21/11/2024 11:30
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Adolfo Suárez

La Marioneta

de la Transición

DEL MITO A LA TRAICIÓN

Suárez jura ante Franco

Suárez jura ante el Rey:

«Juro desempeñar el cargo de presidente del Gobierno con absoluta lealtad al Rey y estricta fidelidad a los Principios del Movimiento Nacional y Leyes Fundamentales del Reino, así como guardar secreto de las deliberaciones del Consejo de Ministros».

Antes de iniciar la lectura de este texto sobre Adolfo Suárez tengo que puntualizar algo importante: que este “mini informe” se publicó cuando todavía vivía don Adolfo, que murió el año 2014.

“Cuando ya era Ministro Adolfo Suárez terminó uno de sus discursos en Las Cortes con unos versos de Antonio Machado que decían:

“Está el hoy abierto al mañana

mañana al infinito.

Hombres de España:

Ni el pasado ha muerto

Ni está el mañana ni el ayer escritos.”

Y con estos versos quiero yo comenzar este mini-ensayo sobre la vida del personaje Suárez. Porque ni Suárez ha muerto ni está escrita su verdadera biografía de ayer y de mañana. Es cierto que la vida del de Ávila puede dividirse en tres capítulos: 1,antes de ser Presidente del Gobierno. 2, la etapa de Presidente. Y 3, lo que vivió y sigue viviendo después de ser Presidente y dejar la política. También es cierto que en la vida de Suárez hay muchas lagunas, con demasiadas luces y demasiadas sombras. Que Adolfo Suárez fue un personaje importante en el gran cambio que se produjo a la muerte de Franco no hay quien lo dude, sin embargo pocos resaltan dos hechos incuestionables: a) Que Adolfo Suárez fue un hombre listo, tan listo como pobre es su currículo cultural y b) Que en la vida de Suárez fueron fundamentales los “padrinos” que supo buscarse en cada momento. Porque ¿ qué habría sido de Adolfo Suárez- se pregunta uno de sus biógrafos- si en su vida no hubieran aparecido Fernando Herrero Tejedor y Torcuato Fernández-Miranda?. Y esta es la clave del ascenso increíble que tuvo “el chico de Cebreros” (como dicen que le llamaba el Almirante Carrero Blanco).

Adolfo Suárez aparece en la página política como “secretario personal” del Gobernador de Ávila, es decir, de Don Fernando Herrero Tejedor. Eso sucedía en 1955, cuando aquel joven licenciado en Derecho, apenas si tenía 23 años, y bajo el paraguas protector del padrino Tejedor fue subiendo los escalones que le llevarían hasta la Vicesecretaría General del Movimiento. Tanto que en esos años las biografías de ambos van casi unidas. En 1957 Herrero es nombrado Delegado Nacional de Provincias de la Secretaría General del Movimiento y allí aparece ya, en Madrid, como Secretario primero y luego como Jefe de Gabinete. En 1961 Herrero Tejedor es nombrado Vicesecretario General y a su lado está Adolfo Suárez. Pero en 1964 Herrero choca con su Ministro, a la sazón Solís Ruiz, y ambos dejan la Secretaría General. A los pocos meses Herrero es nombrado por Franco Fiscal General del Estado, donde permanece hasta 1975 que es nombrado Ministro Secretario General. Pero no abandona a su protegido Suárez y antes de dejar incluso la Vicesecretaría General consigue meterle en la plantilla de Televisión Española primero y luego hacerle Gobernador Civil de Segovia. En 1969, cuando el OPUS le gana la partida a la Falange y entra como Ministro de Información y Turismo Alfredo Sánchez Bella, un miembro del OPUS, Herrero Tejedor, que es un hombre muy próximo a la Obra de Escrivá de Balaguer, mueve los hilos desde la Fiscalía General para que el Ministro le nombre Director General de Radio Televisión Española, puesto en el que se mantendrá hasta 1973. En ese tiempo, y teledirigido por su padrino, que a su vez se ha ido ganando la confianza de los Príncipes de España, convencido de que a no tardar mucho serían los Reyes de España, es cuando el listo Suárez, “el chico de Cebreros” se aproxima y mima a Don Juan Carlos y Doña Sofía. Se estaba abriendo las puertas del futuro.

Suárez con Franco cuando era Gobernador Civil de Segovia

En Marzo de 1975 Arias Navarro nombra Ministro Secretario a Herrero Tejedor y a éste no le falta tiempo para nombrar a su vez a su “protegido” Suárez Vicesecretario General, o sea que alcanza la categoría de Subsecretario. Sin embargo aquel cargo le duró bien poco, porque tan sólo unos meses después Herrero moría en un misterioso accidente de tráfico y Suárez tuvo que abandonar la Secretaría General. Fue quizás uno de los periodos más tristes de su vida (el otro fue cuando murieron casi 100 personas en Los Ángeles de San Rafael, siendo él Gobernador de Segovia). En esos momentos toda la clase política creyó que Suárez estaba acabado, pero lo que no sabían es que el de Ávila ya se había aproximado y casi conquistado al que sería su nuevo “padrino”: Torcuato Fernández- Miranda. Y fue éste quien, en el momento crucial de la muerte del dictador y la llegada del Rey, consigue que en el cambio de Gobierno que hace Arias Navarro para adaptarse a la nueva Monarquía, le nombre Ministro Secretario General del Movimiento. Lo que sorprendió a muchos, que una mente sibilina como la del asturiano, un catedrático de Derecho Político, profesor y mentor del Príncipe protegiera a un hombre con tan escaso bagaje cultural. Por esas fechas sucede algo que no se ha resaltado lo suficiente a la hora de hablar de aquellos momentos cruciales. Recién coronado, Juan Carlos llama a la Zarzuela al profesor Fernández-Miranda y, estando ya convencido que había que sustituir a Arias Navarro, le ofrece ser Presidente del Gobierno, o en su defecto que acepte la Presidencia de Las Cortes. Entonces Miranda le responde:

Majestad, el animal político que llevo dentro me pide la presidencia del gobierno, pero creo que le seré más útil desde la Presidencia de Las Cortes, porque es allí donde hay que ganar la partida del cambio desde “la ley a la ley a través de la ley”.

¿Y por qué protege a Suárez y consigue hacerle Ministro?

“Mira- le diría un tiempo después a un periodista no lejano de quien esto escribe- a esas alturas de diciembre del 75 el Rey y yo ya habíamos mantenido varias conversaciones sobre lo que había que hacer ,partiendo de la única sugerencia que su Majestad me había hecho: “Torcuato, sólo te pido que me transformes la Monarquía de Franco en una Monarquía Democrática al estilo de las europeas”. Con eso en mi cabeza me puse a trabajar en cuanto aterricé en las Cortes. Yo ya sabía que la batalla del Cambio iba a ser enminentemente política y por tanto había que hacerla desde la Secretaría General del Movimiento, que a pesar de todo era todavía el motor de la política y el refugio del franquismo falangista. Pero, los hombres importantes de aquel franquismo no me inspiraban confianza, tal vez porque ya eran mayores y no sería fácil modelarlos. Así que pensé en un hombre que viniendo de ese sector fuese más dúctil y manejable en los imprescindibles cambios que habría que hacer en los próximos meses. Y ahí surgió en mi cabeza el nombre de Adolfo Suárez, con el que ya había tenido algún trato en su etapa de Vicesecretario General. Suárez era un hombre inculto, eso es verdad, sin convicciones firmes, sin principios inmutables, pero listo, muy listo y muy ambicioso. Era la cuña de la madera perfecta. Además, y pensando ya en el relevo cantado de Arias Navarro, quise probarlo y foguearlo como Ministro y comprobar cómo se desenvolvía en la tribuna de oradores de Las Cortes por sí pensábamos en él para la Presidencia. Claro está, que sabiendo su escaso bagaje cultural le puse a su lado dos hombres de mi entera confianza y grandes escritores políticos, para que le escribiesen los discursos y le asesoraran en los borradores de las Leyes que obligadamente habría de presentar como Ministro Secretario General del Movimiento. Y así se hizo y así lo aceptó el propio Suárez con quien mantuve alguna conversación antes de hacerle Ministro. Quería comprobar hasta que grado llegaba la ductilidad política de aquel ambicioso Suárez.”.

“Siendo ya Ministro, y ya en 1976- diría después Don Torcuato- le llamé un día a mi despacho de Las Cortes y le di algunos consejos: 1. Que se acercara los más posible e incluso mimara como Ministro Secretario a Girón de Velasco, sin duda en el hombre con mas peso en el franquismo falangista; a Pilar y Miguel Primo de Rivera, a Solís Ruiz, a Federico Silva, a Gregorio López Bravo, a López Rodó y otros.

  1. Que se llevara lo mejor posible con sus compañeros en el Gobierno Areilza, Fraga, Antonio Garrigues y los militares, Pita da Veiga y Félix Álvarez-Arenas 3.Que fuese preparando un borrador de Ley de Asociaciones Políticas y 4.Que fuese tendiendo puentes a la Izquierda más moderada (hasta el PSOE). Adolfo lo recibió todo con la gran sonrisa que siempre le caracterizó y salió de allí convencido de que el mundo estaba a sus pies”.

Y Suárez comenzó su labor. En esos meses tuvo especial interés en conquistarse al Rey en los despachos que tenía como Ministro con su Majestad y resultarle lo más simpático posible. Eso sí, a cada uno de aquellos despachos con el Rey Suárez siempre le llevaba algún proyecto o alguna idea, pero siempre encontró la misma respuesta por parte del Rey: “Adolfo, eso háblalo con Torcuato”. Por lo que aquel chico listo de Cebreros se dio cuenta enseguida que la batuta del Cambio la tenía en sus manos el catedrático de Derecho Político y profesor de su Majestad. Y por ello se puso de rodillas, como se dice vulgarmente, a los pies de Fernández- Miranda.

En 1976 sucedió algo que no estaba previsto por el mentor Fernández-Miranda. Fueron los sucesos de Montejurra (9 de Mayo), en los que murieron dos personas en un enfrentamiento entre carlistas. Bueno, al parecer todo lo que allí pasó estuvo organizado desde los propios servicios Secretos del Estado, con la intención de contrarrestar la popularidad que estaba cogiendo el antifranquista Carlos Hugo de Borbón. Los más conservadores del carlismo jugaban la carta, sin embargo, del hermano Sixto de Borbón. Lo curioso de aquellos sucesos de Montejurra es que le cayeron encima de plano al Ministro Secretario Adolfo Suárez, pues por aquellos días se había encargado provisionalmente de la cartera de Interior que ocupaba Fraga Iribarne. Algunos mal pensados pensaron entonces que fue una jugarreta contra el de Ávila, con el conocimiento del propio Fraga que se había ausentado de España en un viaje a Venezuela. Sea como fuere el hecho es que Suárez sorprendió a todos y actuó, como Ministro interino del Interior, con una efectividad total y con aplomo de hombre de Estado. Por todo ello fue aplaudido incluso en la prensa franquista y sirvió para subir otro escalón en su ascensión hacia lo que ya le tenía programado el cerebro de la transición.

Fueron los meses de las “trampas saduceas” del catedrático de Derecho Político. Fernández-Miranda con el beneplácito del monarca, dirigía la variopinta orquesta con la batuta del genio.

Y llegó el mes de Junio, concretamente el día 14 (curiosamente un aniversario de aquella batalla de Marengo de 1800 que le abrió al general Bonaparte las puertas del Imperio), el día que el Ministro Adolfo Suárez González presentó y defendió en Las Cortes el proyecto de Ley de Asociaciones Políticas, aquella ley que era el anticipo de la inminente aprobación de los Partidos Políticos. Era una de las “trampas saduceas” de Fernández-Miranda. Una especie de vacuna para que los franquistas-falangistas se aplacaran y aprobaran la reforma del Sistema. Tampoco estaba muy de acuerdo con aquella ley el todavía Presidente del Gobierno, Arias Navarro, el más cerrado del Gobierno a los cambios que ya estaban sobre el tapete. Por eso, Suárez se apuntó el primer gran tanto como Ministro político. Su discurso (leído, por supuesto, y eso sí que sabía hacerlo bien el chico listo de Cebreros, que por contra era un desastre cuando tenía que improvisar) fue brillante y muy aplaudido. Fue aquel que terminó con los versos de Machado que hemos citado al principio. La ley decía en su artículo segundo: “Las asociaciones que se constituyan a tal efecto tendrán como fines esenciales contribuir democráticamente a la determinación de la política nacional y a la formación de la voluntad política de los ciudadanos, así como promover su participación en las instituciones representativas de carácter político mediante la formulación de programas, la presentación y apoyo de candidatos en las correspondientes elecciones y la realización de cualquier otra actividad necesaria para el cumplimiento de aquellos fines”.

Fue una tarde gloriosa para Suárez, que salió del Palacio de la Carrera de San Jerónimo por la puerta grande y con las dos orejas y el rabo en sus manos. Tal vez por ello el “padrino” Fernández-Miranda ya no tuvo más dudas y a la mañana siguiente se fue a La Zarzuela y pudo decirle al Rey : “Majestad, ya tenemos a nuestro hombre. Ahora le toca a su Majestad despedir al Presidente Arias”. “Pues, organiza tú ya lo del Consejo del Reino”.

Fernández-Miranda como Presidente de Las Cortes era también Presidente del Consejo del Reino, el organismo que el propio Franco había creado en 1946 para el momento de la sucesión en la Jefatura del Estado. Aquel Consejo del Reino, que tenía precedencia sobre los Cuerpos Consultivos de la Nación, y la misión de asistir al Jefe del Estado en los asuntos y resoluciones trascendentales de su exclusiva competencia. En aquellos momentos de 1976 el Consejo del Reino, que estaba integrado por 17 miembros, era el vehículo para elegir una terna de posibles candidatos a la Presidencia del Gobierno. Por la constitución del Consejo (el Prelado de mayor jerarquía y antigüedad, el capitán General en activo y de mayor antigüedad de los ejércitos, el General Jefe del alto Estado Mayor, el Presidente del Tribunal Supremo, el Presidente del Consejo de Estado, el Presidente del Instituto de España y dos representantes elegidos por los consejeros nacionales, la organización sindical, la administración local y el tercio de Representación Familiar, más uno en representación de los Rectores de Universidades y otro por el de los Colegios Profesionales) estaba claro que dominaban los conservadores franquistas. Y esa fue la hábil labor de Fernández-Miranda. Convencer a los girones y compañía de los nombres que deberían figurar en la terna. En un principio todos creyeron, y muchos lo defendieron, que en aquella terna tenían que figurar Fraga Iribarne y José María de Areilza. Sin embargo, en ninguna quiniela figuraba el nombre de Adolfo Suárez González. De ahí que cuando Fernández-Miranda sugirió su nombre hubo hasta risas entre los componentes del Consejo, porque consideraban al de Ávila un hombre demasiado joven y con poca experiencia. Pero, Fernández-Miranda consiguió convencer a los más falangistas de que “más vale un hombre de los nuestros” que otro de la acera de enfrente. Al final Fernández-Miranda se salió con la suya y en la terna fueron Federico Silva Muñoz, que era el candidato de los católicos; Gregorio López Bravo, que era el candidato del OPUS, y Adolfo Suárez, que pasó como candidato del franquismo.

A la salida de aquella maratoniana reunión del Consejo del Reino Fernández-Miranda, el Presidente, pudo decirles a los periodistas que le esperaban a las puertas aquella frase que pasó a la historia: “Estoy en condiciones de llevarle al Rey lo que me ha pedido”. Pero aquella frase no era del todo cierta, porque había sido el asturiano el que había sugerido y convencido al Monarca de que el hombre más idóneo para sustituir a Carlos Arias Navarro era Adolfo Suárez González. Y ya no hubo más. Porque su Majestad el Rey Juan Carlos I firmó el Real Decreto 1561/ 1976, del 3 de Julio, por el que se designaba Presidente del Gobierno a Don Adolfo Suárez González y bajo la firma del Rey iba la del Presidente del Consejo del Reino, Torcuato Fernández-Miranda y Hevia (el protector, el padrino de la nueva estrella política).

Fue una sorpresa general para los españoles, para la prensa e incluso para la clase política. Tal vez porque Suárez no tenía la biografía ni la experiencia que todos pensaban que debería tener un Presidente del Gobierno. Tenía 44 años, lo que era una novedad para los españoles. Comenzaba la era Suárez que duraría hasta finales de Enero de 1981.

Y Suárez juró su cargo en La Zarzuela el lunes 5 de Julio (allí juraban todos, ¡hasta el Rey!). Aquel día estaba exultante, como un niño con zapatos nuevos, como si hubiese cortado dos orejas y rabo, como si hubiese ganado la Copa de Europa, triunfador y con la sonrisa de las grandes ocasiones. Había alcanzado el sueño de su vida: ser Presidente del Gobierno de España. Tan grande se sentía en esos momentos que en cuanto ocupó su despacho en el Palacete del Paseo de la Castellana, en el que se habían sentado Carrero Blanco y Arias Navarro, ya pensó que aquello era pequeño y ordenó que le buscasen un Palacio más rimbombante en las afueras de Madrid, si era posible. (Seis meses después se trasladaría a La Moncloa). Pero, con las alegrías le llegaron los problemas. El primero de todos el de la formación de su propio Gobierno. Los pesos pesados del anterior (Fraga,Areilza, Garrigues) le dieron con la puerta en las narices, porque no querían servir al “muchachuelo” de Herrero Tejedor. Llamó a otros hombres de prestigio (entre ellos el catedrático Fuentes Quintana) y también rechazaron su ofrecimiento. Nadie le daba importancia. Sólo se le quedaron los Ministros militares, el Vicepresidente Primero para Asuntos de la Defensa, el Teniente General Don Fernando de Santiago, Calvo Sotelo, Martín Villa y Alfonso Osorio. Y fue éste quien tuvo que “ficharle” a todos los demás Ministros (salvo a un amigo personal, Abril Martorel, a quien hizo Ministro de Agricultura). A aquel Gobierno rápidamente le puso mote la prensa: el Gobierno de los “penenes”.(profesores no numerarios)

Resuelto este “problemilla” se chocó con la cruel realidad que tenía delante: un país dividido, una economía en caída, una incertidumbre de futuro y un malestar general, ya que sobre el tapete estaban enfrentadas la “Ruptura” y la “Reforma”. O sea, la Oposición de izquierdas que no aceptaba que continuase el Régimen de Franco, ni a la Monarquía, ni al Rey Juan Carlos y que luchaban por una “Revolución de los claveles” para acabar de un plumazo con todo el franquismo y el pasado. Y estaban los sindicatos clandestinos (UGT y Comisiones Obreras) que ya dominaban casi por completo el mundo obrero, exigiendo la demolición de los sindicatos verticales. Y estaban los catalanes y los vascos pidiendo a gritos la autonomía de Cataluña y Euskadi. Y estaba la petición masiva de una Amnistía total para los presos políticos.

Eso a un lado, al otro estaban los franquistas- falangistas (lo que la izquierda llamó enseguida el “Bunker”) y los Generales de Franco. Aquello era un polvorín. Porque ninguna de las partes estaba dispuesta a ceder. Como bien pronto pudo comprobar el propio Suárez cuando quiso conceder la Amnistía General que se le pedía, ya que antes había que reformar el Código Penal y eso sólo lo podían hacer Las Cortes y aquellas Cortes todavía estaban dominadas por los del “Bunker”. Pero allí estaba ya Torcuato Fernández- Miranda y se aprobó la reforma del código y Suárez se apuntó su primer tanto como Presidente con una Amnistía General que sacó de la cárcel hasta los comunistas y los terroristas de ETA. A continuación le metió el diente al tema sindical y ordenó al Ministro de Relaciones Sindicales, Enrique de la Mata, que fuera cerrando los sindicatos verticales para poder legalizar a la UGT y Comisiones.

Sin embargo, mientras estuviesen en rigor las Leyes Fundamentales de Franco el Gobierno y hasta el Rey estaban maniatados, salvo que diesen un “Golpe de Estado” y acabasen con el franquismo residual, a lo que el Rey se oponía porque eso era un peligro para la Monarquía, sabiendo como sabía que los de la “Ruptura” querían la República.

Fue entonces cuando el “cerebro” Fernández- Miranda se encerró un fin de semana de aquel caluroso mes de Agosto y sacó de su chistera un texto de dos folios que lo iba a cambiar todo. Tal vez porque el asturiano, que había sido Ministro Secretario General del Movimiento durante cuatro años, sabía que las Leyes Fundamentales franquistas también preveían procedimientos para enmendarlas o reformarlas. Y éste fue el modo que eligió Fernández-Miranda para poder pasar de un Régimen autoritario a otro de libertades sin romper con las Leyes vigentes, o sea de la ley a la ley a través de la ley”, el cambio de la Monarquía de Franco a la Monarquía democrática que le había pedido el Rey.

Aquel texto fue la “Ley para la Reforma Política”.

Se contó entonces que el día que el “Padrino” le entregó el texto al flamante Presidente del Gobierno, ya Don Adolfo, le dijo: Ahí tienes esos folios, léetelos bien y ten presente que no tienen padre”.

Suárez leyó aquellos dos folios y antes de terminar ya estaba diciendo: “Joder, Torcuato, esto es el huevo de Colón, ¡eres un genio!”. A lo que el sibilino asturiano respondió: “ No, Adolfo, no soy un genio, soy un humilde profesor de Derecho Político que se conoce su asignatura. Así que ponte manos a la obra y vamos a salir del atolladero en el que estamos metidos”. “Faltaría más”, respondió el alumno que veía su propia salvación al alcance de la mano.

Y así echó a rodar el proyecto de “Ley para la Reforma Política”. Primero se aprobó en un Consejo de Ministros, lo que fue fácil. Menos fácil iba a ser el camino a recorrer, porque la Ley tenía que aprobarse como una nueva Ley Fundamental, ser informada positivamente por el Consejo Nacional del Movimiento, ser aprobada por Las Cortes y ser aprobada por los españoles en un Referéndum a escala nacional. Y eso iba a ser el vía crucis de Suárez.

Pero, Fernández-Miranda, que lo tenía todo previsto, y como buen director de orquesta, repartió los papeles de la obra. A Suárez le encomendó que explicara el proyecto de Ley a la oposición de la “Ruptura” y a los Generales. Y él se comprometió a convencer a los del Consejo Nacional ( el Bunker más Bunker) y a los Procuradores de Las Cortes franquistas. Y se alzó el telón.

Suárez inició los contactos necesarios con los grupos y grupúsculos que integraban la “Platajunta” (el Gobierno en la sombra de las izquierdas) y principalmente con los socialistas de Felipe González y los comunistas de Santiago Carrillo. Con los primeros le fue bien la cosa, con los segundos menos, ya que Carrillo exigía la legalización del PC y eso no lo aceptaba el “cerebro”, al menos de momento, a sabiendas de que los Generales de Franco no iban a pasar por esa piedra y podrían echarlo todo a perder.

Por ello Suárez convocó a la cúpula de todos los ejércitos en la Presidencia del Gobierno (todavía en Castellana 3) el 8 de Septiembre a las 10 de la mañana. Y allí, sentados frente a Suárez, el “chico de Cebreros” que descubrió Herrero Tejedor, estaban los oficiales que, con Franco a la cabeza, en 1936 derrotaron al marxismo internacional y especialmente a los comunistas. (Muchos de ellos, no contentos con la gesta española, se habían ido también a Rusia con la “División Azul”). Treinta generales y almirantes, incluyendo los Ministros militares, Ejército y Marina. Durante la reunión, que duró tres horas, Suárez fue desgranando el Proyecto de la Ley, con la soltura y brillantez que a veces le acompañaban. Los Generales escuchaban en silencio y con gran atención. No interrumpieron en ningún momento. Sólo al final le hicieron algunas preguntas, en concreto querían saber lo que iba a pasar con los partidos políticos que defendían la “Ruptura”. Suárez respondió rotunda y rápidamente: “Estaros tranquilos, que en ese punto yo pienso como seguramente pensáis vosotros, partidos políticos sí…… pero, no Partido Comunista. Mientras yo sea Presidente, os lo aseguro, no se legalizará el Partido Comunista”.

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Aquellas palabras tranquilizaron a los Generales, aunque a decir verdad sólo uno de entre ellos aplaudió al finalizar la reunión. Fue el Teniente General Gutiérrez Mellado el que a los pocos días, curiosamente, sería nombrado Vicepresidente Primero del Gobierno para Asuntos de Defensa, en sustitución del también Teniente General de Santiago, que se marchó dándole un portazo a Suárez por la legalización de los Sindicatos marxistas.

Aquella misma jornada Suárez fue a Las Cortes a darle cuenta a Fernández Miranda del resultado de la reunión con los militares. Estaba en plan triunfal, tal vez por lo que había dicho días atrás: “A mí dejadme los Generales, que a esos yo cómo manejarlos”. Pero el “Padrino”, sin embargo, le tiró de las orejas. Por el propio Fernández Miranda, que lo escribiría mucho después, sabemos que entre ellos se produjo este corto diálogo:

  • Torcuato ,esto marcha, los Generales han dado luz verde al Proyecto.

  • -respondió el Presidente de Las Cortes- pero, al final sólo te aplaudió uno de ellos.

  • Bueno, ya sabes que estos son de una raza aparte.

  • Adolfo ¿has leído alguna vez “El Príncipe” de Maquiavelo?

  • Joder, ya estamos, esa misma pregunta me la hizo varias veces Herrero Tejedor. No, no he leído “El Príncipe” ni creo que me haga falta leerlo.

    • Pues, creo que te equivocas ,porque si hubieras leído a Maquiavelo no te habrías comprometido tan rotundamente en el tema del Partido Comunista.

    • Pero, coño, si seguí tus instrucciones.

    • Sí, pero no había necesidad de un compromiso tan formal. Ya conoces el refrán castellano: “No digas nunca de esta agua no beberé” y menos sin saber lo que va a pasar aquí. Adolfo, tienes que entender que estamos en un trapecio sin red y que cualquier fallo en la cuerda puede acabar con el artista.

    • Bueno, bueno, ya lo arreglaré.

Después de la reunión con los Generales llegó el primer plato de la comida: el Consejo Nacional del Movimiento, el Bunker del Bunker, porque allí estaban los franquistas más franquistas, incluyendo a los famosos 40 de Ayete, los designados directamente por el Caudillo Franco.

Y la sesión no fue, desde luego, un camino de rosas. Porque allí había además importantes juristas, a los que no iba a ser fácil engañarlos, entre ellos Raimundo Fernández Cuesta , Blas Piñar , Jesús Fuello, Oriol y Urquijo, entre otros. Suárez basó su intervención, con el argumento que previamente le había trasladado Fernández Miranda:

      • Adolfo, te tienes que escudar en el ejemplo de una casa vieja. Una casa que unos quieren tirar desde los cimientos para hacerla nueva y otros quieren salvar la casa haciendo serias reformas interiores y un lavado de la fachada. Puedes decir que en cuarenta años la casa se había quedado pequeña por el aumento de la familia, y que ello obliga a hacer más cuartos de baños, por ejemplo, más dormitorios, una nueva cocina e incluso añadirle dos plantas más. Y no te salgas de ahí. La Ley está dentro de la legalidad franquista y aquí va a cambiar todo para que no cambie nada.

Pero, ni planteada así la defensa del Proyecto “coló” entre los tiburones políticos que allí había. En una de sus intervenciones Fernández Cuesta lo dijo muy claro: “Todo eso de la casa y los retretes está bien, Sr Presidente, pero no nos engañemos, lo que tú propones no es más que una Ruptura simulada. ¿O es que acaso si se aprueba está Ley no se caerá de golpe toda la casa franquista? Así que decirlo claro: lo que queréis, lo que pretendéis, es que nos suicidemos. Te lo aseguro, yo no me opondré, pero no por vosotros, sino por España. Sí, por España.”

Sin embargo, el Proyecto fue informado positivamente, con 80 votos a favor, 13 en contra y 6 abstenciones.

(Lo que no supo Suárez es que previamente a la reunión del Consejo Fernández Miranda había mantenido una importante y decisiva conversación con José Antonio Girón de Velasco, en la que el catedrático de Derecho Político había convencido al “león de Fuengirola” de que no había otra salida que la de hacer “el cambio” desde dentro antes que lo hicieran desde fuera. En esa conversación Fernández Miranda le recordó al líder falangista aquello de “la Revolución desde arriba” de Antonio Maura y lo que había sucedido antes de 1936).

Y así llegaron las jornadas claves de Las Cortes españolas. O sea, los debates del Proyecto de la Ley para la Reforma Política.

El pleno de aquellas Cortes, donde se iba a aprobar o rechazar el Proyecto se inició exactamente a las 5 de la tarde del 16 de Noviembre y duró hasta las nueve y media de la noche del día 19 (justo unas horas antes de que se cumpliese el primer aniversario de la muerte de Franco, con lo cual se cumplía el vaticinio de un gran conocedor de las candilejas del viejo Régimen: “El día que muera Franco “esto” no dura ni un año”). Aquello no iba a ser fácil, porque las espadas estaban en alto y porque todos sabían lo que allí se iba a jugar.¿ Habría sacado adelante la Ley el Presidente Suárez si allí no hubiese estado sentado en la Presidencia el sibilino Torcuato Fernández Miranda?. Porque la última “trampa saducea” del asturiano fue la elección de los Procuradores que iban a defender el Proyecto. Por indicación de Fernández Miranda Suárez había designado como ponentes a Miguel Primo de Rivera (el nieto del Dictador Primo de Rivera y sobrino de José Antonio Primo de Rivera, el fundador de Falange, y por otra parte gran amigo y compañero del Rey Juan Carlos), Belén Landáburu (una castellana ligada a la Sección Femenina), Lorenzo Olarte, Noel Zapico (un líder de los Sindicatos Verticales) y Fernando Suárez (un brillante catedrático de Derecho Laboral y uno de los mejores Ministros de Trabajo de Franco). Porque

¿quién podía acusar a los ponentes de “traidores” con el pedigrí de sus biografías?.

Fueron tres días de intensos debates y forcejeos de las partes. Miguel Primo de Rivera estuvo muy acertado en la presentación del Proyecto, pero fue Fernando Suárez (en contraposición al Presidente Suárez a este le llamaban “Suárez el bueno”) quien mantuvo a raya a los más recalcitrantes defensores de las Leyes Fundamentales del franquismo que estaban en vigor. Los razonamientos jurídicos de “Suárez el bueno” convencieron a muchos de los allí presentes y fue deshaciendo argumento por argumento a los del Bunker.

Eso sí, ni los miembros de la ponencia, ni el Presidente del Gobierno, ni siquiera el “cerebro” Fernández Miranda pudieron evitar una cierta sonrisa cuando uno de los Procuradores más agudos dijo: “ Señorías, esto está claro. Franco dijo al morir que todo estaba atado y bien atado, y era verdad. Todo estaba bien atado con un nudo insalvable, si, pero para los de fuera, pero no estaba atado ni podía estarlo para los de dentro, para los de casa, para los de los juramentos y los compromisos, y han sido estos, y no nos engañemos, los que hoy están desatando el nudo insalvable. Y lo más gracioso es que no vamos a tener más remedio que a sabiendas suicidarnos. O sea, nos están pidiendo, Señorías, que nos hagamos el harakiri, al estilo japonés. Pues el mío ya lo tenéis. Me retiro y me voy a mi pueblo”.

En resumen, que la Ley para la Reforma Política fue aprobada por 425 votos a favor, 59 en contra y 13 abstenciones. Y Suárez saltó de alegría y aplaudió más que nadie. Aquello era el Austerlitz de Napoleón para Adolfo Suárez.

Sin embargo, hubo algo que no le gustó al “cerebro” Fernández Miranda. Tal vez para los demás, e incluso para el propio Presidente del Gobierno, pasó inadvertido que los seis Tenientes Generales y Procuradores de designación directa y Consejeros Nacionales (Antonio Barroso y Sánchez Guerra, Juan Castañón de Mena, Alfredo Galera Paniagua, Carlos Iniesta Cano, José Lacalle Larraga y Alfonso Pérez-Viñeta y Lucio) votaran en contra. Porque eso significaba que Suárez no había convencido al Ejército en su famosa reunión de Castellana 3.

Tampoco al Rey le gustó este hecho.

Reducir lo que fueron los 5 años de la Presidencia del Gobierno de Adolfo Suárez en 4 folios es como intentar meter el agua del mar en una botella (San Agustín). Porque en aquel quinquenio pasaron tantas cosas y todas tan graves y decisivas que vistas en la distancia parece un milagro que la Democracia saliera a flote y que España no se hundiera una vez más en el abismo. No obstante, voy a sintetizar al máximo algunos de los acontecimientos. El primero, el del Referéndum que se celebró el 15 de Diciembre para aprobar la Ley para la Reforma Política. Era la primera prueba de fuego, ya que nadie sabía como iba a reaccionar el pueblo español ni se sabía lo que era votar en libertad (“Habla, Pueblo, Habla”). Pero el pueblo español habló y su respuesta fue aplastante: el 94,17% votó a favor del cambio y la Ley quedó aprobada. O sea, que el pueblo también quiso decir adiós al franquismo (curiosamente los partidos de izquierdas defendieron el NO y la abstención y el País Vasco votó en contra). Aquella noche Adolfo Suárez vivió uno de los momentos más felices de su vida, aunque amargado porque el GRAPO había secuestrado al ex ministro de Justicia y Presidente del Consejo de Estado, Antonio María de Oriol y Urquijo y al Teniente General Villaescusa y la ETA terminaba el año con más de 30 asesinatos en su haber.

El miércoles 22 de Diciembre el Rey invitó a una comida privada en La Zarzuela a Torcuato Fernández Miranda, Presidente de Las Cortes, y a Adolfo Suárez, Presidente del Gobierno, para celebrar el éxito arrollador del cambio. Los tres estaban eufóricos, pero algo inquietos porque por primera vez se había hablado de “ruido de sables” en los cuarteles. Según se supo entonces el Rey le tiró de las orejas a Suárez por la reunión con los generales y le aconsejó que tratase al ejército si no con mimos si con respeto y diplomacia. También se habló de la legalización de los Partidos Políticos y ahí hubo discrepancias. Suárez defendió que había que legalizarlos a todos incluyendo al PSOE y al PC. Fernández Miranda aceptaba hasta el PSOE, pero tenía sus dudas con respecto a los comunistas.

Suárez cambia España

por la Moncloa

    • Mira, Adolfo, yo no me opongo a la legalización del PC, es más, creo que antes o después habrá que hacerlo- dijo más o menos Don Torcuato-. Pero, no si es el momento de traer a Madrid a Santiago Carrillo y a la Pasionaria. Ya sabes mi teoría del ritmo: en política se puede hacer todo, siempre que se siga el ritmo adecuado a las circunstancias. Te recuerdo que la II República fracasó por no saber seguir el ritmo de la España de los años 30.

    • Pero, Torcuato, si a Carrillo lo tenemos ya en Madrid , aunque vaya disfrazado con peluca. Pienso que los comunistas nos pueden hacer más daño en la clandestinidad que en Las Cortes.

    • Bueno, dejemos ese asunto para más adelante y hablemos de las Elecciones Generales a las que ya nos hemos comprometido- dijo Su Majestad.

Pero, comenzó el año 1977 y España vivió seis meses angustiosos y sin duda los más difíciles de la Transición.

El 24 de Enero se producía la “Matanza de Atocha”, en la que resultaron muertos 7 abogados laboralistas de Comisiones Obreras y el PC, a manos de un grupo radical de los restos de los sindicatos verticales. Fue algo tremendo, un obús disparado contra la santabárbara del buque que acababa de salir al mar. Porque los comunistas y todas las izquierdas se echaron a la calle y a punto estuvieron de hundir la Reforma.

Todavía faltaba otro escollo. En aquellos primeros meses Suárez fue legalizando los partidos, también el PSOE de Felipe González y Alfonso Guerra. Faltaba el PC y Suárez en una jugada de póquer, en un gran órdago, aprovechó la Semana Santa y el 9 de Abril, Sábado Santo, (Sábado Rojo) legalizó sorpresivamente al PC y los comunistas, con Santiago Carrillo al frente, pudieron brindar públicamente con champán. Claro que en el pacto había rendido su alma, porque había renunciado a la República, al himno de Riego y a la bandera tricolor (la del morado) y había aceptado la Monarquía y, lo más humillante para los suyos, al “Rey de Franco” (o sea, Juan Carlos I) y al falangista Suárez. Aunque eso para Carrillo, que ya venía escaldado de su Rusia y de su Stalin, fue “pecata minuta”.¡Ya está bien de exilios!

Sin embargo, la legalización del PC provocó un seísmo en el ejército. El almirante Pita da Veiga, a la sazón Ministro de Marina, dimitió en el acto y los Ministros militares estuvieron al borde y en los cuartos de banderas hubo más que palabras. Fueron dos días de pánico para Suárez y tenía motivos para ello. Porque él sabía mejor que nadie lo que había pasado momentos antes de hacer pública la legalización. Como se supo después, cuando Martín Villa, el Ministro del Interior, se reunió en su despacho con Sabino Fernández Campo, por entonces Subsecretario del Ministerio de Información y Turismo, para concretar cómo se hacía pública la noticia el siempre prudente asturiano sólo hizo una pregunta: “Ministro ¿se lo habéis comunicado a los generales que reunió el Presidente en Septiembre?”. “Pues, no lo sé, supongo que sí- respondió Martín Villa-. Pero, espera voy a consultarlo”. Y a los pocos minutos volvió diciendo que sí y que todo estaba en regla. Otro tanto, y casi con la misma pregunta, había respondido Fernández Miranda cuando Suárez en persona le comunicó la decisión que había tomado y que se iba a hacer pública de inmediato.

    • Adolfo, ¿has hablado con los militares?.

    • Yo no, pero Gutiérrez Mellado me ha dicho que no me preocupe y que eso es cosa suya.

    • Pues, yo no estoy de acuerdo. Si tú en persona fuiste el que se comprometió en la famosa reunión de Presidencia a no legalizar al Partido Comunista tú tenías la obligación de haberlos vuelto a reunir para explicarles y razonar tu cambio. Y te aseguro que lo habrían entendido y te habrían apoyado aunque fuese a regañadientes, pero así me temo que a no tardar mucho tendrás problemas con los militares. Y ya te lo advertí entonces, que debías haber sido más prudente.

      • Mira, Torcuato, si nombré al Teniente General Gutiérrez Mellado como Vicepresidente Primero del Gobierno es porque tengo plena confianza en él y según él los generales no moverán un dedo.

      • Bueno, Adolfo, el tiempo dirá quien tiene razón. te digo una cosa, y eso me consta en firme, el “Guti” (como le llaman sus compañeros de armas) no goza de grandes simpatías en el ejército. Todavía se recuerda aquello que, al parecer, dijo Franco: “A los espías se les paga pero no se les condecora”. (Fue el primer desencuentro entre el “Padrino” y el protegido).

Pero, de momento todo quedó en “ruido de sables” y Santiago Carrillo y los suyos pudieron entrar a bombo y platillo en la campaña electoral para las Elecciones Generales que habían sido convocadas para el 15 de Junio. Elecciones que ganó Suárez, con aquel revoltijo de Partiditos que consiguió meter en el “cestillo” que fue la UCD (Unión de Centro Democrático), con una mayoría casi absoluta (166 diputados, frente a los 118 del PSOE, a los 19 del PC y a los 16 de AP).

Fue un gran éxito de Suárez, pero allí mismo nació el mal que le llevaría a la dimisión de 1981: la prepotencia. Porque el de Ávila en cuanto se vio Presidente elegido por el pueblo comenzó a creerse que era un genio y en consecuencia se fue alejando del “Padrino” Fernández Miranda, quien por cierto dejó la Presidencia de Las Cortes aquel mismo 15 de Junio (Don Torcuato sería designado Senador por el Rey, que además le hizo Duque de Fernández Miranda). Y más cuando en octubre del 77 consiguió que se firmaran “Los Pactos de la Moncloa”. Aquello le incitó a sacar más pecho todavía. Y no era para menos, las cosas como son. Porque poner de acuerdo a toda la Oposición, a los Sindicatos y a la Patronal fue un milagro. Sobre todo en materia económica, pues allí se aprobaron, entre otras cosas, el despido libre, el derecho de asociación sindical, el límite de incrementos salariales, que se fijó en el 22 % (según la inflación prevista para 1978), la devaluación de la peseta, la reforma de la administración tributaria ante el tremendo déficit público y serias medidas para el control del sector financiero. Fue el gran éxito del Vicepresidente económico Fuentes Quintana. Fue la cúspide del consenso (un consenso, eso sí, vigilado por los sables).

Las nacionalidades” del Tahúr del Mississippi

Ahora damos un salto en la biografía y nos vamos al tema de la Constitución. En primer lugar hay que recordar que el Rey le pidió a su profesor de Derecho Político que no dejara sólo a Suárez y que le ayudara, “aunque sea desde lejos”, a redactar el texto de la Constitución de la Monarquía y la España democrática. Fue entonces, al parecer, cuando Fernández Miranda le dijo a Su Majestad por primera vez que tuviese cuidado con el “encantador de serpientes”. También se supo después que Juan Carlos riéndose le contestó: “No te preocupes, a las serpientes y los encantadores se me dan como Dios”. El hecho, sin embargo, es que por ahí, por el texto de la Constitución, vendría el choque frontal y la ruptura del “Padrino” y el protegido. Hoy se sabe a ciencia cierta que Don Torcuato le entregó a Suárez un borrador que algunos llamaron “Constitución Gades” (por haberse leído en el restaurante del bailarín Antonio Gades) y otros, más conocedores de la verdad, llamaban “Constitución Torcuato”. El tema central que los llevó al enfrentamiento fue el de las Autonomías. Porque Torcuato levantaba el nuevo edificio con dos pisos: tres Estatutos de Corte Federal (Cataluña, País Vasco y Galicia) en el primer piso y 14 ó 15 regiones sin Gobierno y sin potestad legislativa, en el segundo. El Rey estaba a favor de este planteamiento. Por contra el sevillano y Ministro para las Regiones, Don Manuel Clavero Arévalo (profesor , entre otros de Suárez, Felipe González y Alejandro Rojas Marcos) se opuso a esta división administrativa, basándose en el “agravio comparativo” que eso iba a significar en el resto de España. Y Suárez se inclinó por el “café para todos”, o sea las 17 Autonomías hoy vigentes. Tal vez por sugerencia del Vicepresidente Gutiérrez Mellado, que ya era el nuevo “mentor” del “muchacho de Cebreros”, porque el “Guti” sabía muy bien que los generales, que ya tenían enfilado a Suárez, no iban a aceptar la casi “independencia” (según ellos) de las tres Autonomías citadas . En Andalucía (28 de Febrero de 1980) se demostraría que Clavero tenía razón y eso lo supo ver el PSOE, incluso mejor que el Presidente del Gobierno, con Felipe González y Alfonso Guerra al frente, que fueron los que sacaron adelante el Estatuto para ganarse la Región.. Con el argumento del “agravio comparativo” convenció Suárez al Rey. (Fue el desencuentro definitivo entre Fernández Miranda y Suárez).

La nueva Constitución sería aprobada por los españoles el 6 de Diciembre de 1978, aunque aquel “café para todos” haya llevado a España al desastre que ha sido y está siendo el Estado de las Autonomías y a las ansías separatistas de Cataluña y el País Vasco, pues catalanes y vascos no aceptaron nunca ni aceptarán ser “iguales” que los demás. Poco después de entrar en vigor la nueva Constitución (que mandó a la cuneta los restos del franquismo) Suárez convocó las Elecciones Generales que se celebrarían en 1979. Y la UCD de Suárez volvió a ganar, aunque por mayoría relativa (168 diputados). A esas alturas de la película Fernández Miranda era ya un hombre desilusionado y triste. (“Hemos vuelto a perder otra oportunidad histórica”, diría poco antes de morir de pena en Londres).

    • Pero, ¿cuándo?. ¿Cuándo perdiste el control de la Marioneta? – le pregunté yo mismo un día de 1980.

    • El día que descubrí que era el banquero

    • No lo entiendo. ¿Qué es eso del banquero?.

    • No hagas preguntas tontas… y repasa la Historia. Los 8 Borbones que han reinado en España tuvieron todos, todos, las mismas debilidades: las mujeres y el dinero. Y eso lo descubrió rápidamente Suárez, que sería inculto, pero no tonto. Así que en cuanto se percató de la realidad se puso a regar las dos plantas y por ahí me ganó la partida. No te olvides que el Rey es por encima de todo Borbón. Pero, por favor, hablemos de temas serios.

¿Y qué pasó entonces? Pues, pasó que Suárez se creció un mucho más y llegó a creerse que era más que el Rey (Emilio Romero lo llamaba entonces “Juan Carlos I bis”) y eso no gustaba en La Zarzuela. Ahí empezaron las “cuitas” y el desencuentro del Rey con el de Ávila. Y ahí comenzó el último vía crucis de Suárez. Porque la ETA seguía matando sin cesar (128 muertos en 1979 y 182 en 1980), y porque el PSOE, y especialmente Alfonso Guerra, inició un ataque frontal contra el ensoberbecido Presidente (fue por entonces cuando en Las Cortes le gritó un día a la cara que era “un tahúr del Missisipi con chaleco floreado”), y porque muchos generales estaban ya al borde (como demostraron los generales de la Guardia Civil Prieto y Atarés) y el “ruido de sables” llegaba incluso al Palacio Real, y porque la Economía se le había ido de las manos… y los nacionalistas casi le ahogaban.

En estas condiciones a Suárez le entró la depresión que acabó hasta con su famosa sonrisa y el sueño. Fumaba como un carretero. El “puedo prometer y prometo” de los días felices era ya un recuerdo lejano. También se fueron enfriando cada día más las relaciones con el Rey, quien ya estaba convencido de que la Monarquía necesitaba un Gobierno de Izquierdas para consolidarse definitivamente, tal vez recordando que ese fue el gran fallo de su abuelo Alfonso XIII.

LEER MÁS:  El próximo Domingo, 20 de agosto, El Túnel de la Historia. Segunda parte

Y Suárez no resistió más y el 30 de Enero de 1981 se hacía pública su dimisión, al tiempo que su título de nobleza, Duque de Suárez.“Sabino, hoy vengo a presentarle a Su Majestad mi dimisión. Me voy 5 minutos antes de que me echen”. Algunos hicieron creer que Suárez fue forzado a dimitir en la propia Zarzuela por un grupo de generales, pero eso fue ciencia-ficción. Lo que sí supo Suárez, y probablemente por boca del propio Monarca, es que ya se preparaba otra Moción de Censura para desembarcarle de la Presidencia con un Gobierno de Concentración que presidiría un general con el apoyo masivo de toda la Oposición, y principalmente con el del PSOE de Felipe González.

Lo que vino después ya es otro capítulo. Hasta lo del “23-F” (¡Dios, cuántas tonterías se han escrito sobre “aquello”¡) Porque aunque fundase un partido propio, (el CDS) y siguiese unos años más en la política (fue diputado desde 1982 a 1991), la verdad es que a nivel humano era un hombre hundido y acabado, y lo sería mucho más con el calvario familiar al que Dios le sometió. Calvario que le ha llevado a la cruel realidad que hoy es su vida. Suárez padece un Alzheimer progresivo. En la actualidad tiene 79 años.

Pero, a pesar de sus errores, y eso no se puede negar, hay que reconocer que Don Adolfo Suárez González fue un personaje importante de la Transición. Así que recemos por su recuperación. Que Dios le dé salud.

Así di por terminado mi artículo para mi obra “Retratos políticos”… pero después, todavía seguí con el tema, ya en 2020 con los nuevos datos que había ido recogiendo y que me place reproducir también hoy cuando ya se ha iniciado la que puede ser última etapa de la Transición o primera de la caída de la Monarquía y la llegada de una nueva República (que, sin duda, para los progresistas actuales sería la tercera, o sea, la continuación de aquella segunda que terminó con la Guerra Civil). Pasen y lean:

La historia desconocida de la «traición» de Adolfo Suárez al Ejército y al Rey Juan Carlos al llegar al poder

Adolfo Suárez y Torcuato Fernández Miranda.

No se trata de hacer leña del árbol caído o de quien ya no está para poderse defender, ya que todo lo que voy a escribir sobre Adolfo Suárez lo escribí en vida y cuando era «Dios» y hasta los periodistas demócratas de carnet le reverenciaban. Pero sí se trata de conocer y contemplar la otra cara del personaje que supo embaucar y conquistar al pueblo español durante aquellos primeros años tras la muerte de Franco. Esta es la desconocida historia de Suárez, el hombre que ha pasado a la Historia.

Quienes conocimos a Adolfo Suárez sabemos lo que fue y lo que no fue. Eso sí, no fue el que, incluso todavía hoy, la mayoría de los españoles creen que trajo la Democracia, ni sólo «el chico de Cebreros», como lo catalogaron muchos.

Les aseguro que en mi ánimo sólo está el aclarar que sus dos grandes «triunfos» no fueron suyos, como se verá, (los Pactos de la Moncloa y la Constitución)  y que pudo cargarse la Transición por legalizar el Partido Comunista obviando los consejos del propio Rey Juan Carlos, de Torcuato Fernández Miranda, el que le había hecho Presidente del Gobierno y de Sabino Fernández Campo, el hombre del Rey. Pero, antes de entrar en materia veamos cómo llegó a la Política.

Adolfo Suárez aparece en la página política como «secretario personal» del Gobernador de Ávila, es decir, de Don Fernando Herrero Tejedor. Eso sucedía en 1955, cuando aquel joven licenciado en Derecho, apenas si tenía 23 años, y bajo el paraguas protector del padrino Tejedor fue subiendo los escalones que le llevarían hasta la Vicesecretaría General del Movimiento. Tanto que en esos años las biografías de ambos van casi unidas. En 1957 Herrero es nombrado Delegado Nacional de Provincias de la Secretaría General del Movimiento y allí aparece ya, en Madrid, como Secretario primero y luego como Jefe de Gabinete. En 1961 Herrero Tejedor es nombrado Vicesecretario General y a su lado está Adolfo Suárez. Pero en 1964 Herrero choca con su Ministro, a la sazón Solís Ruiz, y ambos dejan la Secretaría General.

A los pocos meses Herrero es nombrado por Franco Fiscal General del Estado, donde permanece hasta 1975 que es nombrado Ministro Secretario General. Pero no abandona a su protegido Suárez y antes de dejar incluso la Vicesecretaría General consigue meterle en la plantilla de Televisión Española primero y luego hacerle Gobernador Civil de Segovia. En 1969, cuando el Opus Dei le gana la partida a la Falange y entra como Ministro de Información y Turismo Alfredo Sánchez Bella, un miembro del Opus, Herrero Tejedor, que es un hombre muy próximo a la Obra de Escrivá de Balaguer, mueve los hilos desde la Fiscalía General para que el Ministro le nombre Director General de Radio Televisión Española, puesto en el que se mantendrá hasta 1973. En ese tiempo, y teledirigido por su padrino, que a su vez se ha ido ganando la confianza de los Príncipes de España, convencido de que a no tardar mucho serían los Reyes de España, es cuando el listo Suárez, «el chico de Cebreros» se aproxima y mima a Don Juan Carlos y Doña Sofía. Se estaba abriendo las puertas del futuro. 

En Marzo de 1975 Arias Navarro nombra Ministro Secretario a Herrero Tejedor y a éste no le falta tiempo para nombrar a su vez a su «protegido» Suárez Vicesecretario General, o sea que alcanza la categoría de Subsecretario. Sin embargo aquel cargo le duró bien poco, porque tan sólo unos meses después Herrero moría en un misterioso accidente de tráfico y Suárez tuvo que abandonar la Secretaría General.

Accidente de San Rafael

Fue quizás uno de los periodos más tristes de su vida (el otro fue cuando murieron casi 100 personas en Los Ángeles de San Rafael, siendo él Gobernador de Segovia). En esos momentos toda la clase política creyó que Suárez estaba acabado, pero lo que no sabían es que el de Ávila ya se había aproximado y casi conquistado al que sería su nuevo «padrino»: Torcuato Fernández-Miranda. Y fue éste quien, en el momento crucial de la muerte del dictador y la llegada del Rey, consigue que en el cambio de Gobierno que hace Arias Navarro para adaptarse a la nueva Monarquía, le nombre Ministro Secretario General del Movimiento. Lo que sorprendió a muchos, que una mente sibilina como la del asturiano, un catedrático de Derecho Político, profesor y mentor del Príncipe protegiera a un hombre con tan escaso bagaje cultural.

«Mira, Merino -me diría un tiempo después Don Torcuato- a esas alturas de diciembre del 75 el Rey y yo ya habíamos mantenido varias conversaciones sobre lo que había que hacer, partiendo de la única sugerencia que su Majestad me había hecho: «Torcuato, sólo te pido que me transformes la Monarquía de Franco en una Monarquía Democrática al estilo de las europeas». Con eso en mi cabeza me puse a trabajar en cuanto aterricé en las Cortes. Yo ya sabía que la batalla del cambio iba a ser eminentemente política y por tanto había que hacerla desde la Secretaría General del Movimiento, que a pesar de todo era todavía el motor de la política y el refugio del franquismo falangista. Pero, los hombres importantes de aquel franquismo no me inspiraban confianza, tal vez porque ya eran mayores y no sería fácil modelarlos. Así que pensé en un hombre que viniendo de ese sector fuese más dúctil y manejable en los imprescindibles cambios que habría que hacer en los próximos meses. Y ahí surgió en mi cabeza el nombre de Adolfo Suárez, con el que ya había tenido algún trato en su etapa de Vicesecretario General. Suárez era un hombre inculto, eso es verdad, sin convicciones firmes, sin principios inmutables, pero listo, muy listo y muy ambicioso. Era la cuña de la madera perfecta. Además, y pensando ya en el relevo cantado de Arias Navarro, quise probarlo y foguearlo como Ministro y comprobar cómo se desenvolvía en la tribuna de oradores de Las Cortes por sí pensábamos en él para la Presidencia. Claro está, que sabiendo su escaso bagaje cultural le puse a su lado dos hombres de mi entera confianza y grandes escritores políticos (Eduardo Navarro y Gabriel Cisneros) para que le escribiesen los discursos y le asesoraran en los borradores de las Leyes que obligadamente habría de presentar como Ministro Secretario General del Movimiento. Y así se hizo y así lo aceptó el propio Suárez con quien mantuve alguna conversación antes de hacerle Ministro. Quería comprobar hasta qué grado llegaba la ductilidad política de aquel ambicioso Suárez». 

Y así llegó a la Presidencia del Gobierno, de la mano de «Don Torcuato» y porque éste prefirió ser Presidente de las Cortes y del Consejo del Reino y a tener que enfrentarse  al primer reto serio y decisivo que había que salvar: La transformación de una Dictadura en una Democracia. ¿Estaba Suárez preparado para tamaña odisea?

Afortunadamente allí estaba, estuvo, el «cerebro», que sí lo estaba y gracias a él, que se sacó de la manga el primer borrador (el huevo de Colón)  de la «Ley para la Reforma Política»  pudo hacerse el milagro. Pero, de cómo salió  adelante hablaremos otro día, porque hoy toca, siguiendo lo ideado por el guionista repasar lo que sucedió con el Ejército… ¡y aquel Ejército era todavía el de los Generales de Franco!.  O sea, el grupo fundamental que tenía que dar su apoyo para sacar adelante el «gran cambio» que encubría la Ley Torcuato. («Desde la Ley a la Ley  a través de la Ley») Como también había que ganarse a los políticos (Consejo Nacional y Cortes), grupos de Oposición, empresarios y sindicatos. 

Gutiérrez Mellado y Suárez.

Pero, Fernández-Miranda, que lo tenía todo previsto, y como buen director de orquesta, repartió los papeles de la obra. A Suárez le encomendó que explicara el proyecto de Ley a la oposición de la «Ruptura» y a los Generales. Y él se comprometió a convencer a los del Consejo Nacional ( el Bunker más Bunker) y a los Procuradores de las Cortes franquistas. Y se alzó el telón. Suárez inició los contactos necesarios con los grupos y grupúsculos que integraban la «Platajunta» (el Gobierno en la sombra de las izquierdas) y principalmente con los socialistas de Felipe González y los comunistas de Santiago Carrillo. Con los primeros le fue bien la cosa, con los segundos menos, ya que Carrillo exigía la legalización del PCE y eso no lo aceptaba el «cerebro», al menos de momento, a sabiendas de que los Generales de Franco no iban a pasar por esa piedra y podrían echarlo todo a perder.

Por ello cuando Suárez convocó a la cúpula de todos los ejércitos en la Presidencia del Gobierno (todavía en Castellana 3) el 8 de Septiembre a las 10 de la mañana, fue alertado por el propio Rey y por Fernández Miranda para que midiese sus palabras y actuase sin comprometer el futuro.

Reunión de los 33 generales

Y allí, sentados frente a Suárez, el «chico de Cebreros» que descubrió Herrero Tejedor, se sentaron los oficiales que, con Franco a la cabeza, en 1936 derrotaron al marxismo internacional y especialmente a los comunistas. (Muchos de ellos, no contentos con la gesta española, se habían ido también a Rusia con la «División Azul»). Treinta generales y almirantes, incluyendo los Ministros militares, Ejército, Marina y Aire. Y durante la reunión, que duró tres horas, Suárez fue desgranando el Proyecto de la Ley, con la soltura y brillantez que a veces le acompañaban. Los Generales escuchaban en silencio y con gran atención. No interrumpieron en ningún momento. Sólo al final le hicieron algunas preguntas, en concreto querían saber lo que iba a pasar con los partidos políticos que defendían la «Ruptura».

Y en ese momento fue cuando Suárez se equivocó al responder rotunda y rápidamente: «Estad tranquilos, que en ese punto yo pienso como seguramente pensáis vosotros.  Sí, habrá Partidos Políticos….. pero, no habrá Partido Comunista. Os aseguro que mientras yo sea Presidente del Gobierno de España, no se legalizará el Partido Comunista».

Naturalmente, aquellas palabras que tranquilizaron a los Generales,  aunque a decir verdad sólo uno de entre ellos aplaudió al finalizar la reunión. Fue el Teniente General Gutiérrez Mellado el que a los pocos días, curiosamente, sería nombrado Vicepresidente Primero del Gobierno para Asuntos de la Defensa, en sustitución del también Teniente General De Santiago, que se marchó dándole un portazo a Suárez por la legalización de los sindicatos, serían las que algunos meses después, al legalizarse por sorpresa el PCE, estuvieron a punto de hacer encallar la Reforma y el gran cambio, ya que los generales de Franco no sólo se sintieron engañados sino traicionados. Pero, veamos quiénes fueron los Altos Mandos presentes: 

Lista de  los Generales que asistieron a la reunión con Suarez

  • Don Fernando de Santiago y Díaz de Mendívil
    (Vicepresidente del Gobierno)

  • Don Félix Álvarez Arena
    (Ministro del Ejército)

  • Don Manuel Gutiérrez Mellado
    (Jefe del Estado Mayor Central)

  • Don Ángel Campano López
    (Director General de la Guardia Civil)

  • Don Ernesto Sánchez-Galiano Fernández
    (Jefe del Cuarto Militar del Rey)

  • Don Emiliano Villaescusa Quilis
    (Presidente del Consejo Superior de Justicia Militar)

  • Don Carlos García Riveras
    (Director de la Escuela Superior del Ejército)

  • Don José Vega Rodríguez
    (Capitán General de la I Región)

  • Don Pedro Merry Gordon
    (Capitán General de la II Región)

  • Don Antonio Tais Planas
    (Capitán General de la III Región)

  • Don Francisco Coloma Gallegos
    (Capitán General de la IV Región)

  • Don Manuel de Lara del Cid
    (Capitán General de la V Región)

  • Don Mateo Prada Canillas
    (Capitán General de la VI Región)

  • Don Federico Gómez de Salazar y Nieto
    (Capitán General de la VII Región)

  • Don Ángel Suances Viñas
    (Capitán General de la VIII Región)

  • Don Joaquín Valenzuela y Jáuregui
    (Capitán General de la IX Región)

  • Don Emilio de la Cierva Miranda
    (Capitán General  de Baleares)

  • Don Ramón Cuadra Medina
    (Capitán General de Canarias)

  • Don Carlos Franco Iribarnegaray
    (Ministro del Ejército del Aire)

  • Don Mariano Cuadra Medina
    (Jefe de la I Región Aérea)

  • Don Francisco Martínez Vara del Rey
    (Jefe de la II Región Aérea)

  • Don Antonio Sírvame Cagire
    (Jefe de la III Región Aérea)

  • Don Francisco Galera Sánchez
    (Jefe del Estado Mayor del Aire)

  • Don Antonio de Aios Herrero
    (Mando Defensa Aérea)

  • Don Carlos de Castro Cavero
    (Mando de Material)

Más los representantes de la Marina, encabezados por el almirante don Gabriel Pita da Veiga todavía Ministro de Marina.

Resultado de la reunión con militares

Aquella misma jornada Suárez fue a Las Cortes a darle cuenta a Fernández Miranda del resultado de la reunión con los militares. Estaba en plan triunfal, tal vez por lo que había dicho días atrás: «A mí dejadme los Generales, que a esos yo sé cómo manejarlos». Pero el «Padrino», sin embargo, le tiró de las orejas. Por el propio Fernández Miranda, que lo escribiría mucho después, sabemos que entre ellos se produjo este corto diálogo:

– Torcuato, esto marcha, los Generales han dado luz verde al Proyecto.

– Sí -respondió el Presidente de Las Cortes- pero, al final sólo te aplaudió uno de ellos.

– Bueno, ya sabes que estos son de una raza aparte.

– Adolfo ¿has leído alguna vez «El Príncipe» de Maquiavelo?

– Joder, ya estamos, esa misma pregunta me la hizo varias veces Herrero Tejedor. No, no he leído «El Príncipe» ni creo que me haga falta leerlo.

– Pues, creo que te equivocas, porque si hubieras leído a Maquiavelo no te habrías comprometido tan rotundamente en el tema del Partido Comunista.

– Pero, coño, si seguí tus instrucciones.

– Sí, pero no había necesidad de un compromiso tan formal. Ya conoces el refrán castellano: «No digas nunca de esta agua no beberé» y menos sin saber lo que va a pasar aquí. Adolfo, tienes que entender que estamos en un trapecio sin red y que cualquier fallo en la cuerda puede acabar con el artista.

– Bueno, bueno, ya lo arreglaré.

Y todavía más, El miércoles 22 de Diciembre el Rey invitó a una comida privada en La Zarzuela a Torcuato Fernández Miranda, Presidente de Las Cortes, y a Adolfo Suárez, Presidente del Gobierno, para celebrar el éxito arrollador del cambio.

Suárez y el Rey Juan Carlos.

Los tres estaban eufóricos, pero algo inquietos porque por primera vez se había hablado de «ruido de sables» en los cuarteles. Según se supo entonces el Rey le tiró de las orejas a Suárez («te equivocaste, Adolfo, y no sería porque no te lo advertimos») por la reunión con los generales y le aconsejó que tratase al ejército si no con mimos si con respeto y diplomacia. También se habló de la legalización de los Partidos Políticos y ahí hubo discrepancias. Suárez defendió que había que legalizarlos a todos incluyendo al PSOE y al PCE. Fernández Miranda aceptaba hasta el PSOE, pero tenía sus dudas con respecto a los comunistas.

– Mira, Adolfo, yo no me opongo a la legalización del PCE, es más, creo que antes o después habrá que hacerlo -dijo más o menos Don Torcuato-. Pero, no sé si es el momento de traer a Madrid a Santiago Carrillo y a la Pasionaria. Ya sabes mi teoría del ritmo: En política se puede hacer todo, siempre que se siga el ritmo adecuado a las circunstancias. Te recuerdo que la II República fracasó por no saber seguir el ritmo de la España de los años 30.

– Adolfo, ¿has hablado con los militares?

– Yo no, pero Gutiérrez Mellado me ha dicho que no me preocupe y que eso es cosa suya.

– Pues, yo no estoy de acuerdo. Si tú en persona fuiste el que se comprometió en la famosa reunión de Presidencia a no legalizar al Partido Comunista tú tenías la obligación de haberlos vuelto a reunir para explicarles y razonar tu cambio. Y te aseguro que lo habrían entendido y te habrían apoyado aunque fuese a regañadientes, pero así me temo que a no tardar mucho tendrás problemas con los militares. Y ya te lo advertí entonces, que debías haber sido más prudente.

Pero, por lo que se vio después y ya subido a la parra no arregló nada… y el 9 de abril de 1977, Sábado Santo, para más inri, por sorpresa total, legalizó el Partido Comunista de España de Santiago Carrillo y la Pasionaria, con tal escándalo que aquella misma noche dimitió el Almirante Pita da Veiga, como Ministro de Marina , y los más Altos Mandos Militares hasta llegaron al borde de la insubordinación general, con una nota-comunicado que prácticamente era una declaración de guerra contra Suárez y su Gobierno. «Repulsa general en todas las Unidades», «Traición». «Engaño», movimiento de tropas y muchas palabras fuertes contra los traidores que están entregando España a los derrotados del 39 y muchos «¿y para esto hicimos la Guerra?».

Hasta el punto de que tuvo que intervenir, ya de madrugada. el propio Rey, para tranquilizar y frenar a los generales más exaltados y el comunicado duro se cambió por otro menos duro, pero jamás le perdonaron el engaño-traición y, en realidad, allí arrancan las raíces del 23-F del 81.

Así describe Don Sabino en su gran obra «Escritos Morales y Políticos» lo que sucedió la noche de la legalización del PCE: «Era yo entonces subsecretario del Ministerio de Información y Turismo, cuya cartera ostentaba Andrés Reguera Guajardo. El día 8 de abril de 1977 recibí una llamada del Ministro indicándome que aquella tarde debía trasladarme al Ministerio De la Gobernación para asistir a una reunión en sustitución suya –pues se encontraba fuera de Madrid- y que después le informara de lo tratado. Pensé, pues, que íbamos a acudir representantes de varios departamentos pero sin sospechar si quiera con qué objeto. 

Llegué al Ministerio en la calle Amador de los Ríos, me recibió enseguida en un despacho el ministro, Rodolfo Martin Villa. Estábamos solos, sin el resto de asistentes que yo había imaginado.

– ¿Sabes que mañana se legaliza el partido comunista? He llamado para que en vuestro Ministerio se instrumente con rapidez la forma de dar el «notición».

¿Y los militares?

Mi sorpresa fue grande. Por eso me atreví a preguntar:

-¿Y los militares? ¿Se les ha dicho que cambiaron los planes y las promesas? …no se les ha dicho a la cúpula militar, ¿será prudente que se enteren por los medio de comunicación? ¿No es grave que llegue a su conocimiento, como un hecho consumado, algo tan radicalmente distinto de las promesas que se habían hecho?

Rodolfo Martin Villa se quedó pensativo. Me pidió que esperara un momento y dejó el despacho durante un rato. Cuando volvió se limitó a decirme:

-Ese tema ya está solucionado».

Y así se quedó el asunto. Lo que se demostraría que no era cierto y que lo cierto es que un episodio decisivo del que se derivaron importantes consecuencias quedó en el aire.

La legalización del PCE fue en 1977.

«No, aquello – al parecer de los altos mandos militares, añade Don Sabino- fue una traición en toda regla y jamás lo olvidarían. Desde aquella actuación de Suarez, los generales ya no estuvieron nunca a su lado mientras fue presidente. No se fiaban de él ni se creían nada de lo que decía».

Bueno, pues hoy hasta aquí. Está claro que la Intrahistoria de la vida política de Adolfo Suárez no coincide en absoluto con la que pasó, ha pasado, a la Historia. El tiempo, a veces, no perdona.

Autor

Julio Merino
Julio Merino
Periodista y Miembro de la REAL academia de Córdoba.

Nació en la localidad cordobesa de Nueva Carteya en 1940.

Fue redactor del diario Arriba, redactor-jefe del Diario SP, subdirector del diario Pueblo y director de la agencia de noticias Pyresa.

En 1978 adquirió una parte de las acciones del diario El Imparcial y pasó a ejercer como su director.

En julio de 1979 abandonó la redacción de El Imparcial junto a Fernando Latorre de Félez.

Unos meses después, en diciembre, fue nombrado director del Diario de Barcelona.

Fue fundador del semanario El Heraldo Español, cuyo primer número salió a la calle el 1 de abril de 1980 y del cual fue director.
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Geppetto

Suarez no era manipulado, el era el manipulador
De ser un tipo de baja condición que servia solícitamente cafelitos a ser jefes a Presidente del Gobierno de España, y eso solo utilizando la lengua y sus dotes de vendedor de quincalla con sonrisa plastica y modales suavones incluidos.
Suárez era el alumno espabilado de quien le enseño las tecnicas, su hermano «el Chema» un golfo de libro.
Ya en Segovia dejo claro que no servia mas que para enredar, toda su vida fue un bueno para nada
La biografía de Suarez esta escrita y ademas en dos tomos escritos por Gregorio Moran
El precio de la transición y Adolfo Suárez: Ambición y destino.
Con bastante mala leche este socialista mete a Suarez en un quirófano y con maestría de sacamantecas lo descuartiza y ademas lo hace con buena pluma

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