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La voz de Aranda rugió por las ondas de la radio llamando a su defensa, y la Falange, aun descabezada de mandos, compareció en los cuarteles militares de Pelayo, Santa Clara y en el de Artillería para armarse presta al combate.
Pronto quedaron a las órdenes de los oficiales Caballero, Bruzo, Sánchez Herrero y otros, formando unidades de combate en las que los falangistas aportaban más del 50% de los combatientes.
Con el paso de los días, se formó una unidad exclusivamente azul, la que llamaron la «Harca», de valentía casi suicida.
Con los falangistas defensores de Oviedo, al romperse luego el cerco, se formaron las tres primeras Banderas de Falange Asturianas, que se cubrieron de gloria en diversos escenarios belicos del suelo patrio.
Hoy recordaremos uno de los muchos heroicos episodios protagonizados por voluntarios falangistas en la defensa de Oviedo, la defensa de la avanzadilla de la «Manjoya».
Estaba la Manjoya en un altozano, alli había una casita labriega que se haría famosa por la bravura de sus defensores, al costado existían las ruinas de una pequeña Iglesia, y el llamado «Polvorín» al otro costado.
Cuando todavía se oían los gritos de los alzados contra el Gobierno del Frente Popular Republicano en el centro de Oviedo, para cubrir esa parte del perímetro defensivo llegaron ocho guardias civiles junto con cuatro voluntarios de la Falange, los hermanos Antonio y Joaquín de la Riva, de 17 y 16 años respectivamente, y sus camaradas José Luís Rasa y Pedro de Diego, todos unos chavales.
Las fuerzas asaltantes, en su mayoría milicianos socialistas y anarquistas, se apostaron en un caserío próximo desde el que ametrallaban sin cesar a los doce defensores.
La defensa se mantuvo durante bastantes días, pero los milicianos, gracias a su mayor potencia de fuego y de hombres una noche llegaron casi hasta la iglesia, por lo que la posición defensiva corría grave peligro, pero el 13 de agosto les mandaron refuerzos, otros seis guardias civiles y seis voluntarios más de la Falange.
De igual manera, los defensores idearon una estratagema al emplazar dos piezas de artillería del 10.5, que después de hacer unos disparos las trasladaron a otra posición, las fuerzas rojas cayeron en la trampa y pensaron que los nacionales contaban con gran número de piezas de artillería.
La lucha continuó durante los siguientes meses hasta que el 4 de octubre los defensores de la «Manjoya» fueron sorprendidos por un intenso fuego cruzado y directo de cañones y ametralladoras.
El asalto de los milicianos es brutal, llegan a 40 metros de la posición, una bala hiere a Antonio de la Riva en el costado, no importa, el chaval sigue disparando la única ametralladora que tienen borracho de pólvora, a su lado Donato uno de los guardias civiles, no para de disparar. Siluetas de los asaltantes van cayendo y desapareciendo.
A las cinco horas, un cañonazo se lleva por delante un muro de la casa. Antonio sangra por todo su cuerpo pero logra salir por un boquete, Donato arrastra a Antonio por una zanja donde le pone a resguardo, como no tienen farmacos le da de beber un sorbo de coñac, Antonio reanimado por tan curiosa medicina empuña de nuevo el fusil y vuelve al parapeto colocándose junto a su hermano, tras ellos los guardias civiles.
Los rojos siguen avanzando, están casi a 20 metros de la posición, Antonio les lanza una granada de mano, que hace retroceder a los asaltantes, la lucha sigue encarnizada y los milicianos no consiguen tomar la Manjoya.
Al mediodía, llegan de refuerzo otros 14 falangistas al mando de los hermanos Arias de Velasco.
Empiezan a caer bajo el fuego enemigo los recién llegados, la resistencia es épica, pero los pocos defensores a duras penas pueden aguantar el embate numeroso de las milicias rojas.
Una ráfaga de ametralladora parte por la mitad al guardia Velasco, su compañero de cuerpo Nicolás Fernández, que moriría al día siguiente, logra recuperar sus armas.
A las 8 de la mañana del día 5 de octubre, los cañones marxistas destrozan la posición del «Polvorín», única que todavía quedaba en pie, pues la casa labriega y la Iglesia estaban totalmente destruidas, un obús derrumba parte del muro y destroza la pierna al falangista Blanco, un camarada carga con él a hombros y cruza el campo bajo una lluvia de metralla.
Antonio de la Riva se desploma lleno de heridas, está acribillado, solo quedan cinco hombres defendiendo la posición.
En la madrugada del día 6 los rojos reanudan el ataque, pero la llegada del Teniente Pinilla con diez hombres logra evitar que los rojos tomen la posición.
Allí siguieron combatiendo Viña, Lastra, el pequeño de los Arias de Velasco, el Teniente Pinilla y Joaquin de la Riva, que resguardándose en los altibajos del terreno, al final lograron ponerse a salvo.
Unos pocos chavales de la Falange asturiana y una docena de guardias civiles lograron mantener a toda costa la avanzadilla de la «Manjoya».
La brava Falange Asturiana volvió a escribir otra página de Gloria en la defensa de Oviedo.
( En la foto inedita que publicamos aparece Joaquín de la Riva ,combatiendo en su parapeto, del archivo de los Guardianes de la Memoria Azul )
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