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Desde luego, la responsabilidad de la emigración ilegal no se puede descargar sobre los hombros de quienes son víctimas de las mafias estatales y de las organizaciones criminales, ya se denominen como se quieran denominar, que trafican con las expectativas de esas personas, que asumen el coste y el riesgo de su aventura migratoria. A muchos les cuesta la vida, sobre todo a los más débiles, que son los niños, vilmente utilizados por esas mafias.
Es consustancial al ser humano querer mejorar en sus condiciones de vida, por lo que resulta legítimo y comprensible que haya muchos, sobre todo desde el área subsahariana, que quieran emigrar hacia la tierra anhelada en la que se les transmite la idílica imagen de que es una tierra de acogida en la que mana leche y miel. Una tierra en la que, ciertamente, la población nativa, sobre todo los más jóvenes, lo pasan mal por falta de trabajo, un territorio europeo en el que se ha impuesto la decadencia y en el que antes se cometían abusos con muchos emigrantes sin papeles, pero en el que ahora la cuestión para esos recién llegados de forma irregular e ilegal, no es intentar integrarse y encontrar un trabajo digno, pues la dignidad la tienen garantizada desde el momento que se les aseguran prestaciones asistenciales esenciales y pensiones con las que poder atender sus necesidades. Lo que no tienen asegurado, ni mucho menos, los nativos de ese país, cuyo gobierno les tiene asfixiados con impuestos, que, sirven para atender y cubrir esos gestos de solidaridad, que paradójicamente tampoco se dirigen hacia la población emigrante que sí ha llegado pagando los peajes de regularización de su residencia.
Y no es cuestión de insolidaridad o xenofobia sino de sentido común y de exigir respeto a lo que marca la ley de derechos y obligaciones de los extranjeros en España, norma orgánica que establece, tal y como aparece en su denominación, derechos pero también obligaciones, y sin que el estatuto de refugiado, que huye de la miseria y de la guerra, pueda ni deba reconocerse sino en un mínimo porcentaje de los que llegan ante el efecto llamada de un país gobernado no por buenas personas sino por idiotas sometidos a las élites globalistas que, entre sus fines marcados, está la de sustituir a esa decadente población europea por una pujante y fuerte población de reemplazo africana.
Porque lo más solidario, sería apoyar en origen a esas personas, como hacen muchos misioneros, evitando que los mejores, los más fuertes y capaces, que son los que están llegando masivamente, sobre todo varones, se vayan y priven de su principal patrimonio humano a los países que abandonan. El problema del Tercer Mundo no se soluciona trasladando a su población a otros países ricos, porque al final el resultado será que todos se igualarán por el mismo rasero de la pobreza, algo que es muy del agrado del ideario comunista, sino cooperando en el desarrollo de esos países, pero de forma eficaz y evitando que el caciquillo de turno se apropie de las inversiones dirigidas a los más desfavorecidos. Lo que Europa invierta en programas de desarrollo agrícola e industrial, en proyectos de potabilización de agua, de atención sanitaria y de formación cultural de la población, sería un buen principio, unido a una actuación también eficaz y sin complejos contra las organizaciones militares terroristas que asolan esos territorios. Todo ello costaría dinero, pero sería un dinero bien invertido y desde luego a menor coste del que nos supone atender a una emigración irregular descontrolada y masiva.
Ni que decir tiene que lo vivido esta semana en la ciudad de Ceuta es una consecuencia más de esa política de buenismo y de efecto llamada. Ahora resulta que a los menores se les engañaba diciendo que pasaran la frontera para ver a Cristiano Ronaldo. Algo patético, cuando cualquiera sabe que Cristiano ya no juega en el Real Madrid, y cuando se comprueba que se les ha abierto la frontera a miles de marroquíes, que estos sí que no huyen de un país en guerra o de la miseria, sino que saben por parientes, amigos y conocidos, que si llegan a España van a tener posibilidad de vivir mejor y a costa de las costillas del currito de turno español deslomado a pagar impuestos. Como decía, es comprensible que el ser humano pretenda mejorar su calidad de vida, y mejor se vive con todas las prestaciones asistenciales cubiertas y con pensiones que superan los salarios a los que podrían aspirar en su país. Y esto, lo saben ellos y lo sabe su gobierno, por lo que ante cualquier ofensa que estimen recibir de su país vecino, y venido a menos, sólo tienen que anunciar que, sin pagar entrada, se abren las puertas del parque temático que es España.
Y en cuanto a los menores, fuera del grotesco hecho anecdótico mencionado, lo cierto es que son los que sufren mayor engaño. Y cuando con respecto a ellos, casi al 100% varones, se actúa bajo la hipocresía de querer darles amparo y acogida, cuando lo correcto y que exige la ley de extranjería con carácter preferente, es proceder a su repatriación y retorno con sus familias. Actualmente la regla por defecto, es decir que se les derive a centros de acogida, se ha convertido en el criterio casi exclusivo. Ahora, muchos de esos menores marroquíes han destapado el ardid, al comunicar que querían regresar con sus familias que les reclaman al país que les retiene. Otros, los más mayores, algunos incluso mayores de edad y que mienten sobre su verdadera edad, son lo que se trasladarán a centros de menores extranjeros, porque ellos, al igual que los adultos, saben por amigos y conocidos, que les llaman con sus móviles, que en España tienen todo cubierto, gozando de prerrogativas y privilegios para encontrar trabajo e incluso pensiones para después de alcanzar la mayoría de edad. Vamos, derechos de los que no disfruta ningún joven español que tras acabar sus estudios está abocado al paro, a seguir viviendo a costa de sus padres o marchar al extranjero, debido a su magnífica y cualificada formación, después de años de sacrificio y esfuerzo.
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