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Todavía hoy sigue siendo un reto adentrarse en la lectura de los manuscritos de Gonzalo de Berceo, representante máximo del mester de clerecía y no sólo para los eruditos. Aunque con una recomendación: hágase siempre con ediciones que incorporen un traductor del vocabulario del román paladino y no se pierda ninguna de las múltiples acepciones que adornan sus escritos.

Empecemos, por ejemplo, con los Milagros de Nuestra Señora. Pero antes, permítanme que les comente una anécdota. En las veintiocho ediciones de los Cursos Internacionales de La Rioja, con sede en la ciudad de Santo Domingo de la Calzada, para adultos belgas, franceses, alemanes y de otras procedencias centroeuropeas, me correspondió impartir la clase sobre el nacimiento del castellano a los alumnos superiores, en conocimientos del idioma español o con títulos universitarios. En la primera clase, del primer día de los cursos, tras presentarme a un grupo de cerca de veinte alumnos, comencé con estas palabras:

En el nomne del Padre, que fizo toda cosa,

et de don Ihesuchristo, fijo de la Gloriosa,

et del Spíritu Sancto, que egual d’ellos posa,

de un confesor sancto quiero fer una prosa.

 

Quiero fer una prosa en román paladino,

en qual suele el pueblo fablar a su vecino,

ca non so tan letrado por fer otro latino:

bien valdrá, como creo, un vaso de bon vino.

Observé que los alumnos, mirándose unos a otros, mostraban gran extrañeza por mis palabras. Tras un controlado silencio, añadí: “Acaban ustedes de escuchar cómo se hablaba nuestro idioma en el siglo XIII, según nuestro primer poeta, Gonzalo de Berceo”. Más tarde confesarían que algunos alumnos estuvieron tentados de santiguarse, por creer que iniciaba la clase con una oración y que no lo hicieron porque no terminaron de entender del todo mis palabras; lo del “vaso de bon vino” no les creó mayores dudas.

Aunque desconocemos muchos datos de la biografía de este gran autor medieval, sabemos que vivió entre 1195 y 1264, que fue clérigo secular en el monasterio de Suso, en la localidad riojana de San Millán de la Cogolla, y que inició su actividad literaria hacia 1230, como dijimos antes vinculado al mester de clerecía, escuela literaria que emplea la cuaderna vía o cuartas de versos alejandrinos monorrimos, con preferencia de la temática religiosa, bíblica o inspirada en la épica nacional, al ser el representarse más antiguo y destacado de esta corriente.

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Los Milagros de Nuestra Señora reúne una colección de 25 narraciones, introducidas por una alegoría en la que el poeta se presenta como romero descansando en un prado, como en la tradición mariana europea; sigue el relato de Teófilo quien, después de entregar su alma al diablo, recurre a la Virgen para que le ayude a salvar su alma.

Este clérigo tuvo que ser un hombre culto: sus Milagros responden a la traducción de un original en lengua latina; pone al servicio del arte popular su inspiración y su estilo, con la intención de que llegara al pueblo llano el sentido de lo religioso, tratando de mantener la atención de los lectores con recursos de humor.

La sencillez con la que escribe Gonzalo de Berceo no significa que ignorase las técnicas literarias más complejas; la claridad y realismo ingenuo de sus escritos, constituyen la originalidad de este autor, que se contraponen a otros Milagros, ideados como piezas dramáticas breves y como expresión anímica de algunos personajes, repletos de riqueza creativa, según confirman los estudiosos de este clérigo, que nunca fue monje emilianense.

Esta breve reseña constituye una invitación para redescubrir a nuestros clásicos, y si tiene predilección por nuestro rico vocabulario medieval, con más razón todavía.

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REDACCIÓN