10/11/2024 06:32
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“Por no caer en la trampa de la ETA –según el vicepresidente Gutiérrez Mellado- han muerto ya cientos de españoles: civiles, militares, empresarios y obreros”

  

POR fin, he logrado salir (naturalmente, con permiso de Rosón) de la «cárcel del dolor» y he vencido la rebeldía del nervio ciático. Parece ser que han vencido los anticuerpos y que el «virus de junio» se ha batido en retirada… aunque a mí esto de los «virus» me tiene algo mosca. ¡Sobre todo desde que los doctores me han contado algunas de sus «pillerías»… y he sabido que son verdaderos maestros en el arte de hacer la guerra! Porque yo no sabía, por ejemplo, que fueron los «virus» los que le enseñaron a Rommel a hacer la guerra en el desierto; y los que inspiraron a los rusos eso del frente acordeón; y los que inventaron la guerra de guerrillas… e, incluso, los primeros que han estudiado a fondo el cómo sobrevivir una explosión atómica… Pero, aún hay más: según los entendidos parece ser que la táctica marxista de adaptarse a cualquier circunstancia, por adversa que les sea, para ganar tiempo la aprendieron de una «colonia» especial de «virus» que surgió por primera vez en las montañas Rocosas de los Estados Unidos.

 

Así que no acabo yo de fiarme de este «virus» que me ha tenido, de momento, varias semanas en la «cárcel del dolor». Entre otras cosas porque aunque uno tenga fama de «facha» y todas esas gaitas eso de estar «preso» no le va ni de broma… ya que la libertad es el mayor bien que Dios pudo darle al ser humano. Y no hay mejor libertad, ni libertad más ansiada que la de la salud… porque «libertad ¿para qué?» cuando el dolor te persigue y te acosa, y ya hasta la gente de UCD te parecen seres admirables…

 

Y, sin embargo, una cosa voy a echar de menos: la posibilidad de meditar. ¡Qué bien le hace al hombre el contemplar «desde fuera» este espectáculo que hemos hecho del acontecer diario!… ¡Y qué diferente se ve la política vista desde lejos! Yo les aseguro que si de mí dependiera obligaría a todos los políticos a retirarse un año cada tres de «vida pública».

 

El hecho es que he meditado largamente sobre lo que está ocurriendo ahora en España y no salgo de mi asombro. ¿Cómo es posible que hayamos vuelto a tropezar en la misma piedra de siempre?… ¿Cómo es posible que transcurridos cuarenta y cinco años de la muerte de Calvo Sotelo -¡que 13-J aquél de 1936!- otra vez los españoles andemos a la gresca y sigan cayendo los mejores? ¿Cómo es posible que de nuevo el odio y la pasión se hayan apoderado del terreno de juego, o que la Unidad de España esté otra vez en peligro, o que la miopía de los políticos alcance las cotas de aquel verano que trajo la división y el caos?

 

Ya sé que la Historia no se repite, pero también sé que en ningún país del mundo se ha tenido que decir «¡no es esto, no es esto!» en cada vuelta del camino. ¿Por qué? No se sabe. O acaso sí. Acaso todo sea consecuencia de ese individualismo disparatado que nos hace a todos sentirnos dueños absolutos de la verdad. O tal vez que aún no hemos aprendido a identificar en un solo personaje los dos que cada español llevamos dentro. Sabemos ser Don Quijotes y sabernos ser Sanchos… pero, por separado; semejantes, pero no consubstanciales.

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El hecho es que ha caído en mis manos otro libro de mi admirado (¡y admirable!) don Ramón Serrano Suñer («De anteayer y de hoy», editorial Plaza-Janés) y que otra vez tengo que lamentar el que España no haya sabido aprovechar al máximo la mente de este hombre casi siempre clarividente. Naturalmente no es este el momento de hablar extensamente de este libro, ni mucho menos de toda la personalidad de su autor… aunque prometo que un día lo haré.

 

Pero, sí voy a hacerlo de su «versión» del 23-F, porque, sin duda, es la «versión» más sensata y más coherente de cuantas se han dado en estos meses. Y digo »versión» a sabiendas de que no es la palabra adecuada, ya que don Ramón no entra para nada en los hechos acaecidos entonces ni se entretiene en la interpretación de los personajes.

 

Para Serrano Suñer «lo útil -en una situación corno ésta- es buscar las causas que hayan podido dar origen a un malestar que luego se ha descubierto tan generalizado en el Ejército, incluso entre militares cuya afección, proximidad y lealtad al monarca eran notorias».

 

Y para Serrano Suñer una de las causas primeras de ese malestar que arrastró al «23-F» es, sin duda, la política postulada por el Gobierno anterior y especialmente por el vicepresidente Gutiérrez Mellado de «no caer en la trampa tendida por el enemigo». Partiendo de unas palabras del rey, pronunciadas el pasado 4 de marzo, dice: «Pero, sin embargo, en ese discurso del Rey, después de referirse a la escalada terrorista, hay una afirmación clara, terminante, rotunda y es esta: Es necesario actuar con decisión, pasando de una defensiva paciente a una enérgica ofensiva…» O sea, una descalificación de la política de avestruz que hizo decir a Gutiérrez Mellado que él había aprendido a quedarse quieto cuando el peligro llegaba, para no caer en la trampa que se le tendía… «Y si es cierto -escribe Serrano- que ni él ni su jefe, Suárez, cayeron, tiene también certeza -una certeza trágica- el hecho de que, en cambio, cayeran en la trampa, como consecuencia de aquella sorprendente filosofía, y su consiguiente actitud política, «de defensiva paciente», cientos de españoles: civiles, militares, empresarios y obreros».

 

Luego, Serrano sintetiza (no se puede decir más en menos palabras) los orígenes y justificación del Estado, la situación de «sin Estado», el vacío de Poder y la Dictadura.

 

«Los Estados -escribe-, ya sean ejecutores de misiones históricas, ya de políticas meramente contingentes, siempre han tenido y cumplido -en tanto hayan existido- aquellas funciones mínimas, inseparables de su ser, de velar por el derecho a la vida y la seguridad personal. La verdad es que no es un Estado el que deserta del cumplimiento de sus obligaciones mínimas; del ejercicio de aquellas funciones elementales y de los fines que justifican su existencia. Y sin esa efectividad, el Estado, cuando por incompetencia, impericia o debilidad no cumple aquellas funciones se convierte en algo que no solamente es inútil sino que es obstaculizador y queda reducido a un mero artilugio…»

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Y más adelante:

 

«El deterioro que se ha producido en la actividad, mejor diríamos en la inactividad, del Estado en España es casi absoluto. Ante una situación no más grave que la de hoy, la pluma egregia, y nada revolucionaria, de don José Ortega y Gasset se dirigió a los españoles hace ya medio siglo, diciéndoles que el Estado no existía y que procedieran a reconstruirlo…»

 

«La manera de evitar las dictaduras -dice Serrano y yo lo comparto en su totalidad- es suprimir las causas que puedan ocasionarlas o atraerlas».

 

El desgobierno, los errores y arbitrariedades cometidos durante estos años, la incapacidad en el tratamiento del terrorismo con la resignada y «paciente defensiva»… el fracaso del Gobierno para resolver o atenuar los problemas de la inflación y del paro, de la disminución del ritmo productivo… y su torpeza, su imprudencia en las relaciones con el Ejército (llegándose por parte del Gobierno incluso a hurtar a los generales que fueron inmolados los honores póstumos que por Ordenanza correspondía y enterrándolos en la semiclandestinidad) todo ello ha constituido un conjunto de provocaciones para que se produjera el «23-F».

Claro, que decir esto es como hacer oposiciones a que los neo-demócratas de toda la vida te tachen de «involucionista»… pues «e pur si muove».

(Heraldo Español nº 62, 8 al 14 de julio de 1981)

Recomendación: lean ustedes el libro de Don Ramón Serrano Suñer y entenderán mejor el «23-F».

Autor

Julio Merino
Julio Merino
Periodista y Miembro de la REAL academia de Córdoba.

Nació en la localidad cordobesa de Nueva Carteya en 1940.

Fue redactor del diario Arriba, redactor-jefe del Diario SP, subdirector del diario Pueblo y director de la agencia de noticias Pyresa.

En 1978 adquirió una parte de las acciones del diario El Imparcial y pasó a ejercer como su director.

En julio de 1979 abandonó la redacción de El Imparcial junto a Fernando Latorre de Félez.

Unos meses después, en diciembre, fue nombrado director del Diario de Barcelona.

Fue fundador del semanario El Heraldo Español, cuyo primer número salió a la calle el 1 de abril de 1980 y del cual fue director.