como el francés o el español, que permiten a extraeuropeos ilegales campar a sus anchas, son el “oasis” de los salvajes de la gumia y el machete, de aquellos que importan la selva y el salvajismo porque en la médula de sus costumbres se heredan los códigos del crimen.

La “psicosis”, la “perturbación mental”…O lo que quieran argüir los “expertos” y las cabeceras de los telediarios, serán la justificación dada a la acción bárbara perpetrada por la asesina argelina de la niña Lola.
Me importa tres cominos que sea ése el “móvil” de la asesina y sus cómplices.

Ésta es la “música” repetitiva con la que la corrección política, los “democratistas” y demás plañideras taparán, una vez más, cuánta reacción enérgica, revulsiva y contestataria pudiera haber contra un hecho ineluctable: están asesinando a Europa, y el asesinato de Lola es el asesinato de Europa; de cuánto bello, autóctono, genuino y cultural conserva nuestra Civilización que se alzó en pugna contra razas y religiones contrarias a milenios de conformación clásica y cristiana.

Por mucho que los partidos de “derecha” tradicionales o de “nueva derecha” centren sus iras en la “inmigración ilegal”, de forma justa porque ésta es coladero de delitos, no se trata sólo de la ilegal… Ninguna fuerza política sistémica de las que conocemos en España ataca el problema medular de la inmigración que es éste: no todos los pueblos somos iguales, las razas diferenciadas existen, las poblaciones hostiles a Europa también existen, y la propensión al crimen y a la no adaptación a los códigos morales y legales europeos también existe. Jamás lo reconocerán porque aceptar esto sería romper con los “mitos” igualitaristas y tolerantes de la democracia liberal “quenoshemosdado” y de la Unión Europea.

Europa no debería haber permitido jamás la irrupción masiva en su suelo y en nombre del multiculturalismo, de ciudadanos extra europeos que legales o ilegales conformarán guetos, zonas “no go” o semilleros delictivos. No importa que sean africanos, asiáticos o amerindios provenientes de las antiguas provincias españolas de Ultramar; jamás deberían haber sido admitidos a través de puertas abiertas, de “Convenios de doble nacionalidad” o demás zarandajas…

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El caso de España es particularmente irritante. La confusión de muchos españoles ha llevado, en nombre del mantra nuestros hermanos “latinos” (verdadera gilipollez anti histórica) a permitir que amerindios nacionalizados españoles sean los que hoy conforman las criminales “bandas latinas” – todos ellos nacionales españoles en virtud de nuestra ley-. Al compartir vínculos históricos y de lengua, se les regaló la nacionalidad española. Son inmigrantes de segundas o terceras generaciones con el DNI español en el bolsillo, como “franceses pura cepa” son los chicos de tez oscura que cometieron la noche de los horrores en Saint-Denis durante la Final de la Champions.

La nacionalidad ha sido entregada como un pasquín, como un papel de celofán, y a colectivos extra europeos agraciados por vínculos históricos con el país de acogida o por sistemas legales genuflexos que no expulsan al invasor  y premian su permanencia con sinuosos beneficios sociales detraídos del contribuyente.

Europa está sola y asesinada. Es la niña Lola de 12 años. Por la que nadie llora ni promete furia salvo los valientes, que si alzan la voz son perseguidos por las Fiscalías del Odio. El multiculturalismo fracasado ha mudado ya en racismo anti blanco, en suicidio colectivo, aunque los tontitos o los democratistas no quieran verlo.

En la mano de los europeos como sociedad civil está levantar la voz contra el reemplazo y romper el gueto del “fascismo” como estigma condenatorio al que nos quieren llevar los buenistas, los liberales y los socialistas. Deberemos entonar: “¿Fascistas por defender nuestro suelo y nuestro pueblo autóctono? ¿Y qué pasa? ¡Orgullosos, coño!”

Autor

Jose Miguel Pérez