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El inodoro de la imagen (quién sabe por qué lo llaman “inodoro”) puede estar revestido de oro todo lo que se quiera, pero lo que va dentro sigue siendo la mierda. Quizá no sea del mejor gusto empezar unas reflexiones de esta manera, pero es la imagen que me viene inmediatamente a la cabeza cuando pienso en la justicia española y sus varas de medir las cosas; en particular en relación a la orden de ingreso en prisión para los autores de la acción en la Librería Blanquerna hace ocho años; acción que duró pocos minutos y en la que, recordemos, nadie resultó herido.
Las palabras altisonantes sobre independencia de la justicia y los principios del Derecho no son más que el revestimiento de oro de una justicia politizada y vergonzosamente parcial. La misma contradicción estridente entre el material noble con el que está hecho el sanitario de la foto y la mierda que va dentro, es la contradicción que hay entre los principios y la práctica judicial no sólo en este caso particular sino en muchos otros.
Será oportuno ver esta noticia en contexto. La condena desproporcionada y aberrante por el acto de la librería separatista es obra de la misma justicia con minúsculas y el mismo gobiernuzo que primero tratan con guantes de terciopelo y luego indultan a Juana Rivas, secuestradora de niños y falsa acusadora de su marido, porque su coño lo vale; que mantiene en prisión a un anciano por haberse defendido en su propia casa de un agresor; que excarcela a políticos golpistas responsables de delitos de Estado contra la nación española; que permite, si no avala directamente, violencias y algaradas izquierdistas o sindicales muchísimo más graves que lo de Blanquerna; que abre las fronteras a hordas de delincuentes y salvajes sin control y los deja libres, incapaz de expulsarlos como debería ser o al menos de quitarlos de la circulación. Y así podría seguir durante largo tiempo.
Desde aquí mi solidaridad y apoyo a los condenados por el caso Blanquerna y en especial a Pedro Chaparro; no porque sea más que los otros sino porque es el único al que tengo el honor de conocer personalmente, cuya posición se ha visto agravada por el “delito” de pedir medio en broma que le dieran una colleja a cierto sujeto, con cuyo nombre no mancharé estas reflexiones.
Por mucho que la justicia se ponga un ropaje de palabras altisonantes, repetidas seguramente con aire grave e importante a los estudiantes de Derecho de primer año, en demasiados casos su actuación no es mejor que el contenido de la taza del wáter revestido de oro.
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