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Parafraseando el excepcional libro de Luis Montero Trenor, yo de crío también quería ser Juanito. Juan Gómez, grande, muy grande, tal vez el más grande. Juanito genio, síntesis. Siempre que podía, y mi madre me lo permitía, al cole con mi camiseta del glorioso siete merengue. En Bilbao, el asunto se complicaba. Pero el orgullo vikingo, donde haga falta. En tierras infieles, más. Lo dicho en alguna ocasión, ta lur hori garbitu egiten da. Y como dice la canción de Mecano dedicada al genio de Figueras, los genios no deben morir. Y Juanito lo era. Genio.

Yo quiero ser Juanito

Y ese amor al siete fue contagiado por mi padre. Para él, Juan Gómez el puto amo, el mejor. Juanito, la verdad, un futbolista florido y floreado, pajarero y pajarraco, salaz y simpático, exuberante regateador, gambetas de alto voltaje pornográfico, elegantísimo pelotero capaz de lo mejor y de lo peor. En el fondo, más que futbolista, mago.

Futbolista de corte y confección y de dibujos animados, hipnótico prestidigitador, salpimentaba su ser futbolero con el poderoso frenesí del jugón arrabalero, valga el fingido oxímoron. Y signada toda su vida por las saetas de sus plurales y abisales perplejidades, realizando cosas y cositas y cosazas con la pelota que los demás no hacían ni podrían hacer nunca jamás en su vida. Salvo, tal vez, Diego Maradona e Iván de la Peña. De genios así, aunque lo intentes, no te puedes olvidar nunca. Esencialmente porque los ídolos devienen sacrosantos.

Y Juanito era sagrado aunque sus inicios futboleros profesionales fueran indios, ains, Vicente Calderón en lontananza. Luego el Burgos, cuatro años por tierras castellanas. Y, en el 77, fichado por el mejor equipo de la historia. La duda ofende, Real Madrid Club de Fútbol. Y pasó diez años en la Villa y Corte. Atrás quedaba su adolescente principiar en los malagueños Aspes CF y CD Los Boliches. De Fuengirola a Madrid, jugando con los mejores. Carlos Santillana, Uli Stielike, Vicente Del Bosque, Hugo Sánchez y José Antonio Camacho. Y con el prodigioso quinteto, la Quinta del Buitre. El mejor, Martín Vázquez. Los otros cuatro, muy buenos. Butragueño, Míchel, Sanchís y Pardeza.

Jugador irrepetible, un broncas de putísima madre

Como futbolista, irrepetible. Su cautivador y fascinante anecdotario, faustamente bronco. Un broncas de putísima madre. Catorce meses castigado sin disputar partidos europeos por agredir al árbitro germano-oriental Adolf Prokov. En 1986, escupiendo a su antiguo compi Stielike, cuando este ya era jugador del Neuchatel, durante un partido de copa de la UEFA. O, lo más memorable. 1987, suspensión de torneos UEFA durante un lustro por el inolvidable pisotón en la cabeza a Lothar Matthäus durante un Bayern de Múnich-Real Madrid. A modo de contrición, Juanito le regaló posteriormente al gran central germano un capote y un estoque de torero. Genio y figura. Ambos.

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Incluso el Madrid le intentó poner firme. La directiva  lo multó con 300.000 pelas por torear vaquillas en una corrida benéfica. En otra ocasión, castigado con 140.000 pesetas por decir que Amancio (entonces entrenador del Madrid) «lleva a Lozano a Bruselas de intérprete». Honestamente, Juan Lozano Bohórquez, un manta. Además una milanesa y noctámbula francachela le supuso una multa de 400.000 pesetas y ser separado temporalmente del equipo por Amaro.

Los años de gloria en el Madrid y la maldición de Naranjito

Y ganó macizos trofeos, buen balance. Al iniciar mi colaboración con ECDE les hablaba emocionado de mi desvirgar futbolero. Liverpool-Real Madrid, 27 de mayo, 1981. El partido de Juanito, como el del resto, lastimoso. Al menos, subcampeones europeos. Segundo hito, final de la Recopa de Europa, 1983. Esta vez el excelente Aberdeen escocés nos arrebató la gloria. Tras esta final Juanito acusó a Uli Stielike de ser un mercenario, transformándose ambos, desde entonces, en jurados enemigos. Espero que ahora ya comprendan el escupitajo, tres años después, que les relatara líneas arriba.

Y, por supuesto, culmen, dos Copas de la UEFA de 1985 y 1986 ganadas, respectivamente, al Videoton FC Fehérvár y al FC Colonia. Y, lástima, el Mundial del 82 tuvo que ser su mundial. Pero nada. Pocos jalones más bochornosos vividos por la selección nacional. Ejemplo imborrable. Los imperecederos jugadores norirlandeses disputaron su partido contra España borrachos perdidos. Y habiéndoselo pasado pipa la noche anterior con sus respectivas esposas, novias y amantes. Y a pesar de pelotear con una merluza del quince, y algo agotadillos tras sus tórridos esparcimientos venéreos, nos dieron pal pelo. En el campo conquistaron justamente el apodo de Norn Iron. Nos dieron un repaso. Un súper repaso. Bien merecido.

Retorno al hogar

La sanción por la arremetida al alemán Lothar Matthäus facilita su salida del Madrid en 1987. Se incorpora al Club Deportivo Málaga por dos temporadas. En su primera temporada en el Málaga, 1987-88, ascenso a Primera como campeón de Segunda. En su segunda temporada, 1988-89, el equipo obtiene milagrosa permanencia. Tras ello, Juanito anuncia su retirada. Y en su partido de homenaje, disputado entre el Málaga y disparatada miscelánea de jugadores de la Liga, el torero Curro Romero le seccionaría la coleta, simbolizando su retirada del fútbol como jugador.

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En el club de la Ciudad del Paraíso les relato anécdota personal habida en el odioso San Mamés. Los mismos que se ciscaban en la santa madre de Juanito cuando se engalanaba albo, aplaudían con las orejas ante cualquier virguería – tantas y tantas- del fuengiroleño cuando traveseaba en el Málaga. Cambiar de club, bálsamo de Fierabrás. Dejar de pertenecer al club que simbolizaba la «opresión» patriótica vasca, significó asumir la cristalina realidad: el 7, rotundo genio. Y abracadabrante talento. Hasta el final.

Los genios ni deben ni pueden morir

Después de su retirada fue entrenador en el C. D. Málaga donde debido a los malos resultados quiso participar como jugador. Ante la negativa de la directiva malacitana, se fue a su club de origen, el C. D. Los Boliches donde disputó los últimos cinco partidos de Liga de la Segunda División B en 1991. Y un año después, una madrugada de hace más de 28 años, la nacional cinco nos lo arrebató para siempre. Los genios no mueren. Ni deben ni pueden morir. En fin.

Autor

Luys Coleto
Luys Coleto
Nacido en Bilbao, vive en Madrid, tierra de todos los transterrados de España. Escaqueado de la existencia, el periodismo, amor de juventud, representa para él lo contrario a las hodiernas hordas de amanuenses poseídos por el miedo y la ideología. Amante, también, de disquisiciones teológicas y filosóficas diversas, pluma y la espada le sirven para mitigar, entre otros menesteres, dentro de lo que cabe, la gramsciana y apabullante hegemonía cultural de los socialismos liberticidas, de derechas y de izquierdas.
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