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1978 Secretos Preconstitucionales

Se ha escrito mucho, miles de artículos y cientos de libros, sobre cómo se engendró y cómo nació la Constitución de 1978, hoy todavía en vigor. Algo se publicó sobre las famosas reuniones secretas que al parecer tuvieron Abril Martorell, en esos momentos Vicepresidente del Gobierno, y Alfonso Guerra, el 2 del PSOE. Según se publicó por entonces ambos se reunían por las noches para acordar los textos de los artículos que se iban a  debatir al día siguiente en el Congreso y algunos periodistas se mofaban de la pobre labor de los diputados de a pie de la UCD y el PSOE, que en las sesiones se limitaban a aprobar lo que ya le daban como aprobado.          Pero se ha escrito poco, muy poco, de las reuniones que mantuvieron, también en secreto, los principales protagonistas de la película: Torcuato Fernández Miranda, Adolfo Suárez, Felipe González, Sabino Fernández Campos y SM Juan Carlos I.

           Naturalmente, yo no puedo hablar de todas las reuniones que sí sé que se celebraron ni de los «conciliábulos» que hubo entre los personajes que ,de verdad, dirigieron la operación constitucional, pero sí puedo hablar de las que, por fortuna, fui testigo directo o informador privilegiado. Porque fui testigo ( y que nadie me pida papeles firmados y sellados, pues algunos de los protagonistas ya no viven y yo mismo estoy en la última curva del camino) de las dos últimas entrevistas que mantuvieron Fernández Miranda y Adolfo Suárez para hablar del tema «Nacionalidades», que se quería incluir en el texto de la nueva Constitución, así como de la charla que tuvieron «Don Torcuato» y «Don Sabino» Fernández Campos cuando ya no hubo solución en contra. Se sabe que Fernández Miranda dimitió como Presidente de las Cortes tras las Elecciones Generales del «15-j» y que el Rey le agradeció los servicios prestados nombrándole duque de Fernández Miranda y concediéndole el Toisón de oro, (máxima condecoración de la Monarquía) y además le nombró Senador como uno más del grupo de Senadores que podía elegir el Rey. Es verdad que sus relaciones con Suárez ya no eran lo que habían sido y que el de Ávila ya no era la «marioneta» del año 1976. Sin embargo, todavía eran fluidas y casi amistosas. Tal vez por ello a «don Adolfo» no le molestó que, a petición de Torcuato, yo estuviese presente.

Mayo 1978. Ciudad de los Periodistas. Edificio Balmes, octavo piso. Suárez llegó con un chándal deportivo.

–Hola, Torcuato ¿qué pasa? ¿por qué tus urgencias?.

— Adolfo he leído el borrador que me has mandado de la Constitución.

–¿Qué te ha parecido?.

–¡El artículo 2 es un disparate!

–¿Y eso? ¿por qué?.

–Por incluir eso de las «Nacionalidades».

–Ja,ja,ja… lo sabía.

–No te rías que esto es muy serio. Si incluyes lo de «nacionalidades» te estás cargando la Unidad de España.

–¿Pero qué dices hombre?… sí, se dice, pero antes queda bien claro que la Nación Española es la patria común e indivisible.

–¡Ahí está el disparate!. ¿Cómo se puede decir que la patria es común e indivisible, ojo, en el mismo artículo, que se garantiza el derecho a la autonomía de las nacionalidades?. ¡Eso es un verdadero disparate!. ¿Sabes que donde hay una nacionalidad hay una nación y qué donde hay una nación hay un Estado y que el Estado tiene derecho a ser independiente?.

–Joder Torcuato, eso es hilar muy fino.

—  No es hilar fino, es prevenir, evitar problemas futuros… No olvides que estamos ante un reto histórico y que si no acertamos con la Constitución volveremos a estar donde hemos estafo siempre, cambiando de Constitución como quien se cambia de calcetines.

 —  No creo que sea para tanto… además es lo que han reclamado los catalanes, y, según tú mismo dices, hay que conseguir el apoyo de todos, consenso, tu palabra preferida.

   — Mira, Adolfo, vamos a ser serios. Seguro que ha sido Puyol quien te ha reclamado lo de «Nacionalidades».

   — Pues sí, ha sido Puyol, pero también el vasco, y entre vascos y catalanes suman 22, no lo olvides.

  — Claro, porque esos sí saben dónde van, o donde quieren ir. Adolfo, no seas niño y no te dejes engañar. Esos de momento se conforman con ser sólo «Nacionalidad», pero en cuanto se sientan respaldados por la Constitución del nuevo Estado empezarán a decir que son una «Nación», y si no se les corta a tiempo más tarde querrán ser » Estado»… y España no podría soportar un Estado por región.

   — Pues, veo difícil suprimir ahora lo de «Nacionalidades», si no quieres que se nos pongan en contra.

   —  Háblalo con Felipe González, seguro que él lo entiende y te apoya.

Y ahí terminó aquella noche la reunión. Poco después se celebraría otra ya menos amistosa.

Hotel Mindanao. Domingo 13 de agosto 1978. Nueve de la noche. Dos mesas apartadas del comedor. A un lado Fernández Miranda y Adolfo Suárez. A otro lado, separados por una especie de pasillo Julio Merino y uno de los escoltas del Presidente, dos en otra mesa más separada y otros dos al comienzo de la escalera y en el hall del hotel.


Torcuato Fernández Miranda es Senador por designación del Rey y está incluido como independiente en el grupo de la UCD. Adolfo Suárez sigue siendo Presidente del Gobierno.

–Bueno, aquí me tienes Torcuato, como ves vengo de hacer mi carrera diaria de una hora. ¿Tan grave es lo que me tienes que decir?.

— ¿Grave?, para mí gravísimo. Sabes que esta semana que entra se va a debatir, entre otros, el artículo 2 de la Constitución  y quiero que sepas, tú el primero que me voy a oponer frontalmente al texto que ha venido del Congreso y que sigue con el tema de las «nacionalidades».

–Mira,Torcuato, sabes que he seguido casi siempre tus consejos, pero creo que en este asunto hemos hecho lo mejor para todos y sobre todo para la Monarquía y el Rey.

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–¡En eso no estoy de acuerdo!. Será bueno para ti y para otros partidos, porque quedaréis para la Historia, pero no digas que es lo mejor para la Monarquía y el Rey, ya que será bueno para hoy pero no para mañana.Para Juan Carlos, tal vez,pero para su heredero podría ser fatal y para la Monarquía un desastre. Antes o después los Estados que salgan de «tu» Constitución, porque yo, y te lo aseguro ya, si sale eso adelante votaré en contra, exigirán «su»  República y «su» Estado Federal.

       — Largo me lo fiais. No creo que haya un español que oiga la palabra República sin echarse a temblar.

      —  No seas tonto, Adolfo, si lo dices por lo que fue la Segunda República, o incluso por la Primera, te equivocas. Los pueblos olvidan fácilmente y los jóvenes más fácilmente.

     —  Pues el Rey no piensa como tu…

     —  Seguramente (cortándole), pero por eso le he pedido Audiencia y me ha citado para el martes… Quiero señalarle los males futuros de las «Nacionalidades»… Ah, y otra cosa, y quiero que seas el primero en saberlo, me cambio de grupo, me paso al Mixto…no sería inteligente que un Senador del Grupo de la UCD ataque el proyecto que defiende la UCD.

Y así lo hizo. A partir de ese momento sus relaciones con Suárez fueron empeorando hasta llegar a la nada.

Secretos Preconstitucionales II

Continuando con mi relato de la semana pasada, no quiero dejarme en el tintero otra reunión a la que asistí. El lunes, a primera hora de la mañana, me llamó por teléfono Torcuato y me pidió que hablase con Sabino Fernández Campos, el Secretario General del REy, y que le dijera que quería hablar con él, si era posible, esa misma noche. Según él no quería que en Zarzuela supiesen que él había llamado por teléfono. Cosa que realicé de inmediato y Sabino, cariñoso conmigo, como siempre, me dijo que él salía de Zarzuela a las 9 de la noche y que antes de subir a su domicilio se paraba todas las noches a tomar una copa en la cafetería «Riofrío» de la calle Génova. Y allí, con una cafetería casi llena, lo que daba incluso más intimidad, se vieron las caras. No hay que decir que Torcuato y Sabino eran buenos amigos desde la universidad, los dos asturianos, los dos estudiantes de Derecho, los dos Alféreces provisionales de Franco durante la Guerra y los dos triunfantes en Madrid.

–Hola Sabino ¿cómo estás?.

–¿Y tú, cómo estás?.

–Preocupado, Sabino, muy preocupado.

–¿Y eso?.

–La Constitución. Sabes que el texto está ya en el Senado y que se incluye eso de las «nacionalidades», tan peligroso para el Rey, la Monarquía y España.

–Sí, a mí también me preocupó cuando lo leí y me sigue preocupando.

–Mira, he hablado dos veces con Suárez, y hasta casi le he rogado que lo suprima… y me ha dado a entender, ayer mismo, que el Rey lo aprueba ¿es eso verdad?.

–Vamos a ver, Torcuato, tú conoces al Rey mejor que yo y sabes muy bien cómo es. El Rey no dice nunca que sí ni que no tajantemente, casi siempre se limita a decir «tú haz lo que creas que debes hacer, siempre que sea en bien de España». No está de acuerdo ni en contra, deja hacer a Suárez.

–Pero eso no puede ser, en este caso hay que frenar a Suárez, Adolfo no tiene mimbres históricos para darse cuenta que lo que está haciendo tiene muchos peligros para el futuro… y eso es lo que le pienso decir mañana a su Majestad, como sabes me ha concedido audiencia.

–Ya lo sé, y si tú no lo haces, si tú no consigues que frene a Suárez, no lo consigue nadie.

–Es que yo veo la jugada de Puyol muy clara, ese es más listo que el hambre y sabe que de momento se tiene que conformar con que la Constitución ampare su «nacionalidad»…según me dijo el señor Tarradellas Puyol ya sueña con ser un día Presidente de una Cataluña independiente.

Por supuesto no estuve presente en la Audiencia de Torcuato con el Rey. Ni pude verlo en aquellos días, porque se los pasó en el Senado, ya en el Grupo Mixto, defendiendo su tesis sobre las nacionalidades (y la libertad de religión, que le surgió de paso). Pero, por lo que se dijo y se publicó supe que lo había pasado muy mal y que su enfrentamiento con Suárez había llegado a la ruptura definitiva.

Luego, pasada la tormenta del Senado, se dio por vencido y ya no quiso ni pertenecer a la Comisión Mixta (Parlamento-Senado) que se formó al ser rechazado por el Senado el texto primero del Parlamento.

Pero, al final me contó su audiencia con el Rey.

–Bueno, Torcuato, ¿no me vas a contar como te fue la entrevista con el Rey?.

–¿Para qué?. El Rey ya le hace más caso a Suárez que a mí… además está convencido, por lo de su Abuelo, que la Monarquía no estará segura hasta que forme parte de ella y pueda gobernar sin problemas la Izquierda. No me lo dijo exactamente, pero para mí quedó bien claro que en cuanto se apruebe la Constitución habrá cambio de Gobierno. El Rey quiere a toda costa que haya un Gobierno de Izquierdas porque piensa que así se consolidará la Monarquía. Según él ese fue el error que cometió su abuelo, Alfonso Xlll, no gobernar con las Izquierdas.

–¿Pero el Rey no se dio cuenta del peligro que supone incluir lo de las «Nacionalidades»?.

—-Pues claro que se da cuenta, pero según él hay que evitar a toda costa que la clase política se divida en bandos (los bandos, según él, llevaron a la Guerra Civil) y piensa que en este caso Suárez ha conseguido formar un bloque con la Izquierda.

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–¿Y cómo terminasteis?.

–Mal, para que te voy a mentir… vi que no me iba a hacer caso alguno y me limité a decirle como despedida algo que, en realidad no debí decir.

–¿Y qué fue?.

–Señor-le dije- Vuestra Majestad salvará la situación, pero ponéis en peligro la Monarquía y negro, el futuro de vuestro heredero, porque no pasarán muchos años antes de que los independentistas catalanes y vascos reclamen su Estado independiente. Están locos, Señor, están locos… Las «nacionalidades» y las Autonomías, como las han planteado, nos llevaran al desastre y yo no quiero ser cómplice de un disparate. «Lo» de las Nacionalidades romperá un día la Unidad de España… Si aprueban eso, yo me borro.

–Lo sé, Torcuato -me contestó el Rey muy serio-, pero, tú me lo has dicho más de una vez: «Hoy es hoy y mañana será mañana».

–Sí, mañana será mañana…

Y Torcuato quedó callado y con los ojos llorosos.

¿Y ahora?

–Sí, fue un error, esperar. Ahora lo de siempre: que España caiga otra vez en los separatismos (y con las «nacionalidades» aprobadas llegarán, seguro, las independencias. Cataluña y el País Vasco serán las primeras), en la corrupción (el caso Lerroux y el estraperlo serán cosa de risa por lo que ya estamos viendo y oliendo en esta Transición) y en la anarquía política barriobajera… Y yo me siento culpable… ¡groseramente culpable!… Ortega tenía razón: no es esto, no es esto… ¡Delenda est Monarchia!… La Monarquía se suicidó con la Constitución del 78. Jamás debió aceptar el Rey quedar sólo de árbitro. Un jefe de Estado no puede ser una figura decorativa. Fíjate ni siquiera la República cayó en eso. Alcalá Zamora y Azaña tenían, al menos, el poder de designar al Presidente del Gobierno y el de cerrar las Cortes y convocar elecciones generales. El Rey tuvo que «reservarse» esos derechos y, por supuesto, el veto a la participación de España en guerras exteriores. Ni tampoco debió aceptar que el Tribunal Constitucional cayera en manos de los políticos. Bueno, Merino, dejemos actuar al destino, esto ya no tiene remedio… ¡Hemos vuelto a perder otra ocasión histórica!… Dentro de unos días me voy a Londres, cuando vuelva te llamaré, quiero que leas algo de lo que tengo escrito… y sobre todo lo que estoy escribiendo ahora. ¡Que Dios me coja confesado!

–¿Cuando?, la Ley para la Reforma fue una jugada maestra.

–No, antes, cuando la proclamación como Rey de Juan Carlos. La proclamación tuvo que venir después de un Referéndum Nacional para que fuesen los españoles los que le aceptaran como Rey, que eso sí encajaba en las Leyes Fundamentales, y proclamarle después, pues así no hubiera sido el Rey de Franco, ni habría tenido las hipotecas que ha tenido, entre ellas las catalanas y vascas que dan ahora la cara con lo de las «Nacionalidades», y que llevarán a las «Independencias».

En fin, han pasado muchos años, tantos que el pobre Torcuato ya no está (murió de pena en Londres) , tampoco «Don Sabino» y el Rey Juan Carlos abdicó y dejó la Corona en la cabeza de su hijo, Felipe Vl… y ciertamente, como había previsto aquella mente privilegiada de Torcuato, aquella mañana ya es hoy, como ha demostrado el «procés» catalán que está poniendo contra la pared al Estado, al Rey y a la Monarquía.

Bueno, y por hoy tendría que cerrar la «Memoria Histórica», pero no me resisto a hablar del final de Torcuato (ni de otras reuniones en la que estuve presente por aquellos días con Fraga, Cruz Martinez Esteruelas y Federico Silva y la que celebraron Fraga, Blas Piñar y Gonzalo Fernández de la Mora, cuando se discutió la Ley Electoral y el sistema d’Hondt).

Ya el 26 de diciembre no asistió a la Sesión solemne, conjunta del Congreso y Senado, celebrado en el Palacio de las Cortes, en la que se celebró la ceremonia de la firma de la nueva Constitución. Fernández Miranda entendió, al verse privado del derecho a la palabra que le convertían en un parlamentario sin voz, sin derecho a expresarse. Además, consideraba que UCD lo había hecho voluntaria y consientemente en una actitud que contradecía todos sus principios sobre su confesión de un Parlamento democratico: maniobras formalmente legítimas pero que el fondo para él representaban un fraude. Así el hombre que encontró la herramienta jurídica para que España pasara de una Dictadura a una Democracia decide no sólo votar «NO» en el Referéndum, sino también no participar ni el la solemne ceremonia de la firma.

Espero que alguien reescriba algún día la verdadera Historia de la Transición, porque creo que la Constitución se debatió más en los «despachos» que en el Hemiciclo del Parlamento, donde los señores Diputados se limitaron a votar, (aunque creo que eso sigue igual, pero ahora con «despachos» enfrentados por «bloques» o «bandos»).

Autor

Julio Merino
Julio Merino
Periodista y Miembro de la REAL academia de Córdoba.

Nació en la localidad cordobesa de Nueva Carteya en 1940.

Fue redactor del diario Arriba, redactor-jefe del Diario SP, subdirector del diario Pueblo y director de la agencia de noticias Pyresa.

En 1978 adquirió una parte de las acciones del diario El Imparcial y pasó a ejercer como su director.

En julio de 1979 abandonó la redacción de El Imparcial junto a Fernando Latorre de Félez.

Unos meses después, en diciembre, fue nombrado director del Diario de Barcelona.

Fue fundador del semanario El Heraldo Español, cuyo primer número salió a la calle el 1 de abril de 1980 y del cual fue director.
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