21/11/2024 11:57
Getting your Trinity Audio player ready...

Se cuenta que alguien una vez le preguntó a Orson Welles cuáles eran sus tres directores de cine preferidos y su respuesta fue: -John Ford, John Ford y John Ford. Contundente y taxativo hasta podría parecer exagerado, pero si buceamos en su obra y trascendencia esto solo es en apariencia. John Ford es Cine en estado puro. Como director desde 1917 hasta 1970 con más de 140 películas de diversos géneros, siempre será recordado por su visión y legado acerca del Western con su marca única y personal. Films como Stagecoach (La Diligencia, 1939), Fort Apache (Fuerte Apache, 1948), Rio Grande (Río Grande, 1950), The Searchers (Centauros del desierto, 1956), The Alamo (El Álamo, 1960), y The Man Who Shot Liberty Valance (El hombre que mató a Liberty Valance, 1962), son verdaderos hitos del género cinematográfico más americano y tal vez más popular en el mundo entero durante el siglo XX. Todas ellas tienen algo en común que las convirtieron en legendarias: John Wayne, The Duke. Sin El Duque de por medio estaríamos hoy hablando tal vez de otra cosa, ya que su aporte único e inigualable delante de las cámaras, completó el trabajo final de un genio como Ford. Ambos cruzaron sus vidas y sus talentos, ambos de fe católica y con una visión tradicional del mundo, que puede verse reflejada en sus trabajos. Con Wayne no caben dudas, en el caso de Ford, tal vez menos explícito y discutido, pero también polémico, lidió en un ambiente como el de Hollywood plagado de ideas izquierdistas. Ambos fueron acusados de conservadores, reaccionarios, machistas y, como no, también de racistas. Todas estas etiquetas intencionadamente descalificadoras y utilizadas por la izquierda militante y los ideólogos de la industria cinematográfica los acompañaron desde siempre. En verdad el establishment progresista de la industria no soportó jamás que películas y artistas “de derechas” fuesen tan buenas y gustasen tanto.

Muchos coinciden en que Centauros del desierto es la obra maestra de John Ford. Un western fuera de lo común, diferente respecto a sus trabajos anteriores y a lo que tenía acostumbrado a su público. Una historia que a primera vista podría parecer sencilla, en realidad oculta subtramas complejas que van apareciendo como si fuesen algo así como cajas chinas unas dentro de otras y plagada de elipsis, en un relato que el espectador va descubriendo sin que se diga o enseñe explícitamente nada, sino mediante pistas narrativas que va dejando a su paso mediante diferentes recursos. ¿Hubo recortes en el guión? ¿Lo que no se ve o no se cuenta ha sido fruto de ello? Ya no merece la pena discutir esto cuando se ve el resultado final de su obra.

Centauros del desierto es una historia de venganza y desesperación ante una tragedia familiar plagada de violencia e incomprensión, dolor y sufrimiento. Es la historia de un marginado, un fuera de la ley, un hombre derrotado en el campo de batalla de la Guerra de Secesión, un solitario sin hogar, que añora una familia que en realidad no tiene o la tiene relativamente y que acaba perdiéndola para siempre. Una historia de amor y odio: un amor prohibido jamás explicito hacia la mujer de su hermano, y de odio hacia los comanches, los indios que de la manera más cruel y salvaje le quitaron lo que más quería.

El film comienza con un jinete que se acerca a una cabaña en medio de un desierto. Es Ethan Edwards (John Wayne) que regresa tres años después del final de la guerra. Lo que hizo durante ese tiempo y el porqué de su regreso es un misterio. Lo recibe una mujer a la puerta de un rancho, su cuñada. Su hermano y sus sobrinos, un niño, una niña y una joven mujercita, lo acogen con cariño. Ese mismo día se ve obligado a salir en busca de una tribu comanche que está robando el ganado de un vecino. Parte en su búsqueda con un grupo de hombres y se da cuenta que todo fue una treta para atacar, destruir, violar, y matar a su familia. La tragedia está servida. El odio y la venganza se desatan. En los siguientes cinco años, Ethan Edwards buscará de forma obsesiva al único miembro de la familia que ha sobrevivido, Debbie, su sobrina pequeña, cautiva del jefe comanche llamado Cicatriz.

Ethan Edwards no es un héroe al uso, es un hombre víctima de un mundo y un tiempo violento, cargado de odios políticos y raciales, en medio de dos bandos donde no acaban de verse claramente los “buenos” y los “malos”. Es acompañado en esa búsqueda desesperada por Martin Pawley (Jeffrey Hunter), un joven huérfano, rescatado cuando era un niño por él mismo y que tiene un octavo de sangre india. Martin lo llama “tío” pero a pesar de su afecto y respeto hacia él, lo rechaza por ser mestizo. No obstante, Ethan es una buena persona y no deja de educarle y cuidarle a su manera durante todos esos años.

LEER MÁS:  Pensamiento único, Memoria, Historia y Democracia. Por José Papparelli

El personaje conoce perfectamente la cultura comanche, su lengua, como piensan, creen y actúan sus despiadados enemigos. En una escena vemos que en medio del desierto encuentran el cadáver de un comanche que asesinó a su familia. Ethan desenfunda su pistola y le disparara a los ojos del indio muerto diciendo: –Sin ojos no puede entrar en las praderas del espíritu. Debe vagar eternamente en el viento de los tiempos. La venganza es lo que lo mueve. Tampoco repara en disparar por la espalda a los comanches en retirada o matar en la pradera a los búfalos que pueden servir de alimento a los indios. No duda tampoco en cortarle la cabellera a su enemigo, el jefe Cicatriz una vez muerto. Incluso piensa en acabar con la vida de su sobrina (¿tal vez su hija?) Debbie (Natalie Wood) cuando finalmente la encuentra viviendo en la tribu como una más entre los indios comanches, había dejado de ser blanca. Todos estos elementos podrían definirlo como un racista sin piedad, y mucho más si lo vemos con los ojos actuales de lo políticamente correcto, descontextualizando la historia y sus personajes.

Ethan es un confederado, perdió la guerra y todo indica que al acabar esta, peleó en otro bando perdedor, el de Maximiliano en México. Esto es sugerido cuando le entrega a su otra sobrina una medalla en forma de cruz y que, tras la violación y muerte de la joven, el jefe comanche la llevará colgada a su cuello. Ethan es un hombre de frontera al que le arrebataron cruelmente a su amor prohibido, el de su cuñada, su hermano y sus sobrinos. Es un marginado, un outlaw como llaman en el sur a los que forzadamente quedan fuera de la ley. Un hombre sin Patria porque también se la arrebataron y que no jura por otra, la vencedora del Norte, como se ve en el film cuando se niega a hacerlo. Es fiel a su historia, a sus creencias, a su cultura y tradición. Ethan es un Ulises sin Ítaca.

LEER MÁS:  En Mingorrubio tambien se respira la Navidad: el Niño Dios recibe a los Reyes de Oriente Melchor, Gaspar y Baltasar (III). Por Onésimo García

En ningún momento el film justifica ningún tipo de racismo a pesar de estar manifiesto muchas veces en ambos bandos. El racismo, el odio y la violencia son fruto de un tiempo salvaje y cruel marcado por un conflicto complejo donde ambos bandos luchaban con los mismos métodos. Las motivaciones de los indios son las mismas que la de los colonos: proteger a su tierra y a su pueblo. Centauros del desierto es un film violento, cruel y trágico pero que nunca apela a lo explicito, sino a que el espectador complete este cuadro con su imaginación, viendo los resultados de la tragedia en la psicología de sus personajes.

Ford nos cuenta un episodio muy frecuente durante la confrontación de los colonos blancos contra los indios. No hay guerras limpias ni absolutamente justas. Los comanches torturaban y mutilaban sin ningún tipo de piedad o compasión, sin discriminar entre civiles, militares, hombres, mujeres, ancianos o niños; los blancos, también lo hicieron. Esto lo vemos en la Historia con mayúsculas, en la novela de Alan Le May en la que se inspiró el film y en el guión de Frank S. Nugent. John Ford en Centauros del desierto -rodada en ambientes naturales- pone en pantalla un relato humano con todas sus luces y sombras y nos cuenta una epopeya con el marco del maravilloso Monument Valley, componiendo verdaderas pinturas con cada cuadro y escena. Nunca antes, nunca después y nunca más hermoso, solo Ford lo hizo.

Si Lo que el viento se llevó ya cayó en la lista negra del politicaly correct americano -perdón por lo de negra- por ser considerado un film “racista”, lo que le espera a Centauros del desierto no será para menos. Tarde o temprano el pensamiento único del progresismo globalista y su nueva religión, intentaran acabar con Los buscadores. Considerada “cultural, histórica y estéticamente significativa” por la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos y seleccionada para su preservación en el National Film Registry, Centauros del desierto es la obra maestra de John Ford y sin duda uno de los más grandes films de todos los tiempos.

Escribo estas líneas a modo advertencia, antes de que sea demasiado tarde, casi como una llamada desesperada por la preservación de una autentica obra de arte que, ojalá me equivoque, podría ser pasto de las llamas de los fanáticos peones de los diseñadores del mundo sin alma que intentan imponernos. Que el intento de ello quede sepultado en el polvo rojizo del desierto condenado a vagar eternamente en el viento de los tiempos.

Autor

José Papparelli