Aplicándose la Ley Celaá: más idiotización, sumisión y adoctrinamiento progre, y donde las notas son emojis. Por Luys Coleto

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En la nueva Ley educativa –LOMLOE oficialmente, Ley Celaá para el vulgo– hay una asignatura paradigmática: «Atención Educativa». En ella está prohibido que los profesores enseñen nada. Y que los alumnos sean evaluados, claro. La asignatura neopedagógica y progresista perfecta. “Valores” le llaman a su basura ideológica: es inteligente y controla todas las materias y contenidos pero es un niño “facha», pues suspenso, es tonto pero es transgénero y progre, matrícula de honor. Un FEN (Formación del Espíritu Nacional en versión pijoprogre) a la inversa.

Mierda, más mierda

Ley Celaá, ininteligible y farragosa, embarullada y odiosa: vuelta de tuerca al destrozo educativo en Bozalistán, antigua España, durante el último medio siglo (con el progre franquista Solís dando inicio al desguace todo). La cochera de Drácula, con su ley aprobada a fines de 2020, en plena segunda fase del secuestro domiciliario covidicio (esta vez con su top: militaresco toque de queda). La totalitaria y liberticida ley sociata, empeorando la aciaga Ley Wert: una ley, la actual, que deviene siniestra escape room donde las notas son emojis.

Profesor, hogaño. Bur(r)ócrata: papeleo y más papeleo. Y el lenguaje mierdero, cómo no, más giros de tuerco: sostenibilidad, inclusividad, ecosocialmentente responsable, ciudadano global, suficientemente colaborativo… Y con sus correspondientes “ámbitos”, “perfiles de salida” o sus delirantes “indicadores de logro”. Sic.

Lo peor está por llegar

Sin notas. Ni cuantitativas. Ni cualitativas. Ni numéricas ni de ningún tipo. Una canción, un vídeo o un correcto comportamiento: apto para el aprobado. Y atentando, aún más, contra la demolida libertad de cátedra…

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Autor

Luys Coleto: Nacido en Bilbao, vive en Madrid, tierra de todos los transterrados de España. Escaqueado de la existencia, el periodismo, amor de juventud, representa para él lo contrario a las hodiernas hordas de amanuenses poseídos por el miedo y la ideología. Amante, también, de disquisiciones teológicas y filosóficas diversas, pluma y la espada le sirven para mitigar, entre otros menesteres, dentro de lo que cabe, la gramsciana y apabullante hegemonía cultural de los socialismos liberticidas, de derechas y de izquierdas.

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