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Durante los últimos cuarenta y cinco años ni él ni su padre, refugiado hoy al amparo del infiel, han protagonizado ni propiciado ni un solo acto de homenaje al hombre, al Caudillo, al Estadista, al General que rescató a su estirpe y a su linaje de los tapetes y las ruletas del Casino de Estoril para volver a sentarlos en el Trono de España, del que fueron expulsados en los idus de Abril de 1931.
Ni una palabra, pública o privada, de gratitud para el Generalísimo Franco ha sido pronunciada en cuarenta y cinco años por los Borbones. Ni él ni su padre han tenido tampoco la mínima generosidad de acudir jamás, nunca, a depositar unas flores y una oración en la tumba del hombre al que todo se lo deben. Nada, ni la mínima calderilla de una propina de gratitud que todo bien nacido está obligado a depositar en el relicario de su benefactor, de su protector o de su mecenas, que todo eso y más fue Francisco Franco para Juan Carlos de Borbón y su prole.
Bueno, nada no; porque donde no hay gratitud la ingratitud abunda. Y de eso, a manos llenas. Tanto el padre como el hijo han bendecido y rubricado con su silencio de esfinges faraónicas, con su mutismo claustral y con su sordera bíblica, el fusilamiento a salivazos del nombre y la obra de Francisco Franco, desde su muerte a la abyecta profanación de su sepulcro. He ahí la legendaria lealtad borbónica que siempre se supera a sí misma, desde Carlos IV y Fernando VII en Bayona a Don Juan y Juan Carlos I en Estoril, por no mencionar a su pariente gabacho Felipe de Orleans, alias Felipe Igualdad, que así se hizo llamar para congraciarse con los paleocomunistas jacobinos, y que votó a favor de la pena de muerte para su primo hermano, Luis XVI. “Es un miserable”, dijo de él Robespierre, “es el único miembro de la Asamblea que tenía la obligación moral de votar en contra”.
Su tocayo español, Felipe VI, para congraciarse con los neocomunistas del Frente Popular, se presta a presidir, sin decoro personal y sin dignidad histórica, un homenaje a Manuel Azaña, presidente de aquella II República que, tan ilegal como oportunamente, aprovechó la cobardía de su bisabuelo, Alfonso XIII, para echar la Corona de España al vertedero de terror, de sangre y de pus en el que la gestión política del homenajeado convirtió a España a mayor gloria de Stalin, de sus sicarios soviéticos y de sus cipayos españoles del PSOE y del PCE.
No habéis podido tener una ocurrencia más plebeya, Majestad. Le negáis el pan y la sal de la gratitud a Francisco Franco, gracias al cual Vos reináis, y untuoso y oferente se los obsequiáis a los que sueñan guillotinas y ekaterinenburgos para la Monarquía. Camináis solo hacia la tumba de la Corona, que es el belén de la III República. Y en esa necrópolis no encontraréis ni un pelotón de alabarderos para rendiros los honores de ordenanza. Y a la vuelta de la Historia, porque a la tercera va la vencida, tampoco encontraréis un General Franco que, con la punta de su sable, recoja la Corona del basurero republicano para ceñirla en las sienes de vuestra heredera, que envejecerá en el exilio sin Tierra, sin Patria y sin Reino… y sin que nadie la reclame. Delenda est Monarchia. “Si no, al tiempo” como proféticamente escribió Ortega y Gasset sobre vuestro bisabuelo, Majestad.
Autor
- Eduardo García Serrano es un periodista español de origen navarro, hijo del también periodista y escritor Rafael García Serrano. Fue director del programa Buenos días España en Radio Intereconomia, además de tertuliano habitual de El Gato al Agua en Intereconomia Televisión. Desde el 1 de Febrero del 2019 hasta el 20 de septiembre del 2023 fue Director de El Correo de España y de ÑTV España.
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