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Dios ha querido concederme suficientes años de vida como para vivir la Historia reciente de casi un siglo—la más movida, quizás desde que hay documentos escritos– y, de propina, permitirme el placer de escribir sobre la misma. Lo hago desde mi “teen age” –que dicen los ingleses—con menos de veinte años, exactamente diecisiete. Y no con novelas, ni ensayos, únicamente mediante colaboraciones en las revistas del Colegio, o en el “Quibú”, órgano de la Universidad Católica de la Habana.
Cuando me jubilé escribí varios libros, de los cuales he publicado tres; los otros están, inéditos o simplemente a medio terminar. La consecuencia de mi afición a escribir —-siendo de Ciencias, la carrera en Filosofía y Letras fue por “hobby”– ha sido contar ahora con bastantes lectores –no multitudes, pero si los suficientes– minorías sí, pero muy fieles y leales, cada vez más numerosos.
Últimamente ha crecido el número como consecuencia de mis artículos en CORREO DE ESPAÑA y de una realidad un tanto extraña: “Mis libros se siguen vendiendo regularmente y en una media constante, lo mismo en España que en Hispanoamérica y Estados Unidos, a pesar de haber sido publicados hace catorce años…
Esta introducción la ha motivado el hecho siguiente: los nuevos lectores –que no conocen del todo mis tesis– , a veces “se escandalizan” y sacan conclusiones, un tanto desviadas de mi intención, como ha sido el caso que provoca este escrito.
El artículo de ayer lo finalizaba con estas palabras: “Estoy convencido de que, si los políticos católicos tuvieron por Patrón al Presidente mártir de la Masonería, en vez de a santo Tomás Moro, tendríamos unos políticos más acordes con las necesidades del momento”; pues bien, un lector ha creído ver en este párrafo un cierto “ninguneo” al gran mártir inglés. Y como sé lo condenable que es “escandalizar” me apresuro a dejar claro el tema.
Nada más lejos de mis intenciones ignorar ni la santidad, ni los imponderables valores humanos de Santo Tomás Moro. Precisamente, leí su vida siendo un adolescente y desde entonces quedé abrumado por su preparación cultural capaz de plantar cara a Erasmo de Rotterdam, de su lealtad a su amigo Enrique VIII, a quien intentó evitar que se estrellase contra la Fe que ambos habían defendido frente a Lutero. Me impresionó su vida cuando la estudié y me alegré cuando fue proclamado “Patrono de los hombres de Gobierno” por Juan Pablo II – al que me imagino que se encomienda muy poco el habitante de la Moncloa—. Conociendo bien su vida y sabiendo que fue un hombre que, hoy, estaría “entre los nuestros”, espero de mis lectores que me disculpen por un párrafo inductor a error.
Nunca, el Mundo lamentará suficientemente el hecho de un Enrique VIII, cegado por la pasión sacrificase a su mejor Consejero, pues la Historia habría cambiado por completo… Intentar reescribir la Historia no tiene el menor sentido, pero hay cosas evidentes. Si Enrique VIII hubiera escuchado a Tomás Moro, no tendríamos que hablar de la “Armada Invencible”, ni de las “Trece Colonias” y, probablemente, Méjico llegaría hasta el Nueva York actual…Eso, para empezar. ¡Imagínense el resto de la Historia Universal! Qué manera más absurda la del Soberano inglés, de desaprovechar la inteligencia, la preparación, el tacto diplomático de su verdadero amigo, el Canciller del Reino.
Ciertamente, Dios dirige los acontecimientos… pero respeta la libertad humana y meditar sobre la vida de Santo Toma Moro es una prueba definitiva de esa realidad. ¡La diferente Historia Universal hubiera sido otra cosa, con Inglaterra conservándose católica, bajo una Reina consorte, española, leal y fiel a su Rey!
Volviendo al tema motivo de este escrito, reconozco que, en mi admiración por García Moreno y principalmente por mi obsesión en ver a los Gobernantes y Políticos católicos dejar a un lado la diplomacia y dar máxima importancia –como laicos—a la “lucha cara a cara”, propiciaron ese comentario que induce a la interpretación del amigo lector que me muestra su extrañeza.
Declaro que Santo Tomás Moro es un acertadísimo Patrón del Gobernante católico, defensor de los derechos de la Iglesia y de nuestro Fe y que el propósito del párrafo en cuestión era: Combatir la política del “dialogo”, el “consenso” y el “pseudo-Ecumenismo, Y sin la menor razón para creer que Santo Tomás Moro hubiera hecho nada que invitase a ello, pues –lo repito una vez más– toda su vida fue una lucha contra el error protestante y se negó siempre a ser confundido con los cobardes que se “plegaban” a los deseos del Rey. Son de todos conocidos los hechos que lo prueban y no me voy a detener en enumerarlos. Tomas Moro, como García Moreno son santos mártires de una misma “naturaleza insobornable”, convencidos luchadores por la VERDAD, y dieron sus vidas en su defensa.
Me han oído decir que únicamente “escribo para inteligentes”; pero no por menosprecio a los menos dotados, ¡no!”. Jamás he considerado “no inteligentes” a quienes la “masa” llama “tontos”; me refiero exclusivamente en esos individuos que “se creen listos” por ser expertos en ir siempre “por donde va Vicente”. Tenemos en España una mina donde encontrar –a ras de suelo y con máxima facilidad–, la “veta más rica” en tontos conocidos… La pueden localizar, simplemente sintonizando las tertulias del llamado “oligopolio” televisivo y radiofónico. ¡Es imposible reunir un rebaño más numeroso de “tontos ilustres”!
Espero haber dejado aclarado todas las dudas que hubiera podido provocar por mi artículo anterior.
Autor
- GIL DE LA PISA ANTOLÍN. Se trasladó a Cuba con 17 años (set. 1945), en el primer viaje trasatlántico comercial tras la 2ª Guerra mundial. Allí vivió 14 años, bajo Grau, Prío, Batista y Fidel. Se doctoró en Filosofía y Letras, Universidad Villanueva, Primer Expediente. En 1959 regresó a España, para evitar la cárcel de Fidel. Durante 35 años fue: Ejecutivo, Director Gerente y empresario. Jubilado en 1992. Escritor. Conferenciante. Tres libros editados. Centenares de artículos publicados. Propagandista católico, Colaboró con el P. Piulachs en la O.E. P. Impulsor de los Ejercicios Espirituales ignacianos. Durante los primeros años de la Transición estuvo con Blas Piñar y F. N., desde la primera hora. Primer Secretario Nacional.