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La mitología griega tiene dos figuras hermanadas que simbólicamente son la efigie bifronte de la humanidad: El que mira hacia adelante, y entrevé el futuro, Prometeo; y el que mira hacia atrás, Epimeteo. La sabiduría, para toda tradición, reside en una apolínea combinación: guardar lo recibido, aprender de los aciertos y errores del pasado, y columbrar un futuro que sume ese tesoro a una virtud más completa. El Jano de doble rostro de los romanos sería la imagen local de ese mismo arquetipo.

Desde la lejana Argentina, en momentos en los que se espera un desenlace al menos muy poco feliz de un gobierno al que un político oficialista definió como “muerto”, este símbolo imperecedero se presentó mutilado: quien mira al pasado, padece de amnesia; quien debería mirar hacia el futuro, padece de miopía. Lo cierto es que la nave, ese otro símbolo que acerca la comprensión con su referencia al camino por andar, se deriva sin gobernalle, bajo los tironeos egoístas de los dos máximos responsables del rumbo, en una demostración exquisita de que la teoría política, al menos desde Maquiavelo a esta parte, ya lo había avizorado: el poder no se delega.

Mientras tanto, como en el cuento de Leopoldo Lugones “La lluvia de fuego” – que pido a mis lectores que busquen y disfruten – la ciudad se destruye, la polis se desgarra, y lo único que parece quedarles a los privilegiados es beber los vinos guardados en una bodega, que pocos disfrutarán, mientras arde la ira divina afuera. Aunque la decisión no haya sido, obviamente, reprochable a Dios, sino a la ineptitud de los demasiado humanos gobernantes de turno.

Dos años y medio de negociaciones con el FMI en busca de un acuerdo llevaron a nada. El intento de pagar subsidios a cuanto servicio existe, y a las legiones de desocupados a través de planes vergonzosos, nos dejó con la caja tan seca que la pobre Pandora lloraría sin esperanza. Corrupción, mal manejo, caprichos e incompetencia suelen pagarse caros, en cualquier sociedad, pero mucho más caros si a esas formas de la ignorancia le sumamos la hipocresía de los que hablan de pobreza y la aumentan con cada nueva medida de gobierno. Hasta que el motor se detuvo, y la deriva bandea la nave hacia el choque final.

Estas últimas semanas, la metáfora más usada es la del iceberg y el famoso buque británico que yace en el fondo de las heladas aguas desde 1912. Pero lejos del filme de innegable valor simbólico que dirigiera Cameron, nuestro pobre país no tiene un Jack que se inmole, y mucho menos una Rose que encarne la belleza del porvenir grandioso. En su lugar, un timón sin capitán, y una pareja que se pelea arrojándose sus miserias  de negociados pasados y de presupuestos robados parece nuestro reparto de pacotilla.

Empecé esta nota con una cita mitológica. La concluyo con otra: ¿Recuerdan a Clitemnestra, a su esposo caído bajo el cuchillo empuñado por la misma esposa? ¿Y a su débil amante, Egisto, a quien el gran Esquilo describiera como un pusilánime que intentaba hacerse el gallito ante el coro de ancianos? Me temo que no tenemos un Orestes a la altura, pero sí, la certeza de que estamos ante mediocres que en nada se parecen a héroes. Sólo resta saber que hará el coro.

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