24/11/2024 11:00
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Esa gran falsa bandera que fue la transición española incluyó multitud y abundantes y brutales falsas banderas. Desde el asesinato de Carrero Blanco hasta el autogolpe de El Rey Elefante, ocho años atroces. Y todo ello para arribar a una España nueva. Al actual narcorrégimen pedófilo del 78.

Destruir la auténtica y variada disidencia

Y en esa globalista España OTAN/CIA/Bilderberg, democracia y progreso y mucha oscura masonería en vena, sobraba gente. Mucha gente. Los que se negaban a transigir. O los que fueron fieles a ciertos ideales. O los que denunciaron la basura partitocrática que se nos venía encima. O los que, sencillamente, supieron ver que el rey, cuento de Andersen mediante, se hallaba en bolas.

Y contra todos ellos las cloacas del Estado se sacaron su respectiva y falsa bandera para devastarlos. Montejurra, fin del carlismo. Discoteca Scala, anarquismo fulminado. Separatismo canario, Cubillo apuñalado. Y por supuesto, Atocha 55: aniquilar a cierto franquismo que se oponía a la nueva España que se nos estaba imponiendo allende nuestras fronteras.

Legitimar al PCE, deslegitimar a la ultraderecha

Un 24 de enero de 1977, medianoche, despacho de abogados laboralistas de Comisiones Obreras y militantes del Partido Comunista de España. Abren fuego contra los allí presentes. Trágico y doloroso avatar: cinco personas asesinadas, cuatro heridos. Un país roto por semejante salvajada, raudamente encontró un culpable político: la «ultraderecha» y Fuerza Nueva, formación política que cuestionaba seriamente la sucesión, concatenación y acumulación de acontecimientos que estaban conduciendo a una ruptura total con la dictadura franquista.

Objetivo político del atentado: deslegitimar el «bunker», los “irreductibles”, mientras simultáneamente se legitimaba la sucursal española del partido de los más de cien millones de asesinados. El sistema aprovechó la masacre para forjar popular oleada de simpatía hacia los comunistas y un masivo turbión de aversión hacia los representantes políticos de la «derecha» menos bizcochable. 

Escasas semanas después, el Partido Comunista de Santiago Carrillo – memento Paracuellos – fue legalizado. La operación política-criminal devino rotundo y categórico éxito. Dirigiéndose hacia una paulatina consecución de los objetivos políticos planeados, planificada hoja de ruta mediante. La «derecha» más disidente, desde ese momento, liquidada. El camino hacia el coronado narcorrégimen pedófilo, junto a otras falsas banderas antes citadas, iba quedando suficientemente despejado.

Los criminales títeres de la Gran Pantomima de la Transición

Oficialmente, el crimen fue endosado a tres pistoleros ultraderechistas españoles. Fernando Cerrá, Fernando Lerdo de Tejada y Carlos García Juliá, desde el pasado jueves en libertad. Los tres, muy sencillo de comprender. Marionetas, aseada fachada, ideal para escamotear responsabilidades políticas y policiales que iban, por supuesto, más allá de las fronteras nacionales. Versión oficial: ultras franquistas nostálgicos de la dictadura asesinan a “rojos”. Y aquí paz y después gloria.

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Lo dicho, como comenté antes, deslegitimar a unos y legitimar a otros. Si no quieres participar del nuevo e inicuo consenso, te montamos una falsa bandera de manual. Escenario idóneo para vender el pucherazo-relato de una “transición” made in Victoria Prego.  Pero las cosas poseen otros afeites y angulaciones y recovecos que muchos han tratado de encubrir premeditadamente. El mundo deviene, siempre, afortunadamente, mucho más complejo.

Y la red Gladio, siempre presente. Stefano Delle Chiaie, el «jefe» de Gladio en España, alias Caccola (en italiano “mierdecilla”, como le llamaban cariñosamente sus correligionarios de sanguinarias fechorías). Y la salvaje conexión italo-española: Valerio Borghese, Pier Luigi Concutelli,  Mario Ricci, Aldo Tisei y en Atocha, Carlo Cicuttini,  presente en la matanza.

Marionetas de la policía y los espías españoles

Todos los pistoleros de Atocha 55 estaban teledirigidos por la policía y los servicios secretos españoles. La conexión terrorista italo-española estaba de nuevo sobre la mesa, como en Montejurra. En esta ocasión el agente de Gladio en Atocha fue Carlo Cicuttini quien ya tenía experiencia como reputado asesino en ejercicio. Autor de la colocación de una bomba en un coche de unos carabinieri italianos. Peteano, 1972, tres agentes asesinados. La acusación contra Cicuttini, sobre su participación en los crímenes de Atocha, revelada en un informe del Comité Ejecutivo para los Servicios de Información y Seguridad (CESIS) de Italia.

Cicuttini había huido a España después de perpetrar el atentado de Peteano, gozando de la repugnante aquiescencia de las autoridades franquistas, donde se pudo mover a placer y actuar, posteriormente, en otros asesinatos de la red Gladio durante toda la transición. Cicuttini jamás fue extraditado a su patria.

Tal negativa española a entregar a Cicuttini no tenía otra razón que evitar que su terrorista en nómina “cantase” la Traviata. Por ejemplo, en torno al terrorismo de Estado contra la banda asesina ETA, ya que el citado informe reservado del CESIS hablaba con suficiente claridad en este sentido: “participación de extremistas de derecha italianos en las actividades de carácter violento contra ETA de los Grupos Antiterroristas de Liberación (GAL)”. Sic.

Mafias política, policial, militar y judicial

En todo este repugnante pastelón, implicación de centenares de políticos, policías y agentes de los servicios secretos. La mafia es la mafia. La judicial, más. Una corrupta, comprada y delincuente justicia española estuvo sistemáticamente amparando las conductas criminales de la red Gladio en España.

Como prueba, las continuas peticiones de jueces italianos al Estado español, a cuenta del atentado de los abogados de Atocha. Se exigían nítidas explicaciones sobre cómo un jefe terrorista de Gladio/Ordine Nuovo, Pier Luigi Concutelli, poseía en su poder, después de ser detenido en Roma, una metralleta Marietta-Ingram idéntica a la que se usó para asesinar a los abogados laboralistas.

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Posible arma del crimen, la metralleta se demostró que tenía un origen estadounidense y que el comprador había sido la Comisaría Central de Información de Madrid, Policía Nacional (entonces Policía Armada), a nombre del siniestro y torturador comisario Roberto Conesa( el que dio la orden directa de asesinar a Cubillo, líder del MPAIAC). El silencio español fue la respuesta. Tan habitual.

En ese sentido, la cacareada estafa de la “reconciliación”, tan solo venal y banal excusa para dar cobertura de Estado a un tropel de criminales franquistas y «democráticos». O para no investigar sus crímenes y las abundantísimas tramas oscuras de la dictadura y la «democracia», tan contiguas. Por supuesto, ni tan distintas ni tan distantes. Y que llegan, obviamente, hasta hoy.

Gladio asesinó a casi 200 españoles

Y casi 200 asesinados con firma Gladio en España (y con la razonable sospecha del 11-M en lontananza). Casi dos centenas de masacrados a manos del terrorismo de Estado durante la “pacífica” y » modélica» transición española, tan magníficamente pactada con la CIA y ten eficazmente ejecutada tan por Gladio.

Y todo bajo paraguas y cobertura de la reciente “democracia”, a través de espías y maderos, utilizando tanto a elementos del ultraderechismo español como del italiano. Para eliminar a los «malotes» de turno. Los «inintegrables». Y el narco, desde luego, siempre presente, mientras se «diseñaba», de paso, una nueva España. Tan fea y liberticida como la presente. En fin.

Autor

Luys Coleto
Luys Coleto
Nacido en Bilbao, vive en Madrid, tierra de todos los transterrados de España. Escaqueado de la existencia, el periodismo, amor de juventud, representa para él lo contrario a las hodiernas hordas de amanuenses poseídos por el miedo y la ideología. Amante, también, de disquisiciones teológicas y filosóficas diversas, pluma y la espada le sirven para mitigar, entre otros menesteres, dentro de lo que cabe, la gramsciana y apabullante hegemonía cultural de los socialismos liberticidas, de derechas y de izquierdas.