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San Jaime Hilario (Manuel Barbal), hermano de la Salle, era sordo y le pusieron de hortelano en el convento de Cambrils. Había nacido en Enviny, un precioso pueblo del Pirineo. Lo detuvieron en verano de 1936 en Mollerusa y lo encerraron en la cárcel de Lérida; después lo trasladaron al vapor Mahón, convertido en prisión flotante en el puerto de Tarragona. Fue juzgado por el Tribunal Popular de la ciudad. Así fue el interrogatorio del juicio del 15 de enero: 

Fiscal: Diga el acusado si ha recibido órdenes.

Hno. Jaime Hilario: No, señor, nunca las he recibido.

Fiscal: ¿Has llevado hábito religioso?

Hno. Jaime Hilario: Cuando trabajaba en el campo, no; pero en los demás actos, sí.

Fiscal: Que aclare el acusado la contradicción que hay entre hortelano y religioso.

Hno. Jaime Hilario: No hay contradicción alguna: por estar sordo no soy apto para la enseñanza y me ocupaba en trabajos del campo.

Fiscal: Que diga el acusado si antes de venirle la sordera dio clase.

Hno. Jaime Hilario:  Sí, señor; después de terminar los estudios di clase unos años.

Fiscal: Pero tú aprendiste latín y enseñaste latín.

Hno. Jaime Hilario: Nunca he enseñado latín.

Presidente Masó: ¡Pero lo estudiaste!

Hno. Jaime Hilario: En mi primera juventud hice algunos estudios de humanidades en la Seu.

Presidente Masó: ¡Ya está! ¿Para qué necesitamos más explicaciones? ¿No habéis oído su declaración?… ¡Estudió latín, y eso basta!

Fiscal: (…) Pues éste ya tiene más agravantes que el otro que hemos condenado a 30 años de cárcel; éste ya estudió esto que llaman latín, que no sirve para nada, pero que quieren meterlo en la cabeza de los niños para atontarlos y hacer de ellos lo que les venga en gana. Por esto, ya lo sabéis, hay que matarlo, y pido al jurado que no se deje llevar de sentimentalismos y confirme con su voto la pena de muerte que pido para el acusado. 

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El día 18 lo sacaron para matarlo. Acababa de escribir una carta a su hermana María: “Si soy ejecutado moriré por Dios y por la Patria y en el cielo intercederé por todos. No tengo odio a nadie; sólo deseo hacer bien a todos”. Lo llevaron al Monte de la Oliva para fusilarlo. Primera descarga y el reo seguía en pie, tranquilo, rezando. Segunda descarga, y lo mismo. 

Los piqueteros huyeron, admirados. El jefe del pelotón, desconcertado, le descerrajó 3 tiros en la cabeza. Uno de los milicianos que formaban el piquete escribió al forense Martí, médico entonces de la Campsa: “Aquel Hermano que han fusilado hoy nos ha dicho: ‘¡Morir por Cristo es vivir, muchachos!’ Yo no pude tirarle, y apunté a otra parte”. Esto ocurría el 18 de enero de 1937.

Autor

César Alcalá