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Que Ramón J. Sender Garcés (ojo, no confundir con su hijo Ramón Sender Barayón, también escritor) fue un gran escritor y el más prolífico autor de su Generación nadie lo duda, pero que fue un personaje rebelde, díscolo, difícil de encajar, polémico y cambiante, tampoco. Sender comenzó su vida discutiendo y disputando con su padre y murió discutiendo y disputando con sus hijos (sobre todo cuando su hija Andrea decidió hacerse monja)… y toda su vida pública estuvo marcada con discrepancias y vaivenes políticos. Aunque hubo o vivió cuatro cosas que le marcaron: la ruptura con su padre, la Matanza de Casas Viejas, el asesinato de su mujer y el abandono de sus hijos y su participación en la Batalla de Seseña.

Ya sé que pasar por alto su grandiosa obra literaria, más de 100 títulos, es un pecado, sobre todo cuando en su haber figuran obras y novelas tan importantes como «Imán», «Crónica del alba», «Viaje a la aldea del crimen», «Mister Witt en el Cantón» (premio Nacional de Literatura en 1935), «Réquiem por un campesino español», «La aventura equinoccial de Lope de Aguirre», «La tesis de Nancy» o «En la vida de Ignacio Morell» (Premio Planeta 1969), pero, ya saben que el objetivo de esta obra no es el literario sino el político, repasar el comportamiento y las vivencias de los protagonistas con la República, durante la Guerra Civil y en el exilio.

Por tanto, comencemos por su primera acción polémica:

La ruptura con su padre

En 1918, con 17 años, termina el Bachillerato y sin hablar con su padre se traslada a Madrid, solo y sin dinero, con una simple maleta con algunas ropas y los pocos libros que había podido comprarse… y naturalmente lo pasa mal, tanto que, según sus biógrafos, tuvo que dormir al raso en un banco del Retiro durante tres meses, lavarse en la primera fuente que encontraba y ducharse en el Ateneo. Afortunadamente, un día conoce en el Retiro a Luis Buñuel, quien al ver como vivía le dio una pequeña cantidad de dinero para que al menos comiese y en el Ateneo conoció a Manuel Azaña, que ya era Secretario. Esto sucedió la tarde que el futuro Presidente de la República dio su primera conferencia en el sagrado Salón de Actos sobre «La política militar de la República francesa». A Azaña le cayó bien aquel jovencito que aspiraba a ser periodista y escritor y cuando supo como vivía también le ayudó en lo que pudo, empezando por darle cartas de presentación para algunos periódicos y revistas, y aquel joven Sender vio el cielo abierto y comenzó a escribir, aunque para asegurarse su estancia en Madrid se colocó como mancebo en una botica.

Luis Buñuel, quien al ver como vivía le dio una pequeña cantidad de dinero para que al menos comiese.

Pero sólo había pasado un año y pico cuando su padre, enterado de cómo vivía su hijo, un día se presentó en la pensión donde se hospedaba en Madrid con una pareja de la Guardia Civil que sin miramientos lo detuvo y lo llevaron hasta dejarlo subido y sentado en el tren, ya que su padre le había reclamado por ser menor de edad y así acabó su primera estancia en la capital. Y en Huesca permaneció hasta que en 1922, a los 21 años le llegó la edad militar y tuvo que incorporarse al Ejército, y el ejército en aquellos años era la Guerra de Marruecos, donde permaneció los dos años obligatorios del servicio militar, eso sí, entró de soldado raso y acabó de alférez. (Años después escribiría su primera novela, «Imán», aprovechando sus vivencias guerreras). No volvería a tener más relaciones con aquel padre autoritario y dictador.

Sin embargo, entre la miseria y sus noches durmiendo en un banco del Retiro y el horror de la guerra, «donde siempre mueren los pobres», nació en él su anarquismo y anarquista sería los años siguientes.

Terminada la Guerra y licenciado del ejército volvió a Madrid y con la ayuda de Azaña y algunos dirigentes de la CNT entró de redactor en «El Sol», donde la gran figura era Ortega y Gasset. Y allí se hizo periodista, un gran periodista, pues su manera de redactar las informaciones y sus artículos rompían los moldes del periodismo tradicional, tanto que a sus escritos (junto con los de Josep Plá y Julio Camba) comenzaron a llamarle «Nuevo periodismo». Pero también colaboraba en los periódicos libertarios «Solidaridad Obrera» y «La Libertad», y con su anarquismo fue a parar a la cárcel Modelo en 1927 a los 26 años, por sus actividades contra el general Primo de Rivera.

Naturalmente, celebró como el que más el 14 de abril de 1931, la caída de la Monarquía y la llegada de la Segunda República. A pesar de lo cual siguió inconformista, pues lo que defendía en sus escritos era la supresión total de los ricos, los caciques y la «casta» política acomodada y aferrada a los sillones. Para aquel Sender el Parlamento solo no iba a poder darle al pueblo hambriento lo que necesitaba y que por tanto, además del Parlamento había que luchar en la calle, en la fábrica o en cualquier centro de trabajo, y había que repartir las tierras improductivas, «la tierra para el que la trabaja».

Fueron también buenos años para el escritor y novelista, tan buenos que en 1935 obtuvo el Premio Nacional de Literatura, como ya he dicho, por su novela «Mister Witt en el Cantón».

Y así llegamos a la segunda estación de su «vía crucis».

La matanza de Casas Viejas

Para entonces, 1933, su firma era ya valorada y bien cotizada, dado que su novela «Imán» le había abierto las puertas de la fama y se hacían tiradas masivas. Nada más llegar las noticias a Madrid de la rebelión anarquista que se estaba produciendo en Andalucía «La Libertad», el periódico de los anarquistas de la CNT, lo mandó como enviado especial a contar lo que pasaba. Así llegó, tras pasar por Sevilla y Cádiz, al pueblecito de Casas Viejas, donde se había localizado el foco rebelde más peligroso según las autoridades… y desde allí enviaría una docena de crónicas que conmovieron a España entera y que a la larga serían la «muerte política» del soberbio Azaña. (Poco después aquellas crónicas, corregidas y aumentadas, se publicarían en la obra que tituló «Viaje a la aldea del crimen»).

La matanza de Casas Viejas

Por su interés reproducimos una de aquellas crónicas:

«Después de abandonar el Sindicato, «Seisdedos» subió a la choza acompañado de los suyos. Entraron y se fueron acomodando como pudieron, en silencio. Las escopetas de la casa —dos— volvieron a colgarse en la viga. El yerno, José Silva, se lamentó de haber perdido la suya en la escaramuza de la carretera. No contestó nadie. Estaban allí el viejo «Seisdedos», encorvado, con los codos en las rodillas; sus hijos Pedro y Paco, el yerno, el vecino y primo Francisco Lago Gutiérrez, su hija Paca Lago, de dieciocho años; la nuera de «Seisdedos» —viuda—, Josefa Franco, y dos nietos: Mariquilla —diecisiete años morenos y gentiles, con una alegría natural— y un chaval, hermano suyo, de diez años. Nadie pensaba en la defensa. De ser así no se hubieran quedado con sólo dos escopetas y hubieran hecho salir a las tres mujeres y al niño. Estaban en su casa, esperando, como los demás, los acontecimientos. Sabían que iban a detenerlos y que saldrían codo con codo, y aguardaban sin saber por qué. Ignoraban lo que habría sucedido lejos del pueblo. Oyeron tiros lejanos. Luego, más próximos. Mariquilla miraba sus alpargatas rotas, por donde asomaban dos dedos desnudos enrojecidos por el frío. Llevaba un vestidillo ligero —ya lo llevó en verano— muy remendado. No suspiraba demasiado por otros vestidos, por tres razones: porque no se encontraba fea con aquél, porque sabía que no podía pretender otro y, finalmente, porque el frío era cosa de viejos y estaba harta de oír decir a la gente, cuando se quejaba:

–         Yo, a tu edá…

–         Cuando se tiene tu tiempo.

Por esas tres razones no se quejaba tampoco de ir sin medias. Mariquilla, no sólo no se quejaba, sino que estaba alegre casi siempre, con motivo o sin él. Mariquilla Silva Cruz, morena gentil, con una tilde de melancolía entre dos sonrisas o dos frases dichas como ella las dice, atropelladamente, pero bien enderezadas a su objeto, había de revelar luego, en la cárcel, en la calle, ante los fotógrafos, con los periodistas, una inteligencia natural y una discreción muy superiores a lo usual en las personas cultivadas de la ciudad. Mariquilla animaba a sus parientes:

–         Tota, la cárse, ¿no es eso?

Soltaba a reír, tiraba del pelo a Josefa y advertía:

–         No piense, mujé. Allá iremos tos.

El chico pensaba en lo que les contaría a sus amigos después, y en si por ser muy pequeño no le querrían llevar a la cárcel, una cosa tan de hombres. El padre de Mariquilla y del chaval rumiaba y gruñía:

–         ¡Los trenes! ¿No dijiste tu, Josefa, que no andaban los trenes?

Josefa se encogió de hombros:

–         Yo no los vi. Estuve a la mira media hora y no vi ná.

–         Pues yo sí —terciaba Mariquilla.

Francisco Lago temía que hubieran entrado en su casa los guardias. El chico aseguraba que los había visto romper la puerta y salir con una escopeta. Juraba que iban armados con trabucos. «Seisdedos» levantó la cabeza y miró las dos armas colgadas a los lados de la litografía libertaria:

–         Esas no se las llevan.

Como si quisieran responderle, se oyeron dos tiros próximos. «Seisdedos» se levantó y cogió la escopeta de la culata rajada. Repitió:

–         Por lo menos, ésta no se la llevan.

Pedro, el hijo mayor, se levantó, sin decir nada, y cogió la otra. Los dos empujaron a los demás hacia el agujero que comunicaba con la cerca inmediata. Podían salir por allí. Se negaban todos. Cuando fueron las mujeres a salir, las voces y los tiros de los ojeadores las amedrentaron. Estaban demasiado cerca. Paco, el hijo menor, pensó un instante que los que llegaban podrían ser compañeros del Sindicato. Entre el tejado y la cerca había aspilleras naturales, porque no ajustaba bien. Miró. Se retiró y le dijo a su padre que mirara. «Seisdedos», con el ojo izquierdo casi cerrado, retrocedió y dijo secamente:

–         Esto está perdió. No se podían mover.

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Nueve personas en el recinto que dejaba libre el lecho apenas cabrían de pie. «Seisdedos» aseguró las tablas de la puerta. Quedaban casi en sombras. Insistió en que se marcharan las mujeres y el niño por el agujero que comunicaba con la cerca de al lado, pero nadie se movió. Como se oían las voces y los tiros de los guardias, pensaron los hombres que las mujeres tenían miedo, y no insistieron. «Seisdedos» miraba por las aspilleras. La choza estaba dominada por unos altozanos que la rodeaban por tres frentes. Se alzaban algunos hasta cuatro metros por encima del tejado, y el más lejano estaría a unos quince metros de distancia. Para abarcar la cima de los de la derecha tenía que romper ramaje y arrancar paja.

–         A pedradas pueden echar la choza abajo —pensó «Seisdedos».

Luego insistió en que debían irse los demás. Allí quedarían él y otro. Había dos escopetas. Podía quedarse el mejor tirador. Se sintió aludido su yerno José Silva, padre de Mariquilla. Nadie se movía. El viejo explicó a su manera, sintiendo ya cerca los pasos de los guardias:

–         Yo soy viejo y no sirvo pa ná. El año que viene ya no podría ganarlo.

Callaban todos. Se habían hecho el propósito firme de esperar lo que fuera alrededor del viejo. Éste añadió:

–         He tardao treinta años en comensá; pero ya sabéis que no me gusta deja las cosa a medias. Marcharse.

Callaban. Josefa balbució:

–         ¿Pa qué? Ya nos separarán en la cárse.

–         ¿En la cárse? —replicó «Seisdedos»—.Yo no voy a la cárse.

Francisca Lago quería ir a buscar una escopeta para su padre. Salió sin que pudieran impedirlo, y cuando advirtieron su ausencia, el padre dijo:

–         Es templá. Gorverá.

Todos estaban tranquilos, menos el viejo, que no ocultaba su disgusto por la testarudez de los demás, y los dos hijos, uno de los cuales repetía a menudo:

–         Ha debido fallar tó en Medina, en Jeré.

El otro replicó una vez, encogiéndose de hombros:

–         La idea es la idea.

Los pasos de los guardias sonaban allí mismo. Crujieron las tablas de la puerta bajo un culatazo. Al segundo se abrió de par en par. José Silva y «Seisdedos» dispararon sin tiempo para echarse la escopeta a la cara. Un guardia cayó hacia atrás. Se llenó la choza de humo de pólvora. «Seisdedos» salió, recogió el fusil, quiso quitarle los cartuchos; pero era demasiado dificultoso, y arrastró al herido hacia adentro. Volvió a cerrar la puerta.

Era un guardia de asalto. Paco Cruz, hijo del «Seisdedos», manejaba bien el fusil de cuando estuvo en «el moro». No había sitio para el guardia y lo dejaron sobre el arca. Josefa Franco le quitaba las municiones de las cartucheras y las depositaba en el suelo. A los disparos había sucedido fuera un hondo silencio. Mariquilla, más pálida, miraba de reojo al guardia. Josefa dijo secamente:

–         Ha muerto.

Se quejaban los hombres de no tener bastantes armas, y «Seisdedos», que había soplado el cañón y vuelto a cargar la recámara, miró otra vez por las aspilleras. Luego sacó los dos jergones de la cama y los arrastró hasta la puerta. Asomó el cañón por un ángulo. Fuera iba haciéndose de noche. Volvió a mirar adentro y vio al chico con los ojos redondos como un gato puestos en el cadáver del guardia. «Seisdedos» se pasó la mano por la barba, tiró de dos pelos en el labio inferior y repitió:

–         Esto está perdió.

Al mismo tiempo sonaron dos descargas fuera, y tembló la techumbre acribillada. Sonaban las balas en la cerca de barro y gruñían entre las vigas. Las mujeres, por orden de «Seisdedos», se acurrucaron en el suelo. Josefa Franco sacaba un brazo crispado entre los harapos y quería alcanzar las hoses. Menuda y débil, se la veía vibrar bajo los disparos y crispar también la boca en insultos. Como no llegaba a las hoses, cogía sorreras de la mesa y llenaba los bolsillos de «Seisdedos».

¡Ay!, pero la «Matanza de Casas Viejas» le impresionó de tal manera que Sender ya no sería el mismo ni siquiera en sus pensamientos políticos. Porque en aquel pueblecito masacrado y entre los veintitantos cadáveres que quedaron atrás comprendió que el anarquismo no tenía nada que hacer en un Estado burgués, porque las ideas nunca podrán enfrentarse a pecho descubierto con la fuerza bruta que sostiene al Estado (armas, soldados, ametralladoras, bombas y dinero), si las Izquierdas –pensaba- quieren hacer la revolución tienen que organizarse y actuar no sólo en la legalidad sino también en la clandestinidad. Y eso le llevaría al comunismo y al Partido Comunista de España se incorporó el año 1934.

Y así le llegó la siguiente estación de su «vía crucis» particular:

El asesinato de su mujer

La Guerra Civil le sorprendió veraneando con su mujer, Amparo Barayón, y sus dos hijos, Ramón, de 2 años, y Andrea, de 6 meses, en San Rafael, pueblo segoviano en la Sierra del Guadarrama. Al ocupar la zona los sublevados, las columnas de Mola, el matrimonio dudó qué hacer.

Amparo Barayón

–         Amparo, yo no puedo quedarme aquí, si éstos me cogen me fusilan en el acto, y no sólo a mí sino a ti también y tal vez a nuestros hijos… ¡Esos canallas y asesinos no lo dudarán!

–         José, ¿y qué podemos hacer?, no podemos separarnos.

–         Pues, creo que no hay otra solución, yo puedo pasarme, tal vez arriesgando mi vida, pero una mujer con dos niños no.

–         ¿Entonces?

–         Amparo, creo que lo mejor es que tú y los niños os vayáis a Zamora con tu familia, ellos son conservadores y hasta es probable que estén de su parte.

–         Pero, amor, si ellos sabrán también que yo soy anarquista.

–         No, no lo sabrán, y además es posible que respeten a las mujeres y a los niños.

Y así lo acordaron, Sender cruzó las filas nacionales y se volvió a Madrid, y ella y los niños se marcharon a Zamora.

Lo que no sabía el matrimonio era lo que el destino les tenía reservado, porque nada más llegar a Zamora Amparo se encontró con que los nacionales ya habían detenido a sus dos hermanos, que serían fusilados de inmediato y ella misma, en el ansia de defender y salvar a los suyos, se declaró contraria y también fue detenida y encarcelada, y en la cárcel permaneció desde el 28 de agosto hasta el 10 de octubre, cuando la entregaron a un grupo de falangistas que a la mañana siguiente la fusilaron en las tapias del cementerio de Zamora. A la pobre mujer sólo le había dado tiempo a escribir unas líneas a su marido. «No perdones –decía- a mis asesinos que me han robado a Andreita (a la niña la habían mantenido en la cárcel junto a la madre hasta el día anterior), ni a Miguel Sevilla (un cuñado tradicionalista), el culpable de haberme denunciado. No lo siento por mí, porque muero por ti. Pero ¿qué será de los niños? Ahora son tuyos. Siempre te querré. Amparo Barayón.»

Sender no supo lo de su mujer y sus hijos hasta entrado el año 1937.

Sin embargo, la separación de San Rafael y dejar solos a una mujer y a dos niños tan pequeños le acompañarían el resto de su vida. Porque muchos, empezando por su propio hijo, le criticaron la decisión de poner por encima de su propia familia sus ideas políticas. «¿Cómo se puede abandonar a un niño de 2 años y a una niña de 6 meses en plena guerra? ¿Cómo pudiste abandonar a tu mujer y a tus hijos por tu República?», le preguntaría un día Ramón Sender Barayón a su padre. Pregunta a la que el escritor nunca quiso responder, como no quiso hablar del tema en los 46 años que vivió después. La «Muerte en Zamora» que escribió su hijo fue un alegato implacable contra el padre.

Pero, todavía le quedaba por vivir otra estación de su «vía crucis».

La Batalla de Seseña

Sender nada más llegar a Madrid se incorporó al V Regimiento de milicias que estaba organizando el comunista Enrique Líster y en esa unidad especial participaría en las distintas batallas por la defensa de Madrid. Pero, en la Batalla de Seseña, el pueblo toledano incrustado en la provincia de Madrid, provocó hasta un escándalo, porque según algunos biógrafos la batalla fue tan dura y el ataque de las tropas de Franco tan intenso que el V Regimiento estuvo a punto

Enrique Líster de ser cercado y los sobrevivientes hechos prisioneros. En aquella situación trágica Sender creyó que Lister había caído y que la batalla estaba perdida y sin pensarlo huyó y ya no descansó hasta verse en su cama y en el centro de Madrid.

Enrique Líster

Lo gracioso vino después, a la mañana siguiente, cuando el escritor se presentó en el cuartel del Regimiento, ya que lo hizo con la segunda estrella de coronel que, según él, le había impuesto el propio Líster por su comportamiento antes del combate. ¡Ay! pero Líster no sólo no había muerto sino que salió de detrás de unas cortinas para desenmascararlo, ante la sorpresa mayúscula de Sender. Ahí, al parecer, le retiró su confianza el Partido Comunista, pues Líster se mantuvo en su versión y lo haría siempre incluso en sus «Memorias», muchísimos años después. Según él Sender sufrió un ataque de miedo y desertó. «Fue sobre todo –escribe- al entrar la brigada en fuego cuando puso plenamente de relieve su falta de condiciones y que sus nervios no estaban hechos para resistir los tiros y las bombas». Más duro todavía fue, dirigiéndose a él, Vittorio Vidali, alias Carlos Contreras, uno de los organizadores del V Regimiento y en ese momento Comisario Político de la Brigada: «Tu sei scappato davanti al menico, hai abandonatto la tua brigatas, tradito la feducia del compagni… Sei un desertore». ¡Desertor! «Su padre no quiere contestarles nada –le escribe un testigo presencial aquella noche- porque (y es triste decírselo a usted) en aquellos momentos se comportó como un cobarde, tenía un miedo espantoso a morir y vencido por el terror, aquella noche desapareció y nos quedamos sin comandante».

El hecho es que allí mismo, en la comandancia del Regimiento, el 30 de octubre de 1936 –según contaría después el italiano Vidali en un informe exhaustivo sobre «la degradación de Ramón Sender» el Estado Mayor decidió quitarle las estrellas y apartarlo del servicio de armas. Degradación que confirmaría muchos años después Enrique Líster en sus «Memorias de un luchador». Lo que explicaría mucho lo que vino después.

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Sin embargo, la también italiana Donatella Pini Moro rechaza de plano que hubiese habido tal degradación y se apoya en un artículo que encontró en el «Boletín de la 1ª Brigada Mixta», con fecha 31 de diciembre de 1936 en la Hemeroteca Municipal de Madrid. Según ella el «Boletín» venía publicando una serie titulada «Nuestros Jefes y nuestros Héroes», en la que habían sido celebrados con anterioridad, entre otros, Enrique Líster y Vittorio Vidali. El artículo, según ella, ocupa un lugar privilegiado en la primera página y un simple título: SENDER. El texto dice así:

«He aquí el tipo genuino de escritor antifascista. La simpatía del autor de «Imán» hacia las masas populares, hacia el hombre que produce algo sobre la tierra, es un sentimiento que nació en él casi en la infancia. Sender es un creador auténtico, sin ninguna afinidad moral con el literato «puro», preocupado exclusivamente de las cuestiones formales de su oficio y con una visión caótica y decadente del mundo. A Sender le preocupa sólo el hombre, el verdadero hombre que lucha para dominar a las fuerzas de la naturaleza y para conseguir un progreso general humano. De aquí su entusiasmo y su adhesión hacia el poder creador de las masas productoras. De aquí también que vea en ellas la única fuente de cultura y la sola posibilidad de encauzar el mundo hacia una sociedad más justa y más humana que la actual. Todo esto explica el hecho de que Sender –hombre de la calle que además escribe- no puede permanecer pasivo en la lucha contra el fascismo y sea capaz de abandonar momentáneamente, la pluma para coger el fusil.

La actitud de este gran escritor proletario debe ser un ejemplo vivo para todo luchador antifascista.»

También se apoya la italiana en las palabras que el propio Sender escribe en el prólogo a su obra «Los cinco libros de Ariadna»: «A mí no me degradó nadie, ni tuve altercados con nadie y menos de la naturaleza que se me atribuye».

A pesar de ello Líster se mantuvo en su tesis de la huida y la degradación del comandante Sender y quien esto escribe puede dar un testimonio personal al respecto.

(Curiosamente las «Memorias de un luchador» se publicaron en 1977, dentro de la Colección «Memorias de la Guerra Civil española» que había puesto en marcha la Editorial «Gregorio del Toro» unos años antes y de la que yo era Director Literario. Sucedió que cuando yo leí el manuscrito quise conocer al propio Líster y gracias a una gestión que hizo Eduardo de Guzmán, que había ganado el Primer Premio de la Colección (con «La Muerte de la esperanza»), y que, curiosamente también, había sido director del anarquista «La Libertad», el que envió a Sender en 1933 a Casas Viejas. La reunión-comida, creo recordar, se celebró en octubre del año 1976 y allí Líster, que hablaba hasta por los codos, se explayó hablando de sus hazañas y de sus batallas. Como pude comprobar enseguida el famoso Jefe del V Regimiento comunista, tenía dos obsesiones en su mente: Santiago Carrillo, a quien acusaba de todo, y Ramón J. Sender. Y naturalmente nos contó no sólo lo que sucedió en la Batalla de Seseña, Pinto y Valdemoro, sino también lo que el Partido Comunista decidió después de la degradación.

–         La anécdota –comenzó diciendo- que se cuenta de Sender a la mañana siguiente de la batalla, cuando se presentó en la Comandancia del cuartel, con la estrella de coronel y alegando que yo se la había puesto antes de morir es cierta. Sucedió así, como también es verdad que en aquel mismo momento decidimos degradarle y apartarle de los frentes. Estaba claro que Sender no había nacido para la guerra. Sin embargo, en una reunión posterior del Comité Central del Partido decidimos por iniciativa de José Díaz, el Secretario General, y Dolores (se refería, claro está, a Dolores Ibarruri, «La Pasionaria») que no era inteligente que aquello saliera a la luz, dada la fama como escritor que ya gozaba Sender y que sería torpe no aprovecharlo para las labores de propaganda de la que tanto estábamos necesitados. Así que se acordó silenciar el acto de la degradación y presentarlo como uno más de los Héroes que defendía la causa del pueblo. Y así se hizo y por ello se le enzarzó en el «Boletín» que publicaba el Regimiento.

–         ¿Y después? –pregunté yo mismo-, porque el Partido siguió apoyándole e incluso lo envió a Francia y a Estados Unidos a dar conferencias y relacionarse con los escritores antifascistas del mundo. ¿No es así?

–         Bueno, sí, sí, sí… –y aquel gallego, muy gallego, se echó a reír antes de seguir-. Sí, es verdad, el Partido le apoyó e hizo creer que era uno de nuestros Héroes. Nos interesaba que fuese así, al menos mientras duró nuestra guerra, pero al terminar con la derrota, el Partido se olvidó de él y ya no hubo más apoyo. )

Esto explica el artículo que encontró la hispanista Pini Moro en la Hemeroteca Municipal de Madrid. Lo cierto, como veremos más adelante, es que la vida de Sender se complica a partir de lo de Seseña.

Porque a finales de febrero del 37 le llegó la noticia de lo que habían hecho los nacionales con su mujer y entonces le entró la pasión por sus hijos, y sufrió un ataque de nervios y locura. Así que se olvidó del ejército y hasta de la República, esta vez sí, y se marchó a Francia, desde donde pudo, con la ayuda de la Cruz Roja Internacional, recuperar a los niños. Entonces el Gobierno republicano le encargó fundar la revista de propaganda «La Voz de Madrid» y junto con Bergamín trabajarse a los intelectuales franceses para que acudiesen al Segundo Congreso de los Escritores Antifascistas que se iba a celebrar en Valencia. Sender permaneció en París, aunque en varias ocasiones se ofreció para volver a la lucha, cosa que no aceptó el PCE. Luego, cuando cayó Barcelona y se vio que el final de la guerra ya estaba próximo decidió exiliarse con sus hijos a México. ¡Ay!, pero el destino le tenía reservado un «calvario» en uno de los campos de concentración que Francia abrió para los exiliados españoles. También aquel «calvario» lo aprovecharía para su gran obra «Crónica del alba».

En 1939, por fin, llegó a Nueva York y enseguida confió sus hijos a un matrimonio americano y él se marchó solo a México, donde permaneció hasta 1942, que volvió a Estados Unidos con una beca Guggenheim. Primero estuvo en Santa Fe (Nuevo México) y más tarde en las Universidades de Denver, Colorado y Harvard. En 1943 se casó en segundas nupcias con Florence Hall, con la que tendría dos hijos. En 1946 se naturalizó estadounidense y al año siguiente tomó posesión de la Cátedra de Literatura Española de la Universidad de Nuevo México en Alburquerque, que desempeñó 16 años seguidos.

Fueron los años de su » reconversión» política, porque su anarquismo primero y comunismo después fueron evolucionando, quizás por la edad y las circunstancias, hacia un republicanismo conservador a la americana. Sender se fue haciendo «americano» sin darse cuenta y entre la «ley del silencio» que le fue imponiendo el PCE y el comunismo internacional. A pesar de su enorme producción literaria fue borrado del «batallón del talento», marginado del grupo del cual hubiera debido formar parte naturalmente, el grupo de los escritores, artistas e intelectuales que habían luchado en pro de la República. Fue un proceso tan fuerte y sistemático de descalificación que en muchos países se dejó hasta de hablar de su participación en la guerra para no tener que mencionar episodios mezquinos del PCE. Sobre su conducta cayeron dos veredictos, por un lado el de la dedicación, el valor y la integración y por otro el de la cobardía, la traición y la marginación. La opinión general antifascista, fatalmente, aceptó durante años la segunda versión patrocinada por el comunismo y las izquierdas. A pesar de lo cual se las vio y se las deseó cuando en Estados Unidos irrumpió la caza de brujas del anticomunismo a ultranza del Senador Mccarthy para salvar su situación.

Y así permaneció en realidad hasta el año 1969 cuando ganó el Premio Planeta (por su novela «En la vida de Ignacio Morell») y casi al mismo tiempo Franco dio una Amnistía para los crímenes de la Guerra Civil.

¡Ay! pero para entonces el PCE volvió a necesitar al escritor y de nuevo cambió su estrategia y Sender volvió a ser el héroe que el Dictador había perseguido, a sabiendas de que Sender ya era un conservador por edad y por experiencia.

Y a pesar de ello y de las libertades que ya habían llegado a España, y de la nueva Monarquía, no quiso volver y en Estados Unidos murió el 16 de enero de 1982, a los 81 años de edad.

Y ya lo saben yo ni quito ni pongo rey pero ayudo a mi señor, y mi señor es siempre la verdad y la Historia… (o la intraHistoria).

Autor

Julio Merino
Julio Merino
Periodista y Miembro de la REAL academia de Córdoba.

Nació en la localidad cordobesa de Nueva Carteya en 1940.

Fue redactor del diario Arriba, redactor-jefe del Diario SP, subdirector del diario Pueblo y director de la agencia de noticias Pyresa.

En 1978 adquirió una parte de las acciones del diario El Imparcial y pasó a ejercer como su director.

En julio de 1979 abandonó la redacción de El Imparcial junto a Fernando Latorre de Félez.

Unos meses después, en diciembre, fue nombrado director del Diario de Barcelona.

Fue fundador del semanario El Heraldo Español, cuyo primer número salió a la calle el 1 de abril de 1980 y del cual fue director.