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Se ha concedido el Premio Planeta a Carmen Mola y, a raíz de ello, se conoció la identidad de los tres autores que se escondían tras el seudónimo después del otorgamiento del premio, Jorge Díaz, Agustín Martínez y Antonio Mercero. El reconocimiento es merecido por los éxitos una trilogía de novelas policíacas que abarca LanoviagitanaLaredpúrpura y Lanena.

El Real Decreto Legislativo 1/1996, de 12 de abril, por el que se aprueba el texto refundido de la Ley de Propiedad Intelectual, regula la utilización de los seudónimos en tres preceptos. En primer lugar, el artículo 6.2 de la norma establece que, cuando la obra se divulgue en forma anónima o bajo seudónimo o signo, el ejercicio de los derechos de propiedad intelectual corresponderá a la persona natural o jurídica que la saque a la luz con el consentimiento del autor, mientras éste no revele su identidad. En segundo lugar, el artículo 14 señala que corresponde al autor el derecho a determinar si tal divulgación ha de hacerse con su nombre, bajo seudónimo o signo, o anónimamente. En tercer y último lugar el artículo 27 de la norma indica que los derechos de explotación de las obras anónimas o seudónimas a las que se refiere el artículo 6 durarán setenta años desde su divulgación lícita, pero, cuando antes de cumplirse este plazo fuera conocido el autor, bien porque el seudónimo que ha adoptado no deje dudas sobre su identidad, bien porque el mismo autor la revele, los derechos de explotación de la obra durarán toda la vida del autor y setenta años después de su muerte o declaración de fallecimiento.

Antonio Mercero declaró: «No sé si el seudónimo femenino vende más que el masculino, no tengo ni la más remota idea, pero no me lo parece». Luego se añadió: «No nos hemos escondido tres detrás de una mujer, sino detrás de un nombre». Ciertamente, esa afirmación no es totalmente exacta y, en los tiempos actuales, puede suponer un reclamo mayor por las ganas que, desde los poderes públicos y muchas grandes entidades del sector privado, se tiene de promover la mayor visibilidad de la mujer. En el caso de los poderes públicos se puede achacar ello a una cuestión política; en el caso de las entidades del sector privado se puede atribuir esa planificación a la mejora de imagen que supone y al aprovechamiento de una tendencia que, sin ser negativa, se puede calificar como una inversión total del paradigma del mundo de la literatura, en el que eran las mujeres las que se escondían tras un hombre para poder acceder al mundo de las publicaciones.

Habrá personas que, con razón, se pueden quejar de los incentivos a favor de determinados colectivos por el mero de hecho de pertenecer a uno de ellos. No obstante, para acabar con esa tendencia debería romperse con la historia y saber valorar la calidad de las aportaciones realizadas por las personas, sin tener en cuenta su identidad, su sexo, su nacionalidad, su raza o su opinión, algo que, lamentablemente, parece prácticamente imposible de lograr a raíz de la gran cantidad de intereses que hay en juego.

 

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REDACCIÓN