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César Abelenda (1997) estudió Historia en la Universidad Complutense y de Salamanca, es profesor en ejercicio de la segunda enseñanza, y ha realizado esporádicamente artículos y glosas culturales.
Interesado en la historia literaria, ofrece este primer trabajo de dicha índole como tributo estético y político (en el sentido clásico, y no actual, de la palabra), además de como reivindicación de la memoria y preservación de nuestros grandes escritores olvidados.
¿Por qué un libro sobre César González-Ruano?
Por un cóctel de quijotismo, nostalgia y gusto.
Ruano fue una mezcla de Baudelaire y de Larra, el mejor y más autoconsciente discípulo hispánico del francés y el heredero jerárquico de Fígaro en nuestra literatura periodística. Umbral le asoció al título de «escritor perpetuo»; Ignacio Ruiz Quintano le califica como el mayor «escritor puro» del siglo XX español junto a Gómez de la Serna. Muchos más han hecho parecidos juicios. Por razones extraliterarias, por tanto, y pese a su centralidad en la vida cultural de nuestro país durante medio siglo, no ha gozado de salud editora. Al contrario, ha sido arrumbado al territorio de lo ignoto, lo maldito y extravagante. Ruano es una gloria destronada por los viles, y esa es una motivación siempre inductora. Con muy honrosas excepciones, la vastedad de su obra sigue dilapidada y diseminada en las cuevas del tesoro que son las librerías de viejo, sin atención institucional ni académica alguna. Repristinar a Ruano, por ello, implicaba desfacer un entuerto literario como pocos, y esta edición fue concebida, en primer lugar, para quitar alguna palada de tierra a uno de nuestros mayores valores literarios contemporáneos.
Pero como le decía, Javier, hay otros dos alicientes de fondo: componer una oda, ciertamente nostálgica, hacia una forma de concebir la literatura, de perseguir la Belleza a través de la palabra y de habitar el mundo que ya no existe; y, por último, rendir un tributo amoroso hacia una época, un momento cultural, turbulento pero apasionante, que Ruano captura con su obra y quintaesencia con su vida, aventurera al extremo.
¿Aunque cultivó muchos géneros se podría decir que destacó ante todo como articulista?
En efecto, Ruano trató de forma notable y con asiduidad todos los géneros, incluidos los periféricos de la biografía, las memorias y el diario. Pese a su romanticismo personal, le importó mucho vivir bien. Él conoció de cerca a la golfemia, los escritores mendicantes del primer tercio de siglo, y desde muy pronto supo que no quería acabar como Max Estrella. Estuvo dispuesto a todo por escribir, pero no a pasar hambre. Descubrió que lo que generaba dinero rápido y fluido eran los artículos, y en la conquista de esa parcela basó su vida literaria, por un motivo, a priori, crematístico.
Pero con el tiempo, y tras advertir la muerte de la novela y de la poesía poéticas, lo que empezó siendo profesión se tornó vocación: atribuyó al artículo la posibilidad de refugiar la lírica, batida en retirada de los géneros tradicionales, frente a los puristas que lo desdeñaron por, precisamente, no encontrar en él nada de poético, como ilustra el dictum de Valle-Inclán de que el periódico avillana el estilo. La gran revolución de Ruano fue acabar con ese pensamiento hegemónico en los grandes escritores, demostrando que era posible ser poeta hablando de las cosas del día. Más aún: que era lo más difícil y, por ello, lo más estimulante para un escritor. A esa revolución a la que dedicó toda su vida debemos también la falta de un libro redondo y objetivamente ilustre. Su talento, afanado en la escritura diaria, no pudo o no quiso concentrarse en la creación de una obra magna en sentido tradicional. Umbral afirma que, de no haber sido “secuestrado” por los periódicos, Ruano tenía el potencial suficiente para, de haberlo centrado, colarse en cualquier pléyade. A falta de esa querencia es el conjunto de sus artículos su mayor proeza, su gran legado. Prefirió la gloria en vida antes que los laureles de una posteridad que intuía bizca.
¿Cuál fue su aportación con sus más de 30.000 artículos?
Prestigiar la sensibilidad literaria en un formato, como el periódico, no literario en origen; convertir la actualidad en materia de primera categoría para el poeta; elevar y educar el gusto de las generaciones de lectores que acudían al quiosco a comprar el periódico para leer lo de Ruano, llevando la sensibilidad más alta a hogares populares. Algunos antes que él lo habían intentado, pero sin lograrlo. Él fue el primero que consiguió crear una escolástica del artículo lírico, marcando una senda que muchos, después de él, han intentado emular, y que atraviesa aún cierta cultura periodística que ha subsistido, castiza, mejor o peor, en el desierto de la prensa contemporánea. Por otro lado, los artículos de Ruano levantan uno de los inventarios más completos, gráficos y plásticos de la intrahistoria del siglo XX. No sólo para el amante de la literatura es Ruano parada obligatoria, también lo es para el interesado en la historia de la cultura, la sociedad o las costumbres.
¿Por qué se ha centrado en los artículos selectos y cuál fue el criterio de selección?
Pese a su condición de excluido de la historia literaria «sistémica», Ruano es aún conocido y valorado en un estrato culto de lectores. La celebridad de su articulismo, no obstante, carecía de soporte, porque apenas se le ha podido leer, en los últimos decenios al menos, en su máxima faceta. En este sentido, había un vacío evidente que hemos pretendido llenar. Existen en el mercado de lance viejas ediciones de su obra periodística, pero son residuales y extraordinariamente caras, por descatalogadas, o bien parciales, desenfocadas. Este conjunto de artículos selectos ha intentado, por un lado, centrar el tiro en la estética de Ruano, que orbita en torno a los tres conceptos que aparecen en el subtítulo. Por otro lado, se ha confeccionado con el propósito de demostrar la vigencia de su escritura y, concretamente, de la periodística.
Empecé a leer los artículos de Ruano algo descreído, sin saber el resultado que arrojaría el experimento. Tras pasar los ojos por decenas de ellos, advertí que lo que contaba la leyenda era verdad, y no mito: Ruano es la «suma» del articulismo, triunfante en su momento y, a la par, y esto es por lo que merece la pena, atemporal, por su poética virtud. Convirtió en clásica la categoría del artículo literario y, a la vez, agotó sus límites. De ahí su condición genial. Lejos de envejecer, son hoy más literarios que cuando se escribieron.
¿Cuál era su estilo al escribir y que temas solía tratar?
Fue un gran prestidigitador del estilo. Cultivó con brillantez la forma barroca y el espíritu romántico. Terminó adoptando, con los años, una voz que fundía lo azorinesco y lo barojiano, como bien dice Ruiz Quintano, pero con más gracia y estilo que los maestros del 98, mediante un toque lírico personalísimo, que Hughes ha definido con el precioso concepto de «acuidad». Su escritura final fue ligera, transparente, silenciosa, casi abstracta y, sin embargo, extraordinariamente bella y temperamental. Supo hacer lirismo de la contención y de la sugerencia. Era un superdotado para la expresión velada, difusa y, a la vez, carnal. Quienes lo conocieron halagaron su elegancia humana, su prestancia única. Esos valores se trasladan permanentemente a su prosa. La preocupación por la expresión elegante de las cosas es uno de sus rasgos más pronunciados y, en paralelo, su forma de abordar los asuntos era la de un dandi de las letras, figura muy rara en la cultura española, que contemporáneamente ha optado preferencialmente por el naturalismo, el tremendismo y el cipotudismo.
Sus temas fueron muy diversos. Siempre le preocupó demostrar que no había objeto que se le resistiera. Gustó siempre de retarse, seleccionando temas difíciles o exóticos para el escritor, que denotaban su formación surrealista. Dedicó muchos artículos de sesudo tratamiento y poético resultado a asuntos aparentemente absurdos, no tratados, sin conexión con lo convencionalmente literario (artículos de vuelo sin motor, los llamaba). Tenía algo de cineasta, pues se le caían los argumentos de la mirada. Sólo hubo un asunto sobre el que nunca le interesó escribir: la política. Solía afirmar que una sola polémica poética le encendía más que todas las discusiones políticas o ideológicas juntas y revueltas. En el libro incluyo el único artículo puramente político que he leído de su pluma, en el que empieza excusándose, precisamente, por abordar una cuestión política, siendo este su no-tema. Es una comparación entre el comunismo ruso y el chino. Irónicamente, no yerra en el tiro, porque lo que dice es actualísimo, profético, incluso.
¿Qué es lo que le hacía brillante?
Su dominio relajado de la guitarra que el idioma es para sus artistas, su transubstanciación de lo observado o recordado en prosa viva, evocadora y dúctil, su inteligencia escéptica y la rapidez mental que su escritura veloz y abundante delata. Parece imposible escribir tanto y, a la vez, tan sensatamente. Entre lo prolífico es inevitable que abunde la tontería o la inanidad. Pero en el grafómano Ruano, casi todo es sustancial. Aun en sus artículos más ociosos y menos inspirados, se encuentra siempre una metáfora lujosa, una línea genial, un trallazo de gran literatura. Esa condición, sumada a una sensibilidad exquisitamente trabajada, da lugar a un escritor único, inimitable.
El afamado columnista Hughes decía, leer hoy a César González-Ruano «constituye una máxima elegancia»…
En una actualidad de universidad woke, novelistas analfabetos y literatura procesada en la industria best-sellérica, talleres de escritura, periodismo Évole e intelectuales-panfleto, Ruano nos trae la fotografía de un paradiso perdido: la última república de las letras, compuesta por un piélago internacional de literatos refinados, cultos y cosmopolitas, en quienes la costumbre general era la aristocracia de la palabra y la idea, el intercambio enfebrecido y comunitario, la preocupación por los grandes temas de la condición humana, el trato con los maestros, la preservación de la tradición clásica y la continuidad cultural, la exploración intensa de la vida y la práctica de ciertas formas y ademanes que distinguen al hombre de su caricatura. Lo que podríamos llamar una pulcritud estética, ausente en el Gran Simulacro a que nos ha conducido el decurso de la vida contemporánea.
Ruano es cronista y epítome de esa Edad de Plata o última gran época cultural de la Historia, y retrata una España y una Europa que, antes de sumergirse en el apagón, brillarán con una última luz extraordinariamente intensa.
Por otro lado, su escritura representa una especie fértil de sabiduría literaria que no se toma en serio a sí misma, algo cínica y autoparódica, lo que también nos refresca ante el panorama de egos que ha capitalizado la discusión literaria y periodística, si es que algo así existe, en nuestro tiempo. Su obra entera nos hace viajar a mundos mejores, alejándonos del ruido epocal, del utilitarismo intelectual y de ese ritornello de los que pretenden arreglar el mundo en uno u otro sentido, teniendo la última palabra sobre él. Él no quiso decir la última palabra sobre nada. Se conformó con escribir algunas cosas tangenciales, y escribirlas bellamente. Esa es su elegancia.
Además de como articulista, ¿qué libros suyos destacaría?
Su biografía de Baudelaire, sus «Memorias» y su «Diario íntimo». También su poesía, especialmente, «Ángel en llamas». Y sus libros de viajes.
¿Por qué ha elegido para el subtítulo tres palabras: melancolía, mundanidad y belleza?
Ruano es un hombre esencialmente melancólico que confronta el «desencantamiento» del mundo moderno desde el punto de vista de un poeta. Como escritor, se incardina en ese problema. Vital, existencialmente, se bebe ese mundo desencantado a sorbos. No dejó que los planteamientos teóricos o que su propio carácter le aguasen la fiesta de vivir. Busca el placer y los elementos más deslumbrantes de lo mundano. Adora las ciudades, los objetos y las cosas, y su literatura está transida de materia, de elementos inanimados, de realidades carnales, de celebración. Pero en todo ello persigue algo más: un halo, un poso o un resabio de belleza, espiritualizando esa mundanidad en un sentido esteticista que regresa, de nuevo, a la melancolía. Pero es ya una melancolía dulce, porque ha segregado arte. Lo bello es el principio que sigue ligando la realidad empobrecida a lo eterno. En cada artículo, Ruano, enfermo de melancolía, sale de caza a por la belleza de lo cotidiano, del suceso que pasa, de la realidad viviente. Sigue el mandato de Novalis: da alto sentido a lo ordinario, a lo conocido dignidad de desconocido y apariencia infinita a lo finito. Encuentra el misterio en la costumbre. Su método y su lección son más actuales que nunca, aunque su altura sea netamente extemporánea.
Autor
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Subdirector de Ñ TV España. Presentador de radio y TV, speaker y guionista.
Ha sido redactor deportivo de El Periódico de Aragón y Canal 44. Ha colaborado en medios como EWTN, Radio María, NSE, y Canal Sant Josep y Agnus Dei Prod. Actor en el documental del Cura de Ars y en otro trabajo contra el marxismo cultural, John Navasco. Tiene vídeos virales como El Master Plan o El Valle no se toca.
Tiene un blog en InfoCatólica y participa en medios como Somatemps, Tradición Viva, Ahora Información, Gloria TV, Español Digital y Radio Reconquista en Dallas, Texas. Colaboró con Javier Cárdenas en su podcast de OKDIARIO.
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