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12º En la España de Franco, se multiplicaron los kilómetros de carreteras en toda la nación, surgieron las primeras autopistas y autovíaslas infraestructuras construidas superan globalmente  y de modo claro a las del período democrático (solo pródigo en ellas en el período de Aznar y gracias a dinero foráneo del que Franco jamás pudo disponer), es decir, sumando puertos, aeropuertos, canales, puentes, túneles, vías férreas, estaciones de ferrocarril, infraestructuras rurales (los tan famosos pantanos, centrales hidroeléctricas, centrales térmicas, centrales nucleares, silos, regadíos, acequias, etc.), reforestación y recuperación de masa forestal, instalaciones militares, recuperación del patrimonio artístico (pinturas, esculturas, bibliotecas y fondos bibliográficos con valor incalculable, etc.) e histórico (catedrales, iglesias antiquísimas, conventos, monasterios, edificios históricos, restauración de ruinas, etc.) En la España de Franco se construyeron millones de viviendas, hospitales, centros de salud, colegios, institutos, universidades, universidades laborales, escuelas politécnicas, centros deportivos y polideportivos, estadios, un equipamiento urbano magnífico para su época, redes eléctricas abastecedoras de la totalidad de municipios, redes de teléfonos que no desmerecían las de los países más avanzados entonces, redes de saneamiento excelentes, etc. Y todas estas infraestructuras contribuyen en gran medida al PIB actual, aunque las placas conmemorativas de la construcción se arranquen e incluso se sustituyan por las de gobiernos democráticos antifranquistas por si cuela (como hicieron en la II República y las famosas escuelas «construidas», que no eran otras que las de los expulsados jesuitas, franciscanos, marianistas, etc. sin crucifijos ni imágenes de Jesucristo, la Virgen María y los santos y santas, prohibidos por los anticristianos de Azaña)¿Se divisa la placa de los hospitales de Madrid, Barcelona y otras ciudades que se construyeron durante el franquismo, aún hoy? ¡Claro que no! La verdad no es demócrata, señores. 

 

En la España democrática, también se han construido infraestructuras con dinero de la UE (autopistas, equipamiento público diverso, incluidas las ruinosas radiales y aeropuertos para un solo avión al año hasta en ciudades pequeñas, despilfarros que claman al Cielo, etc.), aunque el dinero público se ha dedicado más a «actividades culturales» (adoctrinadoras en realidad), subvenciones para la compra de votos a todos los niveles, financiación de la corrupción, etc. Aún así, los museos de mayor prestigio internacional ya existían y fueron restaurados y recuperados por el régimen franquista (recordemos que los rojos robaron incluso la totalidad de las obras del Museo del Prado y tienen la desfachatez hoy de decir que Alberti, el criminal delincuente de arte mayor de la historia de la humanidad, trató de «ponerlos a salvo»). La actividad demoledora, que tanto gustaba al citado Azaña, ha prevalecido sobre la constructora (incluso hoy amenazan, como el terrorista anarquista genocida atraca bancos Durruti en sus «mejores» días respecto al patrimonio histórico en pie en 1936, (no se pierdan una de sus últimas entrevistas), con demoler hasta la Santa Cruz del Valle de los Caídos, el símbolo cristiano de agradecimiento a Dios por librarnos del comunismo en España, que todo «buen» demócrata, marxista o liberal conservador no puede soportar contemplar, quizá porque no les guste la idea de ir al Infierno al término de sus miserables días de maldad como nos han revelado santos y santas de todos los tiempos para los que rechazan a Dios, es decir, ellos en la actualidad).  

 

13º En la España de Franco y, en comparación con tres de los países más ricos de Europa y del mundo, Alemania, Francia y UK, el PIB per cápita en PPA (principal medida macroeconómica del crecimiento económico a largo plazo, de «consecuencias estremecedoras para el bienestar de la humanidad», como afirmaba el premio Nobel de economía de 1995, Robert J. Lucas, excelente economista neoclásico) estimado español, partió de un 35% del PIB per cápita medio en PPA de esos tres países citados en 1939, aproximadamente (las cifras macroeconómicas son estimativas para antes de 1964, fecha en la que el INE ofrece las cuentas anuales de la economía española). En 1975, esa cifra pasó a superar el 82%, es decir, lo que los economistas llamamos CONVERGENCIA, es un fenómeno que solo se ha producido en España, con respecto a los países más ricos del mundo (USA también), durante el período de Franco. Nunca antes ni después, al menos en tan corto espacio de tiempo y tan intensamente. Además, la tasa de crecimiento del PIB en términos reales acumulativa superó el 4% en los terribles años 40 (mientras en casi toda Europa se recogían cascotes y se enterraba muertos, sobreviviendo del Plan Marshall del que España fue excluida miserablemente), el 5% en los excelentes años 50 (decenio «bisagra» y de crecimiento industrial naciente), el 6,5% en los años 60 (los del «desarrollo» o modernización) hasta mediados de los 70. España se convirtió en el 8º país más rico de la tierra (y a buen seguro que de los 7 que nos precedían, bien podía decirse de algunos que su situación era muy dudosa respecto a la nuestra). España pasó a ser una economía moderna industrial y de servicios durante el régimen de Franco, nunca antes, y su éxito solo fue superado, aparentemente, que no realmente, por Japón, beneficiado mucho más que el resto de países europeos con el citado Plan Marshall (a Japón se le permitió llevar una política comercial asimétrica, proteccionista con respecto a las importaciones procedentes de los demás países y permisiva para sus exportaciones a USA. Esta política privilegiada, para ganar aliados de cara a la guerra fría y que permitió el despegue del propio Japón y de los llamados 4 tigres asiáticos, aún hoy le cuesta mucho a USA desmontarla, con el consiguiente perjuicio para la nación nipona, que ya no es lo que era). El déficit público jamás pasó de ser transitorio, la deuda pública era reducidísima y controlada por el Banco de España, la tasa de paro apenas llegó algún año al 5% de la población activa, con incorporación creciente de las mujeres al mercado laboral y sin merma en el crecimiento de los salarios en términos reales (los españoles pudieron acceder, cada vez en mayor proporción, a bienes que antes no hubiesen podido soñar: casas o pisos en ciudades, vehículos, electrodomésticos, sanidad, enseñanza primaria, media y universitaria de la más alta calidad mundial, vacaciones en la costa mediterránea, una variedad creciente de artículos de consumo que mejoraron la alimentación y el vestuario, como en cualquier otro país avanzado, etc.), la tasa de inflación anual siempre estuvo controlada, la conflictividad laboral era muy limitada por mucho que se trate de sostener lo contrario. El tan manipulado éxodo económico de españoles a Francia, Alemania, Bélgica, Suiza, etc., fue mayoritariamente de hombres poco cualificados, cuantitativamente poco significante en relación a la población activa y, sobre todo, muy breve (la mayoría volvía al cabo de pocos meses, pocos se instalaron definitivamente fuera). La libertad económica era realmente envidiable, había una notable movilidad de factores de producción dentro de nuestra patria (que suponía una mejora en la eficiencia productiva considerable), como hoy reconocen no pocos empresarios cada vez con menos complejos. El mercado nacional estaba realmente unificado y no existían trabas, ni dificultades fiscales ni administrativas ni políticas ni privilegios empresariales en función de la ubicación de la actividad, como debe ser. Y prueba de todo esto era la enorme cantidad de multinacionales que vinieron a España con sus inversiones directas, amparadas en una seguridad jurídica inigualable en el mundo (factor crucial número uno para la prosperidad económica), incluidos sus países de origen, y que aún hoy dan trabajo a millones de empleados directa o indirectamente a través de miles de industrias auxiliares (Renault, Citroen, Ford, Phillips, Michelin, etc.) después de que aquellos brillantes ministros (estos sí, no como los gañanes tuercebotas de las últimas 4 décadas) falangistas y del Opus Dei (nunca se olvide esto) elaborasen y llevaran a la práctica el magistral Plan General de Estabilización Económica de 1959la mejor combinación de medidas económicas en nuestra historia, que hizo pasar a los españoles de una prosperidad considerable, aunque limitada, a convertirse en pobladores de una nación rica, sana, alegre y avanzada, con oportunidades para todos y con una apertura exterior adecuada, sin perder soberanía, sin subordinaciones ni hipotecas que a nadie debíamos. En aquella España de Franco era mucho más fácil montar una empresa, ganarse la vida trabajando como asalariado, prosperar económicamente sin hacer daño a nadie y mejorar sin que nadie pusiera trabas arbitrarias monopolizando el poder económico (los únicos monopolios eran de carácter público y aportaban beneficios suficientes para financiar el gasto público necesario sin sangrar a los españoles con impuestos o carga de deuda pública). El sistema fiscal consistía en una «contribución» o especie de IBI, aranceles e impuestos indirectos sobre determinados consumos como el alcohol, el tabaco, los bienes de lujo, etc., sin impuesto sobre la renta de las personas físicas, ni impuesto sobre el valor añadido, ni impuesto de sociedades, ni impuesto de sucesiones y donaciones, ni impuestos regionales o locales que hoy padecemos como forma de requisa y que son fuertemente regresivos, por más que a los intervencionistas de todo signo les sangre hasta la lengua de decirnos lo contrario, es decir, lo que es mentira interesada. El Estado, reducidísimo en comparación al actual, tanto en volumen de gasto e ingresos, como en grado de intervencionismo (en contra de lo que habitualmente se suele sostener, el Estado jamás llegó a gestionar el 20% del PIB, y acaso ni siquiera el 15%, especialmente después de dejar atrás la autarquía impuesta, que no buscada) y disposiciones legales, como en número de funcionarios (todos ellos de carrera tras un exigente proceso de selección mediante oposición que permitía acceder a la función pública solo a los mejores), se financiaba fundamentalmente mediante precios (de empresas públicas, como la Telefónica, Campsa, Iberia, etc.) y tasas públicas, con lo que se respetaba más que nunca el libre albedrío del consumidor, del ahorrador, del inversor, del innovador, del emprendedor y de todo agente e institución de la economía. En la España de Franco, las prácticas empresariales se caracterizaban por una honradez y profesionalidad hoy prácticamente inexistentesLa palabra de un hombre tenía tanto valor como la honra personal y familiar, por lo que las deudas se pagaban a rajatabla, los contratos se cumplían, las quejas se atendían, los defectos o anomalías se subsanaban, los empresarios y trabajadores se responsabilizaban y se esforzaban verdaderamente en el cumplimiento del deber, en hacer un buen trabajo. Y aunque todo esto suene a primitivo, la confianza, como todo hombre de negocios sabe mejor que nadie, es una de las bases para que toda economía pueda ser próspera. Las mejores empresas del mundo han perdurado en el tiempo gracias a la confianza que los consumidores han depositado en ellas por su excelente producto o servicio año tras año. Simplemente, ¿cuántas grandes empresas de prestigio de hoy, en porcentaje, ya existían en la época de Franco? 

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En la España democrática, y en comparación a Francia, Alemania y UK, a día de hoy, el PIB per cápita en PPA, no supera el 67% del medio de esas tres naciones, con lo que se ha producido el proceso inverso, el de la DIVERGENCIA: cada vez somos más pobres en comparación a los países más ricos del mundo (no digamos con respecto a USA). ¿A quién creían ustedes que benefició, pues, la entrada en la UE, antes CEE?¿Y la democracia? Efectivamente, a Francia, a Alemania, al UK, a USA, a nuestros políticos y sindicalistas, etc. ¿Y a España? No a España le «han dado» pero bien todos esos. Hoy, España, no está ni entre los 15 países más ricos del mundo. Pero, ¡claro!, hoy somos una democracia (ese ídolo abominable), y eso es lo único que importa, al menos eso dicen nuestros políticos a los que tanto se les vota y se les sigue votando, y se seguirá votando aunque nos traigan nuestra condena a muerte en sus bocas. La España democrática ha logrado situar el crecimiento económico medio acumulado en los últimos 45 años por debajo del 2% del PIB (más del 5% durante los 36 años anteriores, los de Franco), con un máximo durante el gobierno liberal conservador de Aznar, un poco más del 4,7% (y eso en buena medida tras su gran proceso privatizador o «desamortizador», muy superior, aunque no tan grave de momento, al del infame Mendizábal y al del infame Madoz ambos en el s. XIX, (la «desamortización de Aznarzabal» cabría decir) que puso en manos de sus amigos ricos y de los enemigos de España las grandes empresas públicas de las que hoy solo disfrutan sus beneficios los políticos y sus «jefes» multimillonarios, que han desviado los dividendos del ahorro de impuestos a los pobres a las abultadas cuentas bancarias de los accionistas. Todo ello muy típico de liberales conservadores, nunca en paro, nunca sin un duro, nunca sin privilegios, nunca con Jesús, pobre y virgen, que no tenía donde apoyar la cabeza). Pero estamos en democracia, señores, y eso es lo que importa (libertad, libertad, chiquilla libertad). ¿Y qué decir de la tasa de paro media en estos 45 años? Pues miren un 15% y con trampas de maquillaje político «contable» (ocultación de decenas de miles de parados tras falsos cursos de formación, jubilaciones anticipadas, etc.). Y todo ello gracias a la reforma socialista de 1984, esa que creó un mercado de trabajo dual, el primario y bien retribuido para socialistas y comunistas amparados por sindicatos rojos y terroristas, y liberales y conservadores amparados por logias masónicas más o menos encubiertas, y el secundario, el de los salarios bajos, trabajadores temporales, las ETT, la «precariedad» y de los que no tenemos más adscripción que la de ir a misa, los castigados por rechazar furiosamente a aquél que nos proponía «Todo esto te daré si postrándote ante mí, me adoras». ¿Y qué decir de la deuda pública, hoy incontrolada? Mayor que todo el PIB anual, con poca capacidad de devolución futura y que pagaremos los más pobres en un futuro próximo, como siempre, cuando el Estado quiebre, se deje de pagar pensiones y nóminas a funcionarios y se suspenda el servicio de la deuda, y sus irresponsables generadores y saqueadores de España, los políticos, sindicalistas y depravados empresarios, se pongan a buen recaudo en exilio dorado del modo más completamente impune con compra incluso de jueces extranjeros para prevenir extradiciones (¿Recuerdan ustedes a Juan Negrín, a don Inda, a Diego Martínez Barrio, a Hidalgo de Cisneros, a Rafael Alberti, etc.? ¿Y actualmente Carlos Pico del Monte, Ana Gabriel, etc.?. Pues eso). ¿Y esto lo va a cambiar VOX, los valientes demócratas de derechas (conservadores y liberales de toda la vida), con mayoría absoluta? JA, JA, JA, JA, qué chiste más bueno, de humor macabro, claro. La España democrática ha pasado de la «sequía pertinaz» de un año o dos, al desempleo forzoso pertinaz de por vida y sin posibilidad de solución (salvo victoria en nueva cruzada), es decir, al «hambre como arma política» de Lenin aplicada a la España actual, con el mercado de trabajo más rígido del mundo, que no de Europa, del mundo. Un mercado de trabajo dominado por caciques patronales señoritingos tipo Gil Robles y Alcalá Zamora (que buen partido sacan del chantaje a sus empleados y, sobre todo, de la barrera a la libre entrada en competencia que suponen las rigideces) y terroristas sindicales genocidas y marxistas tipo Largo Caballero y Buenaventura Durruti (ese asesino dinamitero asalta-bancos, colectivizador de lo ajeno hasta agotar hasta la semiente, juerguista revolucionario provocador de hambrunas infrahumano, etc., que decía a periodistas extranjeros no importarle convertir España en un solar de escombros, patrimonio histórico incluido, el colega de los que destruyeron Irún y otras muchas localidades en su táctica de tierra quemada, copiada por Stalin, cuando huían a la desbandada, motivo por el que Franco no prosiguió con la toma de Madrid hace ahora 83 años, y no otros esgrimidos embusteramente por propaganderos rojos y demócratas) en el que los parados tipo Adolf Hitler en Viena (el que se está construyendo ahora, otra vez), no tienen ni la más remota capacidad de influir, no estando nunca presentes en las negociaciones colectivas, instrumento terrorista de boicot a la vida de los outsiders, los más pobres. Pero esto es una democracia, y Hitler y Franco son «oficialmente» muy malos. En la España democrática el déficit público es recurrente, hasta tal punto que el superávit primario (exceso de ingresos sobre gastos públicos, de todas las administraciones, incluso de aquellas en manos de locos antiespañoles y desequilibrantes a más no poder) es engullido por los miles de millones de euros de intereses de una deuda incontrolada que solo redundan en bien de los más acaudalados, dueños de las participaciones en los fondos de inversión que invierten en renta fija (bonos, incluidos los basura de las autonomías, (una ruina para los más pobres, que solo pagan impuestos y ni huelen los intereses desmesurados por el riesgo de éstos), salvados por el Estado que avala a terroristas antiespañoles que se endeudan con ellos; obligaciones y letras del tesoro, repos, etc.), generando aún más deuda neta¿Se dan ustedes cuenta de que esto hace aún más regresivo el sistema tributario confiscador socialista actual que supuestamente estaba concebido para corregir las desigualdades de renta y riqueza y no hacen más que agrandarla?¿Cuantas décadas más necesitamos para rechazar la mentira de esos economistas keynesianos marxistas o liberal conservadores vendidos a las treinta monedas de plata de la democracia que nos dicen hasta reventar que los impuestos reducen la desigualdad, amparándose en la ignorancia  respecto a la macroeconomía de la mayoría? En la España democrática, el éxodo laboral afecta muy mayoritariamente a personas altamente cualificadas y en una proporción creciente de la población, nunca antes conocido, con estancias y arraigo en el extranjero mucho más acusado que durante el régimen anterior. Pero esto es democracia y globalización, es decir, lo malo para España, lo bueno para fuera. La España democrática es un país estructuralmente muy endeble, con un sector construcción redimensionado a la baja (aunque construya las principales infraestructuras en el extranjero), un sector agrícola semi-público superviviente gracias a la Política Agrícola Común y sus subvenciones (incapaz de innovar y de sobrevivir sin ayudas públicas en su mayoría, para compensar su ineficiencia y falta de competitividad), un sector turístico que sobrevive milagrosamente a todos los ataques de boicot antiespañol y sindical, un sector industrial en franco retroceso y en vías de extinción, cada vez más subvencionado y en manos de capital extranjero y un sector servicios que es mayoritariamente el sector público que la opacidad de la corrupción nos impide calibrar. ¿Alguien puede creerse que solo existen 3 millones de funcionarios (muchos de ellos «de libre designación» y totalmente improductivos, pero muy onerosos) en España, entre todas las administraciones? Hoy, aproximadamente el 50% del PIB es controlado directamente por los gobiernos, central, regionales y locales. Es imposible cuantificar el control indirecto. España, como la mayoría de países de occidente, se encamina hacia su sovietización, sin ni siquiera mirar la catástrofe que esta deriva provocó, no ya en países comunistas, sino en los socialdemócratas países escandinavos. Pero a los liberales y conservadores esto les da igual, ellos buscarán amparo en la tierra y los dominios de Trump. La pobreza creciente «no es su asunto», nunca lo fue, salvo en las elecciones y sólo de boquilla. Sólo entonces se acuerdan de la tasa de paro que ni les afecta en lo más mínimo ni con el meñique quieren alterar liberalizando el mercado de trabajo. El sistema fiscal es requisatorio (ningún impuesto puede ser calificado de otro modo que de robo, y robar es pecado haga quien lo haga), regresivo en grado sumo (el tipo impositivo medio, cociente entre la carga de todos los impuestos y cotizaciones a la estafa de la seguridad socialista, dividido entre la renta neta de cada persona (incluyendo intereses de deuda pública para los que la tengan, los ricos) crece a medida que el sujeto evaluado es más pobre, hasta el punto de ser infinito en el caso de los que tienen una renta de 0 euros al mes y viven de la caridad), generador de privilegios (las deducciones sobre las bases imponibles y cuotas benefician siempre a los grupos de presión, los poderosos, sean cuales sean, nunca a los más pobres que no pueden contratar planes de pensiones ni deducirse por ciertas inversiones o donaciones), y, lo que es más grave, desincentiva el esfuerzo y la oferta de trabajo (desincentivo mayor cuanto menor sea el salario esperado del trabajo, por eso no se recogen las fresas ni las aceitunas), desincentiva la inversión y el emprendimiento, desincentiva la innovación tecnológica (crucial para el crecimiento a largo plazo y el bienestar material), desincentiva el ahorro (ya me dirán ustedes lo que vamos a crecer en las próximas décadas si todo sigue igual, si seguimos siendo conservadores fiscales), distorsiona las decisiones económicas e incluso la elección de profesión, genera ineficiencia a todos los niveles, e incentiva los sobornos, la corrupción, el «fraude fiscal» (incluso el de los manteros), la economía mal denominada «sumergida» (la verdadera economía normal y valiente, sin rendir tributo a bandidos de la hacienda), la fuga de capital a «paraísos fiscales» (ojalá España lo fuera), Gibraltar incluido (¿realmente interesa recuperarlo a los ricos conservadores y liberales?¡ni de coña!), y, si Dios quiere, la insumisión fiscal (¿no la había a la hora de defender España haciendo la mili?), que es lo que habría que atreverse a llevar a cabo para contener tanto despilfarro y chiringuito o pocilga de delincuentes, pues no deberíamos dejarnos robar y hay que acabar con esta sangría arbitraria de mangantes sin escrúpulos (quien quiera un bien público, que pague su precio o su tasa, (bajos y de alta calidad si hay adecuada competencia libre y limpia) y quien quiera impuestos que los pague de su bolsillo, donando libremente su cuantía, eligiendo libremente periodicidad y destino, y no exigiendo hipócrita y fariseamente a los demás que paguen más, queriendo ellos pagar menos o sugiriendo que si no se les obliga, no pagan, como si fueran niños. Si tantas personas están a favor de pagar impuestos, ¿qué problema hay en suprimirlos y sustituirlos por donaciones voluntarias, tanto monetarias como en especie, es decir, horas de trabajo, activos, bienes, etc., libres en cuanto a cuantía, periodicidad y destino? ¿O es que queremos que paguen los demás más y nosotros beneficiarnos pagando lo mínimo? Con unas donaciones del 10% del PIB, el diezmo estatal, sobraba para las necesidades de todos sin generar privilegios, y, además ya va siendo hora de ser responsables y no irresponsables bajo el yugo paternalista del gobierno de ladrones y corruptos de turno, que son los que han de pagar, tras Causa General, los desmanes que han provocado en cuatro décadas). Y la España democrática ha dejado de ser un mercado único, donde todas las empresas y ciudadanos estén sometidos a las mismas leyes. La legislación, de una obscenidad arbitraria repugnante, obedece a las cesiones de los ladrones en el poder nacional o regional, con su ejército de policías fiscales y armados al servicio, no de España y de los españoles, sino de la checa tributaria nacional o regional que paga sus nóminas. Y todo ello con una incertidumbre creciente que en nada beneficia a las empresas que aún quedan en pie y con una estigmatización de los pocos empresarios ejemplares católicos que no se someten a la dictadura democrática progre marxista con connivencia liberal conservadora y que incluso son criticados por donar caritativamente en bien de la sanidad de los más pobres (sin alardear de ello, como buenos católicos, y denunciados públicamente por los enfermos de odio y envidia que, no haciendo más que el mal contra los más pobres, no pueden soportar que alguien sea bueno en el sentido cristiano del término, aunque el tiro les salga por la culata al comprobar que la gente no es tonta y, por lo tanto, acaban haciéndole una publicidad estupenda sin coste para el donante no fariseo). Hoy, por desgracia, la confianza en las empresas apenas existe, los empresarios no son de fiar en su inmensa mayoría. Buscan el pelotazo incluso con subvenciones, concesiones públicas, contratos y dinero público, que constituyen, cada vez más su principal fuente de ingresos. La economía de las empresas ha derivado en el cortoplacismo del chiringuito y en el desprecio por la honradez, la honestidad, el producto de calidad y el buen servicio al cliente. Y no digamos ya el desprecio que se tiene por la conducta moral, propio de auténticos mercaderes sin escrúpulos. Se busca, con cada vez más frecuencia, engañar con la publicidad y desaparecer con el botín robado. En fin, ¿qué pensábamos que era la democracia? ¿Cómo era aquella canción de los Ronaldos en la que nos lo decía a la cara…? 

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