15/05/2024 22:33
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Como en el cuento de Edgar Allan Poe, los defensores del aborto se han inculpado a sí mismos por culpa de un corazón delator, por culpa de un latido. La conciencia ha sido más fuerte que la ideología y las pasiones. Estamos acostumbrados a los vaivenes argumentales de los proaborto, a sus incoherencias, sus contradicciones y su tendencia a evadir la cuestión; sabemos que nunca van a decirnos claramente cuándo comienza la vida, o si acaso lo dicen, jamás van a explicarnos qué razones científicas deducidas de la biología tienen para establecer dicho comienzo. Su estrategia es la imprecisión, la ambigüedad y el equívoco. Nunca desvelan lo que piensan realmente, porque en lo más profundo de su ser intuyen que en cuanto establezcan un punto definido en el debate estarán perdidos. Por lo tanto, se refugian en lo indeterminado y evitan definir su posición.

   Sería sencillo para los defensores del aborto consensuar su postura y manifestar al mundo en qué punto exacto creen que comienza la vida, como los que somos contrarios al aborto manifestamos abiertamente que la vida humana comienza en el momento de la concepción. En vez de eso, cada defensor del aborto tiene una opinión diferente, si es que tiene realmente alguna, y lo que es todavía más sorprendente, un mismo defensor del aborto tiene opiniones diferentes dependiendo del día o el momento del debate.

   He tenido ocasión de hablar con defensores del aborto que mostraban tres o cuatro opiniones diferentes y contradictorias entre sí en el curso de un mismo debate, y que en cuanto eran informados de este hecho volvían a su primera opinión para después, empujados por mis objeciones, volver a recorrer otra vez la misma secuencia de opiniones contradictorias en un bucle que sería infinito si mi paciencia también lo fuera. Uno de estos energúmenos en particular sostuvo en un mismo debate que la humanidad se adquiría (jamás dijo cómo) a los cuatro, luego a los cinco, a los seis, siete, ocho y nueve meses, conforme mis preguntas le iban acorralando.

   Entre los proaborto, los más coherentes son los más absurdos. Quiero decir que aquellos que no temen ser coherentes con su defensa del aborto en cualquier momento del embarazo, al final deben confesar que la humanidad se adquiere en el momento del parto, y así reconocen que en la salida del bebé del útero tiene lugar un cambio sustancial por el que un mismo ser, sin sufrir cambio alguno intrínseco que pueda ser verificado científica ni racionalmente, pasa de no ser a ser humano, y de ser exterminable a adquirir derechos que hacen ilegítima y punible su exterminación.

   La medida propuesta por García-Gallardo en Castilla y León de ofrecer a las mujeres embarazadas que están pensando en abortar la posibilidad de escuchar el latido del hijo que llevan dentro ha despertado la mala conciencia de todos los apologetas del infanticidio. Un solo latido ha bastado para hacerles reconocer el peligro. «El latido subía de punto a cada instante; hasta que creí que el corazón iba a estallar, y de pronto me sobrecogió una nueva angustia: ¡Algún vecino podría oír el rumor!»

   En efecto, otros podrían descubrir que lo que las madres llevan dentro es una vida humana, y podrían sentir la realidad del crimen. Hay que ocultar ese sonido sea como sea, ahogarlo con el estruendo de las proclamas que repiten la palabra «derecho» hasta la afonía; hay que denigrar y ultrajar a todo aquel que apoye la medida, acosar a quienes se atrevan a decirlo en voz alta, coaccionar de antemano a quienes estén pensando en hacerlo; hay que evitar que sus argumentos se oigan, apagar sus voces con gritos o con bombas si hace falta.

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   Pero ya es demasiado tarde, pues la certeza de que ese latido existe retumba en los oídos a despecho de quienes se los tapan, es una vibración que recorre todos los nervios del cuerpo y del alma como un calambre súbito y continuo, llegando a lugares de la conciencia hasta entonces desconocidos. La tierra misma se abomba al compás de la sístole y la diástole, el latido rompe el sueño desde dentro y derrama su pulso sobre la almohada. Entonces, incluso cuando no abran la boca, se oye la confesión: «¡Basta de fingir, malvados! ¡Confieso que lo maté! ¡Levanten esos tablones! ¡Ahí!… ¡ahí! ¡Donde está latiendo su horrible corazón!»

Autor

Alonso Pinto Molina
Alonso Pinto Molina
Alonso Pinto Molina (Mallorca, 1 de abril de 1986) es un escritor español cuyo pensamiento está marcado por su conversión o vuelta al catolicismo. Es autor de Colectánea (Una cruzada contra el espíritu del siglo), un libro formado por aforismos y textos breves donde se combina la apologética y la crítica a la modernidad.
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