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Hace unos años leí en la prensa la triste noticia del fallecimiento y entierro en su Estadilla natal de mosén don José María Lemyñana y Alfaro, Párroco de Roda de Isábena y último “Obispo” de Roda, sino por nombramiento Papal, si por méritos propios.

 Descanse en paz, que bien merecido lo tiene, pues fue mucho lo que trabajo en beneficio de Roda, del valle del Isábena, de Aragón en definitiva, y, por supuesto, de la Iglesia Católica, de la que siempre fue un fiel servidor.

 Quienes tuvimos el honor de conocerle en vida, podemos dar fe de sus grandes méritos, bonhomía, sencillez, austeridad, incluso espartana, y gran laboriosidad. Su labor constructora y restauradora está extendida a lo largo y ancho del valle del Isábena. Y si es verdad que por sus obras les conoceréis, don José María deja tras de sí la huella de una obra bien hecha, y el ejemplo de su magisterio, sacerdotal y humano, de una trayectoria vital volcada en los demás, al servicio de la sociedad ribagorzana y de la Iglesia particular aragonesa.

Roda es lo que es actualmente gracias a su último “Obispo”, don José María Lemyñana. Su llegada a la ciudad, pues tal es el título oficial de Roda de Isábena, fue verdaderamente providencial para su Catedral, el antiguo Obispado y los habitantes. Si es verdad que Dios escribe con renglones torcidos, el destino, al parecer provisional, de don José María en la Parroquia de Roda, marcó un antes y un después en la vida de la localidad, e incluso del valle del Isábena en su conjunto, de La Ribagorza en general, que se benefició de sus bríos, renovado impulso, ganas de hacer cosas, su espíritu siempre constructivo e iniciativas positivas.

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Desgraciadamente, un episodio vino a enturbiar su labor: el robo de los tesoros de la Catedral, y especialmente de la Silla de San Ramón, por Eric “el belga”, un delincuente internacional especializado en obras de arte, que se fijó en el rico patrimonio de Roda, y la total falta de medios y medidas de seguridad para evitar su sustracción. Fue un hecho que ensombreció el carácter de don José María, haciéndole entonar un “mea culpa” particular, cuando era evidente que la culpa por lo sucedido no era suya, sino de quienes no habían querido instalar las correspondientes medidas de seguridad…

En 1995, Erik El Belga, no sabemos si por verdadero arrepentimiento o como forma de atenuar sus responsabilidades penales, mediante la reparación del daño causado, pactó con don José María la realización de una exposición de sus pinturas, por otra parte excelentes, en Roda, destinando la totalidad del dinero obtenido a la Parroquia, a modo de expiración del pecado y daño causado. Posteriormente acudió a Roda, donde tuvo que soportar los insultos de los indignados vecinos, a modo de “vía crucis” particular, y en una solemne Misa el Párroco le otorgó el perdón por sus pecados, reconciliándole con la Iglesia, y con Dios, pese al grave daño realizado.

Este hecho fue muy comentado en la prensa nacional, e incluso internacional. Como escribí entonces en el “Diario 16”, y reitero ahora: “Comprendo perfectamente –y comparto- el dolor de las buenas gentes de Roda, por su patrimonio perdido. Pero harían bien en no descartar sus iras sobre su Sacerdote, a quien tanto deben. ¿Somos o no católicos? ¿No ha demostrado Eric El Belga su arrepentimiento? ¿No ha aportado parte de su patrimonio, sus cuadros, hechos honradamente, con sus manos y trabajo, para reparar, aunque sólo sea en parte, su grave delito? Como dijo Jesucristo, el que esté libre de pecado, que tire la primera piedra. Yo no, desde luego. No quiero ser juez de nadie. Al igual que Concepción Arenal, odio el delito, pero compadezco al delincuente…”.

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 Descanse en paz el último Obispo de Roda de Isábena. Rezaremos por él, pero estoy seguro que no lo necesitará, pues sus obras hablan por sí solas. 

Sí debo reivindicar,  ya que él no puede hacerlo, su derecho a ser enterrado en la Catedral de Roda, y con todos los honores, por la que tanto trabajo, al igual que todos los Obispos y Canónigos que sirvieron en dicha Sede Episcopal. Pocos lo merecen tanto como él…

Autor

Ramiro Grau Morancho