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Se cumple el aniversario de la muerte de mi camarada Luis Tapia Aguirrebengoa, Coronel legionario, caballero siempre, en todo lugar y momento, en la vida militar y -lo que es mucho más difícil- en la vida civil. Atento en su trato personal, firme en las ideas y las normas, analista sagaz y sabio, que no se retiró un momento de la primera línea del esfuerzo por España.

Llegada esta fecha, me encuentro con que ya he dicho cuanto podía decir sobre mi camarada Luis. Y, como siempre, he vuelto a conversar con él de la mejor forma posible: a través de las palabras que nos legó y de la perspicacia con que venteaba el futuro.

Por eso les ofrezco lo que escribía mi camarada Luis Tapia Aguirrebengoa para el Número 3 de EJE. Quien lea comprobará que el análisis que hacía mi Coronel hace 33 años podría firmarlo cualquiera -cualquiera con la inteligencia necesaria, evidentemente- para hoy mismo, si exceptuamos las referencias finales a asociaciones y grupos de cuya existencia actual no tengo noticia.

Les dejo con las palabras de mi maestro, mi camarada Luis Tapia Aguirrebengoa, que está en los Luceros:

 

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ALERTA

Luis Tapia Aguirrebengoa.

EJE  –  Nº 3 – Julio y Agosto 1989

 

¿Es válido contemplar el futuro con esperanza, como se nos recomienda en declaraciones institucionales? ¿Es válido hacer creer al pueblo español que vamos a dejar a nuestros hijos un país más libre, más rico, seguro, más culto y más unido, como se nos repite incesantemente en un lavado de cerebro colectivo? Ciertamente no, pues sometidos a la dependencia exterior y a la tiranía de los partidos políticos, que hacen y deshacen a su antojo, somos cada vez menos libres; el enorme déficit comercial, la venta de nuestro patrimonio al dinero extranjero y el crecimiento desenfrenado del gasto público nos hace cada vez más pobres; el azote de la delincuencia y el terrorismo nunca vencido, amenaza la seguridad ciudadana; la masificación de la enseñanza y el acceso de la incompetencia al profesorado, producen una degradación de la cultura; la profesionalización exagerada de las Fuerzas Armadas, haciendo prevalecer la técnica sobre el espíritu, y la escasa dotación de material moderno a sus unidades, debilitan nuestras defensas; la desaparición de los valores éticos y religiosos, produce serios daños a la moral del pueblo español, y la generalización de los nacionalismos regionales que han prendido en regiones como Canarias, Asturias o Galicia donde jamás se había pensado en otra nacionalidad que no fuera la española, y que del brazo de los separatismos históricos pretenden ahora acceder al parlamento europeo para hacer valer unos supuestos derechos, hace cada vez más difícil la conservación de la unidad nacional.

¿Es válido cerrar los ojos y oídos a esa revolución sin violencia que está haciendo desde el poder la izquierda, mientras el inconsciente pueblo español se recrea en largos puentes festivos y sólo piensa en la forma de aprovechar mejor las vacaciones veraniegas? En «Covadonga», órgano informativo de esa combativa y admirable organización «Trabajo, Familia y Propiedad», se ha denunciado esta operación de «psicocirugía revolucionaria», «con la que se pretende —dice la revista— modelar un tipo de hombre que no necesite verdades absolutas ni leyes morales inmutables reflejadas en un orden social jerárquico y con normas legales definidas. Los individuos por ella forjados, serán maleables a la hora de aceptar que se construya, sobre los escombros de la civilización cristiana, una nueva sociedad igualitaria y libertaria». Sobrecogedor. Este es el futuro que nos aguarda si no reaccionamos a tiempo. Una centuria, tal vez un milenio de materialismo puro, huero de espíritu y de cualquier valor ético.

Hagamos una prospección de los cimientos sobre los que se asienta nuestra sociedad y saquemos consecuencias de los resultados de esta exploración. Nuestra sociedad, tan castigada y tan sufrida, ha visto quebrantada su moral en muy pocos años por toda clase de males: el aborto, que ha privado de la vida a miles de niños no natos desde su despenalización; e! divorcio y el simple emparejamiento, que han cambiado los fundamentos tradicionales de la familia; la pornografía, liberalizada y al alcance de los menores; la blasfemia, no castigada, de uso corriente en la calle y en los medios de comunicación; la homosexualidad, elevada a categoría de bien público, y sus practicantes aireando en público su aberración; la práctica libre del sexo, escolarizada en libros de texto y recomendada por sociólogos y pseudomoralistas; el control de la natalidad, reduciendo el crecimiento de población a índices escandinavos; la enseñanza laica, orientada a captar el alma del niño y a arrancar de ella todo sentimiento religioso y patriótico; mientras la Iglesia, aferrada al refugio de la prudencia pastoral, calla y tolera en aras de la convivencia ciudadana.

En el campo político, después de doce años, el sistema democrático permanece en estado de perplejidad, sin encontrar asiento ni estabilidad. La Constitución es interpretada y aplicada al gusto de cada uno, y los partidos políticos, aferrados al poder omnímodo que la misma les concede, obran a su antojo, y el que está en el gobierno y tiene la mayoría absoluta ejerce su omnipotencia sin hacer caso de la posición y menos de los derechos legítimos del ciudadano. En este sistema, el elector es frecuentemente chasqueado por el candidato elegido, que cambia de partido sin abonar el escaño, que supone adquirido por derecho divino. Este atípico funcionamiento está provocando la decepción del ciudadano, creando un estado de desconfianza y duda difícilmente superable.

Vistas las cosas así, no es válido contemplar el futuro con esperanza, ni tampoco seguir, como se nos ha pedido, el camino que nos han hecho tomar para dejar a nuestros hijos una España mejor. Si queremos dejarles una herencia más segura, habrá que tomar otro camino, cambiando todo lo que sea preciso cambiar; esto o seguir la dirección equivocada

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Paralelamente, la inseguridad ciudadana se adueña de la calle, y el temor crece entre las gentes, que se sienten a merced de los delincuentes, que no son suficientemente castigados. Por su grafismo, recojo unas declaraciones del antiguo ciclista Ocaña: «Es triste ver cómo este país se ha estropeado en los últimos años. Si vas en un coche, seguro que te lo van a rayar; si tu mujer se pasea con joyas, seguro que se las van a arrancar, o el bolso. Ves a los jóvenes drogarse en las plazas.» Añádanse a ello los peligros de violación, y del pinchazo para robarte la cartera. No puedes andar tranquilo por las calles. Esta sensación de amenaza es mayor en los parques públicos y en los barrios periféricos donde hay zonas por las que no se puede transitar de noche. Y si alguien se atreve a reaccionar a un asalto, podría ocurrir que cayera sobre él todo el peso de la ley, si tiene la desgracia de causar algún daño físico al «presunto» agresor. Pero este imperio de la delincuencia se reduce a un mal menor comparado con el terrorismo, brazo armado de la secesión, que amenaza gravemente a la unidad nacional.

hasta caer en la sima que a su final nos espera. Es triste que este pueblo no escarmiente nunca.

Contra la »psicocirugía revolucionaria» que nos amenaza, hemos de mantenernos alerta, uniendo los esfuerzos de los que aún creemos en la Patria y damos prioridad al espíritu sobre la materia. De ahí la necesidad de esa Unión Nacional que propugnamos, que no ha de limitarse a la unión del Frente Nacional y de Juntas Españolas, sino que debe extenderse a las otras organizaciones patrióticas, e ir más allá, pues como decía uno de nuestros afiliados en un acto político celebrado recientemente en Tenerife, nuestros contactos deben alcanzar a esas organizaciones nacionales que dedican sus afanes a la defensa del espíritu, como son entre otras, «Pro Vida», «Adevida»‘ y «Trabajo, Familia y Propiedad». Unidos todos los defensores de los valores morales y patrióticos, al menos en la creación de un frente común, podremos reaccionar a tiempo y desbaratar la revolución cultural a que se nos está sometiendo. Alerta, pues, y adelante.

Luis Tapia Aguirrebengoa.

 

Autor

Rafael C. Estremera