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Repasando con un cierto grado de objetividad la reciente Historia de España parece evidente que la II República no fue el paraíso de democracia, concordia y progreso que desde la izquierda se nos quiere hacer creer mediante un permanente ejercicio de propaganda sectaria que ha llegado a su culmen con la promulgación de la infausta Ley de Memoria Democrática. De hecho, son cada vez más las voces ilustradas que señalan que la II República fue un periodo singularmente oscuro que asoló a la nación española desde 1931 hasta 1936, como consecuencia directa de la ruptura de las normas básicas del juego democrático por parte de los partidos políticos de izquierdas junto con sus terminales sindicales y los anarquistas de la CNT-FAI. Así pues puede decirse que la izquierda republicana, inmersa en un proceso de progresiva bolchevización, planteó ya desde el principio de su andadura política un marco de convivencia esencialmente frentista, basado en un supremacismo moral tan exacerbado que llegó al punto de negar a todo aquel que no comulgara con sus ideas el derecho a vivir y expresarse libremente. Obviamente, la finalidad de tan lamentable forma de proceder no era otra que la sustitución de la democracia liberal por un régimen totalitario de rasgos groseramente soviéticos.
Entrando ya en materia, tras la proclamación de la II República los disturbios comenzaron de manera inmediata. Así, del 10 al 12 de mayo de 1931 grupos radicales de izquierdas quemaron en Madrid numerosos templos religiosos, incluyendo en la candelada el legado artístico que albergaban. A pesar de la gravedad de los hechos tanto Niceto Alcalá-Zamora, entonces presidente del Gobierno provisional, como Manuel Azaña, en aquel momento ministro de la Guerra, se negaron en rotundo a desplegar a las fuerzas de orden público para sofocar los actos vandálicos y proceder a la identificación y detención de los malhechores. De hecho, Azaña, echando mano de manera tan indecente como populista de la falacia del falso dilema, llegó a decir que “Todas las iglesias de Madrid valen menos que la vida de un republicano”. Obviamente tal pronunciamiento suponía otorgar patente de corso a la izquierda radical, de tal forma que la violencia fue in crescendo y los incendio de monasterios e iglesias no solo continuaron, sino que se multiplicaron vertiginosamente, hasta el punto de obligar al Gobierno a decretar el Estado de Guerra y a enviar a los militares a sofocar la revuelta. En definitiva puede decirse que ya desde sus albores la izquierda republicana puso de manifiesto que más que demócrata y conciliadora era revolucionaria y guerracivilista.
En este escenario de violencia desmedida el 28 de junio de 1931 se celebraron elecciones constituyentes, las cuales concluyeron con una victoria incontestable de la izquierda. Una vez constituidas las Cortes se procedió, como era preceptivo, a la redacción de una Constitución para establecer el marco legal que habría de regir la convivencia entre los españoles. Sin embargo, en el proceso de elaboración de la nueva Constitución el diálogo con la derecha parlamentaria brilló por su ausencia. De esta forma el consenso político tan necesario para que un país pueda avanzar por la senda del respeto a la diversidad política se acabó yendo por el desagüe del autoritarismo más lacerante. Pero los males no acabaron ahí, ya que, temiendo un resultado negativo, la izquierda en el poder se negó a someter el texto constitucional a referéndum, con lo cual ya ab initio la Constitución quedó despojada de aquello que fundamenta su existencia, es decir, quedó inhabilitada para plasmar jurídicamente un contrato social vinculante para la sociedad en su conjunto, con la finalidad de garantizar la predisposición de los ciudadanos a aceptar los límites establecidos al ejercicio de su propia libertad individual en aras a posibilitar la convivencia sujeta a la ley.
Junto a una Constitución perversamente sectaria, el Gobierno republicano promulgó la “Ley de Defensa de la República”, la cual habilitaba al propio Gobierno a reprimir y encarcelar de forma absolutamente arbitraria a todos aquellos que mostraran su rechazo, por más que fuera de forma pacífica, a todas aquellas iniciativas gubernamentales que consideraran contraproducentes para el correcto funcionamiento de la sociedad, con lo cual a la persecución religiosa se unió el acoso a la derecha política y social. A su vez el Gobierno estableció la censura de los medios de comunicación, para de esta forma impedir el acceso de la población a una información veraz que diera cuenta de los violentos altercados que diariamente se producían en todo el territorio nacional. Por último, se cerraron los colegios religiosos, quedando así la educación exclusivamente en manos del Estado, para mayor gloria del adoctrinamiento de las futuras generaciones. En definitiva, la izquierda republicana nada más llegar al poder dedicó todos sus esfuerzos a cercenar los derechos y libertades individuales de los españoles, permitiendo a su vez que el bandolerismo se instalara de manera progresiva en el seno de la sociedad.
Ante esta situación, a todas luces proclive al radicalismo de izquierdas y al soterramiento de la oposición, el descontrol social no hizo más que aumentar, de tal forma que las huelgas obreras constituían el pan nuestro de cada día, paralizando casi por completo la actividad productiva, grupos de trabajadores agrícolas ocupaban las granjas y amenazaban a los propietarios si no se les contrataba, mujeres de clase obrera acompañadas de un matón entraban en los mercados y tiendas de alimentación y se llevaban el género gratuitamente ante unos empleados paralizados por el miedo y mientras todo ello ocurría continuaron las quemas de Iglesias y establecimientos públicos y privados. En este punto cabe resaltar que todos estos actos se produjeron ante la pasividad de las autoridades, las cuales en lugar de condenar y reprimir tan execrables sucesos exculparon a los culpables de los mismos, culpabilizando a su vez a las personas de derechas y a los católicos de todos los excesos cometidos por sus correligionarios, por considerar que tan reaccionarios sujetos eran unos provocadores profesionales. Es decir, “los pájaros disparando a las escopetas” es lo que vinieron a poner encima de la mesa los prebostes de la izquierda para justificar la caótica situación que imperaba en la España republicana.
Pero con ser todo ello evidentemente grave para el mantenimiento de la convivencia y la paz social, lo peor de todo fueron los asesinatos indiscriminados que un día sí y otro también se sucedían a lo largo y ancho de la geografía española. Así, en los 5 años de vigencia de la II República grupos radicales de izquierdas mataron a tiro limpio a más de 2.500 personas, entre las que no sólo se encontraban religiosos, gentes de derechas y empresarios o terratenientes, sino que también se hallaban personas de izquierdas asesinadas tanto en el curso de enfrentamientos fratricidas entre simpatizantes de las diversas corrientes socialistas, comunistas y anarquistas existentes como en el desarrollo de atentados contra las Fuerzas de Orden Público.
En conclusión, la II República si bien nació de una forma un tanto turbulenta, cabía esperar que una vez concluida su instauración la tormenta amainara, pero en lugar de ello, por mor de las decisiones gubernamentales de una izquierda desnortada y criminal, se desencadenó una poderosa tempestad que condenó a los españoles a desenvolverse permanentemente en una espiral de violencia y caos, acabando de esta forma por germinar el terror rojo en todos los rincones del territorio nacional.
Autor
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Rafael García Alonso.
Doctor en Medicina por la Universidad Complutense de Madrid, Especialista en Medicina Preventiva, Máster en Salud Pública y Máster en Psicología Médica.
Ha trabajado como Técnico de Salud Pública responsable de Programas y Cartera de Servicios en el ámbito de la Medicina Familiar y Comunitaria, llegando a desarrollar funciones de Asesor Técnico de la Subdirección General de Atención Primaria del Insalud. Actualmente desempeña labores asistenciales como Médico de Urgencias en el Servicio de Salud de la Comunidad de Madrid.
Ha impartido cursos de postgrado en relación con técnicas de investigación en la Escuela Nacional de Sanidad.
Autor del libro “Las Huellas de la evolución. Una historia en el límite del caos” y coautor del libro “Evaluación de Programas Sociales”, también ha publicado numerosos artículos de investigación clínica y planificación sanitaria en revistas de ámbito nacional e internacional.
Comenzó su andadura en El Correo de España y sigue haciéndolo en ÑTV España para defender la unidad de España y el Estado de Derecho ante la amenaza socialcomunista e independentista.
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