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Mª José Borrego González (Toledo, 27 de abril de 1970) es licenciada en Ciencias de la Información (Periodismo) por la Universidad CEU San Pablo. Su vocación por los asuntos militares y las relaciones internacionales le llevó a especializarse en ambas materias a través del máster en Seguridad y Defensa de la Universidad Complutense de Madrid-Centro Superior de Estudios de la Defensa Nacional (CESEDEN) y el Curso de Estudios Internacionales de la Escuela Diplomática del Reino de España.
Ha realizado colaboraciones diversas y en los ámbitos mencionados ha publicado en la “Revista Española de Defensa” y los boletines del CESEDEN y del Instituto Español de Estudios Estratégicos.
“En un desierto de nieve” es su primer gran proyecto literario, escrito en colaboración asincrónica con su abuelo Enrique Borrego Hernández (Madrid, 27 de marzo de 1912-Madrid, 16 de agosto de 1963).
¿Por qué un libro basado en los diarios de guerra de tu abuelo divisionario?
Todo empezó con la búsqueda de un abuelo ausente. Lo cierto es que mis abuelos han sido muy importantes e influyentes en mi vida; he tenido una convivencia intensa con tres de los cuatro, y de todos ellos recibí lecciones fundamentales de vida… Pero siempre eché en falta al único que no conocí, mi abuelo paterno Enrique Borrego Hernández, quien falleció siete años antes de que yo naciera como consecuencia de los rigores vividos en el frente ruso, durante la campaña del este en la Segunda Guerra Mundial.
La gran pregunta era siempre por qué se alistó, después de haber superado una durísima guerra civil y ya con la vida resuelta, pues tenía dos buenos empleos ejerciendo la abogacía en un bufete de Madrid y como funcionario en el Instituto Español de Moneda Extranjera. Además, tenía previsto casarse con su novia de toda la vida, mi abuela, el 12 de octubre de 1941, casualmente el día que la División Española de Voluntarios, la División Azul, entró en fuego por primera vez. La respuesta, aunque obvia, no ha sido fácil de entender y lo es mucho menos en el mundo de hoy, en pleno siglo XXI, cuando lo que mayoritariamente se busca es la satisfacción en el menor tiempo posible de los deseos y aspiraciones individuales. Vivimos en la cultura de “lo quiero, y lo quiero ya”. Pues bien, él se alistó sencillamente porque entendió que era lo correcto, lo que se debía hacer, por encima de valoraciones acerca del interés propio. Y esa es su lección de vida.
“En un desierto de nieve” ya es un título dramático, que congela los tímpanos y las pupilas…
Sí, es una frase dramática, poética incluso, pero también es mucho más que eso. La frase “en un desierto de nieve” encierra la descripción de una situación determinada, marcada por un frío intenso (el de 1941-1942 se considera el invierno más frío del siglo XX, con temperaturas gélidas que alcanzaron los 52º bajo cero), el hambre, la enfermedad y una debilidad física extrema después del esfuerzo extraordinario al que fueron sometidos los voluntarios españoles, que debieron realizar una extenuante marcha a pie entre el 26 de agosto y el 11 de octubre de 1941 para llegar desde Polonia hasta el frente ruso de Nóvgorod. En un desierto de nieve es también la expresión de un estado de ánimo en el que sentimientos como el desamparo, la soledad y el aislamiento de los seres queridos, familia y camaradas, son patentes. Cabe resaltar que la frase, que resulta tan expresiva, está extraída literalmente del diario. De esta manera, el protagonista es quien pone el título a su propia historia.
Entonces, ¿este libro, como usted ha dicho, nace en el fondo de la añoranza del abuelo ausente?
Así es. De la añoranza profunda de alguien con una personalidad tal que, pese a su ausencia física, es tan importante e influyente que sigue presente en la familia, aunque invisible a los ojos. En los momentos trascendentes, cuando hay que tomar decisiones importantes, aflora la pregunta: ¿Qué haría él? Es una referencia moral.
No obstante, he de decir que, en esa búsqueda personal e íntima, no sólo encontré por fin a mi abuelo. Descubrí, junto a él, a un fascinante colectivo humano, hecho de la mejor pasta, cuyo potente espíritu colectivo sigue vivo. Por eso, creo firmemente que su voz merece ser escuchada, sus motivaciones merecen ser entendidas y su entrega merece todo el reconocimiento que nunca recibieron.
¿Cómo se fue gestando la idea de escribir el libro?
Un buen día del otoño de 1989, frente al televisor, observaba sin perder detalle la noticia en directo de la caída del muro de Berlín, consciente de la relevancia de este hecho en la Historia del siglo XX. Mi padre, junto a mí, comentó lo importante que habría sido para el suyo presenciar este momento, pues para eso había ido él a Rusia, para combatir el comunismo. Mi abuela debió hacer una reflexión similar y decidió poner en mis manos ese diario que fue escrito solo para ella, cuya existencia yo conocía, pero que nunca había visto, y una buena colección de cartas y postales dirigidas a ella y a otros miembros de la familia, además de fotografías y documentos de diversa naturaleza. Yo lo leí todo entonces con mucho interés y nació la idea de que, algún día, le daría forma y coherencia a todo aquel material y se convertiría en un libro.
Lo dejé reposar y quedó en mi cabeza como una música de fondo. Hasta que llegó la pandemia del Covid-19 y lo revolucionó todo. Mi hija, que entonces tenía 16 años, sabía que yo conservaba ese diario y encontró la oportunidad de que lo leyéramos juntas, aprovechando el confinamiento. Ahí arrancó la fase definitiva del proyecto que me llevó a publicar este libro.
Por eso, “En un desierto de nieve” está escrito en dos tiempos y a dos manos, pues hay una asincronía de 80 años entre la redacción de mi abuelo y la mía. Él escribía en tiempo real, conforme sucedían los acontecimientos, y esa es la mayor riqueza del relato, y yo he debido hacer un esfuerzo de comprensión e imaginación para entrar en su cabeza y en su alma, para pensar y sentir como si fuera él mismo, para que mantuviera y lograra transmitir toda la fuerza de la verdad de lo vivido. Ese diálogo interno con mi abuelo es el único aspecto del libro fruto de mi imaginación, pues todos los datos y hechos que se narran han sido comprobados y contrastados, y ninguno de los personajes es inventado ni su nombre ha sido alterado.
Una vez lo decidiste en el confinamiento, lo bonito fue involucrar a toda la familia.
Fue para todos un auténtico salvavidas, pues era tan terrible y daba tanto miedo todo lo que nos rodeaba al inicio de la pandemia que “el proyecto”, como empezamos a llamarlo antes de encontrar el título, nos permitió desdramatizar nuestro presente y comprender que hay situaciones tan malas o incluso peores que esa, pero que todo se supera con fe y determinación. Lo que a priori parece imposible, quizá no lo sea.
Así, toda la familia se puso a trabajar bajo mi dirección en tareas diversas de investigación y documentación. Desde el primer momento, mi hija se implicó en la transcripción y clasificación de la documentación disponible en papel; mi hermano, en la localización de poblaciones y elaboración de mapas; mi padre, en la identificación de archivos que pudieran conservar información de los divisionarios y en la solicitud de sus expedientes… Y, poco a poco, conforme avanzaba el trabajo, se fueron incorporando a las reuniones de la tarde, por videollamada y para puesta en común, el resto de miembros de la familia que se prestaron a colaborar. ¡Hasta mi sobrino, a sus siete años, quiso que se le encomendase un quehacer para contribuir en “el proyecto”!
El proceso de documentación fue árido y costoso porque tuviste que bucear en miles de documentos y no fáciles de localizar…
Efectivamente, pero éramos muchas cabezas para pensar y muchas manos para ejecutar. En la primera fase de la investigación hubo mucho trabajo telefónico y a través de internet, pues el resto del mundo estaba tan limitado en sus movimientos como nosotros y el acceso a los lugares físicos de trabajo tardó en recuperarse, pero los medios digitales ayudaron mucho. En el caso de los mapas, topamos con la dificultad añadida de los cambios en la delimitación de las fronteras, las variaciones en los topónimos, que en 1941 habían sido germanizados, e incluso la desaparición a día de hoy de alguna población que ha dejado de existir o ha quedado integrada en localidades más grandes. No obstante, pudimos indagar y encontrar lo que buscábamos en archivos oficiales españoles, alemanes e incluso rusos…
La búsqueda no se limitó sólo a la información de contexto, identificación de las personas mencionadas e imágenes con las que completar e ilustrar la narración, además del contraste de los datos recogidos en los originales, sino que también nos enfocamos en la localización de los descendientes de aquellos divisionarios que estuvieron, por una razón u otra, más próximos a mi abuelo y que ya no viven, pues serían centenarios. Dar con algunas familias ha sido parte de la recompensa por tanto trabajo y tanto esfuerzo. Todos ellos estuvieron encantados de prestar su memoria y su material documental para enriquecer “En un desierto de nieve”, del que sus familiares Carlos Guijarro Cores, Vitaliano Arévalo Pascual, Ernesto Polanco Mejorada, Antonio Frigols Saavedra y Julio Pérez Álvarez son también protagonistas.
Es un diario de guerra, pero en el fondo es una historia de amor, del amor a tu abuelo a tu abuela, diario de un enamorado.
Sin duda alguna, es como dices. “En un desierto de nieve” no es un libro de historia, aunque da algunas pinceladas y sitúa en contexto; no es cuaderno de campaña, aunque el relato se desarrolla en escenario de guerra, y ni mucho menos es un libro de política, aunque es claro que sus personajes tienen una determinada ideología que les mueve a actuar de una cierta manera. “En un desierto de nieve”, como bien has captado, es en primera instancia una extensa carta de amor a la novia, por supuesto. Su generosidad inmensa al entender las razones de la marcha merecieron, cuanto menos, conocer toda la verdad de lo que aconteció a Enrique en esos días, verdades crudas en el diario que maquillaba cuidadosamente en las cartas a la familia, para ahorrarles preocupaciones y sufrimientos innecesarios.
Pero el diario también refleja un inmenso amor a la patria, con todo lo que eso significa. “En un desierto de nieve” es, por encima de todo, una historia de valientes, y no me refiero únicamente a los voluntarios, que por supuesto, sino a las mujeres que les quisieron acompañar al frente, y que así lo hicieron como enfermeras… Quiero hacer en este punto una mención muy especial a aquellas que, como mi abuela Carmen, se quedaron en casa, pero no atrás, pues muchas de ellas asumieron en solitario la responsabilidad de sostener a familias heridas y mutiladas por la Guerra Civil y así, juntos desde posiciones diferentes, hicieron posible esta gesta para la Historia de España.
También están presentes todos los temores humanos, el miedo a la muerte, al dolor, al frío, al hambre…
Así es. “En un desierto de nieve”, que no es tampoco una novela, es un relato verídico, que se centra en el factor humano, una faceta en la que no suelen ahondar los libros de este tipo de temática. Y no hay nada más humano que las emociones. “En un desierto de nieve” es un libro de emociones, está lleno de ellas y las abarca todas, desde las más elevadas hasta las más mundanas.
De entre ellas, como mencionas, el miedo es un invitado inevitable en una trinchera o en un parapeto cuando se está en primera línea de frente. Junto a la conciencia de que cada minuto puede ser el último, se advierte con claridad que el mayor temor de todos puede ser la incomunicación. La nieve por doquier, a la que no estaban habituados los españoles y que se convirtió en un verdadero suplicio, y el correo, o más bien la ausencia del mismo, con noticias que den cuenta de que todo va bien en casa, se convirtieron en auténticas obsesiones.
Igualmente es bonito el hecho de que tu abuelo fue un soldado anónimo y ensalzar el día a día de alguien que no pasará a la historia…
Hay que ponerse en situación y meterse en la piel de alguien que, sin necesidad, lo arriesga todo y deja en suspenso su propia vida para marchar a una guerra que se desarrolla a miles de kilómetros de distancia de su casa dispuesto a jugársela para defender sus convicciones. Mi abuelo no pasará a la historia de manera individual, pero sí como digno integrante de una División Española de Voluntarios en la lucha contra el comunismo que ganó con honor su lugar en la Historia del siglo XX.
Así que, en definitiva, “En un desierto de nieve” es una historia de héroes, algunos con nombre propio, pero muchos otros anónimos, en la que no se buscan los alardes épicos; es un relato de valor y de valores, de ideales y de convicciones profundas, defendidos a riesgo de todo y hasta las últimas consecuencias, en la que no se ha añadido ninguna pincelada de ficción para ganar espectacularidad, con la fuerza de la narración en formato de diario, en presente y en primera persona.
Lo más interesante es que el libro está contado desde el punto de vista de un soldado, cómo ve la guerra desde dentro, todo lo que siente, todo lo que le preocupa….
Sí. Indudablemente, la visión de un soldado raso difiere mucho de la de los oficiales, y son más los relatos publicados desde el punto de vista de estos últimos, que tenían la información del contexto y conocían la evolución de las operaciones de su sector de responsabilidad y del conjunto de la guerra. La tropa, sin embargo, carecía de eso; el soldado era consciente, si la nieve se lo permitía, de lo que pasaba a unos metros a su alrededor, lo que sin duda contribuía a aumentar la angustia. Pero, ¿en qué piensa cuando hace guardia en soledad en el parapeto?, ¿qué siente cuando se sabe tan próximo al enemigo que puede escuchar sus conversaciones sin entender una palabra de lo que dicen en ruso? Las respuestas a estas preguntas son las confesiones que vuelca en el diario.
El soldado español en el frente ruso, en aquel invierno de 1941-1942, veía nieve y más nieve, un manto blanco a su alrededor que se convirtió en un tormento. Para mi abuelo, de hecho, era importante recibir los periódicos de España que le enviaba su familia en los períodos en que estuvo hospitalizado, para hacerse una idea aproximada a través de esta lectura de prensa, aunque estuviera desfasada, del curso de la guerra.
¿Hasta qué punto te sientes orgullosa de haber realizado este trabajo?
Hasta donde te puedas imaginar, por diversas razones. Cumplí mi propósito de conocer a mi abuelo, aunque nunca nos hayamos encontrado cara a cara en esta vida; eso queda pendiente para la próxima. Además, cumplí la promesa muda que un día hice a mi abuela de descubrir su alma a través de los papeles manuscritos por él que ella tan generosamente me regalaba y que han sido la herencia más preciada. Como les decía a mis hijos y a mis sobrinos, biznietos del protagonista del relato, cuando estábamos en plena faena de investigación y buscaban entender mis motivaciones para tanto empeño, no hay nada como saber de dónde vienes para decidir hacia dónde y cómo te quieres conducir en la vida.
Por otra parte, he llegado a considerar la difusión casi una obligación moral, pues en mis manos estaba el testimonio y la capacidad de devolver la voz a quienes ya no pueden pronunciarse por sí mismos, para que hablen a través de la tinta y el papel de las páginas de “En un desierto de nieve” y cuenten en primera persona su propia historia, lejos de las interpretaciones de otros.
¿Qué difusión está teniendo y cuál puede llegar a tener?
Ya es un libro conocido y difundido en el universo de interesados y estudiosos de la División Azul.
La aspiración ahora consiste en romper este silo. Los apasionados por la División Azul siempre vamos a estar predispuestos a leer cualquier material relacionado. La pretensión ha consistido en elaborar un producto que aporte valor a los que ya son expertos en la materia y aproximar al mismo tiempo a aquellos para quienes es un mundo ignoto, llegar a descubrírselo y despertar su interés por ahondar en lo que constituye la última gran aventura exterior en la guerra convencional de la Infantería española. Ese es el verdadero objetivo en esta fase del “proyecto”, por lo que agradezco mucho esta entrevista, que me coloca en el camino para conseguirlo.
Autor
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Subdirector de Ñ TV España. Presentador de radio y TV, speaker y guionista.
Ha sido redactor deportivo de El Periódico de Aragón y Canal 44. Ha colaborado en medios como EWTN, Radio María, NSE, y Canal Sant Josep y Agnus Dei Prod. Actor en el documental del Cura de Ars y en otro trabajo contra el marxismo cultural, John Navasco. Tiene vídeos virales como El Master Plan o El Valle no se toca.
Tiene un blog en InfoCatólica y participa en medios como Somatemps, Tradición Viva, Ahora Información, Gloria TV, Español Digital y Radio Reconquista en Dallas, Texas. Colaboró con Javier Cárdenas en su podcast de OKDIARIO.
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