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El capítulo 4, La operación de centro, trata de la candidatura de Portela, un proyecto del Presidente, Alcalá-Zamora.

 

Así lo concibió Alcalá-Zamora:

 

El tipo de organización que Alcalá-Zamora y Portela quisieron alumbrar apenas ha sido analizado hasta ahora. Fue un proyecto que las circunstancias obligaron a modificar varias veces entre diciembre de 1935 y febrero de 1936.

La génesis del proyecto portelista es oscura. Suele vincularse a la crisis del Partido Radical tras los escándalos del otoño de 1935 y a la aspiración de Alcalá-Zamora de ocupar ese espacio con una nueva fuerza política.

Alcalá-Zamora … buscaba no solo ejercer con más desembarazo sus prerrogativas presidenciales, sino también una plataforma de acción política una vez que dejara la presidencia de la República en diciembre de 1937.

… la coyuntura que permitiría desplegar el plan con expectativas de éxito fue la crisis, a partir de septiembre de 1935, de la formación centrista por excelencia de la Segunda República, el Partido Radical. Este había sufrido una escisión de su ala izquierda, encabezada por Martínez Barrio, y poco después, con motivo de la insurrección de octubre, las diferencias con la izquierda republicana se habían hecho insalvables.

… la puesta en marcha del partido centro fue la respuesta de Alcalá-Zamora al alineamiento de los radicales con la CEDA y a la menor permeabilidad de su jefe a los planes del presidente.

El nuevo centro supliría con ventaja a los radicales, pues permitiría reconstruir los puentes con la izquierda republicana y los socialistas.

La intencionalidad de Alcalá-Zamora de hacerla pública [la trama del estraperlo] con objeto de dañar al jefe radical puede establecerse con certeza. El jefe del Estado difundió la denuncia de Strauss justo después del banquete-homenaje a Lerroux, que Alcalá-Zamora había interpretado como una «censura encubierta» de la CEDA y el Partido Radical a su persona, tras apartar al homenajeado de la jefatura del Gobierno. En cuanto a la denuncia del «caso Nombela», esta fue apadrinada e impulsada en las Cortes por uno de los diputados de Alcalá-Zamora, Federico Fernández Castillejo.

Por otra parte, el espacio político de centro estaba ocupado no solo por los radicales, sino por otras fuerzas políticas de centro-izquierda (UR y PNR) y centro-derecha (Partido Liberal-Demócrata, Partido Republicano Conservador y Partido Agrario Español). Si el proyecto del presidente no conseguía reunirlas, su plan solo contribuiría a acrecentar la fragmentación y debilitamiento del centro respecto de 1933. De hecho, esto fue lo que finalmente ocurriría.

El jefe del Estado, sin embargo, no quería una disolución inmediata. Era consciente que se requerían varios meses para construir y consolidar desde el poder al nuevo partido. Su deseo era neutralizar en lo posible a la CEDA y cerrar el paso a un Gobierno Gil-Robles sin romper por completo con la derecha católica. El 21 de noviembre ya había revelado sus planes al líder de la CEDA. Su partido debía sostener lo que denominó un Gobierno de «conciliación», de amplia base, cuyo eje sería el nuevo partido centro. Llegó a insinuarle que en ese Gobierno tendrían fácil cabida «elementos de la CEDA», en especial Giménez Fernández, pero Gil-Robles debía renunciar al Ministerio de la Guerra.

El órdago del presidente y la negativa de Gil-Robles a participar o apoyar un Gobierno bajo las condiciones impuestas por este rompieron el bloque de centro-derecha. Cambó y Chapaprieta tuvieron un papel preeminente en la constitución del primer Gobierno de Portela, donde estaban representadas las fuerzas llamadas a constituir el nuevo «centro». Ninguno de los dos apoyó a Gil-Robles porque, como no ocultó Cambó en un mitin de fin de año, si era inevitable la disolución de las Cortes, mejor disolvía un Gobierno de centro-derecha que no otro de izquierdas, «porque un Gobierno de izquierda […] apoderado de los instrumentos del mando, nadie podía saber si habría disuelto las Cortes o si, anticipadamente, se habría sentido ya ungido por la voluntad popular».

… en consonancia con las preferencias del presidente de la República, Portela se inclinaba a pactar con los republicanos de izquierda, marginando a la CEDA y al Partido Radical.

El problema era que los partidos representados en su Gobierno deseaban la coalición con la CEDA y no con los republicanos de izquierda. Las disensiones por las alianzas electorales y la resuelta negativa de Alcalá-Zamora a ampliar el Gobierno con ministros cedistas serían, a la postre, las razones que desintegraron el primer Gobierno Portela.

No obstante, el acercamiento [de Portela a los republicanos de izquierda] se vino abajo después de la negativa de IR, transmitida el 2 de enero a Portela por Salvador. Azaña no quiso verse arrastrado a una alianza con el Gobierno tras el veto de los socialistas.

Como pensaba que eran las izquierdas las más débiles, y las menos peligrosas para su continuidad en la jefatura del Estado, Alcalá-Zamora pidió a Portela que llegara al mayor número de pactos posibles con ellas. El gobierno debía ayudar a que conquistaran 180 actas, único modo de que la CEDA y sus aliados no controlasen el legislativo.

Sin embargo, la última semana de enero el jefe del Gobierno cambió de parecer. El 25 de ese mes, a la vez que anunciaba que el gobierno como tal presentaría candidatos a las elecciones, un mensaje a sus seguidores de que continuarían contando con el apoyo oficial, autorizó a su vez las coaliciones con casi todos los partidos, excluyendo a los comunistas, a los socialistas caballeristas y a los monárquicos. Esto significaba, en la práctica, que levantaba el veto a la CEDA.

… la distancia ideológica que les separaba de la derecha católica y de los otros republicanos moderados era muy inferior a la del PSOE o IR. La prensa que, además, simpatizaba con el centrismo patrocinó abiertamente la unión con los conservadores. Ahora fue el más insistente y se quejaba de los recelos entre Portela y Gil-Robles. Descontada la actitud revolucionaria de los socialistas y la amplitud del frente de izquierdas

 

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En suma: politiqueo decimonónico. Hay que destacar no obstante esa inseguridad culpable e inexcusable característica del “centrista”, “moderado”, del “conservador” (de la revolución) que le lleva a rechazar al tradicionalista, al reaccionario declarado (al que reacciona e vez de bajar la cabeza), a la extrema derecha (en realidad verdadera derecha), y que sin embargo no le impide cooperar con la izquierda que les desprecia. Cabría decir que en su pecado lleva la penitencia, si no fuera que arrastran a todo el país a la ruina.

Se cuentan diversas zancadillas de los portelistas a la CEDA:

 

En Cuenca, el ministro de Agricultura, Álvarez-Mendizábal presionó al radical Tomás Sierra para que se desvinculara de la candidatura de derechas y se adhiriese a la ministerial. El de Jaén amenazó a la CEDA y los agrarios con reponer los ayuntamientos de izquierdas si no cedían dos puestos a los portelistas. El de Ciudad Real afirmó ante los dirigentes cedistas que sacaría triunfantes por todos los medios a cuatro progresistas y seis socialistas, dejándoles sin representación, si no aceptaban una candidatura de centro-derecha.

El de Toledo, José Maldonado, dimitió al negarse a enviar el discurso de Gil-Robles a la Fiscalía de la República y a expedientar al delegado, como le ordenaba Portela, por las críticas del líder cedista a Alcalá-Zamora en su mitin del 23 de enero. El de Cuenca, José Andreu, dejó su cargo tras oponerse a modificar un centenar de gestoras la última semana de las elecciones, todas ellas en pueblos donde habían triunfado las derechas en 1933, como le había ordenado el ministro Álvarez-Mendizábal, que se encontraba en conversaciones de última hora para acoplar su candidatura a la de IR.

La tolerancia hacia la propaganda republicana de izquierda y socialista se trocó en un marcaje más estrecho cuando los gobernadores se convencieron de que no colaborarían con Portela.

Como ha podido apreciarse, lo que separaba a Portela de los conservadores no era una incompatibilidad de ideales, sino, sencillamente, que su proyecto había nacido para evitar un gobierno de Gil-Robles. No obstante, había poderosas inercias hacia una entente entre ambos grupos.

 

Atención a Álvarez-Mendizábal. Este individuo fue persona clave para invalidar las elecciones de Cuenca primero y, después, para que, en la segunda vuelta, Jose Antonio Primo de Rivera no se pudiera presentar como candidato. Nos lo volveremos a encontrar.

Al final, los portelistas tienen que entrar en muchos casos en la alianza antirevolucionaria, para disgusto de Alcalá-Zamora:

 

Para 1936 había crecido notablemente el número de circunscripciones donde el centro republicano marchó unido a las derechas ya en primera vuelta. Resultaba nuevamente significativo que la alianza electoral de la derecha católica y los republicanos moderados fuese más estrecha en 1936 que en 1933, al tiempo que aumentaba el número de circunscripciones donde los monárquicos autoritarios y los cedistas se presentaban por separado.

Así las cosas, no puede hablarse en puridad de unas derechas desunidas porque, globalmente, nunca alcanzaron un nivel de cohesión tan alto como en 1936

… se filtró que en el Consejo de Ministros de ese día Alcalá-Zamora había expresado su disgusto por el pacto con las «fuerzas reaccionarias». El presidente de la República pidió a Portela que enmendara las coaliciones con las derechas, y redujera todo lo posible las proporciones de una victoria conservadora que creía «inevitable».

 

El disgusto de Alcalá-Zamora coincidió también con la alarma que el acercamiento entre Portela y la CEDA había generado en los dirigentes de izquierdas. El jefe del Gobierno recibió solicitudes de ayuda de Martínez Barrio para que el Frente Popular pudiera al menos llegar a los 157 escaños, «y siempre sin ofrecer nada», puntualizaba Alcalá-Zamora…

El Ejecutivo procuraría ayudar a que el Frente Popular sacase un número de escaños siempre superior a 160, para evitar la excesiva preponderancia de la CEDA, a cambio de que en algunas provincias, como Badajoz o Sevilla, las izquierdas desviaran parte de sus votos hacia los candidatos centristas para que alcanzaran los escaños de las minorías[298].

La connivencia del “católico” Alcalá-Zamora con las izquierdas y los masones -que le despreciaban abiertamente- es de gran escándalo.

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Se cuentan algunas alcaldadas de los gobernadores civiles de Galicia, el feudo de Portela:

 

… el gobernador, Artemio Precioso, se dispuso a cambiar en su favor, vigente el periodo electoral, las comisiones gestoras de varias localidades, incluida la capital. Proliferaron las denuncias, además, de que el gobernador solicitó a los alcaldes «actas en blanco» para rellenarlas a placer. Pero lo que hizo específico el caso de Lugo fue la remoción y traslado, días antes de la votación, de varios funcionarios. El Gobierno alegó que eran afectos a las derechas y tenían montada «una máquina de hacer actas», pero no concretó las irregularidades en que habían incurrido, y tampoco los denunció ante la Fiscalía por un delito electoral.

Las acciones más escandalosas las promovió el propio ministro de Justicia y candidato, Becerra, cuando destituyó al presidente de la Audiencia Provincial, que también lo era de la Junta Provincial del Censo, encargada de verificar las elecciones. También llamó a Madrid a los jueces de Instrucción de Becerreá y Chantada, para que fueran sustituidos durante las elecciones por los jueces municipales nombrados por los ayuntamientos portelistas.

Hechas las coaliciones electorales, los líderes echan las cuentas sobre las futuras combinaciones de gobierno. Las izquierdas no lo ven muy claro:

 

El 6 de febrero, Gil-Robles no dudaba de la derrota de las izquierdas pero, al igual que Calderón, dejaba entrever que no alcanzaría junto a sus aliados naturales del centro-derecha una mayoría parlamentaria por la interposición de los portelistas, a los que culpaba de esterilizar las futuras Cortes.

Azaña confesó, igualmente, a su cuñado que si las izquierdas ganaban sería «por tan pocos votos y con tal fuerza de oposición, que no habrá quién gobierne un Parlamento así». Por ello él no deseaba presidir el primer gobierno y veía con mayores posibilidades a Martínez Barrio.

Ninguno de los bloques obtendría la mayoría, aunque el conservador sería el más amplio con 210 escaños, por solo 120 del Frente Popular. Como la CEDA no podría contar con los 40 diputados monárquicos, el bloque de centro-derecha quedaría en 170 y necesitaría sumar los 135 escaños de todos los partidos centristas, entre los que incluía a la Lliga

«El español de tipo medio contempla aterrado los preparativos electorales», reputaba Ossorio y Gallardo: «A juzgar por palabras y actitudes, se acentúa la disposición para una guerra civil, latente de modo indudable. Según […] se infiere, la elección no será el fallo de una contienda civil, sino el comienzo de una etapa cruenta y destructora». Significativa fue, en este sentido, la última declaración pública de Besteiro antes de las elecciones: «Me preocupa tanto un triunfo de derechas como de izquierdas».

 

En suma, se convocan elecciones en el peor momento, con un país dividido, con una izquierda que ha declarado no dejar nunca más gobernar -incluso destruir- a las derechas -es decir, a media España-, porque lo exige su ideología, y una ideología averiada cuyos militantes han causado unas masacres y una miseria sin precedentes donde han triunfado. Y si embargo, la derecha “posibilista” de la CEDA les sigue el juego suicida.

 

Una curiosidad sobre la campaña electoral:

 

Prácticamente todas las innovaciones aplicadas en las elecciones de 1933, severamente limitadas ya entonces por Martínez Barrio, fueron proscritas por Portela y sus gobernadores. La prohibición de la propaganda radiada no se levantó hasta el 4 de febrero, tras una entrevista entre el jefe del Gobierno y el socialista Negrín, que le pidió autorización para retransmitir a toda España el mitin del Frente Popular en Madrid. Aparte, los cedistas y sus aliados denunciaron la recogida de varias ediciones de la prensa conservadora (El Debate, JAP, El Pueblo Vasco, El Siglo Futuro) motivadas casi siempre por las críticas a Alcalá-Zamora y Portela.

 

Pues esto es lo que cuenta el capítulo cuarto, uno de los más cortos. El próximo, Una larga e intensa campaña, entra ya en el drama de estas elecciones.

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