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Estimado Serrano Barberan: te imagino como a alguien que se esfuerza en agradar a otra persona, más por adularle que por el afecto o respeto que le profesa con el único fin de sacar provecho. Para describirlo muchos hispanohablantes hoy dirían que estas haciendo la rosca o la pelota. En ambos casos se alude sutilmente a dos formas de atraer a alguien con ardides y lisonjas, pero con notables diferencias. Así, el origen de ‘hacer la rosca’ hay que buscarlo en otra expresión más completa, ‘hacer la rosca como los pavos’, en alusión a la costumbre que tienen estos bichos de abrir sus plumas y enroscar su cuerpo en el cortejo para atraer a las hembras. Por lo que respecta a ‘hacer la pelota’, parece seguro que es una locución acuñada en los bajos fondos y el mundo de la delincuencia mas acorde con tu personalidad. Probablemente se refiere al sobeteo y adulación con que las prostitutas atraían a sus clientes. Y es que en aquel tiempo en el que el fútbol no se había inventado aún, una pelota no era un balón, sino la chica que tenía a su servicio el pelote, rufián al que hoy llamaríamos chulo, y que la explotaba sexualmente viviendo del dinero que le daban los clientes.
También es posible ‘dar coba’ a alguien ofreciéndole halagos de forma engañosa o fingida, y en este caso estaríamos ante otra expresión que se fraguó entre delincuentes y hampones, tampoco lejanos a tu comportamiento. La palabra ‘coba’ deriva del antiguo verbo ‘cobar’, con el sentido -hoy perdido- de empollar las gallinas, pues procede en última instancia del latín cubāre (acostarse), compartiendo raíz con ‘incubar’. Pero en germanía pasó a designar a la moneda de un real y, en general, a una cantidad de dinero indeterminada, lo que antiguamente también se conocía en el mundo del hampa como ‘gallina’. Esta idea que conecta el incubar de la gallina y la gallina como acepción jergal de dinero, unido a la posibilidad de que coba sea metátesis o trasposición silábica de boca, pudo ser el germen de que ‘dar coba’ se entendiese no sólo como el arte de sobornar con dinero, sino propiamente engañar con la palabra -con la boca- embaucando al más pintado, siguiendo un procedimiento habitual en el habla de germanía: darle la vuelta a las palabras para que no se entendieran por los demás.
Pero hay otra locución cuyo enigmático origen te viene al dedillo para señalar esa actitud servil que muchos exhiben ante sus superiores, o ante personas de las que uno depende o están por encima de nosotros en rango e importancia y que tú cultivas, también en tus subordinados para contigo: ‘bailar el agua’. Bailar el agua es lo que hace el yerno lisonjero para agradar a un suegro del que espera un sustancioso regalo o el aprendiz de político que pega carteles como un descosido para contentar a su candidato en campaña electoral. Pero también es posible bailarle el agua a alguien con quien se tiene una relación de afecto o cariño, adelantándose a sus deseos más inmediatos, como cuando un estudiante que saca malas notas lava el auto de su progenitor intentando congraciarse con él o el novio anticipa a su chica con halagos algo que ella anhela a toda costa.
¿De dónde viene esta frase tan extraña? ¿Cómo es posible que alguien pueda hacer que el agua dance en una impensable coreografía a nuestros ojos, con el propósito de dar cumplimiento a nuestro deseo y hacernos la vida más agradable? Como veremos, la explicación viene de tiempos muy antiguos, pero tiene su lógica, aunque hoy se haya perdido todo atisbo de significado razonable. Se trata de un proceso similar al de la expresión ‘dorar la píldora’, que viene a decir lo mismo, y del que no hace falta hablar.
Lo explica en pleno siglo XVII Sebastián de Covarrubias en su Tesoro de la lengua castellana o española cuando escribe que bailar el agua delante de uno es servir con gran diligencia y prontitud. A continuación, aclara que tal expresión se tomó de «la manera de hablar de las criadas que, en tiempo de verano, cuando sus amos vienen de fuera, refrescan las piezas -esto es, las estancias- y los patines -los patios- con mucha presteza, y el agua va saltando por los ladrillos y azulejos, que parece baila». Covarrubias describe el zigzaguear del agua por las solerías y alicatados de la casa que pareciera bailar, como metáfora para aludir al actuar de las criadas con diligencia y agrado.
Y, por si esto no fuera suficiente, en el capítulo IV parte 2ª de El Quijote Sancho Panza le dice al Caballero Andante: «Pero sobre todo aviso a mi señor que si me ha de llevar consigo ha de ser con condición que él se lo ha de batallar todo y que yo no he de estar obligado a otra cosa que a mirar por su persona en lo que tocare a su limpieza y a su regalo, que en esto yo le bailaré el agua delante». Lo que en aquel tiempo sólo aludía a una buena disposición para agradar a los demás, con el paso de los siglos cobró el sentido de hacerlo de una manera fingida e incluso poco leal como parece ser el caso. Como curiosidad, en El Salvador bailarse es engañar, haciendo que lo falso parezca verdadero, ¿te suena?
No es esta la única expresión coloquial en español que nos hace mover los pies, aunque sea de forma metafórica. Cuando queremos comparar a alguien con otros en cualquier vicio o cualidad negativa solemos exclamar ‘¡otro que tal baila!’. Y para rematar este animado bailoteo idiomático, si pierdes algo bueno en esta vida, pero te queda la satisfacción de lo que ya has vivido o disfrutado, lo mejor es que grites al mundo: ‘¡que me quiten lo bailado!’; y lo que me queda por bailarte a ti y a tus criadillas verdes.
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