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En 1990, bajo los auspicios de personajes tan poco comprometidos con la democracia, la libertad y los derechos civiles como Fidel Castro, Lula da Silva y Hugo Chávez, se fundó el llamado Foro de Sao Paulo, el cual aglutina a partidos y agrupaciones políticas latinoamericanas de izquierdas. Este foro tiene como objetivo desarrollar una estrategia unitaria para minar la legitimidad de las democracias liberales y, así, posibilitar su sustitución por un régimen social-comunista.

Para conseguir alcanzar la meta fijada, los prebostes socialistas de Latinoamérica han implementado una estrategia que se desarrolla en dos fases. En la primera fase el objetivo es alcanzar el poder manteniéndose para ello dentro del marco democrático. Una vez alcanzado el poder comienza la segunda fase, en la cual el objetivo es mantenerse indefinidamente en el poder mediante la subversión de la democracia y la implantación de una oligocracia de carácter populista que, a pesar de los intentos de camuflaje con el velo de la apariencia democrática, en realidad no es otra cosa que marxismo revisionista en estado puro.

Desde finales del siglo XX hasta nuestros días la hidra del socialismo totalitario, nacida a raíz del mencionado foro, se ha ido extendiendo, por desgracia, por toda Latinoamérica, llegando sus tentáculos hasta España donde Unidas Podemos (UP) es su más fiel representante.

Con la finalidad de alcanzar el poder la estrategia diseñada es la elaboración de un discurso de tintes populistas, cuya misión es establecer un relato antisistema que les ayude a consolidar una base electoral y les permita difundir su mensaje no solo desde la calle sino también desde el Parlamento, adquiriendo así mayor visibilidad.

El discurso populista se articula en torno a varios ejes argumentales, entre los que cabe destacar los siguientes:

– Apela directamente a los sentimientos, abandonando cualquier atisbo de realismo o racionalidad en sus planteamientos, casi siempre incendiarios y maximalistas. Así, como señala Félix Ovejero en su obra La deriva reaccionaria de la izquierda, las élites socialpopulistas pretenden implantar una suerte de “dictadura emocional” en la que las emociones actúan como principio rector, sin necesidad de justificación argumental razonada y con un absoluto desprecio a la excelencia y la meritocracia, la cuales son sustituidas por la mediocridad y el amiguismo. De esta forma, como ya alertara Ortega y Gasset en La rebelión de las masas, aparece en todo su esplendor “el advenimiento de las masas al pleno poderío social”, entendiendo por hombre masa a todo aquel que carece de un proyecto propio y, por tanto, se sumerge en el grupo para orientar su vida y entregarla a un propósito, por más que éste en el fondo le sea ajeno. No resulta por ello extraño que sus proclamas no vayan más allá de eslóganes sencillos que plantean soluciones simples para solucionar problemas complejos.

– Desprecio casi absoluto por la realidad cuando ésta no se ajusta a sus postulados, llegando al extremo de negar evidencias empíricas o realidades biológicas científicamente contrastadas cuando estas se oponen a su relato a la hora de establecer las bases sobre las que asentar su modelo social. Es por tanto un discurso antirrealista y antinaturalista, sin base epistemológica ni objetividad analítica, pero es que para los líderes populistas, como señalaba Franz Kafka en El proceso, “No hay que considerar que todo es verdadero, solo hay que considerarlo necesario (…) y de este modo la mentira se convierte en orden universal”.

– Con estos ingredientes de base la izquierda -sin soporte lógico ni racional y partiendo del rencor y el resentimiento- reclama para sí una supuesta superioridad moral y, a partir de esta delirante muestra de narcisismo, divide al conjunto de la ciudadanía en dos grupos irreconciliables: la gente -nosotros, los buenos- y la casta -ellos, los malos-. Este planteamiento dualista y frentista les autoriza a atribuirse la representación de la “voluntad popular”, concepto éste, con evidentes reminiscencias jacobinas, imposible de objetivar por su carácter etéreo, pero cuya utilización les permite arrogarse el derecho a dirigir los destinos del conjunto de la sociedad, sin necesidad de más consideraciones.

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– Finalmente, los populistas, sabedores de que el lenguaje nunca es inocente, manipulan, tergiversan e incluso inventan nuevas palabras, haciendo así realidad el “neolenguaje” orwelliano, con la finalidad de terminar creando una nueva forma de pensar que se acomode a su ideología, por más que ésta no constituya otra cosa que una simple degeneración moral, una degradación intelectual y una deformación de la realidad.

Junto al discurso demagógico y manipulador los populistas necesitan la crispación social como elemento esencial para alcanzar el poder. Así, Pablo Iglesias proclamaba en una de sus insufribles soflamas revolucionarias que “Yo no he dejado de autoproclamarme comunista nunca. ¿Y cuándo los comunistas han tenido éxito? En momentos de crisis”. Por ello, en su intento de conquistar el poder, el socialpopulismo busca mantener a la sociedad en un estado de continua tensión, para lo cual se exacerban las aspiraciones de una sociedad en buena parte hedonista -por haber sido educada en el relativismo moral, la existencia de derechos adquiridos por el mero hecho de nacer y la ausencia de obligaciones- a la par que atraen para la causa a colectivos identitarios que se sienten discriminados negativamente, aunque en no pocas ocasiones la realidad dicte lo contrario. Da igual que cada uno de estos colectivos tenga pretensiones dispares, cuando no contrapuestas, todos ellos son aglutinados mediante la victimización y la creación artificial de un enemigo responsable en última instancia de todas sus desgracias. Este enemigo común no es otro que la democracia liberal y el libre mercado. Una vez establecido este escenario de confrontación resulta necesario tomar la calle, la universidad, las fábricas y los centros culturales y de ocio, de tal forma que la movilización se convierte en una práctica cotidiana.

Una vez alcanzado el poder, con la finalidad de mantenerse en él indefinidamente y estar así en condiciones de desarrollar su proyecto totalitario, lo socialpopulistas dirigen sus esfuerzos a socavar la democracia liberal mediante:

– El discurso del enfrentamiento, la politización del dolor y la intolerancia frente a todos aquellos que osen disentir del “pensamiento único” que pretenden imponer en la sociedad.

– La creación de una red clientelar mediante el establecimiento de subsidios a una buena parte de la población a la que pretenden mantener cautiva en un estado de miseria sostenible, para asegurarse así su dependencia y su voto.

– La deslegitimación de las instituciones del Estado, denostando al Parlamento, a la Judicatura y a los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado, si bien no dejan de utilizarlas para difundir su mensaje catastrofista, penalizar en los juzgados a los disidentes y reprimir en la calle a los que se atrevan a protestar.

– El sometimiento del poder legislativo y del poder judicial al poder ejecutivo, para así estar en disposición de modificar conforme a sus deseos tanto la carta magna como las leyes que de ella emanan y, así, poder sentar las bases legales del nuevo régimen que pretenden levantar.

– La ilegalización de los partidos de la oposición que denuncien la situación de degeneración democrática, llegándose al extremo de encarcelar, sin justificación alguna, a los líderes de dichos partidos.

– La limitación de la libertad de expresión y la garantía de la difusión masiva de sus proclamas mediante el control de los medios de comunicación.

– La obstaculización al correcto funcionamiento del libre mercado mediante la creación de una banca pública, la expropiación y nacionalización de empresas pertenecientes a sectores estratégicos y el cuestionamiento de la legitimidad de la propiedad privada, llegando incluso a la aberración de alentar la ocupación de viviendas.

Paralelamente a este proceso de destrucción progresiva del entramado democrático, el partido, inicialmente asambleario, sufre un proceso de jerarquización absoluta, estableciéndose una estructura piramidal en cuyo vértice se entroniza a la figura de un líder al que se adorna con todo tipo de cualidades positivas, se le ensalza hasta la nausea e, incluso, se le conceden poderes que podríamos calificar de mesiánicos.

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En definitiva, frente a las democracias liberales caracterizadas por la existencia de un Estado de Derecho, democrático y social, en el que rige la separación de poderes y el imperio de la ley emanado del contractualismo de tipo lockeano y la validación por el conjunto de la ciudadanía de una carta magna que garantiza la libertad individual, los derechos civiles y la cohesión social, el socialpopulismo pretende instaurar un régimen totalitario de carácter colectivista, caracterizado por la concentración de poder, la inseguridad jurídica derivada de la aplicación de la ley conforme a los caprichos del líder supremo y la supresión de las libertades y derechos individuales en aras de un supuesto bien común y una voluntad general nunca explicitada. La Venezuela bolivariana es el mejor ejemplo de ello, por lo que es de vital importancia para nuestro futuro inmediato saber que el proyecto de UP no es otra cosa que una réplica fiel del programa chavista.

Como consideración final solo decir que, frente a todo panglossianismo, doy por hecho que no vivimos en el mejor de los mundos posibles, entiendo que hay injusticias que se deben y se pueden eliminar y que hay deficiencias que se deben y se pueden subsanar, pero no es menos cierto que, como señalan economistas tan dispares como Joseph A. Schumpeter (¿Puede sobrevivir el capitalismo?) y Milton Friedman (Capitalismo y Libertad), la democracia liberal como sistema político y el libre mercado como sistema económico han proporcionado a la humanidad allí donde se ha desarrollado las mayores cotas de bienestar de la historia.

Por todo lo expuesto en el Manifiesto Anticomunista creo que ante la amenaza que supone para España y los españoles la deriva totalitaria del actual gobierno social-comunista resulta fundamental plantar cara a estos tiranos de nueva estampa y viejo cuño, afrontando con orgullo y coraje la batalla de las ideas.

Posdata: Esta tetralogía anticomunista está dedicada a todos los españoles de buena fe y en especial a mi padre, que me inculcó los valores de la honestidad y el esfuerzo y me trasmitió su amor a España.

Autor

Rafael García Alonso
Rafael García Alonso
Rafael García Alonso.

Doctor en Medicina por la Universidad Complutense de Madrid, Especialista en Medicina Preventiva, Máster en Salud Pública y Máster en Psicología Médica.
Ha trabajado como Técnico de Salud Pública responsable de Programas y Cartera de Servicios en el ámbito de la Medicina Familiar y Comunitaria, llegando a desarrollar funciones de Asesor Técnico de la Subdirección General de Atención Primaria del Insalud. Actualmente desempeña labores asistenciales como Médico de Urgencias en el Servicio de Salud de la Comunidad de Madrid.
Ha impartido cursos de postgrado en relación con técnicas de investigación en la Escuela Nacional de Sanidad.
Autor del libro “Las Huellas de la evolución. Una historia en el límite del caos” y coautor del libro “Evaluación de Programas Sociales”, también ha publicado numerosos artículos de investigación clínica y planificación sanitaria en revistas de ámbito nacional e internacional.
Comenzó su andadura en El Correo de España y sigue haciéndolo en ÑTV España para defender la unidad de España y el Estado de Derecho ante la amenaza socialcomunista e independentista.