21/11/2024 12:01

Según su rutina habitual, el profesor T se dirigía al trabajo en un tren de Cercanías; y como en él era costumbre, nada más tomar asiento, se enfrascaba en sus lecturas. Así, no sólo satisfacía su gusto con una ocupación útil, sino que se ahorraba la visión y eventual análisis del pintoresco entorno que solía acompañarle durante el largo trayecto. Y en éstas se hallaba leyendo cuando una voz femenina le interpeló. –¡Eh! ¡Hola! –dijo ella. Era H, su nueva compañera de departamento, que, acto seguido, tomó asiento a su lado con ganas de hablar.

T la saludó cortésmente y, señalizando la página y cerrando su libro, se avino resignado a intercambiar unas palabras con la señorita… Por supuesto, T no tenía ningún interés en charlar con nadie, y menos, como se temía, en sostener la típica conversación intrascendente plagada de lugares comunes… Aunque lo que temía iba a ser charla de circunstancias devino rápidamente en monólogo de su interlocutora, deparando, contra su voluntad, una situación tan incómoda como instructiva. H constituía un acabado ejemplar de “mujer de su tiempo”, encarnando lo que, dicho de otro modo, podría considerarse como una perfecta muestra andante de los efectos y desperfectos de la LOGSE. T sintió un escalofrío al observar que ella exhibía unas piernas peludas y, entendiendo rápidamente lo que aquello significaba, se esforzó por no hacer visible su malestar. Sin duda, aquellas extremidades suponían un “gesto” de “independencia” y “rebeldía” frente a las convenciones sociales “impuestas por el heteropatriarcado”… como su inefable propietaria tuvo a bien aclarar a los pocos segundos de forma por completo innecesaria. H se manifestó inmediatamente como la activista que era, sometiendo a T a lo que podría decirse su “discurso de castigo” habitual: que si la mujer debía pelear “por la igualdad” y “sus derechos arrebatados”; que todavía había “muchas razones para la lucha”, muchísimas “compañeras” sometidas al yugo opresor del patriarcado, y que había que corregir –o más bien, vengar– siglos de “tiranía machista”. T no podía leer y H no paraba de hablar, propugnando su derecho a adoctrinar libre e impunemente a los niños del instituto a los que daba clase. Como bien se encargó de subrayar, en sus explicaciones sólo se servía de modelos femeninos, manifestando con orgullo que reivindicar pintoras, ilustradoras, fotógrafas y, en general, mujeres artistas, no sólo era una postura legítima sino un acto “necesario” de militancia feminista para “combatir” siglos de explotación.

T intentó intervenir en varias ocasiones preguntándole cuáles eran los derechos de que carecía ella por el hecho de ser mujer… pero H proseguía su monólogo citando de carrerilla toda la retahíla de figuras de la causa feminista, el “largo camino recorrido”, los “logros alcanzados” y aquellos todavía “por alcanzar”, deteniéndose en el consabido “techo de cristal” y haciéndose depositaria de todos los agravios (reales o figurados) padecidos por “la mujer” a lo largo de la Historia. T quiso apuntar que las mujeres en España se incorporaron masivamente a la Universidad a mediados de los años sesenta del pasado siglo XX; que, en todo caso, las llamadas “leyes de género” permitían actualmente que, por razones de sexo, se transgrediera a diario el principio de igualdad ante la ley… y que nada la amparaba a ella para confundir “libremente”, o, más bien, impunemente, el ámbito profesional con su activismo político…

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Pero era inútil. Aquello no había sido una conversación, sino la muestra viva resultante de décadas de adoctrinamiento en la escuela y en el hogar mediante el bombardeo ideológico constante a través de los medios de comunicación. Y T ya tenía una edad como para entenderlo y no soliviantarse ni perder los estribos. Porque, pese a que resultase difícil de aceptar, por desgracia, H no era la excepción sino la norma –como corroboraban cada año los akelarres escolares en torno al 8 de marzo– y era un hecho que millones de mujeres españolas habían aceptado el caramelo envenenado del resentimiento y el camino fácil de la irresponsabilidad. ¡Cuánto rencor y odio! ¡Y qué sencilla solución echar a otros la culpa de los propios errores y fracasos!

Ahora bien ¿Cui prodest? ¿a quién beneficiaba esta división artificial y violenta entre los sexos? ¿A dónde conducía la infantilización del personal, el alargamiento de la edad de escolarización obligatoria, la inducción y sometimiento “suave” de la población a una minoría de edad permanente? T lo sabía bien; para averiguarlo sólo había que seguir la pista del dinero… ¿Y quién pagaba la fiesta? El Sistema. Al principio le costó entenderlo y tuvo que romper algunas barreras mentales, pero la respuesta estaba escondida bien a la vista. Pues si, como había oído tantas veces, “nadie regalaba nada”, entonces, ¿por qué la educación y la televisión eran gratuitas?; y, ¿por qué el Estado subvencionaba la cultura? Porque la educación, la tele y la cultura, en realidad, sólo eran propaganda del Sistema.

Su vieja sospecha se había convertido en arraigada certeza hace tiempo y T siempre disponía de ejemplos actualizados que confirmaban la colaboración de las instituciones públicas –pagadas con los impuestos de todos los ciudadanos– en la idiotización y uniformación del personal. Bien, con carácter general, participando en la promoción y difusión de campañas ideológicas, o bien, más específicamente, con la cesión de espacios. Para “la causa del género” los había a patadas. Véase la patochada perpetrada en el Museo del Romanticismo de Madrid por las “artistas” Laura San Segundo y Alejandría Cinque, envuelta en los tópicos del “compromiso” y victimismo habituales, y materializada en las fotografías de unas señoritas avariciosamente feas y aparentemente discapacitadas equipadas con gorros de waterpolo. Todo ello justificado con la siguiente monserga: “Las hijas de Minerva es un proyecto fotográfico instalativo y performático (sic) en el que varias jugadoras desarrollan figuradamente una partida de billar. A través de distintas acciones, del uso del uniforme, de la transformación de la mirada en un ejercicio activo, y de la figura mitológica de Minerva como hilo narrativo y conceptual para construir y dirigir a las jugadoras, la partida se convierte en un campo de batalla donde luchar por la emancipación de la corporalidad (sic) y los modos de estar vinculados a una feminidad decimonónica”1.

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O este otro “suceso” artístico, también muy próximo, enmarcado en los llamados “Veranos de la Villa”, en el Centro de Cultura Contemporánea Conde Duque, presentado así por sus protagonistas:

En 2010, Leen Dewilde empezó a destruir cosas, rompiendo tazas, derribando paredes, cortando muebles y serrando las patas de las sillas. A String Section, una de las piezas más significativas de Reckless Sleepers, comenzó de esa manera: un simple conjunto de cinco sillas, cinco mujeres y cinco sierras. Un proyecto en el que la producción de serrín, las patas sobrantes, las sillas medio rotas, el residuo de la acción es tan importante como la propia acción. Desde entonces, este proyecto se ha presentado en galerías de arte, teatros, una iglesia y un almacén, en el exterior frente al mar, en un patio italiano, debajo de un puente… y ahora en el Patio Sur de Conde Duque, junto al Museo Municipal de Arte Contemporáneo”2.

Naturalmente”, las entradas se agotaron.

Filípides

1 Con motivo de PhotoESPAÑA 2024, la exposición permanecerá en el Museo del Romanticismo del 31 de mayo al 29 de septiembre del presente año 2024.

2 Véase el enlace a los “Veranos de la Villa 2024”: https://www.veranosdelavilla.com/es/evento/a-string-section

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