21/11/2024 12:52
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Señor Feijóo, ante el “lío” que usted se ha formado con los empresarios catalanes y el señor Bendodo, con las “plurinaciones”, y la “nacionalidades con historia”, o las “nacionalidades con Estado”, o la “DUI”, y el “Procés” y el 155 y doña Soraya y don Rajoy…

 

le envío un escrito sobre cómo fue lo de introducir la palabra “Nacionalidad” en la Constitución de 1978, que considero urgentísimo que usted conozca, si no quiere que el PP se hunda en Andalucía, que al paso que va será lo más normal.

 Así que pase y lea (y si es posible que lo lean también el gozoso señor Presidente Moreno y el dueño del cotarro de las elecciones, Elías Bendodo.

 

“Vuelve a hablarse de las Autonomías, y como siempre hay quienes las señalan como la madre de todos los males de la Transición y de la España actual, y hay quienes las defienden como la madre del “Estado del Bienestar”. Pero hay una cosa que está muy clara y por encima de ambos criterios:

BUENAS O MALAS, ESTÁN AHÍ… y ya no hay camino de retorno.

Es cierto que se pueden retocar para corregir o mejorar, en especial a la cuestión de las Transferencias, pero cambiarla ahora sería ¡¡¡Imposible!!!, pues sería una guerra civil.

Así que yo las doy como la realidad que son pues este Estado será ya para siempre el Estado de las Autonomías (bueno, en España decir para siempre es muy atrevido). Por cierto, que la Prensa se ha comido lo del “Estado del Bienestar”, tal vez para no tener que decir que el bienestar desapareció con la llegada del virus comunista.

Sin embargo, sí puedo decir, y digo, que los orígenes fueron el primer pecado que cometieron las Cortes Constituyentes, el nuevo Gobierno presidido por Suárez y los Partidos fuerte que hicieron la Constitución del 78, la UCD y el PSOE… y aquel “pecado original” tuvo un nombre: NACIONALIDADES. Pues al introducir las nacionalidades en el texto constitucional se estaba introduciendo el nacionalismo radical y el independentismo que ha envenenado y sigue envenenando lo que queda de la España que heredó la Monarquía actual.

Por eso, y llegado aquí, me voy a permitir reproducir varios textos que indica la razón de las dos mentes más lúcidas de aquellos momentos transcendentales para el futuro: los de Torcuato Fernández Miranda y otro de don Gonzalo Fernández de la Mora.

Del primero recojo las dos entrevistas que mantuvo con Suárez para evitar que se introdujese la palabra “Nacionalidades” en el texto.

Se ha escrito mucho, miles de artículos y cientos de libros, sobre cómo se engendró y cómo nació la Constitución de 1978, hoy todavía en vigor. Algo se publicó sobre las famosas reuniones secretas que al parecer tuvieron Abril Martorell, en esos momentos Vicepresidente del Gobierno, y Alfonso Guerra, el 2 del PSOE. Según se publicó por entonces ambos se reunían por las noches para acordar los textos de los artículos que se iban a debatir al día siguiente en el Congreso y algunos periodistas se mofaban de la pobre labor de los diputados de a pie de la UCD y el PSOE, que en las sesiones se limitaban a aprobar lo que ya le daban como aprobado.

 

Pero se ha escrito poco, muy poco, de las reuniones que mantuvieron, también en secreto, los principales protagonistas de la película: Torcuato Fernández Miranda, Adolfo Suárez, Felipe González, Sabino Fernández Campo y SM Juan Carlos I.

 

Naturalmente, yo no puedo hablar de todas las reuniones que sé que se celebraron ni de los «conciliábulos» que hubo entre los personajes que, de verdad, dirigieron la operación constitucional, pero sí puedo hablar de las que, por fortuna, fui testigo directo o informador privilegiado. Porque fui testigo (y que nadie me pida papeles firmados y sellados, pues algunos de los protagonistas ya no viven y yo mismo estoy en la última curva del camino) de las dos últimas entrevistas que mantuvieron Fernández Miranda y Adolfo Suárez para hablar del tema «Nacionalidades», que se quería incluir en el texto de la nueva Constitución, así como de la charla que tuvieron «Don Torcuato» y «Don Sabino» Fernández Campo cuando ya no hubo solución en contra. Se sabe que Fernández Miranda dimitió como Presidente de las Cortes tras las Elecciones Generales del «15-J» y que el Rey le agradeció los servicios prestados nombrándole duque de Fernández Miranda y concediéndole el Toisón de Oro, (máxima condecoración de la Monarquía) y además le nombró Senador como uno más del grupo de Senadores que podía elegir el Rey. Es verdad que sus relaciones con Suárez ya no eran lo que habían sido y que el de Ávila ya no era la «marioneta» del año 1976. Sin embargo, todavía eran fluidas y casi amistosas. Tal vez por ello a «don Adolfo» no le molestó que, a petición de Torcuato, yo estuviese presente.

 

Mayo 1978. Ciudad de los Periodistas. Edificio Balmes, octavo piso. Suárez llegó con un chándal deportivo.

– Hola, Torcuato ¿qué pasa? ¿por qué tus urgencias?

– Adolfo he leído el borrador que me has mandado de la Constitución.

– ¿Qué te ha parecido?

– ¡El artículo 2 es un disparate!

 

Título Preliminar    

Artículo 2. La Constitución se fundamenta en la indisoluble unidad de la Nación española, patria común e indivisible de todos los españoles, y reconoce y garantiza el derecho a la autonomía de las nacionalidades y regiones que la integran y la solidaridad entre todas ellas.

 

– ¿Y eso? ¿por qué?

– Por incluir eso de las «Nacionalidades».

– Ja,ja,ja… lo sabía.

– No te rías que esto es muy serio. Si incluyes lo de «nacionalidades» te estás cargando la Unidad de España.

– ¿Pero qué dices hombre?… sí, se dice, pero antes queda bien claro que la Nación Española es la patria común e indivisible.

– ¡Ahí está el disparate! ¿Cómo se puede decir que la patria es común e indivisible, ojo, en el mismo artículo, que se garantiza el derecho a la autonomía de las nacionalidades? ¡Eso es un verdadero disparate! ¿Sabes que donde hay una nacionalidad hay una nación y qué donde hay una nación hay un Estado y que el Estado tiene derecho a ser independiente?

– Joder Torcuato, eso es hilar muy fino. 

– No es hilar fino, es prevenir, evitar problemas futuros… No olvides que estamos ante un reto histórico y que si no acertamos con la Constitución volveremos a estar donde hemos estafo siempre, cambiando de Constitución como quien se cambia de calcetines.

– No creo que sea para tanto… además es lo que han reclamado los catalanes, y, según tú mismo dices, hay que conseguir el apoyo de todos, consenso, tu palabra preferida.

– Mira, Adolfo, vamos a ser serios. Seguro que ha sido Puyol quien te ha reclamado lo de «Nacionalidades».

– Pues sí, ha sido Puyol, pero también el vasco, y entre vascos y catalanes suman 22, no lo olvides.

– Claro, porque esos sí saben dónde van, o donde quieren ir. Adolfo, no seas niño y no te dejes engañar. Esos de momento se conforman con ser sólo «Nacionalidad», pero en cuanto se sientan respaldados por la Constitución del nuevo Estado empezarán a decir que son una «Nación», y si no se les corta a tiempo más tarde querrán ser » Estado»… y España no podría soportar un Estado por región.

– Pues, veo difícil suprimir ahora lo de «Nacionalidades», si no quieres que se nos pongan en contra.

– Háblalo con Felipe González, seguro que él lo entiende y te apoya.

 

Y ahí terminó aquella noche la reunión. Poco después se celebraría otra ya menos amistosa.

 

Hotel Mindanao. Domingo 13 de agosto 1978. Nueve de la noche. Dos mesas apartadas del comedor. A un lado Fernández Miranda y Adolfo Suárez. A otro lado, separados por una especie de pasillo Julio Merino y uno de los escoltas del Presidente, dos en otra mesa más separada y otros dos al comienzo de la escalera y en el hall del hotel.

Torcuato Fernández Miranda es Senador por designación del Rey y está incluido como independiente en el grupo de la UCD. Adolfo Suárez sigue siendo Presidente del Gobierno.

– Bueno, aquí me tienes Torcuato, como ves vengo de hacer mi carrera diaria de una hora. ¿Tan grave es lo que me tienes que decir?

– ¿Grave?, para mí gravísimo. Sabes que esta semana que entra se va a debatir, entre otros, el artículo 2 de la Constitución y quiero que sepas, tú el primero que me voy a oponer frontalmente al texto que ha venido del Congreso y que sigue con el tema de las «nacionalidades».

– Mira, Torcuato, sabes que he seguido casi siempre tus consejos, pero creo que en este asunto hemos hecho lo mejor para todos y sobre todo para la Monarquía y el Rey.

– ¡En eso no estoy de acuerdo! Será bueno para ti y para otros partidos, porque quedaréis para la Historia, pero no digas que es lo mejor para la Monarquía y el Rey, ya que será bueno para hoy pero no para mañana. Para Juan Carlos, tal vez, pero para su heredero podría ser fatal y para la Monarquía un desastre. Antes o después los Estados que salgan de «tu» Constitución, porque yo, y te lo aseguro ya, si sale eso adelante votaré en contra, exigirán «su» República y «su» Estado Federal.

– Largo me lo fiais. No creo que haya un español que oiga la palabra República sin echarse a temblar.

– No seas tonto, Adolfo, si lo dices por lo que fue la Segunda República, o incluso por la Primera, te equivocas. Los pueblos olvidan fácilmente y los jóvenes más fácilmente.

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– Pues el Rey no piensa como tu…

– Seguramente (cortándole), pero por eso le he pedido Audiencia y me ha citado para el martes… Quiero señalarle los males futuros de las «Nacionalidades»… Ah, y otra cosa, y quiero que seas el primero en saberlo, me cambio de grupo, me paso al Mixto…no sería inteligente que un Senador del Grupo de la UCD ataque el proyecto que defiende la UCD.

 

Y así lo hizo. A partir de ese momento sus relaciones con Suárez fueron empeorando hasta llegar a la nada.

 

 

Sin embargo no quiero dejarme en el tintero otra reunión a la que asistí. El lunes, a primera hora de la mañana, me llamó por teléfono Torcuato y me pidió que hablase con Sabino Fernández Campo, el Secretario General del Rey, y que le dijera que quería hablar con él, si era posible, esa misma noche. Según él no quería que en Zarzuela supiesen que él había llamado por teléfono. Cosa que realicé de inmediato y Sabino, cariñoso conmigo, como siempre, me dijo que él salía de Zarzuela a las 9 de la noche y que antes de subir a su domicilio se paraba todas las noches a tomar una copa en la cafetería «Riofrío» de la calle Génova. Y allí, con una cafetería casi llena, lo que daba incluso más intimidad, se vieron las caras. No hay que decir que Torcuato y Sabino eran buenos amigos desde la universidad, los dos asturianos, los dos estudiantes de Derecho, los dos Alféreces provisionales de Franco durante la Guerra y los dos triunfantes en Madrid.

 

 

– Hola Sabino ¿cómo estás?

– ¿Y tú, cómo estás?

– Preocupado, Sabino, muy preocupado.

– ¿Y eso?

– La Constitución. Sabes que el texto está ya en el Senado y que se incluye eso de las «nacionalidades», tan peligroso para el Rey, la Monarquía y España.

– Sí, a mí también me preocupó cuando lo leí y me sigue preocupando.

– Mira, he hablado dos veces con Suárez, y hasta casi le he rogado que lo suprima… y me ha dado a entender, ayer mismo, que el Rey lo aprueba ¿es eso verdad?

– Vamos a ver, Torcuato, tú conoces al Rey mejor que yo y sabes muy bien cómo es. El Rey no dice nunca que sí ni que no tajantemente, casi siempre se limita a decir «tú haz lo que creas que debes hacer, siempre que sea en bien de España». No está de acuerdo ni en contra, deja hacer a Suárez.

– Pero eso no puede ser, en este caso hay que frenar a Suárez, Adolfo no tiene mimbres históricos para darse cuenta que lo que está haciendo tiene muchos peligros para el futuro… y eso es lo que le pienso decir mañana a su Majestad, como sabes me ha concedido audiencia.

– Ya lo sé, y si tú no lo haces, si tú no consigues que frene a Suárez, no lo consigue nadie.

– Es que yo veo la jugada de Puyol muy clara, ese es más listo que el hambre y sabe que de momento se tiene que conformar con que la Constitución ampare su «nacionalidad»…según me dijo el señor Tarradellas Puyol ya sueña con ser un día Presidente de una Cataluña independiente.

 

Por supuesto no estuve presente en la Audiencia de Torcuato con el Rey. Ni pude verlo en aquellos días, porque se los pasó en el Senado, ya en el Grupo Mixto, defendiendo su tesis sobre las nacionalidades (y la libertad de religión, que le surgió de paso). Pero, por lo que se dijo y se publicó supe que lo había pasado muy mal y que su enfrentamiento con Suárez había llegado a la ruptura definitiva.

Luego, pasada la tormenta del Senado, se dio por vencido y ya no quiso ni pertenecer a la Comisión Mixta (Parlamento-Senado) que se formó al ser rechazado por el Senado el texto primero del Parlamento.

 

Pero, al final me contó su audiencia con el Rey.

 

– Bueno, Torcuato, ¿no me vas a contar como te fue la entrevista con el Rey?

– ¿Para qué? El Rey ya le hace más caso a Suárez que a mí… además está convencido, por lo de su Abuelo, que la Monarquía no estará segura hasta que forme parte de ella y pueda gobernar sin problemas la Izquierda. No me lo dijo exactamente, pero para mí quedó bien claro que en cuanto se apruebe la Constitución habrá cambio de Gobierno.

– ¿Pero el Rey no se dio cuenta del peligro que supone incluir lo de las «Nacionalidades»?

– Pues claro que se da cuenta, pero según él hay que evitar a toda costa que la clase política se divida en bandos (los bandos, según él, llevaron a la Guerra Civil) y piensa que en este caso Suárez ha conseguido formar un bloque con la Izquierda.

– ¿Y cómo terminasteis?

– Mal, para que te voy a mentir… vi que no me iba a hacer caso alguno y me limité a decirle como despedida algo que, en realidad no debí decir.

– ¿Y qué fue?

– Señor  -le dije-  Vuestra Majestad salvará la situación, pero ponéis en peligro la Monarquía y negro, el futuro de vuestro heredero, porque no pasarán muchos años antes de que los independentistas catalanes y vascos reclamen su Estado independiente. Están locos, Señor, están locos… Las «nacionalidades» y las Autonomías, como las han planteado, nos llevaran al desastre y yo no quiero ser cómplice de un disparate. «Lo» de las Nacionalidades romperá un día la Unidad de España… Si aprueban eso, yo me borro.

– Lo sé, Torcuato –me contestó el Rey muy serio-, pero, tú me lo has dicho más de una vez: «Hoy es hoy y mañana será mañana».

– Sí, mañana será mañana…

Y Torcuato quedó callado y con los ojos llorosos. Pobre Torcuato.

(Por su interés y porque nunca se han reproducido con exactitud del “Diario de Sesiones” del Senado, me complace reproducir las palabras concretas del Senador Fernández Miranda.  Aquel día 19 de agosto de 1978 tuvo varias intervenciones,  reproduzco la primera, referida al término “Nacionalidades” y el texto de la enmienda “in voce” que presentó sobre la marcha:

Primera intervención:

El señor PRESIDENTE: Presente el señor Bajo la enmienda por escrito para ver si la hace suya algún miembro de la Comisión. (Pausa.) La hace suya el señor Unzueta, de modo que se tendrá en cuenta para su momento. ¿Algún turno a favor? (Pausa,) ¿Algún turno en contra? (Pausa.) ¿Señores portavoces? (Pausa.) El señor Fernández-Miranda tiene la palabra.

El señor FERNANDEZ-MIRANDA Y HEVIA: El señor Bandrés ha dicho que tenemos ante nosotros un grave problema,  y yo estoy convencido de que es así. El problema de las “Nacionalidades”.

 

Es curioso que los dos  grandes  grupos de las  enmiendas de  signo contrario  acepten el mismo concepto  de  «nacionalidad» para  afirmar los unos con mayor entusiasmo y  recha- zar los otros de modo rotundo.  Entonces,  a mí me parece  fundamental, antes de seguir adelante, preguntar qué se entiende por nacionalidad)). Porque parece que tanto los  enmendantes  que van del señor Bandrés  a los Senadores Vascos,  como los enmendantes que van de  Arespacochaga  a Díez-Alegría -con la distinción de Martín-Retortillo que presenta una   peculiaridad especial-, aceptan   el mismo concepto  de «nacionalidad». Y por eso unos lo afirman con entusiasmo y otros lo niegan de modo rotundo.

La palabra  (nacionalidad)), en nuestro diccionario de la  Academia,  significa solamente condición y  carácter peculiar  de los  pueblos i individuos  de una  nación, hace referencia al vínculo de  una  nación, es sinónimo, por tanto, de nación. Pero es que la palabra «nacionalidad)) para un hombre estudioso del Derecho, y del Derecho público, adquiere una  concreta significación a  partir de 1851 cuando, en la  Universidad de Turín, Mancini expuso el principio  de las nacionalidades que en síntesis es éste: ((Toda nación tiene  derecho a organizarse en un Estado soberano e independiente)). Y las enmiendas que hemos escucha- do  insisten en este concepto. Y también los que lo niegan  de  modo radical y  quieren que desaparezca la palabra ((nacionalidad)) aceptan  este mismo concepto; y  precisamente por eso están de acuerdo  desde sus distintas posiciones; unos afirman la pluralidad de naciones; otros afirman la unidad de la nación  española y, por tanto, unos la afirman y otros la niegan; pero el  concepto es el mismo. Nacionalidad hace  referencia  al  principio de soberanía, se plantea  en  términos de soberanía.

Cuando se defienden las autonomías se ha- ce una afirmación que es verdadera: las autonomías, en cuanto  tienen propia entidad, una entidad natural y una entidad ante y fren- te al Estado,  tienen  derechos propios que  el Estado no  puede desconocer. No se trata de que el Estado conceda más o menos gratuitamente  los  derechos  que estas entidades  tienen; no tiene  más remedio, si ha de ser democrático y justo, que reconocer los derechos de estas entidades.

Pero esto, como ya demostró Ortega y Gasset en las Cortes  Constituyentes de 1932, ¿puede plantearse en términos de autonomía? No es necesario  afirmar la soberanía  para afirmar  que  determinadas entidades tienen derechos  propios  que  tienen  que ser reconocidos. Por tanto, la Constitución  debe  decir cuáles  son esos derechos que necesariamente garantiza y reconoce. Pero si se plantea la cuestión en términos de soberanía, naturalmente se agrava el problema. Volveremos a  no  entendernos, como decía Ortega y Gasset hace ya cuarenta y seis años, y agravaremos el problema.

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Sin embargo, yo me encuentro con el hecho  de  que UCD da a la  palabra «nacionalidad» un significado distinto  porque no acepta la  pluralidad de soberanías, no acepta el derecho  de  autodeterminación, no acepta las enmiendas -como ayer vimos y  como hoy veremos en este sentido-, rechazará  probablemente las  otras. Entonces, ¿qué significa para UCD la palabra  ((nacionalidad)? Quizás si  nos lo dijera de modo expreso nos  ilustra- ría y  nos  daría un concepto de nacionalidad hasta ahora ignorado que podría orientamos. Porque, si se plantea en términos de soberanía, ¿acepta la palabra ((nacionalidad))? Si a la palabra ((nacionalidad)) se le quita  su vinculación al principio  de las nacionalidades y 11 concepto del pluralismo de soberanías, Tiene sentido  mantener la palabra nacionalidad))?

Estamos ante un juego  peligroso de  ocultar  intenciones y  confundimos. En este instante aprovecho para rogar a UCD que no deje  sus explicaciones para el final porque, además, estamos ante una situación  muy peligrosa: los grupos pequeños hablamos antes y 10 tenemos  derecho a rectificación; la  mayo- ría habla después, dice lo que quiere o se calla lo que  considera  oportuno, y no tenemos más remedio que votar. ¿No sería radicalmente  ilustrativo el que se nos dijera qué otra significación tiene la palabra ((nacionalidad)) distinta en la  que están de acuerdo enmendantes tan dispares, unos para afirmarla y otros para negarla? ¿Hay otra significación? ¿En qué términos se fundamenta? Porque tanto unos como otros se fundamentan  en  el  término impreciso  del diccionario que lo vincula a  «natio».  Se  fundamentan en el  principio de nacionalidades que, tanto en Derecho  internacional como en Derecho constitucional, se viene estudiando desde el siglo pasado.

El señor PRESIDENTE: Perdón,  señor Senador, ha pasado  ampliamente  su tiempo.

 

Segunda Intervención:

El señor PRESIDENTE: el Senador Fernández-Miranda tiene la palabra.

El señor FERNANDEZ-MIRANDA Y HEVIA: voy a ser muy breve…yo acepto el planteamiento que una y otra vez  ha hecho el señor Unzueta, pero no acepto  las soluciones que ofrece. Entiendo que hay  en nuestro país una serie de entidades territoriales, históricas, como se quiera, con  una fuerte personalidad, con  indudables derechos propios que el Esta- do tiene que reconocer y no meramente con- ceder; no es algo que hoy  pueda  conceder y mañana negar,  sino que es algo previo a la propia entidad del Estado  español, si quiere estar justificado en términos de democracia, de justicia y de legalidad. Entiendo,  asimismo, que estas entidades autónomas lo mismo da que se califiquen más o menos acertada- mente, que se definan o no, si se les da un cauce jurídico en la Constitución para  que puedan hacer valer sus propias entidades, dentro, naturalmente, de lo que  es España.

Quiero aprovechar  la  oportunidad -y por eso hago este turno a título personal- para presentar una  enmienda  <<in voce>> la cual diría, a partir de «reconoce y garantizan: «…reconoce y  garantiza  los derechos de las comunidades autónomas que la integran y la solidaridad entre todas ellas». Se  pretende con ella crear un cauce constitucional que se denomina comunidad autónoma y que tendrá que ser trabajada y definida no solamente por la Constitución, sino por la práctica posterior de la vida del país.

Ayer se citaban palabras del Rey hablando de los  pueblos  de  España. Naturalmente; pero esas palabras tienen la significación~ de la pluralidad y la significación de  propias entidades y el deseo de salir de los errores  que han bandeado trágicamente  nuestra  historia de un punto a otro,  en  donde o no se reconoce  nada o se  pretende desconocer cuestiones que no  se pueden  desconocer, porque antes se cometió el error de no reconocer realidades. Busquemos entonces una fórmula  y aceptemos que aunque sea imprecisa en su definición, aunque no sea perfecta, es precisamente porque  estamos en un acto creador nuevo, porque  queremos sacudirnos de todos os enormes condicionamientos de nuestra Historia, en los últimos  siglos, no solamente le mediados  del  siglo, sino  desde principios le1 siglo. Después de la  Guerra de la Independencia frente a los franceses en el año 1814,  en que  teníamos ante nosotros una norme  posibilidad, nos hemos dedicado sistemáticamente  al  bandazo de ‘unos y otros, provechando cada  cual su situación  para desconocer la actitud del contrario, del adversario, radicalizando las cuestiones y volviendo a  crear los mismos supuestos  en que una y  otra vez hemos  caído.

Trabajemos hacia el futuro. Por tanto, creemos una palabra. Qué importa que sea nueva Si es nueva, su valor lo tiene en que admite dentro de ella como cauce  jurídico algo que se reconoce expresamente: unos derechos de esas comunidades. Así coma para reconocer la  autonomía  del individuo,  las libertades y derechos fundamentales del hombre y del niño, no hace  falta plantearlo en términos de soberanía, para  reconocer dentro de las autonomías  los derechos  indudables que tienen las distintas  realidades que constituyen España, tampoco es necesario emplear términos que inicialmente -como hemos visto esta mañana y como se ha visto en el Congreso- dividen tontamente. ¿Cuál va a  ser la  realidad? iAh! Las distintas  realidades de España mostraron su potencia precisamente en la medida  en que, a  través de los cauces que la Constitución establece, demuestren su personalidad, su voluntad  y  sus  derechos.

Ortega  y  Gasset lo decía, y perdonen la cita: Este problema hoy no tiene solución, no tiene más que la  posibilidad de iniciar un ca- mino de solución, y para ello es necesario que nos conllevemos los españoles, que nos soportemos unos a  otros, que transijamos; pero no en conceptos que, al transigir,  producen una sensación de no saber a  qué  atenerse.

Presento la  enmienda «in  voce)). Me imparta poco que vaya al destino de las enmiendas testimoniales. Si es  así, será la primera  y la última, pero quiero  que  quede  constancia  de mi voluntad de colaboración, buscando auténticamente la concordia entre todos los españoles,  ateniéndose  a  realidades  verdaderas. (El señor  Fernández-Miranda entrega  a la Mesa su enmienda <<in voce>>)

 

¿Y ahora? -le hago mi última pregunta

-… Ahora lo de siempre: que España caiga otra vez en los separatismos (y con las «nacionalidades» aprobadas llegarán, seguro, las independencias. Cataluña y el País Vasco serán las primeras) y en la corrupción…

 

En fin, han pasado muchos años, tantos que el pobre Torcuato ya no está (murió de pena en Londres) , tampoco «Don Sabino» y el Rey Juan Carlos abdicó y dejó la Corona en la cabeza de su hijo, Felipe Vl… y ciertamente, como había previsto aquella mente privilegiada de Torcuato, aquella mañana ya es hoy, como ha demostrado el «procés» catalán que está poniendo contra la pared al Estado, al Rey y a la Monarquía.

Y del segundo, don Gonzalo Fernández de la Mora, reproduzco algunas palabras de algunos de los artículos que publicó en “El Imparcial” que yo dirigía en 1978:

La Constitución, al reconocer solemnemente la existencia de varias nacionalidades o naciones, nos arrastra hacia los separatismos. Esos separatismos, que se manifestaron trágicamente en el pasado, están cada día más a la vista y, en algunas provincias, ya han desencadenado un clima de odios y de guerra civil. No se puede negar la evidencia de que el proceso de desintegración de España se ha reiniciado, y la Constitución no lo frena, sino que lo acelera. Estimular la disolución de la conciencia de patria y de la unidad nacional es algo que se podrá intentar, pero sin mi voto y sin que mi voz, por modesta que sea, attrastre un solo “sí” más o menos ingenuo.

Ni la familia, ni la enseñanza, ni la libertad empresarial, ni mucho menos todavía la unidad nacional, son cuestiones secundarias que puedan ser despechadas con un simple “pero”. Son los puntos que han sido más discutidos, y son tal esenciales que descartan rotundamente el voto afirmativo. Cabe, no obstante, preguntarse si puede triunfar el “no”.

Y pongo punto final con un hecho cierto: aquel día 6 de diciembre de 1976 don Torcuato Fernández Miranda, don Gonzalo Fernández de la Mora y don Julio Merino, votaron “NO” a la Constitución que terminó siendo aprobada y que sigue vigente.

 

Autor

Julio Merino
Julio Merino
Periodista y Miembro de la REAL academia de Córdoba.

Nació en la localidad cordobesa de Nueva Carteya en 1940.

Fue redactor del diario Arriba, redactor-jefe del Diario SP, subdirector del diario Pueblo y director de la agencia de noticias Pyresa.

En 1978 adquirió una parte de las acciones del diario El Imparcial y pasó a ejercer como su director.

En julio de 1979 abandonó la redacción de El Imparcial junto a Fernando Latorre de Félez.

Unos meses después, en diciembre, fue nombrado director del Diario de Barcelona.

Fue fundador del semanario El Heraldo Español, cuyo primer número salió a la calle el 1 de abril de 1980 y del cual fue director.