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Uno de los miles de tentáculos del congojavirus ha sido el de las compañías aéreas y los aeropuertos. Ambas entidades aberrantes reflejan el expolio popular que esta sociedad de consumo está provocando.
Hace décadas que los pasajeros paupérrimos vemos como nuestros derechos de vuelo están reduciéndose… y tanto se han reducido que durante meses dejaron de existir porque nos prohibieron volar (recuerda que los jerifaltes y los millonarios sí volaban… pero (casi) no salía en los mass mierda) y, encima, se quedaron con nuestro dinero, el de los vuelos ya pagados para que nos salieran menos caros. El 19 de mayo escribí un artículo, sobre esto, en este mismo medio: “Aviones fantasmas con pasajeros mundanos: el negocio del siglo”. Pues bien, mis queridos niños, toda la culpa es nuestra, y sólo nuestra… bueno, vuestra; porque yo me he ido revelando paulatinamente a los desmanes de aeropuertos y compañías aéreas. ¡Menudas las he liado en los aviones y en los aeropuertos!. Cuánto placer me ha dado, por cierto, y cuanta frustración ver que los pringados (económicamente hablando) como yo, fomentaban todo esto con su consentimiento. No hay mayor esclavo que el que no sabe que lo es, dicen por ahí… pero yo creo que no hay mayor esclavo que el que disfruta siéndolo. Porque, creedme, estos borregos condescendientes y sumisos con el poder gozan con ello, con el hecho de ser “buenos ciudadanos” “usuarios responsables” y etc. de eufemismos de “cobarde sumiso asqueroso” (y muchos son parte de ello: empleados mileuristas y, en el colmo del delirio, voluntarios). Si todos fuerais como yo, os garantizo que otro gayo nos cantaría. Pero el problema es que (casi) todos sois como todos, por mucho que luego en redes sociales y mierdas virtuales al uso, seáis los más contestatarios e irredentos sobre la faz de la Tierra.
Tengo 1.001 vivencias personales, desde negarme a comprar bebida o comida en los aeropuertos, hasta obligar a que me den un asiento en primera clase por las condiciones infrahumanas del que había pagado. Desde que prohibieron entrar con bebidas “por mi seguridad”… ya hace casi 20 años, empecé a mangarlas, por supuesto. Actualmente, por ejemplo… ¿pagar 3,50 por una lata de cerveza o 2,50 por medio litro de agua? JAJAJAJAJA. Además, con lo fácil que es mangar en los aeropuertos. ¿No poder meter (casi) nada salvo los gayumbos, si no facturas la maleta, “por mi seguridad”? Pues bronca, siempre y digo siempre, en los controles de acceso. Antes facturar era gratis, ahora cuesta una pasta. Antes, ir con una maleta pequeña era gratis, ahora… os respondo con una anécdota que, para mí, es una buena infracción de su puta ley inhumana (o demasiado humana, me temo, a estas alturas del cuento). Cuando una ley es tiránica, se incumple. Iré contando más de este tipo, y otros ámbitos como ya sabéis los que me leéis.
Hace una década, más o menos, las compañías de bajo coste (las únicas que nos podemos permitir la mayoría, y eso que son carísimas en relación: calidad – precio) empezaron a restringir el equipaje en cabina. El motivo es todavía más atroz que el meramente económico (que también es un motivo): redujeron tanto el tamaño de los asientos y su distancia; incrementaron tanto el número de asientos y el hacinamiento de los pasajeros, que la física elemental dictó que no había espacio en la cabina para una maleta por pasajero. Empezaron por llevar a la bodega las maleta de los últimos de la fila de embarque. Luego, por cobrar un extra por “embarque prioritario” y así saltarte la cola. A los que no pagábamos eso, nos ponían una cinta blanca en la maleta y, justo en la puerta del aeroplano, unos esbirros nos la quitaban, para meterlas en la bodega. Bien… yo siempre quitaba esta cinta, según me la ponían, así que embarcaba con mi maleta en cabina. Pero un día se me olvidó arrancar esta marca de ganado, este estigma de proletario sumiso… y cuando estaba en la puerta del aeroplano, subió a toda hostia un esbirro por la escalera (era embarque sin oruga), apartando al resto de “pasavejas” (pasajeros ovejas) y, con todos los buenos modales que sabéis usa su psicopatía, me espetó, jadeante:
-¡Caballero, no puede embarcar con el equipaje!
– ¿No? Yo creo que sí. Mira –señalando a mi maleta – sí que puedo, aquí la he subido y todo.
– No puede –dijo, creo, sin pillar mi ironía – porque tiene esta cinta blanca en el asa.
-¡Ah! Si es por eso, no te preocupes –reí mientras arrancaba la puta cinta blanca y la tiraba a la pista – ya está, ahora sí puedo, entonces. Gracias por avisarme, todo un detalle.
Ni me miró. Se dio la vuelta y bajó lentamente las escaleras, pidiendo perdón a los paseros a los que molestaba al hacerlo.
Con el tiempo, hicieron 2 tipos de billete, debido a los que arrancábamos la cinta o por si el esbirro de turno se olvidaba de ponértela. Un billete de un color (el que había pagado por el equipaje en cabina) y el que no, de otro color. Y no contentos con esto, ahora te obligan a pagar casi el doble del coste del vuelo, por llevar tu maleta (pequeña) en la cabina. O sea, hemos pasado de poder llevar maletas grandes en cabina, o facturarlas gratis, a pagar una pasta por facturarla y no poder llevar gratis la maleta pequeña.
Moraleja: echadle cojones a la vida, que tampoco os va a pasar nada muy grave, mariconas de mierda. Que por ser tan pusilánimes estamos así los que no lo somos, ni lo seremos.
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