17/05/2024 18:37
Getting your Trinity Audio player ready...

¿Por qué lo llaman amor, cuando solo quieren decir interés? Viene al pelo esa expresión latina que dice “quid pro quo” o lo que es lo mismo “algo sustituido por otra cosa”. Pedro Sánchez habla con “la boca pequeña” de reconciliación, de agenda del reencuentro, pero a nadie se le escapa que los indultos a los golpistas del 1-O son una moneda de cambio. Y es que todo vale para acabar la legislatura y evitar que sus socios separatistas no le den ningún disgusto. No hace mucho Sánchez proponía eliminarlos, pero eran otros tiempos.

Ochenta y cinco años han pasado desde que también fue indultado Lluís Companys, tras su proclamación de la República catalana dentro del estado federal español en 1934. Juzgado y condenado a 30 años de cárcel en 1935, fue amnistiado por el PSOE al año siguiente después de ganar las elecciones Manuel Azaña. Y volvió a presidir la “Generalitat” durante la guerra civil. En 1940, fue condenado a muerte y ejecutado por Franco. ¿El motivo? Su responsabilidad en los asesinatos de más de 8.000 personas durante la Guerra Civil.

Dicen las malas lenguas que los golpistas casi nunca se arrepienten. Y es cierto. Los del 23F, a excepción de Alfonso Armada, ninguno se retractó. Ni tampoco lo ha hecho Junqueras, sobre los indultos ha dicho recientemente que son gestos que “alivian el conflicto catalán, además de paliar el dolor de la represión y el sufrimiento de la sociedad catalana”. Aunque, claro, para beneficiarse de la amnistía ha admitido que la vía unilateral no funciona. Tampoco ha tenido ningún reparo en afirmar que el indulto es el triunfo que demuestra las debilidades del estado.

LEER MÁS:  El bueno y engañado Gorbachov. Por Enrique Miguel Sánchez Motos

La historia se repite en Cataluña. Un indulto cuando no hay “concordia” es muy difícil de aceptar, ha dicho recientemente el Tribunal Supremo. Y es que los presos golpistas no solo no se arrepienten, sino que han manifestado su voluntad de reincidir hasta lograr su objetivo, la independencia. Ortega y Gasset ya advirtió en la época de Companys que estábamos ante “un problema que no se puede resolver, solo se puede conllevar; es un problema perpetuo y lo seguirá siendo mientras España subsista”. 

Pero ¿cuál es la solución al problema catalán? Para Ortega y Gasset la solución era “conllevarlo”, no resolverlo, y eso es precisamente se ha hecho desde entonces. La dictadura franquista pese a su actitud anticatalanista y de represión impulsó el Plan de Estabilización de 1959, que favoreció a Cataluña y generó un boom económico, incluso más intenso que el de la Transición, lo que produjo un gran éxodo migratorio desde otros lugares de España. Algunos nacionalistas lo interpretaron como una conspiración secreta para diluir la cultura catalana y el nacionalismo.

Un recorrido por todos los presidentes de la democracia española, desde González hasta hoy, nos lleva a enumerar las múltiples cesiones o contraprestaciones de todo tipo a los nacionalistas catalanes para mantener a PP y PSOE en el poder. ¿Por amor a Cataluña? Pues Aristóteles diferenciaba entre amistad por placer, por utilidad y la verdadera. Los trueques fueron para conseguir investiduras y sustentar al Gobierno de España. De lo contrario ¿tendría sentido lo que ocurrió después, que los separatistas catalanes promovieran el golpe de estado fallido de finales de 2017?

Ahora Pedro Sánchez piensa que con “medidas de gracia” todo se arregla en Cataluña. Por su parte, el expresidente fugado Carles Puigdemont aunque no está ni se le espera en la celebración de los indultos, también ha opinado. Y, cómo no, considera que no quedan satisfechas ninguna de las demandas históricas del nacionalismo y pide autodeterminación. En 1936 tampoco estaba Josep Dencàs, consejero de Governación, que prefirió huir por las alcantarillas de Barcelona y exiliarse. Menos aún encontraremos a Toni Comín, Clara Ponsatí, Lluís Puig, Meritxell Serret, Anna Gabriel ni Marta Rovira.

LEER MÁS:  COVID-19, humo de Satán dentro de la iglesia. Por Enrique Costa

Cuatro años después del 1-O el llamado “procés” ha concluido, no dispensa vida, movimiento, operatividad.  Lo volverán a intentar, pero de una forma distinta. Nos encontramos con un escenario político de estancamiento, en el que el gobierno de Sánchez cree que los indultos llevaran a la normalización política y a recuperar la convivencia. Un gobierno de España sin hoja de ruta, sin propuestas convincentes. Ni siquiera en el acto de Barcelona se ha escuchado ninguna. Tampoco el resto de partidos aportan soluciones. No olvidemos que Cataluña somos todos y que merece todo nuestro esfuerzo lograr esa concordia.