
España es hoy un emporio célebre en esto de hacer parecer a las cosas lo que no son, un paraíso de la fullería, un amplio teatro de la ostentación tramposa en el que se representan tramoyas y tropelías humanas. Los pomelos gubernamentales, tan amargos en la corteza como agrios en la pulpa, se venden como dulces dulcísimos, mediante el buen modo de la publicidad capital-socialcomunista, que, aunque la pagamos entre todos, sólo los oligarcas, los vagos y demás maleantes se aprovechan de ella.
Los más que parecen hombres, y las más que parecen actitudes o administraciones o noticias, no lo son, sino diptongos. Sabemos que un diptongo es la unión de dos vocales en una misma sílaba, pero para Gracián, nuestro tan eximio como poco celebrado filósofo aragonés, un diptongo, aparte de su significado gramatical, es una rara mezcla. Por ejemplo, un diptongo podría ser, hoy, para él, una feminista, un parlamentario, un periodista o desinformador… Podría ser, concretando algo más, un hombre con voz y acciones de mujer, y una mujer que habla y se conduce como hombre; un marido con melindres, y la mujer con calzones; un serafín en el rostro y un demonio en el alma; un eclesiástico o beato forrado de lujuria; un lobo o una raposa, socapa de políticos y de plutócratas; un desatacado en tolla con figurilla de ministro del interior; una gallina con pertrechos de soldado; un bardaje con aspecto de Hércules; un doctrinario con birrete de catedrático; un cherinol con arrogancias de cronista; una hiena aleve con toga de juez.
Tal es la tiranía de la afectada fama, la violencia del dar a entender todo lo contrario de lo que las cosas son, que si, en arte, por ejemplo, dan en decir que este es un gran cuadro y significa esto o lo otro, lo ha de ser y lo ha de denotar, aunque sea un borrón y represente lo contrario. Y de estas la ciudadanía hallará cien mil estafas y vulgaridades. De ahí que en estos tiempos de engaños haya de ser uno muy buen lector, muy buen crítico y muy buen traductor para no entenderlo todo como los instalados quieren que se entienda; para ver si el que se muestra muy cercano y dialogante es sólo un demagogo; si el que se jacta de ofrecer la mano al pueblo es para mordérsela o cortársela; si el que gasta mejor prosa está haciendo la copla; si el que promete mucho cumplirá nada.
La lástima es que hay malísimos intérpretes de la realidad, porque no saben leer, traducir ni criticar, o porque no quieren. Y no están al cabo del enredo ni lo entienden; no se preocupan de cuestionar las intenciones, que es la materia más dificultosa que hay, sobre todo en lo que atañe al civismo y al bien público, asunto que les pilla lejos. Y ello es así porque, hoy, donde se piensa que hay sustancia, todo es circunstancia, y lo que parece más sólido es más hueco. No se razona; se lisonjea, se disimula, se engaña o directamente se rebuzna.
Por eso no se ha de tener por rey a todo aquel que ciñe corona, por juez a todo el que viste toga, por guerrero a quien luce medallas en su guerrera, por monje al que se cubre con sayal, ni se ha de pensar que porque don Cualquiera roce seda deja de ser un adefesio. Toparéis con bastos y bastas en doradas salas y sarnosos forrados en oro, y con francmasones zaínos que disimulan el mandil mientras prometen un mundo feliz a sus esclavos, sean éstos ya una realidad o estén en ciernes. Pero mal año para quien tal diga. Lo que ahora se lleva es que el topo pase por lince, la rana por canario, la gallina por león, el grillo por jilguero, el jumento por águila. ¿Y qué les importa a los que así fingen, mientras la muchedumbre trague? Nada. Vayan ellos orondos y calientes y prometan, propongan y hablen con todos; y vivamos, dicen, que es lo que conviene.
De este modo, estos caricompuestos de codicia y vicio van a seguir viviendo en sus retiradas mansiones, gracias a lo robado a sus protegidos y a sus gobernados, y en tanto sigan siendo capaces de dorar o blanquear muladares y albañales; o en cuanto nada o nadie les cercene tal habilidad. Porque, de lo contrario, habrá que dejar que sea el tiempo -el Destino- el encargado de deslucir el oro o la cal y de desenmascarar el delito, concediendo el triunfo a la verdad.
Mas para que se entienda cuánta dependencia tienen del embuste los instalados y sus millones de seguidores, especialmente cuando viven de él, tengamos presente que, en el mismo momento en que se vean descubiertos y desalojados de la Babel estatal, y que hayan dado en tierra con el engañoso artificio que les ha sustentado, que ya no tienen mesa puesta, ni gratis, como solían, y con la honra sucia, arremeterán enfurecidos contra quienes les hayan descubierto el embeleco y ocasionado tanta infelicidad, llamándole enemigo común. De modo que, llegado el día feliz de la regeneración, no sólo han de ser aherrojados a los tártaros más profundos, sino que habrá que cubrirlos con unas cuantas capas de hormigón para que tarden algo más de lo que suelen en reanudar sus montañas de odio, que es el venenoso puchero que los alimenta.
Autor

- Madrid (1945) Poeta, crítico, articulista y narrador, ha obtenido con sus libros numerosos premios de poesía de alcance internacional y ha sido incluido en varias antologías. Sus colaboraciones periodísticas, poéticas y críticas se han dispersado por diversas publicaciones de España y América.
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